_It’s not like I’m falling in love
I just want you to do me no good
And you look like you could._
“N° 1 Party Anthem”, Arctic Monkeys
Anverso
El día que entres a mi cuarto no te vas a querer ir nunca más. Sonó como una amenaza, pero lo que decía era cierto. Cada cosa dentro de su cuarto era linda y estaba situada en el lugar que le era justo. Un lugar geométrico, perfectamente compuesto en relación a alguno de los demás elementos, y yo entraba en esa configuración como la pieza exacta de un puzzle, quería todo lo que estaba ahí.
Tenía en la pared una ilustración, una Garota de Ipanema de Oscar Niemeyer. Su cuerpo parecía una ola y se extendía por encima del largo de la cama. Llegué a desear ser ella. A creer que la garota era una premonición de mí, que la había dibujado buscándome. No me importaba tener dos dimensiones, volverme parte de la pared de yeso, iba a estar inmortalizada ahí en cada momento de éxtasis, en ese sexo que se desplegaba perfectamente acorde a la topografía del cuarto, que se acomodaba en su territorio como un tetris de mil dimensiones.
Todo era así en él. La forma en que doblaba su ropa, en que se acomodaba el cuello de la camisa, en que mantenía las cosas de cualquier otro tiempo como si fueran de ayer, todo era tratado con una meticulosidad que se parecía demasiado al amor, con formas y gestos de los que yo nunca hubiese sido capaz. En él nada envejecía, todo tenía vida eterna.
Toda esa perfección me acunaba. Su dedicación era metódica, tocaba cada punto de mi deseo en el momento preciso, cada acción era un encuentro. Y yo, incurable, empecé a sentir cómo adentro se me revolvían las corrientes.
No podía hacer lo que él, manejar la maquinaria con tanta calma, empecé a ahogarme por dentro. Quería vomitar un río a cada orgasmo, decirle que lo amaba todo el tiempo, perderme dentro suyo como si yo misma fuese un agua, hervir, evaporarme.
Todas las veces me tragué el río. Me tragué los gritos, las palabras de amor desenfrenado, las ganas de lo que fuera. Empecé a descomponerme y él seguía impávido, manejando las palancas, cada vez con mayor desgano pero con igual practicidad. Empecé a sentir cómo mi piel se descascaraba, cómo se salía la pintura y abajo se veían las venas ya secas como cartones, los huesos como cenizas.
Intenté aullar cuando ya era tarde, pero las palabras dichas fuera de tiempo no se oyen, ya todo estaba frío.
Dijo que iba a borrar el dibujo de la garota cuando se mudara a otra casa pero no lo hizo. Se fue y la dejó ahí mirando el cuarto desarmarse, perder toda su geometría armónica. Viendo cómo llegaba otra persona burda con sus objetos insignificantes y mal dispuestos.
Ya no sé cómo podré tener cuerpo otra vez.
Reverso
Podría enamorarme de un tipo sin dientes. No sin todos los dientes, todo encía, pero con caries grandes en dientes principales. Grandes que se hubieran comido medio diente, tres cuartos de diente y que yo sólo descubriera porque soy baja y cuando me hablara lo viera desde abajo y no pudiera evitar esas manchas negras contra las encías y el par de dientes desparejos.
Pero podría desear igual su boca, calentarme porque es alto e imagino que me supera en fuerza, no pensar en la perspectiva. Querría hacerle masajes aunque estuviese transpirado, aunque algo de su mal olor me llegara cuando me abrazara, aunque su piel se sintiera húmeda y me dejara las manos pegajosas y las sábanas manchadas, aunque tuviera aliento a cigarros y whisky rancios.
Me gustaría acostarme con él aunque dijera que sabe cocinar y terminara hirviendo un pulpo inmundo, brillante, que asomara por la olla como una babosa, aunque acabara por comérselo todo él y yo nada porque él está ansioso y yo con asco, y todavía se le sintiera en la piel como un vapor ese olor a pescado que tienen todos los bichos del mar.
Le daría besos de lengua aunque algunas de esas sopapas chiclosas de los tentáculos no hubieran salido aún de entre los agujeros de sus dientes, aunque terminara con una enredada en la boca y la paseara entre mi lengua como un caramelo, porque esas cosas no se pueden masticar, son como goma, aunque el bicho terminara formando parte del beso como un órgano, como otra parte de nuestras bocas pegadas y llenas de saliva.
Lo dejaría llegar hasta mí con sus tentáculos, tocarme con su piel viscosa por todo el cuerpo, ya olvidada de todo, empapada y escupiendo tinta yo misma, sin voz, sin huesos, perdida en el agua del mar o de la olla entre el éxtasis y el asco, dejaría que me cocinara y me despellejara, que me hiciera desaparecer.