La Comisión Especial de Seguimiento de la Situación Carcelaria recibió el jueves de la semana pasada a dos expertas en reformas penitenciarias y justicia penal de la Universidad de Texas para hablar del programa que crearon de vivienda transicional para mujeres privadas de libertad.
Michele Deitch y Alycia Welch, directoras del Laboratorio de Innovación en Prisiones y Cárceles de la Universidad de Texas, se definieron como “un puente” entre la investigación académica, la formulación de políticas y las prácticas correccionales. Lo primero que advirtieron es que el sistema penitenciario uruguayo está “extremadamente hacinado” y, por lo tanto, poner el foco en las mujeres privadas de libertad podría reducir la tasa de prisionización.
Lo que han aprendido en su investigación en Estados Unidos es que “muchísimas mujeres que están privadas de libertad no deberían estarlo”, enfatizó Deitch. “Terminan involucradas con el sistema penal por haber pasado por experiencias traumáticas en sus vidas, ya sea porque tienen necesidades no abordadas como la vivienda, la salud mental, o porque son víctimas de violencia doméstica”, ejemplificó.
Welch, por su parte, destacó que para que un programa de egreso de la cárcel funcione es necesario entender que la reinserción es un proceso. “El proceso viene con cambios de comportamiento que suceden con el tiempo y con apoyo al acceso de servicios necesarios. Por mucho tiempo en Estados Unidos percibimos que la reintegración y la reinserción era un punto fijo en el tiempo, era el egreso el punto. Decíamos: 'Egresás, tomás el dinero para el autobús. Agarrá esta lista con información de servicios, de recursos y hacé lo que puedas'”.Sin embargo, las mujeres salían y reincidían porque sus redes eran las de su “vida anterior” y volvían a establecer contacto, por ejemplo, con “la persona que les vendía drogas o una pareja que era violenta”.
Tampoco funcionaron las llamadas casas de medio camino. “El modelo no funcionó para las personas que egresan de la cárcel. Eran extensiones del sistema penitenciario. Eran como una cárcel que estaba en un contexto de la comunidad. Se sentía que el espacio era punitivo, era muy institucional: paredes blancas, pasillos largos, policías haciendo la custodia. Constantemente estaban siendo supervisadas”, detalló Welch.
Además, en un contexto que no distaba mucho del de la cárcel, entraba y salía droga de las casas y “había mucha violencia”, lo que generaba que las mujeres que estaban por egresar no quisieran participar en la experiencia. El cambio de paradigma resultó en las viviendas de transición, entendidas como un “pequeño puente entre la privación de libertad y la vida en comunidad”.
“Si la reinserción es un proceso, empieza en la cárcel y la mujer va dando pasos hasta llegar a la comunidad mientras que accede a los apoyos y servicios que necesita para ser una ciudadana productiva. Tiene acceso a servicios de educación, empleo, se conecta con su familia, con sus hijos, tiene acceso a terapia, acceso a vivienda, a todo lo que necesita para cubrir todas las necesidades de su vida”, puntualizó Welch.
Las características de las viviendas transitorias
Deitch explicó que, en muchos casos, las mujeres que participan en el programa están en libertad condicional y terminan de cumplir la condena en la vivienda de transición. También hay casos de mujeres que están privadas de libertad y terminan de cumplir la condena con el programa. “Sin embargo, si quieren maximizar el impacto de sus políticas, ustedes deberían lograr que ellas estén fuera del sistema carcelario lo más rápido posible. Una cosa que a nosotros nos preocupó es que [en Uruguay] no se les brinda mecanismos de salida transitoria, que sería el mecanismo por el que podrían ir a la casa de medio camino, cumplida la mitad de la condena. Creo que antes eso se daba después de un tercio de la condena y ahora se da después de la mitad de la condena”, advirtió.
En concreto, en uno de los programas que Deitch dirigió la tasa de reincidencia fue de 10%, “que de todas maneras está muy por debajo del promedio nacional, que es de 68%, pero había otros programas de vivienda de transición que operaban como el mío, por ejemplo, con tasas incluso más bajas de reincidencia, dentro de 3% y 5%”.
Otra de las características de estos programas es que las viviendas no son gestionadas por el sistema carcelario, a diferencia de las casas de medio camino. En la propuesta que impulsan las expertas de Estados Unidos, las viviendas son gestionadas por organizaciones de la sociedad civil. “El modelo de gestión liderado por ONG es exitoso. ¿Por qué es exitoso? Porque esas organizaciones no estaban limitadas por el enfoque punitivo que muchas veces tiene el sistema penitenciario”, señaló.
El tiempo de la intervención
En cuanto al tiempo de intervención, Deitch puntualizó que se trabaja sobre propuestas individualizadas, pero, de todas formas, mencionó algunos parámetros a modo de guía. Por ejemplo, luego de ingresar, “la primera fase, más o menos, puede tomar 30 días, dependiendo de la mujer. Las mujeres pasan esos 30 días en la casa y acceden a todos los programas y servicios in situ. Nosotros nos aseguramos de que tengan acceso a los apoyos y los servicios dentro de la comunidad que no les podemos dar in situ; por ejemplo, ir al médico por salud física, salud reproductiva, tratamientos más intensivos de salud mental, visitas al psiquiatra, acceso a programas para consumo problemático de sustancias”.
Sin embargo, en esos primeros 30 días les dicen a las mujeres que no deberían buscar trabajo. “Al egreso ellas sienten que están pasando por una transición muy grande, están estresadas, pasaron por eventos traumáticos durante la privación de libertad; muchas veces esas personas que eran influencias negativas en su vida ya saben que egresaron y quieren acceder a ellas, quieren controlarlas de vuelta, quieren tener acciones coercitivas sobre ellas. Entonces, por eso les pedimos: ‘Quedate quieta, accedé a los programas y servicios, empezá a ir a terapia, usá la ropa que te brindamos, comé, reconectate con tu familia y tus hijos’”.
En la segunda fase, que dura entre 30 y 60 días, empiezan a preparar a las mujeres para buscar trabajo. “Les brindamos clases sobre cómo hacer un currículum, habilidades de cómo hacer una entrevista de trabajo, cómo contestar preguntas en una entrevista, y cómo contestar la pregunta difícil: '¿y estos años qué estuviste haciendo, que no hay nada en el currículum?'. ¿Cómo se contesta eso? También les enseñamos cómo lidiar con el rechazo en el trabajo cuando les dicen: 'No, yo no te voy a contratar'. En ese caso, les decimos: 'Bueno, levantate, intentá de vuelta; esto te va a seguir pasando'”.
La tercera fase es la que lleva la mayor parte del tiempo. “Mientras que trabaja o estudia, la mujer va a sus programas, a sus servicios, va a las citas con el médico y está aprendiendo poco a poco a ser independiente. Le enseñamos cómo ahorrar dinero si ya está trabajando, cómo armar un presupuesto, cómo dejar de lado dinero para un gusto o para artículos personales y cómo generar el colchón. O sea, la preparamos para la independencia”, acotó Deitch.
Cuando se acercan a tener una vida independiente, el programa las ayuda a “identificar lugares donde pueden vivir, a veces 100% solas, a veces en un modelo de vivienda apoyada por el Estado; otras viviendo con la familia; depende de las necesidades de la mujer”. señaló.
Deitch concluyó diciendo que las cárceles destruyen las redes de apoyo que las personas tenían antes de ingresar, “porque no alientan las visitas, no hay espacios amigables para las familias”. “Es muy difícil reintegrarse cuando uno no tiene esa red familiar y está solo; si estas mujeres no tienen una red, no tienen una familia a la que volver, creo que es importante crear una comunidad. Creo que estas casas de medio camino o viviendas de transición pueden hacerlo”, apuntó.