En 2013, durante los preparativos para el Mundial y las Olimpíadas de Brasil, tuvieron lugar las mayores manifestaciones de protesta de la historia del país. Solamente en Rio de Janeiro, el 20 de junio de ese año, más de un millón y medio de personas salieron a las calles con una agenda heterogénea, que incluía críticas contundentes a: 1) el despilfarro de dinero público para construir estadios de fútbol, 2) los vínculos mafiosos entre políticos y empresas, 3) los precios exorbitantes del transporte público, y 4) la escasa inversión en salud, educación, vivienda, etcétera. El movimiento no fue liderado por partidos políticos o sindicatos; más bien, se posicionó en contra de ellos. Entre sus características estuvieron la reacción de los manifestantes a los ataques de la policía (que provocaron grandes enfrentamientos callejeros), la expulsión de los periodistas de grandes medios (bajo el argumento de que sus coberturas minimizaban las manifestaciones) y la rotura de vidrieras de bancos (los mayores favorecidos por el modelo económico instalado en Brasil). Por entonces, la pintada del anarquismo cobró notoriedad en todo el país y los black blocs llegaron a ser entre 3.000 y 5.000 en algunos actos.

Desde entonces, Brasil padece uno de sus más profundos cuadros de crisis política e institucional. El anticipo de la salida de Michel Temer constituye apenas otro capítulo de esa novela. Para discutir las denuncias contra el presidente de la República y contar con más datos para el análisis sin caer en versiones infundadas, es necesario aclarar algunas constataciones históricas fundamentales de la política brasileña:

1) La Red Globo es todavía el principal medio de formación de opinión política para los brasileños.

2) Históricamente, la Globo representó los intereses mayoritarios de los capitalistas del país.

3) No hay evidencia de que haya dejado atrás su postura respecto de la sustitución de un presidente de la República de su cargo, sea a través de un golpe militar explícito, de un golpe institucional o de impeachment.

En los últimos 65 años, la Red Globo ocupa el espacio de uno de los principales actores políticos, y participó siempre con gran poder de decisión en los momentos clave. Veamos.


El diario O Globo, cuando todavía no se había constituido la poderosa Red Globo, fue uno de los principales actores en la desestabilización del gobierno de Getúlio Vargas en 1954. Cuando Vargas aceptó la propuesta de João Goulart, entonces designado ministro de Trabajo, de duplicar el salario mínimo, se generó una conmoción en las elites empresariales del país. O Globo, como portavoz de ese sector, publicó varias denuncias contra el presidente de la República, por las que lo acusaban de ordenar el asesinato de su principal enemigo político, Carlos Lacerda. Ese mismo año, Getúlio Vargas se suicidó y en la “carta testamento” que dirigió al pueblo brasileño alegó:

La mentira, la calumnia, las más torpes invenciones fueron concebidas por la malignidad de rencorosos y gratuitos enemigos en una publicidad dirigida, sistemática y escandalosa.

Foto del artículo 'Brasil | El golpe dentro del golpe'

Tras la muerte de Vargas, la sede del diario, en Rio de Janeiro, fue atacada y destruida por miles de manifestantes.

Diez años más tarde, entre 1961 y 1964, el heredero político de Vargas, João Goulart, asumió la presidencia de la República. Una vez más, el diario O Globo se opuso vehementemente a su gobierno y ayudó a preparar el golpe cívico-militar que lo retiraría del poder el 31 de marzo de 1964 por medio de un alzamiento armado.

Fue durante la dos décadas de dictadura militar (1964-1985) que se construyó la Red Globo. Como gran imperio mediático, llegó a muchos puntos del país e incluyó al medio de comunicación más importante: la televisión. Esta sirvió de apoyo político-ideológico al gobierno de los generales y se convirtió en la mayor formadora de opinión de Brasil. Difusora de información, verdadera o no, su principal práctica fue esconder, y muy bien, las torturas, los asesinatos, las persecuciones, la corrupción, los fraudes cometidos en ese período sombrío de la historia brasileña. La Red Globo exacerbó la autocensura periodística, es decir, propició que, antes de que llegara una queja de los militares, el periodista solamente informara lo que sabía que agradaría al régimen.

Al terminar la dictadura, en 1984, varios movimientos sociales iniciaron una campaña para que la elección del nuevo presidente fuese realizada a través del voto directo de los ciudadanos. La Globo impidió que las manifestaciones callejeras del movimiento, denominado “Diretas Já”, aparecieran o fueran mencionadas en sus radios, canales de televisión y diarios. La censura era selectiva: atentaba exactamente contra los movimientos populares. Ninguna reivindicación podía mostrarse en su imperio. Cuando era inevitable, tenía que aparecer como algo negativo. Esa fue la lógica.

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Después del apoyo incondicional a la dictadura cívico-militar y la tentativa de esconder la campaña por las Diretas Já, la Red Globo volvió a actuar intensamente contra la creación de derechos sociales en la Constitución de 1988, en atención a las demandas de las asociaciones empresariales. Así, aun hoy, los trabajadores tienen menos derechos de los que podrían usufructuar gracias a la colaboración de la empresa de Roberto Marinho.

Al año siguiente, en 1989, en la primera campaña electoral posdictadura, la Globo apoyó totalmente al candidato Fernando Collor de Mello, y consiguió que venciera, pero sobre todo impidió la victoria de su principal enemigo político, Leonel Brizola (a su vez heredero de Vargas y Goulart), así como la de Lula da Silva, líder del Partido de los Trabajadores. Para eso, el periodismo de la Globo trabajó intensamente para desmerecer las candidaturas de sus enemigos y vender a Collor de Melo como un salvador de la patria. Claramente, la Red Globo apoyaba el neoliberalismo en el país, mientras que los seguidores de Brizola y Lula pedían a la ciudadanía que no se dejara engañar por las noticias difundidas por la Globo.

Como la victoria de Collor había sido obtenida por un pequeño margen de votos, y además venía ejerciendo un gobierno bastante impopular, con retención de los ahorros de la población y disminución del lucro de los empresarios, entre otras cosas, la Globo defendió abiertamente el proceso de impeachment. El objetivo era apaciguar el país y las luchas sociales, además de recuperar su supremacía en las comunicaciones, luego de haber ayudado a elegir a un candidato extremadamente antipopular. La manipulación de la información por parte de Globo había sido percibida por gran parte de la ciudadanía y el apoyo al impeachment significaría un retorno a la credibilidad. ¡En 1992 los militantes del PT pedían a la gente que mirara Globo!

En 1994 la Globo apoyó incondicionalmente la candidatura de Fernando Henrique Cardoso a la presidencia y protegió su gobierno con sumo cuidado; era imposible que aparecieran críticas a su desempeño. Un episodio extremo ocurrió cuando, en una entrevista grabada por la propia Globo y transmitida sólo para los que sintonizaban con antena parabólica, el entonces titular de Economía, Rubens Ricúpero, admitió que no tenía escrúpulos y que se aprestaba a realizar abiertamente campaña a favor de Cardoso, aun siendo ministro. Ricúpero llegó a afirmar: “Lo que es bueno, lo mostramos, y lo malo, lo escondemos”. Eso ocurrió en plena campaña electoral, pero Globo no retomó el asunto, ni en televisión ni en ninguno de sus otros medios de comunicación.

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La Globo blindó al gobierno de Cardoso tal como blindó la dictadura cívico-militar. Bajo el gobierno del PSDB, Brasil vivió una de las peores crisis económicas de su historia, con uno de los mayores índices de desempleo y de estancamiento del PIB, pero nada de eso era mencionado —y mucho menos, debatido— en los medios de comunicación del imperio Globo.

A pesar de todo, los gobernados no son idiotas y se dieron cuenta de que la crisis económica, fruto de las medidas neoliberales adoptadas por el PSDB, era muy intensa. Una de las consecuencias de esto fue el crecimiento de los votos en blanco y anulados desde la década de 1990, que llegó al máximo después de las protestas de 2013. Así, en 1998, Fernando Henrique Cardoso fue electo con menos votos que la suma de los votos en blanco, anulados y abstenciones. El descreimiento en el sistema electoral representativo llegó a niveles jamás vistos en la historia brasileña.

En las elecciones siguientes, en 2002, Lula da Silva recibió, por primera vez, el apoyo de la Red Globo y consiguió triunfar. El PT ya no era una amenaza para los capitalistas ni para su portavoz principal. Al contrario, algunos sectores creían que una política neodesarrollista, con financiamiento flexible del Bndes —el Banco Nacional de Desarrollo Social, que presta dinero con bajos intereses a empresas escogidas por el gobierno— y con intervención del Estado, que inyectara dinero en determinados sectores, podría revitalizar la economía.

Y fue así como funcionó para Odebrecht (el gigante de la construcción que está en el centro de la causa Lava Jato), para JBS (la mayor industria cárnica y la empresa privada que más factura del país, después de Petrobras), para los bancos y para otros sectores. Esto no es una contradicción del capitalismo. Varios estudios muestran cómo las grandes empresas de los países capitalistas crecieron con la ayuda directa del Estado. La propia Globo fue favorecida con dinero público, durante la dictadura militar, para asentar su imperio. Durante el gobierno de Vargas, la creación de las empresas estatales tenía como objetivo favorecer el desarrollo del llamado capital nacional a través de la venta de productos a precio de costo para las empresas. Bajo el gobierno de Cardoso, el Bndes cumplió un proceso equivalente, pero orientado a la privatización de las empresas públicas: prestaba dinero para que determinados grupos las compraran, que después pasaban a cobrar por los servicios prestados. Las concesiones para la construcción de carreteras se dieron por medio de procesos similares: el Estado invertía, dejaba la ruta pronta con dinero público y después concedía la explotación de los peajes a una empresa privada. Una verdadera burla al uso del dinero público y la inteligencia de la ciudadanía.

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Por lo tanto, atribuir estos problemas solamente a los gobiernos del PT sería imponer una visión selectiva que no colabora para entender ampliamente el proceso. La crítica correcta debe ser dirigida a todo el sistema que, por lo menos desde la dictadura cívico-militar, favorece a los grandes capitalistas con dinero de los gobernados, para levantar determinadas empresas en connivencia con los políticos en el poder.


Finalmente, en 2015 y 2016 la Globo actuó con toda su fuerza para sacar de la presidencia a Dilma Rousseff, a pesar de que, por increíble que parezca, venía realizando las reformas exigidas por los grandes capitalistas. Aquí conviene recordar las alianzas que realizó su partido para llegar al poder.

El PT, nacido en los años 80 del acuerdo entre obreros del estado de São Paulo, comunidades católicas vinculadas a la teología de la liberación y diversos grupos pequeños de izquierda, era profundamente crítico del capitalismo. Hacia el final de la década había conseguido englobar a diversos movimientos sociales, tenía un gran número de afiliados y defendía posiciones cercanas al socialismo democrático. Después de perder tres elecciones presidenciales (1989, 1994, 1998), el partido asumió una postura más pragmática y menos ideológica. Eso implicó flexibilizar el programa partidario para jugarse todas las fichas a una victoria en las urnas. Así, para los comicios de 2002 selló una alianza con el Partido Liberal y le cedió la vicepresidencia a uno de los mayores empresarios del país, José Alencar. Era una señal clara de la alianza entre capital y trabajo, así como del abandono de las ideas socialistas. Luego, en 2010, el PT se alió al mayor partido político brasileño, el PMDB, que colocó a Michel Temer en la fórmula junto a Dilma Rousseff.

Temer era un ex aliado petista, y eso fue lo que le permitió asumir el poder por medio de un golpe institucional.

En medio de ese embrollo, algunos intelectuales simpatizantes del PT argumentaban que la salida de Dilma tenía como objetivo inmediato impulsar las reformas regresivas de la seguridad social y de las leyes laborales. Tales argumentos ya no se sostienen, a partir de que, a pesar de que Michel Temer encaminó una reforma absolutamente reaccionaria, de todos modos la Red Globo hizo campaña en su contra. El editorial del diario O Globo del 19 de mayo de este año afirmaba que al presidente sólo le quedaba renunciar. A Michel Temer, sin embargo, lo apoyaban ampliamente el PMDB, el PSDB, el Dem y otros partidos menores. La alianza era sólida, de base amplia y unida por el conservadurismo que hacía mucho tiempo no estaba tan organizado en Brasil. Si todo indicaba que la reforma de la seguridad social y laboral sería aprobada sin problemas en el Congreso, ¿por qué defender la salida de Temer? ¿Por qué desestabilizar más aun un país que ya está en crisis económica?

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Si para algo sirve aprender de las experiencias pasadas, podríamos decir que el gobierno federal sobrelleva un gran y notorio rechazo popular. Así, puede ser que la Globo quisiera librarse del estigma de ser quien llevó a Temer al poder. Curioso: sería la repetición exacta de lo que ocurrió con Collor de Mello.

En tiempos de poder creciente de las redes sociales (Facebook, WhatsApp y otros) y una circulación de ideas inmensa, el poder de los grandes conglomerados mediáticos está en declive. Por eso, si pierden credibilidad, quedan expuestos a la descomposición de sus imperios.


Finalmente, con todas las denuncias presentadas por los ejecutivos de Odebrecht y JBS —empresas que ganaron gran proyección mundial con el apoyo de los gobiernos del PT—, se confirmó la sospecha popular de que los políticos están meramente al servicio de los intereses de algunos empresarios y banqueros. Sus testimonios ratifican que el dinero público, que debería servir a los contribuyentes, es ampliamente utilizado para favorecer de manera recíproca a políticos y empresarios mediante mecanismos fraudulentos. La vieja percepción de que existe una corrupción amplia y activa está ahora más que confirmada. También se percibe que con este sistema, con la forma en que está organizado, los votos de los ciudadanos sirven de poco, porque los políticos precisan aliarse con los que tienen dinero, sean estos empresarios, banqueros, narcotraficantes o similares, para poder realizar sus campañas electorales, y para comprar periodistas, medios, jueces y apoyo en las favelas y periferias.

Este sistema oligárquico-representativo requiere que el candidato haga de todo para ser elegido; incluso, prostituir sus ideas. Para él, lo importante es ganar la elección. Es la vieja máxima, el fin justifica los medios, que jamás llevó a algo bueno. Así, el candidato se vende para llegar y mantenerse en el poder, aunque tenga una ideología crítica con tal práctica.

La democratización de los oligopolios de comunicación masiva fue una de las banderas en las protestas de 2013. Lamentablemente, el gobierno de Dilma Rousseff les dio la espalda a los manifestantes y no escuchó sus reivindicaciones. Ironía del destino: por no haberlo hecho, tres años después, la Red Globo protagonizó la salida de Rousseff. Durante tres períodos, el gobierno del PT trató de domesticar a la serpiente, atendiendo todas su demandas (perdón de deudas incluido), pero por falta de capacidad para lograrlo fue picado con el veneno fatal. El partido salió del gobierno y quedó agonizando. La historia no perdona.

Habría que desplazar a todo el sistema político electoral brasileño, envenenado por la Globo, y construir un modelo con eje en el control de la población sobre los fondos públicos. En definitiva, un autogobierno que acabe con el uso del dinero para financiar empresas y la compraventa de votos en el Congreso, con el uso como moneda política de los cargos en el Estado y, obviamente, con los oligopolios de comunicación masiva que garantizan el poderío de la Red Globo para poner y sacar candidatos y presidentes. Como gritaban los manifestantes en 2013:

La verdad es dura: la Red Globo apoyó la dictadura.

Y todavía la apoya.



El candidato fuerte

Otra hipótesis respecto del papel de Globo en la inestabilidad del país: se trataría de desacreditar a todos los políticos para que la propia población exija (o acepte) otro golpe cívico-militar con un candidato alineado a esa tendencia.

Con Donald Trump en el poder en Estados Unidos, la coyuntura se torna absolutamente favorable. Un golpe en Brasil sería el escenario ideal para que ocurriese lo mismo en Venezuela y para que la visión política del continente se alinease con la de Estados Unidos. Además, un golpe cívico-militar en Brasil acabaría con todas la denuncias de la operación Lava Jato y de los jueces que están encarcelando a algunos políticos. El Congreso sería disuelto, pero todos los que ocupan bancas en él se librarían de los procesos por corrupción que llevan ahora.

Al mismo tiempo, los militares ya tienen un candidato “fuerte, nacionalista, impetuoso, autoritario, conservador y que se presenta con el valor suficiente para atacar todas las dolencias de la política y la sociedad brasileñas”. El golpe militar o el desgaste pueden servir para colocar a un diputado federal y militar de reserva en el Poder Ejecutivo. Se trata de Jair Bolsonaro.

Ese candidato está en plena campaña electoral y visita casi a diario cuarteles de todo el país. Además, posee una red de colaboradores que divulgan sus acciones por las redes sociales, que son ampliamente compartidas por los militares, sus familiares, amigos y conservadores en general. En las etapas previas al golpe de 1964, la Globo apoyó el “cuanto peor, mejor”, justamente para garantizar el camino de los militares al Poder Ejecutivo. Algo similar ocurrió con el lanzamiento de la candidatura de Fernando Collor en 1989. Como los políticos estaban muy desgastados, Collor de Mello apareció como el candidato de la antipolítica. Bolsonaro también es presentado de esa manera y desde hace tiempo ya no parece que fuera un político profesional.

La Red Globo muestra las fallas de todos los candidatos, pero blinda justamente a Bolsonaro, tal como hizo con Fernando Henrique Cardoso, con Collor y con la dictadura militar. Dado que vehiculiza las críticas hacia todos los candidatos excepto las de uno de ellos, es obvio que están favoreciéndolo. Mientras todos se desgastan, la candidatura más peligrosa de todas se construye subliminalmente. La cadena SBT, segunda a nivel nacional detrás de Globo, presentó en mayo un programa entero sobre la candidatura de Bolsonaro, como un héroe brasileño capaz de sacar al país de lo que él llama “relajo”.

Así, mirando la historia, no es posible descartar la preparación de un golpe cívico-militar por parte de la Globo y de sus oligopolios de comunicación masiva aliados, ni de un lanzamiento de la candidatura de Bolsonaro como salvador de la patria. Esos son los peores escenarios para la política brasileña, porque no habría libertad de expresión. Este artículo, por ejemplo, no podría circular.



Lula, ¿el regreso?

En la década de 1980, y principalmente en la campaña electoral de 1980, la Globo trató a Lula como el peor candidato posible. Algo parecido ocurrió en 1994 y 1998. En la medida en que el PT fue domesticándose, especialmente después de la derrota de 1994, cuando las encuestas de opinión y el propio partido daban por cierta la victoria, el rechazo de la Globo y de las elites brasileñas hacia Lula fue disminuyendo. Los triunfos de algunos candidatos petistas en elecciones estatales y municipales durante la década del 90 también ayudaron a cambiar la imagen del partido ante las clases dominantes, ya que las administraciones del PT no representaron una amenaza para sus intereses económicos. Por otro lado, el principal blanco de la Red Globo en los 90 era el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra (MST), dado que amenazaba la propiedad privada en el campo. Aunque el MST tuviese una relación bastante próxima con el PT, los principales cuadros del partido procuraban desvincularse del movimiento para no perder votos.

En las elecciones de 2002, la Globo presentó a “Lulita amor y paz”, una expresión divulgada muchas veces por la emisora para retirar el estigma de intransigencia que acarreaba el candidato (y que ella misma había ayudado a construir).

Esto expresaba un claro cambio de orientación de la emisora, que estaba sellando su apoyo al candidato petista a la presidencia de la República. Finalmente, el PT ganó la elección de 2002 con amplio apoyo de la Globo y de diversos sectores de las elites brasileñas. En consecuencia, muchos movimientos sociales vinculados al partido suavizaron sus reclamos en espera de una acción del gobierno. La acción directa fue relegada en relación a las esperanzas electorales. En ese sentido, los intereses económicos resultaron satisfechos, porque los cuadros del PT operaban para impedir huelgas y ocupaciones de tierras.

Además, el PT amnistió la enorme deuda de la Globo con el gobierno federal, impidió la democratización de los medios de comunicación masivos y, encima, prohibió las transmisiones de radios comunitarias. Por si fuera poco, el gobierno de Lula impidió la entrada en Brasil de Telesur, el canal multiestatal con sede en Venezuela, lo que afianzó los oligopolios y su interpretación de los hechos con óptica liberal.

Durante el primer gobierno de Lula, la Globo divulgó ampliamente sus logros, como la idea de una supuesta liquidación de la deuda externa del país. Al mismo tiempo, el multimedio nunca apoyó totalmente al PT como partido ideal para comandar el gobierno. Entre otras cosas, el mecanismo de corrupción conocido como “Mensalão” fue ampliamente denunciado por la emisora y derivó en la prisión del que entonces era el hombre más fuerte del partido, José Dirceu. El mecanismo se materializaba, entre otras formas, en el pago de mensualidades a un gran número de diputados federales para que votaran con el oficialismo.

Cuando el PT amplió el programa “bolsa-escola” —creado durante la gestión de Fernando Henrique Cardoso— y lo transformó en “bolsa-família”, es decir, en un programa de ayuda financiera para las familias pobres e indigentes que tuvieran niños en la escuela, se ganó los votos suficientes para mantenerse en el poder por mucho tiempo. Como consecuencia, la mayor parte de sus votos pasó a deberse al pragmatismo y no a la afinidad ideológica. Así, el PT ganó todas las elecciones subsiguientes; la única forma de sacarlo del poder sería por medio de un golpe.

Finalmente, ocurrió la destitución de Dilma Rousseff, porque el PT ya no tenía control sobre los movimientos sociales, como dejaron bien claro las protestas populares e insurgentes de 2013. Los intelectuales petistas trataron de minimizar las protestas de todas las formas posibles, tal como venían haciendo con las huelgas, las ocupaciones de tierras y todas las luchas populares. Si para las elites el gobierno del PT era importante porque mantenía a raya las demandas populares, 2013 mostró que el petismo ya no tenía ese control. Por lo tanto, el PMDB, el mayor partido a nivel nacional, resolvió gobernar solo para acabar con todos los vestigios de 2013 y sus señales de rebelión. En ese momento, el PT ya no tenía apoyo social, como comprueban 1) que el impeachment de Dilma haya ocurrido sin resistencia popular en las calles; el número de personas que salió a manifestarse fue insignificante, y 2) en las elecciones municipales de 2016 fue el partido que más retrocedió: no ganó ninguna municipalidad en las capitales y perdió casi todas las alcaldías donde gobernaba. Electoralmente, el PT fue reducido a un partido pequeño.

En las elecciones de 2018, el partido posiblemente profundice su reducción, con o sin Lula y sus complicaciones judiciales, porque la tendencia de la política brasileña marca que los votos a no-candidatos (la suma de anulados, en blanco y abstenciones) deberían ganar con una gran ventaja, como ocurrió en Rio de Janeiro en 2016. El lema de los piqueteros argentinos en 2018 está más que vivo en los corazones brasileños: “Que se vayan todos”.