En 1996, Bill Gates visitó Argentina y fue entrevistado por varios comunicadores locales. Tal vez el encuentro más recordado, por lo bizarro, fue el que tuvo con Bernardo Neustadt. El diálogo, plagado de preguntas inentendibles y lleno de malentendidos, tuvo un momento alto cuando el argentino, tras especular sobre la naturaleza de internet, preguntó al estadounidense qué iban a hacer de ahí en adelante las religiones ante el avance de una herramienta que, según él, parecía destinada a suplantarlas.
Se podría pensar que lo que Neustadt quiso insinuar es que las religiones iban a enfrentar tiempos duros cuando la información circulara libre y abundantemente, volviendo accesibles datos y argumentos que pondrían en duda o serían directamente contrarios a la existencia de entidades sobrenaturales.
No fue así, sin embargo. Si el siglo XX marcó un declive de las religiones en Occidente, las últimas décadas muestran un crecimiento de la espiritualidad, tanto institucionalizada como dispersa. Diversos fenómenos, como cierto retroceso de la Iglesia católica en beneficio de otros cultos, el avance sostenido del islam, la difusión del pensamiento oriental y afines, la caída del bloque soviético, la insuficiencia del encare materialista para dar sentido a una existencia completa, entre muchos otros (no cabría excluir a la difusión a través de internet, por volver a Neustadt), han contribuido al aumento, en términos relativos y absolutos, de las actividades relacionadas con lo espiritual.
En ese marco, nuestra nota de tapa propone, a partir de casos concretos, revisar los conceptos que separan a conceptos como religión, secta o culto. Viajeros e investigadores, los autores de la cobertura relativizan las definiciones tradicionales a partir de su acercamiento a tratamientos psicoespirituales en los que se aúna la comunión religiosa con la necesidad terapéutica. El único límite claro, parecen decirnos, es el que establece la justicia penal; el resto es prejuicio.
Entre las frases inconexas que profirió Neustadt hace dos décadas hay una que el tiempo ya aclaró: “Qué problema van a tener las religiones y los dioses del mundo que no aprendan computación”.