Es difícil determinar la edad de Alejandro Buschiazzo. Habla con un entusiasmo adolescente y la parsimonia del anciano de la tribu. Las arrugas de su cara no dan cuenta de los miles de kilómetros que ha recorrido por culpa de la ciencia. En su La Plata natal estudió biología, en Buenos Aires se doctoró en Bioquímica y en 1999 comenzó su posdoctorado en el Institut Pasteur de París. Ya tenía un cargo en el centro de la capital francesa cuando surgió la idea de abrir el Pasteur de Montevideo. Le ofrecieron la posibilidad de montar las unidades de cristalografía y biología estructural y, pensando en sus admiradas proteínas, volvió a armar las valijas.
Resulta raro cambiar París por Montevideo. Pero no para él. “Yo quería volver al Río de la Plata”, cuenta. Su idea original era volver a Argentina tras los tres años del posdoctorado. Pero era 2002 y su país ardía. “Argentina estaba hecha pedazos y el que me había ofrecido un puesto y un trabajo me dijo que me quedara en Europa”. Alejandro no estaba solo: su mujer y sus dos hijos lo acompañaban en la aventura científica parisina. “En lugar de volvernos en 2002, nos quedamos hasta 2006. Pero todo el tiempo queríamos volver”.
La apertura del Institut Pasteur de Montevideo significó nuevas perspectivas para los Buschiazzo. “Fue una propuesta muy atractiva desde muchos puntos de vista. Tuvo mucha contribución de Europa y Francia para la compra de equipos grandes”, dice, y como ejemplo pone al difractor de rayos X, que costó 500.000 dólares. “Eso no era común en ese momento, ni siquiera a escala de Argentina o Brasil”. También le atrajo que la conexión con el Pasteur no se perdía. “De hecho, tengo mucha interacción con Francia todavía, lo que está bueno porque te da un nexo con un centro del primer mundo”. Finalmente, también lo atrajo el desafío: “Es algo único poder participar desde cero del armado de un instituto de investigación. Uno siempre se incorpora a lugares que ya funcionan, con sus vicios y sus cosas buenas. Pero acá no había ni muebles, ni sillas ni nada. Fue muy motivador venir y pensar las cosas en forma colaborativa”. Hoy en mi grupo somos diez personas metiendo entusiasmo y trabajo”. Ellos son, además de Buschiazzo, Cecilia Nieves, Fabiana San Martín, María Natalia Lisa, Joaquín Dalla Rizza, Juan Imelio, Nicole Larrieux, Marcos Nieves, Felipe Trajtenberg y Leticia Zarantonelli.
Cuando uno le pregunta a Alejandro si dejó de soñar con Argentina, contesta con más certeza que cuando habla de las proteínas que investiga: “Sí. Mis hijos nacieron en Argentina, vivieron su primera infancia en Francia, pero ya son más uruguayos que otra cosa”. Montevideo le cayó bien a la familia. “Yo soy de La Plata, por eso me gusta Montevideo. Sufrí mucho en Buenos Aires durante los cuatro años de mi doctorado. Es una ciudad muy grande, muy enloquecida, está buena para ir pero no para vivir”. Sin embargo, detrás de esa fachada celeste, aún late un corazón argento: cuando juegan Uruguay y Argentina, todos hinchan por la albiceleste. “Con eso sí que no podemos”.
Para Alejandro, “ver es muy importante para que uno pueda entender las cosas. Es algo que trasciende el ambiente científico”. Uno intuye una respuesta negativa, sin embargo pregunta si se llegó al límite de lo que podemos ver o si en 20 años Alejandro se sentirá como los viejos biólogos que trataban de entender el universo mirando a través de un microscopio óptico. “Ya hubo demasiados ejemplos en la historia de la ciencia en los que la gente pensó que se había llegado al final y después resultó que no”, contesta.
Pero si ya hemos visto los átomos, ¿qué sigue?, ¿qué quisiera ver Alejandro? “Hay un sueño que es poder ver películas. Nosotros no queremos ver fotos, están buenas, pero queremos ver películas de una proteína funcionando adentro de la célula y no en un cristal”. Según su relato, más que de optimismo se trata de paciencia: “Hay técnicas que están apuntando a eso, como la microscopía electrónica, que es prima hermana de la difracción de rayos X. Existe desde hace tiempo, pero ahora está sufriendo una revolución enorme por los avances tecnológicos de las cámaras. Ya no se usan más los CCD, ahora hay sensores directos de fotones y electrones, y se está consiguiendo ver estructuras casi como en la cristalografía, pero sin necesidad de cristales”. De tanto trabajar con proteínas de enfermedades importantes, Alejandro se contagió de la idea de que no hay imposibles: “La microscopía electrónica podría llegar a ver células enteras y revelar el detalle atómico de cada proteína. Es algo que está en curso y ojalá lo pueda ver”.
Textos: Leo Lagos | Textos comillados: Phd Alejandro Buschiazzo | Fotos: Sandro Pereyra.