19 de octubre de 2018. Carlos Núñez tiene una hemorragia interna y se desangra en una celda en el Penal de Libertad. Gonzalo Larrosa, en aquel entonces director del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), informa que la situación es consecuencia de una pelea, en la que fue herido con un corte carcelario.

En su versión, que fue la oficial del Ministerio del Interior, planteó: “Los incidentes comenzaron sobre las 22 horas. Hubo varios internos que estaban llamando a la guardia porque supuestamente habían sido agredidos por otros. En eso, suben los policías y resulta que había como ocho presos en la vuelta esperándolos, que habían roto las celdas y estaban esperando a los policías. Se intervino. Se logró controlar la situación, no hubo policías heridos. En realidad, nunca llegaron a un enfrentamiento. Dijeron que había un interno que tenía una herida por corte de arma blanca. Minutos después, cuando fue llevado a enfermería, falleció. Se incautaron cortes y se hizo requisa en esas horas en esa celda. Por la hora de la noche, no se hizo en todo el sector, pero sí donde habían roto las celdas. Se redistribuyó a los internos hacia otras celdas, hacia otros sectores, para arreglar lo que habían roto. Se sigue investigando y se dio cuenta a la Fiscalía porque hay por lo menos tres imputados que son los que aparentemente los lesionaron. Eso se está estudiando ahora y recabando información para dar realmente con cuál de los tres que son los señalados es en definitiva el matador. Por el momento, es eso, se sigue trabajando, investigando el hecho para identificar a los agresores”.

No obstante, a partir de una investigación del comisionado parlamentario penitenciario, Juan Miguel Petit, se supo que el privado de libertad murió a raíz de un disparo de munición menos que letal que recibió de la guardia policial. Los policías violaron las normas vigentes para el uso de armas: le dispararon directo al cuerpo, a corta distancia. Cayó herido y estuvo diez minutos en el piso hasta que fue llevado a un calabozo, donde lo mantuvieron por una hora, a la espera de atención médica. Se murió y desde el INR emitieron públicamente un relato falso.

El Ministerio del Interior, con Eduardo Bonomi a la cabeza, tuvo que asumir que se había mentido. La información falsa le costó el puesto a Larrosa y una interpelación a Bonomi. El policía homicida está preso y Larrosa volvió a tener un cargo con el cambio de gobierno: fue designado director del Centro de Comando Unificado y, ocho meses después, pasó a ser el jefe de Policía de Flores, cargo que desempeña hasta la actualidad. En los últimos meses fue ascendido a comisario general, máximo grado en la Policía.

El caso de Núñez es uno de los dos que integran la investigación denominada “Muerte bajo custodia causada por armas ‘no letales’ en Uruguay”, realizada en 2020 por el Departamento de Medicina Legal y Ciencias Forenses de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, en particular por Hugo Rodríguez Almada, médico legal y docente; Fidel Lagos, médico forense del Poder Judicial; y Malbina Revetria, también médica forense del Poder Judicial.

Según plantean, las “llamadas armas no letales son parte del arsenal de las fuerzas de seguridad y están diseñadas para reprimir disturbios penitenciarios y protestas masivas en espacios públicos”. Se usan con el objetivo de intimidar o incapacitar, reduciendo –pero no descartando– la posibilidad de causar lesiones graves e incluso la muerte. Explican que “la falsa idea de que la posibilidad de que causen lesiones graves y muerte es baja ha ayudado a extender su uso”.

Cuestionan en particular “la seguridad de este tipo de armas y municiones en situaciones de estrés, en las que no se puede garantizar una correcta utilización (distancia mínima y sector corporal de impacto)”. A la vez, recomiendan erradicar la denominación de armas y munición “no letal” y sustituirla “por otra más moderna y ajustada a la realidad”: “menos que letal”. Porque, de hecho, “son varios los casos de lesiones graves y muertes causadas por esta munición, cuyo uso tiende a extenderse”, afirman los investigadores.

En el estudio se analizan dos casos de muertes violentas causadas por impactos de disparo con munición menos que letal en cárceles: el de Núñez en el Penal de Libertad y el de otro hombre en el Comcar.

Núñez, de 34 años, recibió un impacto de munición única, de un proyectil tipo rubber rocket, y no se le brindó asistencia inmediata. En la autopsia se vio “abundante sangre seca en el rostro proveniente de los orificios nasales y la boca”. En las costillas tenía una herida contusa redondeada, de 3,5 centímetros de diámetro, compatible con un proyectil de arma de fuego. La munición tuvo una trayectoria oblicua dentro del cuerpo y atravesó varios órganos. En el examen interno se constató una hemorragia masiva de 1.200 mililitros, una herida que atravesaba el bazo y una herida de ocho centímetros de diámetro en el estómago. Dentro del estómago se recuperó el proyectil rubber rocket de 4,5 centímetros de largo y 1,5 de diámetro.

Explican que si bien el dorso es una zona del cuerpo con “gran resistencia a la penetración”, “seguramente no se cumplió con la distancia mínima recomendable” para disparar, algo que “no siempre puede garantizarse” en un contexto de estrés.

En el otro caso, un hombre de 27 años atacó a dos policías en el Comcar. Uno de ellos tenía una escopeta Remington 870 con proyectiles de goma y le disparó varias veces. Murió en el acto. La causa de muerte fue la pérdida de sangre y una hemorragia interna provocada por las lesiones penetrantes de los proyectiles de goma.

Según la autopsia, tuvo 21 orificios de entrada, sin salida, en tórax, abdomen y piernas. Fueron “sin tatuaje”, que es la quemadura en la piel que dejan los fragmentos de pólvora del proyectil cuando ingresa al cuerpo, ni “ahumamiento”, que son las quemaduras que dejan los impactos producto de la emisión de gases. En el examen interno se constataron siete heridas penetrantes en el tórax y dos en el abdomen, que tuvieron extensas trayectorias intracorporales y lesionaron órganos vitales: pulmones, corazón e hígado.

La autopsia “confirmó” que esta munición es “capaz de causar la muerte en forma rápida, según sea la distancia del disparo y el sector del cuerpo que resulte blanco de los proyectiles”. En el informe explican que no se respetaron las zonas de menor resistencia de la piel, a la que no deben dispararse, ni la distancia óptima para minimizar daños.

No hay armas “no letales”

Toda munición utilizada en armas de fuego es potencialmente letal. Por eso, hablar de armas “no letales” es un error y se impone un cambio en la nomenclatura: armas con munición “menos que letal”.

Cuando un policía va a disparar o a usar cualquier tipo de fuerza, debe evitar generar un daño mayor al que pretende evitar. Según la Ley de Procedimiento Policial, el uso de la fuerza debe ser racional, moderado, proporcional y progresivo.

En Uruguay, la Policía usa cartuchos de escopeta calibre 12, de distintos tipos. La diferencia está dada por lo que tiene dentro: si es posta, perdigón o plástico, en el caso de la munición menos que letal, o plomo en el caso de la munición letal. Todo proyectil, sea metálico o plástico, es expulsado del arma mediante la deflagración de la pólvora, por lo que, si es disparado a corta distancia, puede generar lesiones de importancia aunque el proyectil no sea de plomo.

Además, todo cartucho tiene un taco contenedor, que es un plástico que contiene la carga de la munición. La pólvora impulsa el taco que contiene la carga. El taco es liberado por el arma a alta velocidad. Al ser un proyectil plano y de plástico, la gravedad lo hace caer en el entorno cercano del disparo. Pero, si se dispara a corta distancia, el mismo taco tiene un alto potencial de daño.

Para valorar los daños se debe tener en cuenta que los factores que determinan la gravedad de las lesiones son la energía cinética con la que el proyectil impacta, que se calcula considerando la masa del proyectil y la velocidad (a mayor distancia, menor velocidad), y las propiedades elásticas, es decir, la resistencia a la penetración de la superficie del cuerpo a la que se dispara. La piel de los brazos y las piernas es más elástica, y por ende tiene más resistencia a la penetración. Las zonas menos elásticas y resistentes son la cara, el cuello, los ojos y la zona intercostal, por lo que las heridas en estas áreas tienen mayor potencia letal.

Para minimizar la gravedad de las lesiones se recomienda disparar a más de diez metros, idealmente por rebote al piso, procurando impactar en las piernas y no en otra zona del cuerpo. Se deben respetar las recomendaciones y precauciones que plantean los fabricantes y que están plasmadas siempre en las cajas de las municiones. Aun cumpliendo con las recomendaciones, las armas mantienen el potencial de causar lesiones graves e incluso la muerte.

“La falsa creencia de que no son peligrosas parece alentar su uso incluso en situaciones donde no se requiere”, afirman en el estudio, y aseguran que por eso “debería erradicarse el uso de la expresión 'armas no letales'”. También sugieren que se capacite a los policías que usan estas armas “para cumplir con los principios de legalidad, precaución, necesidad, proporcionalidad, no discriminación y responsabilidad”, a la vez de “manejar de forma apropiada y exclusivamente las armas para las que recibió capacitación, además de conocer los riesgos” que implica dispararlas.

“No letal”: Término en desuso y desaconsejado

Rodríguez explicó a la diaria que “armas ‘no letales’ y munición ‘no letal’ eran términos que se usaban antes”. Eran “mal llamadas” y “actualmente está en desuso y desaconsejado mundialmente porque, en realidad, cualquier tipo de arma y de munición, si es mal empleada, puede ser letal”.

“Se prefiere hablar de armas menos que letales” porque “efectivamente son armas que se prefieren porque tienen menor riesgo de letalidad cuando se usan por personal muy entrenado y capacitado en su uso, y cuando se cumple estrictamente con las determinaciones y especificaciones de los fabricantes en cuanto a dónde se debe apuntar y a qué distancia disparar”, informa el especialista en pericias forenses.

Rodríguez ejemplifica planteando que “son famosas en la represión en Chile por haber causado la pérdida de ojos”. “Provoca el estallido y la pérdida del globo ocular”, detalla. Pero señala que “no es que sean armas dañinas para el globo ocular”, sino que “son armas o municiones dañinas para el globo ocular si las apuntás a los ojos”.

Sobre los dos casos de presos a los que mataron en cárceles con munición menos que letal dijo que “tienen importancia porque son los primeros que se publicaron en Uruguay”. “Tuvieron repercusión, y capaz que eso ayuda a que las personas que tienen que tomar decisiones en esta materia contribuyan a tomar conciencia sobre eso”, acotó. Además alertó acerca de que “no son las únicas lesiones que han provocado estas municiones” en cárceles. Relató casos en que personas perdieron los ojos porque se les disparó a la cabeza, de frente, y la munición penetró en la cavidad ocular, haciendo estallar el ojo.

En lo que respecta a las lesiones, indica que “las características dependen precisamente de la distancia a la que fueron disparadas y de la topografía de donde impactaron”. Se debe disparar de forma que por la distancia y la zona del cuerpo a la que se dirige el impacto se generen lesiones “no penetrantes”. “En esos casos lo que vemos son hematomas o heridas abiertas, pero no penetrantes, producto del impacto de estas municiones”, explicó Rodríguez. Y diferenció: “Cuando no se cumple con las especificaciones se ven distintas lesiones: pérdida de ojos, heridas que penetran el cuerpo o incluso munición que se saca de dentro del cadáver”.

El equipo del que Rodríguez formó parte estudió todas las muertes en cárceles de adultos que ocurrieron el año pasado. Dada la experiencia de algunos de ellos en otros casos de muertes por munición menos que letal, resolvieron hacer esta publicación para alertar sobre la situación.

“Alertar sobre la munición menos que letal y su capacidad letal no significa desalentar el uso de estas armas, porque lo que quedan son armas letales directamente, que son más letales”, explicó. Y agregó: “Lo que pretendemos alertar es que, a veces, por medio de las palabras, se dan mensajes. Entonces, si la gente y el personal de seguridad cree que está manejando armas ‘no letales’, eso disminuye la percepción del riesgo y la responsabilidad con la que debe ser usada”. En ese sentido, “en consonancia con recomendaciones internacionales que no son nada nuevas, pensamos que se tiene que tener cuidado cuando se habla en todos lados, pero en particular en los medios de comunicación, de armas ‘no letales’, porque se genera el efecto de disminuir la sensación de riesgo”. Por eso, “importa mucho que dejemos de hablar de armas ‘no letales’ y de munición ‘no letal’, y que lo llamemos como debe ser”.

Sobre el uso de estas armas, aclara que “no es nada grave usarlas si se usan bien, cuando están indicadas, cuando se usan de acuerdo a la legalidad vigente, porque de hecho tienen menos riesgo que otros tipos de armas”. Lo que es inconveniente, insiste Rodríguez, es calificarlas como armas “no letales”, porque “se genera un peligro”.

Capacitación a policías

La Guardia Republicana se encarga de capacitar a los policías para el uso de armas con munición menos que letal. También está a cargo de elaborar los manuales técnicos para la instrucción y el uso de este tipo de munición que se aplican en todo el país.