No es sencillo encontrar dos horas libres en la vida de Paul Fernández para conversar acerca de su vida y de por qué no es sencillo encontrar dos horas libres en ella. Después de 23 años en los medios, este humorista acumula tareas como acumula productos del supermercado en su cocina. Una de tantas prácticas que aprendió de su madre en el poco tiempo que tuvieron juntos.
—Tuve una infancia muy alegre, que se me truncó a los 12 años con la muerte de mi madre. De ahí en más fue complicada, porque tuve que madurar rápidamente. Vivía con mi abuela y no teníamos un pasar decente. Hambre no pasé; necesidades sí. Comer arroz dos semanas de corrido no es pasar hambre, pero había necesidades.
La necesidad tuvo cara de contrabandista. “Metí bagayo. Me iba al Chuy y traía mucho alimento. Odio ver la heladera vacía de mi casa, porque en algún momento me marcó. Ahora compro todo al por mayor; acabo de comprar 65 kilos de carne, una locura. Tengo claro que es un poco por aquello y un poco porque yo no tengo sueldos fijos. Eso lo aprendí de mi madre, que también hacía bagayo estando sin laburo”.
—Recuerdo abrir un placard y ver 60 litros de aceite de oliva en lata. Mi vieja se surtía porque vendía bagayo y tampoco tenía entrada fija. Ella decía “está la comida, ahora vamos por las cuentas”, y mi vida pasa un poco por ahí. Si encuentro una oferta de carne, voy y la compro. Encuentro una oferta de arroz, voy y lo compro. Sigo siendo un bagayero, señores de la Aduana. ¿Tengo necesidad? No, pero no me gusta regalar la guita. Me rompe soberanamente las pelotas pagar un kilo de arroz 45 pesos, cuando por 90 compro cinco.
Antes de convertirse en acumulador de alimentos fue el clásico niño que buscaba ser el centro de atención. “Tengo en la memoria ser chico y estar en la casa de una tía abuela, y decir ‘pará, pará, dejame hablar’. Porque yo estaba narrando algo o contando un chiste. Me ubico monologueando en esa época, enhebrando cosas, siendo el payasito”.
Pasaría un buen tiempo hasta poder vivir de sus payasadas. Y durante ese tiempo, Paul desarrolló una cultura de trabajo.
—Levanté muros, hice instalaciones eléctricas, vendí huevos, longanizas, me compré un carro y salí a vender, me subí a los ómnibus a vender diarios, y no se me cae la cara de vergüenza con nada. Fueron todos trabajos honrosos. Limpié baños en una empresa de colocación de carteles, trabajé en un kiosco.
Su comienzo en los medios llegaría de la mano de Jaime Roos. O mejor dicho, del timbre de voz de Jaime Roos. “A mi tía le encantaba ‘La hermana de la Coneja’. Yo escuchaba la canción y cantaba como Jaime. Tenía la voz finita y cantaba allá abajo, entonces la gente se asombraba. Después me di cuenta de que podía hablar muy rápido y de que podía imitar a los que hacían los comerciales en el fútbol, así que hacía eso y hacía a Kesman. Jugaba al fútbol y lo relataba; a veces quería entrar al arco para poder relatar el partido. Un estúpido”.
A todo esto, escuchaba de noche un programa de radio que se llamaba FM Maníacos, conducido por Charlie Sacco.
—Yo llamaba por teléfono, imitaba a Jaime Roos, hasta que un día me dijo “¿por qué no te venís a la radio?”. Tenía 500 dólares en el bolso y le dije a mi abuela “tomá, nos tiene que dar para comer. Arreglate”. Si me iba a dedicar a eso no podía hacer otra cosa, porque el programa iba de 0 a 6 de la mañana. Así que largué la carpintería en donde trabajaba de alcahuete de carpintero, con el aval de que si me iba mal tenía lugar para volver.
No tuvo que hacerlo. “Como no había un mango, aprendí a ser operador de radio y me quedé con el turno de 18.00 a 00.00. Entonces entraba a la radio a las seis de la tarde y me iba a las seis de la mañana. A esa hora arrancaba Ron Caliente, donde empecé a hacer personajes y cobraba extra por hacer mesa”.
En FM Maníacos estaba obligado a “llenar de material” el programa. “La última tanda iba 00.40. Hasta las seis no había avisos y nosotros no vendíamos nada. La Costa FM no la podía comprar nadie, era invendible. Así que para descansar inventábamos tandas”. El equipo funcionaba muy bien. “Nos entendíamos mucho. Él llevaba bien el hilo, tiene muy buena voz, maneja bien los tiempos... y yo soy un loco de mierda”.
“Eso me disparó, y me di cuenta de que podía hacer lo que se me cantara. Me potencié. Vi luz y entré. Me di cuenta de que era lo mío, de que era feliz creando, haciendo cosas, payaseando”.
Por un oyente del programa se enteró de un casting en Canal 12 y fue uno de los tres elegidos para entrar a Guau, “un programa de humor que iba los domingos de noche”. Según Paul, llegó a un programa nacido para morir:
—Canal 12 estaba fundido y era más barato sacar Plop al aire que despedirlos a todos. El que quiera, que me lo discuta. Entonces los pasaron a un programa nuevo, firmando contratos nuevos, para rajarlos al otro año. Me enteré después. Pero aparte fui un gil, porque a Andrés Tulipano le quemé todos los chistes que hacía durante los ensayos. Se veían venir desde Japón. Yo hacía un programa de humor seis horas diarias, cinco días por semana, cuatro años de corrido. Todo me parecía muy obvio y lo que a mí me gustaba no se impulsaba. El tipo me agarró idea y me sacó de todos lados. Igual ganaba 500 dólares por mes, que en aquel momento era una fortuna, por rascarme el higo.
En la vida de Paul rascarse el higo no es la regla sino la excepción. Periódicamente presenta espectáculos de monólogos, donde les da a los espectadores lo que piden, pero agregándoles lo que él quiere. “Para darle una pastilla contra los parásitos a mi perro, se la doy entre la comida. Eso mismo hago con la gente”.
También sale en carnaval, lo contratan para hacer imitaciones en fiestas, en radio integra los programas Rubino y 10 más y El tren de la noche, mientras que en VTV es el conductor de Baby Deportivo.
—En la carpintería dicen que hasta el día de hoy no encontraron a nadie con mi voluntad de laburo. No hago nada a media campana, no me nace. Me parece que hay que dar un 120% y eso me lleva a agarrarme ataques de pánico, porque estoy haciendo seis cosas a la misma vez. Y en eso me está ayudando mucho Carlos Favier Soca. Aunque todavía no lo he logrado.
¿Soca? ¿El campeón de América y del Mundo? Ese mismo.
—Me lo encontré en un asado y le dije “por culpa tuya dejé de ser hincha de Nacional, porque me hiciste ganar todo”. Así arrancó la charla y después de eso le conté que tenía ataques de pánico. “Vos tenés que venir a jugar al fútbol, porque el deporte hace bien”, me dijo. Empecé a jugar y se me fueron todos los ataques de pánico. Y el coaching me está ordenando la vida, porque siempre estoy al límite.
En su página de Facebook, Soca cuenta que su trabajo es un “proceso de sesiones individuales o grupales transformacionales, donde el cliente comienza su camino hacia metas o propósitos postergados”. Y uno de esos clientes es Paul.
—Favier quiere que haga una cosa a la vez. Muchas veces siento que estoy transparente en el presente: puedo estar teniendo una charla muy profunda contigo, pero a la vez pensando cómo llegar a la radio a las 5. En este momento me siento presente en el presente, que es lo que está trabajando Favier conmigo. Me dijo ‘Paul, manejá sin el teléfono. Primero, porque es una infracción. Y segundo, porque a vos te gusta manejar. Disfrutá’. A mí me sacaba el pánico manejar, porque soy medio loquito, entonces manejo en el presente, en el momento, atento a todo.
“Voy dos sesiones y ya noto los cambios. El coacheo se lo recomiendo a todo el mundo. El psicólogo ve todos los problemas de tu presente a raíz de una tranca tuya en el pasado; al coach le importa tres pedos lo que te pasó antes. Le importa cómo te sentís ahora y qué es lo que querés hacer. En qué te sentís mal y cómo pensás que lo podés revertir. Y te lleva a que te comprometas con vos para hacer tu propio camino”.
Podrá bajar el ritmo de pensamiento, pero no se le pasa por la cabeza bajar el ritmo de trabajo. “No puedo decir que no, porque vivo al día. El que se piense que tengo plata está errado. Me sacrifico muchísimo, tengo una buena camioneta, gracias a Dios. La terminé de pagar y ahora tengo que pagar la patente, es como que reengancho las cuotas”.
—Hay gente que me dice “andan mal tus cositas, andás en una Dodge”. ¿Perdón? ¿Me estás hablando en serio? Que yo sepa vos vas a tomar cerveza a la rambla, a tomar mate, y yo no puedo. “Ah, jodete”. ¡Entonces no me envidies que tengo una Dodge, puto! No seas malo. Tengo una Dodge porque carga siete personas y mi único vicio es irme a Florianópolis con mi familia. Y como no me puedo pagar los aéreos, porque no me da, me voy en la camioneta manejando. Así que sigo sacrificándome hasta para llegar. Y cuando vuelvo, vuelvo estresado hasta la manija y con lluvia, porque voy en la temporada barata.
“Yo hacía el Conventillo de la Paloma, éramos 23, habíamos ensayado un año y ocho meses y levantamos 200 pesos por fin de semana. ¿Y qué le digo yo a mis hijos? Entonces, era más fácil trabajar con Carolina Villalba, agarrar dos porongas de goma y ganar diez palos por función”. La única forma de ganar dinero en los programas en los que está es vendiendo publicidad, pero está harto. “No sirvo para eso, pero lo hago obligado. Yo te vendo lo que quieras, pero estoy cansado de atomizar y de los portazos. No me gusta, pero tengo que hacerlo. Me encantaría que viniera alguien y me dijera ‘loco, vení. Tomá 40 palos por mes. No me rompas más los huevos’”. Eso sería fundamental para su plan.
—Tengo que comprarme dos apartamentos más antes de los 60 años, porque va a ser mi jubilación. Me quedan 17 años para juntar 120.000 dólares, porque la idea es no trabajar más. Quiero tener los tres apartamentos e irme a vivir a Florianópolis. Me gusta lo que hago, pero me cansé. La idea es romperme el culo hasta los 60 y decirle a mi mujer “aprontá el mate, nos subimos a la camioneta y nos vamos”.
Lo tiene bien claro. “Tres apartamentos, tres alquileres. Diez palitos cada uno de los dos chiquitos, 15 el grande, son 45. Yo tengo aportes en caja; tendré una jubilación de 10.000 pesos. Mi mujer tiene diez años de aportes y le voy a abrir una unipersonal para que termine de juntar los años que necesita. Ta, diez palos más. Yo en Brasil con 55.000 pesos soy Pelé. Necesito chancletas, un short, mate y comprar fruta y verdura. Y amo ese lugar”.
Mucho coaching, pero sigue pensando en el futuro.
—Eso no lo puedo evitar. No me lo voy a sacar nunca. Yo no quiero ser una carga para mis hijos. Quiero solucionarme la vida y que ellos vivan la de ellos.
Siente que juntar los dólares necesarios para cumplir su sueño debería ser más sencillo a esta altura de su vida. “Este es mi razonamiento: o no soy bueno artísticamente, o no estoy haciendo las cosas bien, porque después de 23 años debería ser masivo”.
Y a diferencia de muchísimos que prometen dejar de trabajar y nunca lo hacen, jura que cumplirá con su promesa por dos sencillas razones: porque está “muy cansado” y porque no lo mueve la codicia.
—Yo no quiero ser rico, quiero estar tranquilo.