El hombre, empleado en un estudio contable, llegó a la conclusión de que todas las tareas pendientes de esa jornada laboral no tenían una prioridad tan alta como su investigación etimológica. “Tenía muchas cosas para hacer, pero me metí en Facebook y leí que alguien hablaba de la procrastinación, entonces me di cuenta de que tenía que dejar todo y ponerme a buscar el origen de esa palabra y su significado. ¿Era un anglicismo? ¿El ‘pro’ funcionaba como prefijo? ¿Existía la procrastinación involuntaria o el término solamente aplicaba cuando existía una voluntad de hacer esto?”, relató el trabajador. La investigación fue muy exhaustiva y le llevó siete horas, es decir, casi toda su jornada laboral. “El problema con estas cosas es que uno, cuanto más sabe, más ignora. Por ejemplo, cuando me enteré de que la psicología lo consideraba un síntoma, me entró la duda de cuáles conductas podían ser consideradas síntomas y cuáles no, y a partir de ahí me puse a leer sobre la psicología, Freud, el siglo XIX, la segunda Revolución Industrial, el ferrocarril, la combustión del carbón y su composición atómica, la relación entre protones y electrones, y muchas cosas por el estilo que tenía que aprender sí o sí antes de volver al trabajo”.

Más pesquisas: “Me puse a investigar si la procrastinación podía ser presentada en un juzgado como una enfermedad que anulaba el causal de despido y terminé mirando una película de Adam Sandler en Stremio”. Exempleado.