“Querido, tengo unas revistas viejas que eran de mi tío que falleció y están limpiando la casa y tirando todo a la mierda, ¿querés que te las traiga?”. ¡Obvio! Eso no se pregunta. Así fue como llegaron resplandecientes, como recién saliditas de la imprenta pero con ese característico olor a revistas viejas, un hermoso lote de Humor, aquella revista que apareció en medio de la euforia mundialista organizada por la feroz dictadura argentina (1976-1983).

En el lote había una sorpresa mayúscula: el número 97, una edición que fue secuestrada de los kioscos por los milicos en 1981 por orden de la Junta Militar que gobernaba el país. Por un momento, sentí que tenía el único ejemplar maldito que había sobrevivido a la censura. ¿Cómo hizo esa revista para burlar a los tiranos y cruzar el charco que nos separa de nuestro país hermano, para esconderse de otra dictadura, la nuestra, y permanecer allí, silenciosa, en alguna biblioteca de Colonia del Sacramento durante más de 30 años? Después, me enteraría de que no fue el único: llegaron a circular decenas de miles de ejemplares de la Humor Nº 97.

Pero, como dijo uno en una orgía: vamos a ordenarnos.

Humor fue una revista de Editorial La Urraca, fundada por Andrés Cascioli en 1978, y su primer número vio la luz seis días después del puntapié inicial del mundial Argentina 78, cuando el país por entonces llamado Alemania Federal empató a 0 con Polonia. Con el campeonato, la dictadura, asediada por las denuncias sobre torturas, asesinatos, secuestros y desapariciones de personas, pretendía lavar su imagen a nivel internacional bajo la consigna “Los argentinos somos derechos y humanos”.

Era una época en que la casi totalidad de los medios de comunicación argentinos eran serviles y funcionales al poder. El 30 de mayo, por caso, la revista deportiva El Gráfico abogaba por que a través de ese Mundial “la verdadera realidad, tan malintencionadamente distorsionada en algunos países sea bien conocida y comprendida”. La revista Gente, por su parte, denunciaba “los slogans y las mentiras con que la subversión en fuga pretende sabotear el proceso [...] ahora que estamos en la puerta de un mundial de fútbol” y señalaba con el dedo a Amnistía Internacional, “que hoy reclama por los derechos humanos en nuestro país” pero que “jamás dijo una palabra cuando la subversión secuestraba, torturaba y mataba”.

En medio de ese panorama, Humor llegó para abrir una grieta, siempre caminando al borde de la cornisa, al filo de la censura, y jugó un papel determinante en la lucha por desgastar la dictadura.

—Sentíamos que pertenecíamos a un grupo que estaba siendo protagonista de algo sin saber bien de qué —me cuenta Jorge Meijide (Meiji).

Meiji es pediatra y gracias a su profesión médica fue el guionista de “Vida Interior”, la célebre historieta que ilustró el uruguayo Tabaré Gómez en la que las situaciones más inverosímiles se sucedían adentro de un cuerpo humano. También fue guionista de “La Clínica del Doctor Cureta”, con dibujos de Ceo, una historieta sobre un médico recontra garca con la que satirizaron el lucro a través de la salud, y que fue llevada al cine en 1987.

—Creo que lo nuestro era mas inconsciencia que valentía. La inconsciencia de la juventud. Igual, cada vez que llegaba de noche a mi casa miraba para todos lados por si había algún auto esperándome —comenta, en referencia a los famosos Falcon verdes, aquellos que usaban los militares argentinos para secuestrar personas, que en muchos, muchísimos casos, no aparecieron más o aparecieron asesinadas.

Además de Cascioli y Meiji, le dieron vida al número 1 de Humor el periodista Tomás Sanz y el yorugua Aquiles Fabregat; junto al director, serían la columna vertebral de la revista. También estuvieron dibujantes como Héctor Grondona White y Crist, y —permítaseme sacarme el sombrero— el padre de Inodoro Pereyra, el gran Roberto Fontanarrosa, entre otros. Un joven Alejandro Dolina entregó tarde su nota, que salió finalmente en el número 2. Una caricatura del entonces DT de la selección argentina César Luis Menotti con las orejas del ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, ilustraba la tapa. “Menotti de Hoz” era el titular de la portada de ese primer número, que vendió algo más de 22.000 ejemplares en una Argentina de 26 millones de habitantes, cuando la prensa escrita era tal vez el principal medio de comunicación.

Con el correr de las ediciones sus integrantes fueron viendo que la revista era tolerada, empezaron a tirar más de la cuerda y redoblaron la crítica contra la dictadura, lo que se reflejaba en las geniales y ácidas ilustraciones de Cascioli o Izquierdo Brown, que editorializaban desde las portadas. Cuenta Sanz que los primeros dos años “fueron de lenta consolidación de la línea editorial, nos fuimos animando a aumentar la crítica y a abordar directamente los temas políticos con redactores y escritores independientes y corajudos”.

Al humor y la sátira los empezaron a acompañar nuevas secciones, como los famosos reportajes de Mona Moncalvillo a personajes prohibidos sobre quienes nadie se atrevía a publicar un solo párrafo en ningún lado, como Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa o las mismísimas Madres de Plaza de Mayo, cuando eran tratadas como unas viejas locas mientras buscaban desesperadamente a sus hijos golpeando las puertas de todos los cuarteles, comisarías y despachos. En esos reportajes tampoco faltaron las madres uruguayas, en la misma situación. También vino una sección sobre la censura en el cine (“Cortes y confesión”), o la sección sobre música de Gloria Guerrero, que en sus páginas comentaba sobre bandas nuevas o poco conocidas, como Sumo, Virus o Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Músicos jóvenes uruguayos, como Jaime Ross o Fernando Cabrera, también aparecían en sus páginas. Y “Pelota”, la sección deportiva cuyo “editor técnico” era Tomás Sanz.

Desafiando la censura, Humor se empezó a ganar un lugar en la amarga y sombría realidad argentina, sobre todo entre los jóvenes, y en setiembre de 1980 vendía 120.000 ejemplares cada 15 días.


En la mañana del 11 de enero de 1983, el número 97 no llegó a todos los kioscos: el gobierno había ordenado a la Policía Federal el secuestro de la edición. Aparentemente, el comandante en jefe del Ejército, Cristino Nicolaides, se sintió agravado y deshonrado por la caricatura de la portada, que lo mostraba cayendo de una patineta, aunque en las páginas interiores, una nota de Enrique Vázquez, “La justicia condenada”, hablaba de cosas más graves que un “simple dibujo”.

El copete de la nota de la página 29 decía: “Un juez federal tuvo que exiliarse para salvar su vida. Un defensor oficial ante la Corte Suprema fue amenazado de muerte y misteriosos Ford Falcon lo siguen por la calle. ¿Quiénes serán los ocupantes de esos coches? ¿Los mismos que asesinaron a Dalmiro Flores, quizá?”, en referencia al último obrero asesinado por la policía en una manifestación contra la dictadura.

Tal vez fue eso lo que hizo romper la cuerda que Humor venía tirando desde ya hacía casi cinco años. La policía secuestró las revistas de la playa de distribución Machi, de los kioscos a los cuales había llegado y en las rutas hombres de civil interceptaban a los camiones que las llevaban al interior del país.

Sin embargo, “una parte llegó a los kioscos” y, “avisados del secuestro, algunos kiosqueros las dejaban en negocios cercanos, en el bar de la esquina”, según recuerda Tomás Sanz, entonces jefe de redacción.

—El día del secuestro, un viernes por la nochecita, yo estaba en el hall de la Estación Retiro buscando un kiosco para comprarla, ya enterado del secuestro; me acerco a uno que la tenía, se la pido al kiosquero y el tipo me la da envuelta en un diario viejo y me dice “guardala rápido que ahí viene la cana”. Cuando me di vuelta se acercaban unos seis policías con intención de proceder y se llevaron la pila. La mía fue la última que pudo vender —rememora Meiji.

—Lo más notable y hasta pintoresco fue la artimaña de los kiosqueros al momento del secuestro y la fulminante red de comunicación entre ellos avisando de la emergencia. Claro que junto a su genuino interés y solidaridad se agregaba una inquietud comercial: Humor era un gran negocio de ventas para ellos; había días en que los lectores hacían cola esperando la llegada de los camiones de reparto. En cuanto al ejemplar 97, se fue convirtiendo en un objeto de culto, y algunos (“yo lo conseguí, yo lo tengo”), lo enarbolaban como tal —dice Sanz.

—La gente que había podido conseguirla en los kioscos que todavía no habían sido “visitados” por la policía la prestaba con sumo cuidado a sus amigos o familiares y en muchos casos la fotocopiaban para tenerla —sigue Meiji.

La cantidad de ejemplares secuestrados no es muy clara. Sanz habla de algo menos de 200.000. Tras el secuestro, la gente reaccionó inmediatamente: explotó el correo de lectores y llovieron las muestras de solidaridad. Una lectora llamada Margie aprovechó su media hora de descanso en el trabajo y fue corriendo hasta la redacción para entregar una carta junto a la que adjuntaba 50.000 pesos, que era el precio de tapa de la revista secuestrada. La misiva, publicada en el número 98, decía: “La guita se las mando porque tuve la suerte de poder fotocopiar un ejemplar que no había sido requisado y pude tener MI HUMOR como siempre”. Como ella, varios. Gracias a la expectativa generada, ese número, el 98, vendió más de 300.000 ejemplares. En su portada, como si fueran los tres monos que se tapan uno los oídos, otro la boca y el otro los ojos, sobre una rama que se está partiendo, están caricaturizados los integrantes de la Junta Militar (Cristino Nicolaides, Rubén Franco y Augusto Jorge Hughes) con los siguientes titulares: “Y nos decían que no había más secuestros” y en letras más grandes “Prohibido mirar, hablar, escuchar”.


El día del trámite conciliatorio por la causa iniciada por el gobierno contra la revista, mientras los abogados de los estudios jurídicos más costosos del país, que defendían a la dictadura cívico-militar, leían los términos de la demanda, el juez Oscar Salvi, que tenía una revista en la mano, se tapó abruptamente la nariz y la boca con la mano, se levantó de golpe carraspeando para disimular, tiró la revista sobre el escritorio y mientras le saltaban los lagrimones pidió permiso y salió de la sala raudo y veloz. Los demandados quedaron en silencio y sin mirarse para no tentarse. Años después el propio juez Salvi le confirmaría a Cascioli que se fue así de la audiencia porque no aguantaba más la risa.

—Sabíamos que el trabajo era riesgoso, pero nos reconfortaba la enorme repercusión de la revista, el apoyo y el hecho de poder ejercer el humor. Además de haber ido asumiendo la responsabilidad de comprender hasta dónde había llegado una publicación que había nacido muy modestamente, en realidad nos divertimos mucho, cuenta Sanz, uno de los acusados por la Junta Militar. Humor era la revista más vendida y leída del país.


En 1983 los argentinos eligieron al radical Raúl Alfonsín como su presidente. El 3 de noviembre, la revista Gente, junto a las fotos del hecho histórico, publicaba que, “tras siete años de gobierno militar, el país ejerció el derecho de elegir a sus gobernantes”. Un año después, sacará una edición especial que con un titular en grandes letras sobre fondo negro anuncia “El destape de la guerra sucia”.

Entonces Humor inauguró una nueva sección, “Miseria de la prensa del proceso”, que en su primera entrega y bajo el título “El cambio de camiseta” denuncia que “los mismos que ganaron millones haciendo la campaña ideológica del régimen, los que fabricaban sus eslogans y difamaban, son hoy los que venden democracia y cráneos NN”. A través de varias entregas, la revista mostró reproducciones de diarios y revistas con sus discursos cambiados según fueran de la época de la dictadura o de la novel democracia.

Fue en estas páginas que por primera vez se publicó en un medio masivo la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, de Rodolfo Walsh, el periodista asesinado y desaparecido en 1977.

Al calor del éxito nacieron otras revistas editadas por La Urraca, como Sex-Humor, El Péndulo, la entrañable revista para niños Humi, Fierro y El periodista de Buenos Aires, además de varios libros, con mayor o menor respuesta del público.

En 27 años Humor acumuló incontables juicios en su contra, lo que junto a los problemas económicos y las bajas ventas, muy lejos de las de sus años dorados, provocaron el cierre. Su último número tiró 6.000 ejemplares; era 1999, durante el gobierno de Carlos Saúl Menem.

“La revista sufrió la peor envestida durante el menemismo, juicios de los allegados a Menem y persecución de la DGI, que le negaba planes para financiar las deudas previsionales y que finalmente la llevó, después del Concurso de Acreedores, a la quiebra”, cuenta Nora Bonis, quien fuera asistente de dirección de la publicación, además de ser la pareja de Andrés Cascioli. “La Editorial dejó a la quiebra un activo para repartir, de más de un millón de dólares, pues el Síndico vendió en un millón de dolares el edificio que tenía Ediciones de La Urraca”, agrega. Era la época de la convertibilidad, cuando un peso argentino valía un dólar. “Cascioli y yo nos quedamos con una mano atrás y otra adelante”.

Cascioli murió en 2009. Malena Cascioli, su hija, no había nacido aun en 1987, cuando un grupo de defensores de los pueblos originarios hizo una denuncia que se publicó en la sección “Quemá esas cartas”, el correo de los lectores de Humor. El abogado tucumano denunciado por amenazar a descendientes de las tribus calchaquíes inició acciones judiciales contra la revista y finalmente en 2016, casi 30 años después, las sucesoras de Cascioli fueron condenadas por la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil a pagarle una indemnización de 10.000 pesos argentinos más intereses. “Básicamente toda mi vida me vi afectada por este tipo de juicios, y no es el único que padecemos en la actualidad. A mi papá lo bombardearon con juicios siempre y es una cosa casi natural para mí”, cuenta Malena.

Pero no sólo las acusaciones contra Humor llegan hasta nuestros días. Dejó sembrada una semilla: entre otras cosas, algunos de sus colaboradores en sus últimos números estarían, pocos años después, entre los fundadores de la revista Barcelona (sin olvidar que, más atrás, en 1982, inspiró la aparición de la revista uruguaya El Dedo). A fines del año pasado la ley de la Asociación de Revistas Culturales e Independientes de Argentina ingresó en la Legislatura porteña un proyecto de ley para la promoción y el fomento de las revistas culturales independientes y autogestivas de Buenos Aires a la que denominaron “Ley Cascioli”. Todo un reconocimiento para esa que se definía a sí misma como “la revista que supera apenas la mediocridad general”.

Texto: Gustavo Fripp.