Cuando los analistas de Oriente Medio se encaminaban a plantear un inicio de 2024 similar al fin de 2023, se sumaron tres episodios para esbozar cierto giro político al conflicto israelí-palestino. El 2 de enero Israel anunció que comparecerá ante la Corte Internacional de Justicia para defenderse en el caso de genocidio presentado por Sudáfrica una semana antes. El país africano pide, como medida cautelar inmediata, un alto al fuego en Gaza. En su documento de 82 páginas (disponible en www.icj-cij.org) Pretoria, uno de los jugadores influyentes del Sur global, cita como uno de sus referentes conceptuales al presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, lo cual da una pista de cómo ese bloque emergente se sitúa en la búsqueda de nuevos equilibrios. El 2 de enero también se produjo el asesinato selectivo del número dos de Hamas, Salah al-Arouri, en un ataque con drones sobre su refugio en el Líbano. Tanto el anuncio de aceptar el debate legal de sus acciones como este éxito militar, que puede presentarse a la opinión pública como un paso importante en la intención de “erradicar” a Hamas, dan sustento a la publicación del diario israelí Haaretz de ese mismo día, en la que se citaban “fuentes militares” para hablar de una posible retirada parcial de tropas y blindados en una reformulación de la táctica de Tel Aviv en Gaza.

Los primeros días del año que ahora comienza no son otra cosa que el tiempo que sigue. Todo lo nuevo trae un eco de lo viejo, aunquese ponga una barrera artificial entre balance y prospectiva. Mientras el primer ministro Benjamin Netanyahu tensaba al máximo la cuerda antes de conceder “pausas humanitarias”, o incluso cierto esbozo de alto el fuego en Gaza, recrudecía la violencia y la represión en Cisjordania. En las próximas semanas el principal freno para Tel Aviv no estará en Nueva York (sede de las Naciones Unidas) sino en Washington, ya que la necesidad del Joe Biden candidato a la reelección obligará al Joe Biden presidente a poner un dique (por centroizquierda) a las pérdidas de votos disconformes con el apoyo irrestricto a lo que muchos ya no toleran. Pero no demasiado, no sea cosa que pierda por derecha. Cualquiera de esos platos que se le estrellen contra el piso podría traer, entre sus astillas afiladas, el regreso al poder de Donald Trump en noviembre. Sería un distópico eje ultranegacionista desde Alaska a Tierra del Fuego.

Antes, México vivirá sus comicios presidenciales el 2 de junio. Más allá de lo polémico de su figura, es indudable que el fin del mandato de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) será una pérdida para el progresismo latinoamericano. La carrera para saber qué vendrá después dejará la sensación de un sprint corto. Al menos desde la distancia excesiva con la que solemos mirar a México desde la autosuficiencia del Río de la Plata. Ya mismo, el 18 de enero, culmina la precampaña de las internas y casi enseguida se entrará de lleno en un mano a mano final con rostro de mujer. La candidata de AMLO es Claudia Sheinbaum, en tanto que Xóchitl Gálvez va como estandarte del Frente Amplio, ese inimaginable mix de centroderecha formado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y el Partido de Acción Nacional (PAN). El México de AMLO viene siendo un apoyo clave para el Brasil de Lula en su proyección desde la región al Sur global, sobre todo con Argentina en su camino de ultraderecha, Chile y Colombia luchando con sus dificultades internas, y Bolivia intentando tramitar el amargo enfrentamiento entre Evo Morales y su exdelfín Luis Arce. Habrá que ver si Scheinbaum, la exjefa de gobierno de Ciudad de México, logra colocar lo que ella llama el “segundo piso” de la Cuarta Transformación y mantener, en política exterior, a México cerca de Brasil.

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Enero también pone el foco en Guatemala. Allí, el día 14, el presidente de centroizquierda Bernardo Arévalo tiene el desafío ya no de gobernar, sino incluso de asumir su cargo. Aunque todo parece indicar que las presiones internacionales (desde la Organización de los Estados Americanos, OEA, y el gobierno de Estados Unidos hasta la Unión Europea y los progresismos latinoamericanos) evitarán el “golpe judicial” intentado desde la Fiscalía, recién el día 15 se podrá respirar con alivio.

Sería un tercer vértice democrático para acompañar en América Central a Honduras (invisibilizada por el resto del campo progresista, pese a su presidenta de izquierda, Xiomara Castro) y a la cada vez más desconcertante Costa Rica. De ese modo, el experimento autoritario de El Salvador quedará un poco más aislado. Allí, el presidente Nayib Bukele es el favorito de las elecciones del domingo 4 de febrero. Su casi segura reelección lo colocará al margen de lo que la mayor parte de los constitucionalistas salvadoreños consideran como legalidad. Aunque la Constitución lo prohíbe, la Corte Suprema de El Salvador, controlada por Bukele, autorizó la reelección presidencial amparada en la popularidad de su política de mano dura contra las pandillas. ¿Y Nicaragua? A pesar de las presiones internacionales, el gobierno de Daniel Ortega ha continuado con su desconexión de los mecanismos multilaterales (dejó la OEA en noviembre de 2023) y ahora la oposición parece más confiada en la biología (Ortega tiene 75 años) que en la capacidad de la movilización ciudadana. Uno de los últimos intentos de “mover la calle” fueron los festejos por el cetro de Miss Universo logrado en noviembre de 2023 por la nicaragüense Sheynnis Palacios, quien en 2018 había participado en las protestas contra Ortega.

Otro de los países demonizados del continente, Venezuela, enfrenta un proceso electoral este año. Para empezar, los opositores deberán lograr que su candidata, María Corina Machado, sea autorizada a participar en la contienda de octubre, algo que por el momento no está claro, aunque es probable que ocurra. Si bien había un acuerdo que incluso permitió cierto oxígeno internacional al cuestionado Nicolás Maduro, la tensión con Guyana en torno a la zona del Esequibo enturbió la delicada normalidad que se había logrado en la atmósfera política. Un país cuyo gobierno bate tambores de guerra, aunque tengan la lonja artificial de un bluff, no es un buen ecosistema para el debate de ideas.

Un continente con elecciones clave (en especial al norte), una Argentina en la incertidumbre de cómo la sociedad recibirá el ajuste libertario, un Medio Oriente donde las municiones no dejan escuchar el latido de la política y una guerra de Ucrania estancada con ventaja para Rusia irán pautando la agenda del año. Como siempre, habrá que leer más allá de los titulares. Como siempre, será necesario tener también un ojo en los fenómenos sociales y en cómo las distintas fuerzas en pugna (con su batalla gramsciana y sus intereses económicos) van nutriendo el hueso y el músculo que sostienen la piel de la actualidad.