La avanzada política de los grupos protestantes no tradicionales es noticia en toda la región. En Argentina, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires acaba de sellar un acuerdo con la Asociación Cristiana de Iglesias Evangélicas para el reparto de alimentos en zonas carenciadas, con el objetivo inmediato de contener el descontento popular y, a su vez, con la intención de conformar una red logística propia con vistas a las próximas elecciones presidenciales. En Uruguay, la interna del mayor grupo de oposición, el Partido Nacional, empezó a acusar la llegada de los neopentecostales desde que resultó evidente que la precandidata presidencial Verónica Alonso basa la estructura de su sector en el grupo evangélico Misión Vida.

Las novedades más impactantes llegan de Brasil, donde el apoyo de los evangelistas ha sido decisivo para el surgimiento del fenómeno Bolsonaro. En ese país, los neopentecostales tienen una organización parlamentaria propia desde 2003 y votan en bloque, entre otras cosas, para frenar o revertir los avances en la agenda de derechos, así como para conseguir beneficios económicos para sus organizaciones religiosas. Su participación en la destitución de la presidenta Dilma Rousseff es bien recordada por los que asistimos a la transmisión televisiva del debate parlamentario.

La nota de tapa de este número es parte de una investigación sobre el avance del neopentecostalismo en Brasil realizada por la periodista Andrea DiP hace pocos meses. Su libro Em nome de quem?: A bancada evangélica e seu projeto de poder (editado por Civilização Brasileira) fue publicado hace pocas semanas y en él DiP expone el proyecto político de grupos como la Iglesia Universal del Reino de Dios, entre otros. Traza la historia de su ascenso, desde la adquisición de cadenas de radio y televisión hasta la transformación de su relación con la política, a la que hasta hace dos décadas consideraban un ámbito ajeno. De su estudio surge que la alianza entre estos evangélicos, que ensamblaron una arquitectura electoral particularísima, y la nueva derecha es un fenómeno más reciente de lo que suele pensarse. Además, DiP analiza el cambio doctrinario, cuestionado por otros grupos cristianos, que implicó la adopción de la teología de la prosperidad (la idea de que hay que ganarse en la Tierra la buena posición en el cielo) y la teoría de la dominación (la percepción de que se está en una guerra cruenta por la preservación de los valores).

El libro de DiP, como toda buena obra, evita las simplificaciones. En el mismo sentido que una encuesta llevada a cabo en junio por la Universidad Federal de San Pablo indicó que los creyentes —aproximadamente un tercio de la población brasileña— son menos conservadores que los dirigentes evangélicos, DiP separa las posiciones de las cúpulas religiosas y las de sus seguidores, así como también traza distinciones fundamentales entre neopentecostales, protestantes y católicos.

Esas distinciones serán clave en la agenda política de los próximos años. En un contexto regional de crecimiento del neopentecostalismo, se impone adentrarse en las preocupaciones y las incertidumbres que aproximaron a los creyentes a posiciones antidemocráticas para, desde sus propios valores positivos, retomar el camino de la justicia y la igualdad.