—Siempre hubo barras, pero antes nos íbamos todos juntos al boliche. Ahora me parece que cada cual arranca para su lado —dice un dirigente veterano, que reconoce la existencia de distintas sensibilidades en el PS.

Los más curtidos prefieren hablar de “sensibilidades” y no de “corrientes”: tienen claro lo dolorosa que ha sido la división para la historia del PS. De hecho, en sus estatutos se establece que el partido se organiza bajo los principios del “centralismo democrático”, adoptado por las primeras formaciones leninistas —a su vez inspiradas en el Partido Socialdemócrata Alemán— para asegurar que el debate interno no afectara la unidad de acción hacia el exterior. En la práctica, se trata de que las decisiones adoptadas por la mayoría deben ser acatadas por todos los miembros del partido.

Hablar de sensibilidades —inestables, matizadas, subjetivas— también es un modo de esquivar la trampa de las definiciones rígidas. Tal vez por eso, hasta ponerles nombre es complicado. El llamado “oficialismo” —porque ostenta la dirección del partido— es también “renovador”, porque inició un realineamiento programático en los años 80, o “moderado”, por su talante gradualista. Por su parte, los llamados “ortodoxos” —se ve en ellos una continuación de la corriente que se oponía a esas reformas— prefieren llamarse a sí mismos “removedores”, ya que se perciben como una alternativa a la dirección actual del partido.

—Yo les digo “remodoxos” —bromea Manuel Laguarda, psicoanalista, psiquiatra y secretario general del partido en 2000 y 2001.

Laguarda fue, con otros como el politólogo Aldo Guerrini, el economista y ex senador Manuel Núñez y el politólogo Jorge Papadópulos, actual director de la Secretaría del Ministerio de Educación y Cultura, uno de los creadores en 1980 de “Democracia sobre nuevas bases”, un documento que en plena clandestinidad dictatorial proponía condiciones innovadoras para transitar la vía democráctica al socialismo. Para Laguarda, el grado de aceptación de ese documento es un indicador de la cercanía a la renovación de cada corriente partidaria.

Hay, sin embargo, otra denominación para los remodoxos: “garganistas”. El legado de Reinaldo Gargano, ocupante de la Secretaría General o la Presidencia del PS durante la mayor parte del período entre la restauración democrática y su muerte (ocurrida en 2013), es reclamado por casi todos los actores partidarios. Parte del grupo que retornó al país en 1985 y desplazó a la dirigencia local más joven, Gargano había estado exiliado en España —como José Díaz—, donde estrechó vínculos con cuadros del Partido Socialista Obrero Español. Tras haber efectuado diversas transformaciones en la década de 1970, como desvincularse del marxismo y abrazar la economía de mercado, el socialismo llegó al gobierno de España en 1982. Desde su vuelta al país, Gargano trabajó por aggiornar a la contraparte uruguaya. En 1990 el PS dejó de lado la definición de “leninista” que había adoptado en 1972, y en 1999 retornó a la Internacional Socialista. Más adelante, sin embargo, el impulso se frenó y Gargano apareció apegado a concepciones más tradicionales: renovador, sí, pero finalmente su nombre fue sinónimo de ortodoxia.

“Las distintas posiciones de Gargano pueden haber sido bandera para alguien”, opina Hugo Rodríguez, secretario general de la Cámara de Senadores entre 2000 y 2015. De las figuras recientes del partido —al que hoy se considera carente de un líder—, sólo José Pedro Cardoso, presidente del sector en los años siguientes a la recuperación democrática, compite con Gargano en la evaluación de los conductores que hacen sus compañeros.

—Me parece horrible que se use “garganistas”. No me parece bueno que alguien se embandere con uno de los maestros socialistas con los que nos formamos: él, Cardoso, Chifflet, Korzeniak, son de todos. Podemos marcar errores o carencias de algunos, pero son nuestros padres —afirma Rodríguez.

—Fue un dirigente de primera, un tipo con una fuerte personalidad y convicciones muy arraigadas. Tenía una cabeza y una perspectiva estratégica importante. Pero cuando te tenía que matar, te mataba. Le hizo mucho bien al partido, pero cometió algunos errores, como todo ser humano. Por ejemplo, en los 90 tuvo poca consideración hacia planteos de los jóvenes —opina Eduardo Lalo Fernández, renovador, secretario general del partido de 2006 a 2011 y ex presidente de la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay.

—Por supuesto, reivindico la figura del Polo. Fue un hombre con una coraza muy dura y llevó adelante sus convicciones. Recuerdo, por ejemplo, su actitud cuando la primera instancia contra el recurso de la ley de privatización de empresas públicas en 1993. Fue un fracaso a lo largo y a lo ancho: la gente no acudió a los circuitos de votación. Él había impulsado esa vía y muchos lo criticaban. Pero insistió y ese año culminó con un referéndum en el que 72% se inclinó por nuestra idea de no privatizar. No hacía cálculos electorales cuando se trataba de defender los principios —recuerda la doctora Mónica Xavier, presidenta del Frente Amplio hasta 2015 y actual senadora del PS.

—Fue un líder natural. Desde el movimiento sindical teníamos vínculos muy directos, sobre todo en los años 90: siempre tuvo claro el rol de las empresas públicas. Es un referente, como otros compañeros que ya no están —dice la diputada por Montevideo y ex dirigente del sindicato portuario Gabriela Barreiro, a quien no le molesta que le digan “garganista”.

Gonzalo Civila y Gabriela Barreiro en la Cámara de Diputados, el 23 de julio de 2015.

Gonzalo Civila y Gabriela Barreiro en la Cámara de Diputados, el 23 de julio de 2015.

Foto: Sandro Pereyra

Hasta hace poco, el PS elegía a sus autoridades individualmente; no había listas, para evitar la formación de corrientes internas. En los hechos, sin embargo, circulaban “sugerencias” y el resultado solía ser que la corriente mayoritaria desplazara a las demás de todos los puestos de importancia. Sin embargo, algo cambió en la Departamental de Montevideo.

—Las planchas circulaban por abajo. Y nosotros las explicitamos. Fue asumir que había corrientes —dice el diputado Gonzalo Civila, principal referente de la línea que se rebautizó como “removedora” y secretario político de la Departamental montevideana.

En 2014, durante la convención en la que se decidía la nómina de diputados para la capital, los removedores se impusieron al oficialismo. El “todo o nada” socialista desembocó en que los cuatro primeros lugares de la hoja electoral correspondieran a los vencedores: Civila, Barreiro, Roberto Chiazzaro y Rosa Quintana. Julio Bango, Daisy Tourné, María Elena Laurnaga y Gustavo Bernini eran los diputados de Montevideo por aquel entonces. Pero en las elecciones nacionales de octubre de ese año el partido se desempeñó por debajo de lo esperado y perdió una banca en el departamento.

Así, en setiembre de 2015 se realizó un congreso extraordinario para revisar los estatutos del partido, que, entre otras cosas, habilitó la presentación de listas y aseguró la representación proporcional de las distintas corrientes en los órganos de dirección. El fin del “todo o nada” llegó por consenso: la reforma de los estatutos fue aprobada por más de dos tercios de los habilitados. La mayoría de los involucrados cree que se trata de un avance; Xavier, en cambio, que no participó en el congreso debido a sus responsabilidades como presidenta del Frente Amplio, no ve la innovación con buenos ojos:

—Soy de las que ha perdido en esto de configurar listas. No porque no haya que reconocer matices, que son saludables, sino porque no creo que los matices tengan que estructurar corrientes. Para organizar tendencias está el Frente Amplio.


El Partido Socialista está hecho una máquina de conseguir puestos. ¿Qué tiene que ver con la historia del PS? No tiene nada que ver.

Así dice José Mujica en el libro Pepe coloquios, publicado en 2009, cuando todavía era el candidato presidencial del Frente Amplio. El agravio al partido (que en la elección interna había apoyado al precandidato rival Danilo Astori) no quedó sin responder, pero, aunque grosera, la de Mujica no dejaba de ser una indicación sobre cómo se percibía desde su sector, el Movimiento de Participación Popular, subrepresentado en el gabinete, el caudal del aporte del PS al elenco gubernamental que había asumido en 2005 con la administración de Tabaré Vázquez (quien también provenía del partido). Si bien la continuación de vertientes ideológicas históricas permite orientarse en la actual disputa interna del partido, también es un factor su importante presencia en los gobiernos frenteamplistas.

La manera más directa de entender la incidencia de la gestión gubernamental en esa disputa es la que insinuó Mujica: el “reparto de cargos” como fin en sí mismo. El mismo Mujica, ya como presidente, jugó a tensar desde afuera esa cuerda interna cuando sin consultar a la dirección oficial del PS designó en 2013 como viceministro de Economía a Alejandro Antonelli (“ortoxo” y pareja de la diputada Gabriela Barreiro) o, antes, a Roberto Conde como vicecanciller.

La imbricación del PS en puestos clave también invita a pensar en los liderazgos que se construyen en torno a puestos de jerarquía. En este sentido, el economista Álvaro García, al frente de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto desde 2015, y el ingeniero Daniel Martínez, elegido intendente de Montevideo ese mismo año —tras una nueva alianza con el sector de Astori que le permitió derrotar al mujiquismo en la interna frenteamplista—, son referentes del oficialismo socialista (aunque nadie se pronuncie abiertamente sobre su rol para las elecciones de 2019).

Si se considera que la corriente oficial del partido volvió a desplazar a la minoría en la conformación de cuadros gubernamentales durante la actual segunda administración de Vázquez, suena lógico que desde la minoría se dirijan críticas al gobierno, así como que esas críticas tengan como blanco principal temas de política económica, dada la cercanía de los técnicos de la corriente oficial con el equipo dirigido por Astori. Para algunos, lo novedoso es que esas críticas se expresen en los medios de comunicación.

La del economista Daniel Olesker ha sido una de las voces más claras en esa línea. A lo largo de 2015 sus reclamos de nuevos mecanismos tributarios para aumentar el gasto en programas sociales y sus reparos a la política salarial del Poder Ejecutivo causaron malestar en el gobierno, y en la interna socialista, ya que repercutieron en la oficina de Álvaro García. Integrante del MLN, luego militante independiente frenteamplista, Olesker fue parte del comando de campaña de Vázquez en 1999 y vocero de un proyecto de impuesto a la renta que fue usado como “cuco” por la derecha. Como el Frente Amplio perdió la elección, la idea del impuesto fue objeto de autocrítica; Olesker recuerda que en esos momentos Bernardo Kreimerman (otro ex secretario del PS, fallecido en 2000) fue uno de los que valoró su rol como asesor de Vázquez. En 2003, Olesker ingresó al partido.

—Casi inmediatamente entré al gobierno. Creo que hubo una primera etapa en la que se tomaron las riendas de los temas, con fuerte respaldo a quienes liderábamos la reforma de la salud, cuando desde la dirección económica se quería enlentecer ese proceso, a fines de 2007. Después, durante el segundo gobierno, dado el rol del PS en la salud, Mujica le da al partido ese ministerio y él me elige a mí. A partir de allí, el partido pierde inserción en los movimientos sociales, queda muy absorbido por la institucionalidad y por debates de coyuntura y pierde horizontes del largo plazo. Discrepé con la decisión del partido de apoyar a Astori en las internas de 2009, pero una vez que se define, se define. Luego como titular del Ministerio de Desarrollo Social tuve algunas diferencias con la conducción partidaria, al tiempo que me acerqué mucho a quienes trabajaban en la parte sindical, territorial y barrial. Naturalmente fui procesando aproximaciones con la Departamental de Montevideo y con los sindicatos de empresas públicas.

Llámense removedores, ortodoxos o socialistas radicales, coinciden en que la tarea gubernamental ha alejado al partido de los movimientos sociales y de la base territorial, y su proyecto es recuperar lo perdido allí. Algunos de ellos creen que el camino hacia el socialismo ha perdido ritmo y que es el momento de empujar al gobierno hacia esa meta, aunque ello implique ocasionales escaramuzas públicas: “el presidente puede pedir mano de yeso, pero no cabeza de yeso”, había dicho el ortodoxo Roberto Conde, ex secretario general del partido y hoy alejado de él tras ser desplazado en las lista al Senado de las elecciones de 2014.

Convención Departamental de Montevideo en diciembre de 2012.

Convención Departamental de Montevideo en diciembre de 2012.

Foto: Iván Franco

Yerú Pardiñas, el actual secretario general del PS, es, como muchos de los que ocuparon su cargo con anterioridad, un hombre del interior del país. La presencia nacional es una de las fortalezas del partido: “Que estemos por cumplir 105 años quiere decir que hay familias con larga tradición socialista en todos los departamentos”, dice Xavier, que creció en una de esas familias en Artigas. “Tenemos disparidad en cuanto a desarrollo territorial, pero el partido está presente en todo el país, donde ha sido más difícil desarrollar movimientos de izquierda por las características culturales de Uruguay”, afirma Pardiñas. Además, el ex diputado por Cerro Largo no cree que las divergencias en el PS se deban a diferencias ideológicas.

—Más bien responden a miradas de cómo proceder y actuar en el partido. La masa partidaria identifica formas y capacidades de dirección o liderazgo. Ideológicamente el partido está bastante consolidado: ha aprobado en forma unánime el modo de realizar el congreso y conformar el comité nacional, que son las instancias donde desarrollamos las tesis, que demuestran más claramente las posiciones ideológicas.

Marcelo Lolo Visconti, secretario de Comunicación del PS, concuerda:

—La división es de espacios de poder, no ideológica, ni estratégica ni táctica. Es la forma en que se han ido agrupando cinco o seis sectores. Hay conservadores en todos ellos. Un conservador es alguien que no se anima a adaptar al partido a los tiempos que corren, que prefiere mantener la estructura lo más estable y estática posible y las definiciones también. Y en los dos agrupamientos hay ortodoxos y hay gente profundamente renovadora.

—No existen dos corrientes en el partido, existen muchas más, muchas vertientes, porque al fin y al cabo somos un partido de hombres y mujeres librepensadores. Esto se confirmará en la próxima elección, en la que por primera vez se hará por listas y estoy seguro de que no habrá sólo dos sino varias. Además, salvo la llamada “ortodoxia”, esas corrientes no tienen una existencia estructurada. No se visualiza que quienes no nos identificamos con esa corriente tengamos una coordinación de los organismos partidarios: cada uno va, hace y dice lo que piensa, sin pasar por ningún filtro previo ni por ninguna instancia de coordinación de posiciones. No hay “dos bloques” como muchas veces se dice. Si eso existe, es uno solo. Por eso cuando algún compañero habla de “ustedes y nosotros”, yo me pregunto “¿quién será el ustedes?”. Creo que es natural que haya corrientes, pero que después de pasados los procesos electorales internos el debate y la elaboración política debe darse en los organismos partidarios, fortaleciendo al partido —dice el salteño Alejandro Domostoj, secretario nacional de la organización.

Si la presencia en el gobierno vuelve inédita la coyuntura del partido, los problemas que más lo afectan hoy se parecen menos a los que tuvo en épocas pasadas que a los que tienen hoy las izquierdas que ejercen el poder en otros países durante momentos de crisis económica global. Entre los pocos que se animan a hacer paralelismos históricos está Visconti, que encuentra cierta similitud entre la interna actual y el episodio del “entrismo” comunista de 1972.

—Creo que hay algunos en el partido que se comportan organizadamente, más como fracción que como corriente. No lo visualizo como la intención de intrusión de un grupo político; ahora hay otro tipo de transversalidad en la izquierda que no se parece a eso. En muchos grupos y en otros partidos del Frente hay coordinación de compañeros, no sé si con el objetivo de tomar el poder en la organización, como en aquella época, sino con el de marcar rumbos en la izquierda.

Lo que se transversaliza, para Visconti, es la idea de “apretar el acelerador” o, para usar una expresión que comenzó a circular durante el gobierno de Mujica, dar el giro a la izquierda.

—Yo me afilio más a la idea de la profundización y el cambio, moviendo nuestros propios límites, creando políticas nuevas que afecten cuestiones estructurales y se dirijan claramente a mayor redistribución, igualdad y solidaridad, y también autocorrigiéndonos. En principio no le llamaría “giro” —dice Civila, nacido en 1984 y militante del PS desde 2002.

Para el ex secretario general de la Intendencia de Montevideo durante la gestión de Ana Olivera, Ricardo Pratto (“me ubican entre los ortodoxos”), “puede significar un giro a la izquierda hacer que el programa se cumpla”:

—Que el que tiene más, que haya mayor redistribución, que haya más atención a los trabajadores y a la gente más necesitada. Pero no es fácil en la situación del país hacer giros para ningún lado. A veces se nos critica que hacemos todo gradualmente. Se trata de mover el timón del barco hacia la izquierda lo más que se pueda, a 70 grados pongamos, pero sin golpes de timón, para no dejar pedazos del barco por el camino. Todos podemos estar adentro a pesar de que tengamos diferencias, en función de los objetivos principales.

A fines de los 70, Ruben Paco Martínez comenzó a militar clandestinamente en la Juventud Socialista con Mónica Xavier y Daniel Martínez. Hoy no ocupa cargos en el partido ni el gobierno, aunque sigue de cerca los debates partidarios.

—La izquierda arrastra una cultura de cambio radical, en la que se trata de identificar al mal y, una vez erradicado, cree que se solucionará todo para siempre. Pero con la práctica de gobierno la izquierda ha madurado. Tendría que terminar el duelo y, sin abandonar la fuente de todas nuestras esperanzas, perseverar en el socialismo de los fines y no en el de los medios, fortalecer los músculos realistas, evitar las letanías que sólo pretenden avivar el ánimo e intentar hacer política, que es lo contrario a abandonar los sueños. Tenemos que resignarnos a lo incierto, a lo frágil, a lo humano. Veo esas líneas en Mónica y en Daniel, y veo que hay otros compañeros que no están asumiendo los desafíos de la hora —dice Martínez.


A lo largo del siglo XX, el PS debatió fuertemente por causa de sucesos y alineamientos internacionales, pero la llegada al gobierno reordenó sus prioridades, y sus conflictos, en lo local. Quizá nadie del PS haya vivido la tensión implícita entre la responsabilidad gubernamental y la mirada regional como Gargano, que como canciller del primer gobierno de Vázquez atravesó el enfrentamiento con el gobierno de Néstor Kirchner.

—Lo regional cruza el partido. Nosotros somos muy respetuosos y valoramos los avances en Bolivia, Ecuador, Chile y, claro, Argentina, pero no lo tomamos como referencia, sino con solidaridad e interés de estudiarlo. Pensamos que Uruguay tiene una historia política muy particular, una cultura que lo diferencia mucho de Argentina —dice Guerrini, coordinador del área de Desarrollo Partidario y secretario de Finanzas del PS.

Gonzalo Civila, en cambio, tiene vínculos cotidianos en Buenos Aires y durante el último balotaje presidencial argentino fue a apoyar la candidatura de Daniel Scioli.

—Hoy como ayer miramos lo que pasa en Argentina o Brasil y a veces nos alteramos porque nos reflejamos, porque sabemos que tiene un impacto directo. Se ve en la evolución de los ciclos económicos —dice el profesor de filosofía, que se reconoce cercano a la concepción de Vivian Trías sobre la historia latinoamericana.


Para muchos socialistas, los problemas de su partido son los de la izquierda en general y la solución que diseñaron para tratar de superarlos adelanta el debate ideológico que muchos reclaman al Frente Amplio: el congreso de diciembre estará íntegramente dedicado a la discusión programática y a la rendición de cuentas de la actual dirección. Se trata de otro mecanismo acordado en el congreso extraordinario de setiembre: se antepone una instancia deliberativa a la elección de autoridades, que en esta ocasión tendrá lugar en marzo.

La decisión de dividir el congreso en dos etapas, así como la de habilitar la presentación de listas y la elección directa de las autoridades —que antes se hacía por medio de congresales— son consideradas por todos un avance que permitirá la expresión de la diversidad de tendencias y fortalecerá la unidad partidaria.

Más allá de “sensibilidades”, hay sintonía en lo que se espera del congreso de diciembre: una síntesis que marque el rumbo del partido durante los próximos tres años. Y aunque no se elijan autoridades, el debate dará una pauta de la relación de fuerzas de cara a marzo. Entre los insumos para la discusión hay un proyecto elaborado por la actual Secretaría de Desarrollo Partidario y un documento producido por el grupo que tiene como referentes a Civila y a Olesker.

—El debate fundamental es qué interpretación hacemos de lo que quiere la mayoría de la población, los sectores populares, y cómo lo traducimos en líneas de gobierno. Es decir, cómo interpretar la cultura política profunda del pueblo uruguayo. Algunos quieren pisar el acelerador y otros opinan que en pos del objetivo socialista final no sería bueno hacerlo ahora —opina el politólogo Guerrini, afiliado al partido desde 1967.

—El PS no tiene definiciones socialdemócratas, sino socialistas. Las tesis aprobadas en 2012 reafirman estas definiciones y tienen un análisis crítico de las experiencias del mal llamado “socialismo real” y de la socialdemocracia, y se reafirma el camino del “socialismo nacional” y de nuestro propio proyecto socialista y democrático. Seguramente a algunos les tire la socialdemocracia y a algunos otros les tire el comunismo, pero en todo caso esperemos que tengan el coraje de dar el debate. Hace apenas dos años tuvieron la oportunidad y la dejaron pasar —afirma Domostoj, que comenzó su militancia cuando todavía era niño, en los 90.

La discusión en el congreso, además, será una forma de abordar estratégicamente otro de los problemas que atraviesa el partido: su actitud ante el agrupamiento del frenteamplismo en torno a dos polos que le son externos, encarnados por el astorismo y el mujiquismo. En las últimas décadas, el PS ha actuado o bien como bisagra entre distintas posiciones o bien como contrapeso frente a posibles desequilibrios hacia uno de los polos, y tal rol a menudo se manifiesta en sus opciones de alianzas electorales. Sin embargo, ese trabajo en pos de la unidad de la antigua coalición tiene su costo: “la gente no conoce nuestras propuestas”, dice más de un dirigente, preocupado por el desperfilamiento del PS frente a sectores más activos en la difusión de sus iniciativas. Por eso, en el congreso se establecerán las bases doctrinarias que determinarán la política de alianzas dentro del Frente Amplio, pero no las alianzas en sí.

—Eso lo discutiremos en instancias electorales. Lo que trataremos de hacer es sostener un accionar igualitario hacia los demás sectores del Frente Amplio para asegurar la unidad de acción —dice Pardiñas.

—El Frente Amplio parece recorrido por una epidemia de perfilismo, de la que nos hemos contagiado cruelmente en nuestra interna partidaria. Confío que vamos a superarla. Llevamos 105 años de historia: somos enanos parados sobre hombros de gigantes y eso nos exige responsabilidad y humildad —opina Domostoj.

Rodríguez resume un mandato compartido:

—El Frente Amplio necesita un PS fuerte y unido, que tiene una responsabilidad histórica en la izquierda de este país: la unidad partidaria. Pero el PS también necesita cobrar mayor protagonismo, para poder asegurar esa unidad del Frente y del partido.

No es un desafío menor, pero la historia reciente indica que el PS ha aprendido a manejar varias tensiones simultáneas.