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Los brazos en alto sobre la multitud que estalla en la Plaza del Entrevero y se desparrama hacia los dos lados de la avenida 18 de Julio. Hasta donde alcance la vista hay gente. Y si algo en común parecen tener todas esas personas que están ahí entreveradas es la mezcla justa de euforia y emoción. Mitad y mitad. Tabaré Vázquez sabe de la temperatura que registra el evento. Puede ver que, más allá del subidón propio de asistir a un hecho histórico, hay mucho de catarsis colectiva. Quizás por eso cuando buscó en ese catálogo de palabras random que pasaban por su cabeza no dudó en elegir, en ese momento en que debutaba como presidente electo, las mismas líneas con las que cerraba sus discursos como candidato. En la noche del 31 de octubre de 2004, Tabaré salió victorioso al balcón del segundo piso del hotel Presidente. Por si ese domingo necesitaba algo más de épica, estaba acompañado de Lili Lerena, la viuda del eterno líder del Frente Amplio, Liber Seregni, y, como un director de orquesta encargado de generar el clímax musical con un solo movimiento de manos, lanzó su más emocionado “festejen, uruguayos, festejen” para liberar tantos años de espera. Tabaré parecía tener la contraseña para activar la celebración popular.

Hay un telón de fondo para esta historia en la que la izquierda llegó al gobierno por primera vez, y es el de un país golpeado. En 2004 los uruguayos recién empezaban a sacudirse los traumas de la feroz crisis económica que había explotado dos años antes. Todavía se podían ver los escombros tras el vendaval de las corridas bancarias y su inevitable derrame social. Había un país que se estaba levantando cuando el Frente Amplio se preparaba para asumir el rol protagónico que venía reclamando desde hacía varias décadas. No podía ser más propicio el terreno para plantar en la gente la semilla del cambio. El cambio era el concepto. La imagen de los partidos tradicionales estaba definitivamente desgastada. El Partido Colorado cargaba con la cruz del desengaño y el fastidio, con el estigma de la crisis, y, por mucho que lo intentara, el Partido Nacional no lograba desatarse de la alianza que le había permitido la victoria al colorado Jorge Batlle en las elecciones anteriores. Para gran parte del electorado, blancos y colorados eran la misma cosa. Los rosados.

Llegada de uruguayos a votar desde Argentina, en los accesos de Montevideo, el 30 de octubre de 2004.

Llegada de uruguayos a votar desde Argentina, en los accesos de Montevideo, el 30 de octubre de 2004.

Foto: Iván Franco

Buena parte de la artillería propagandística estaba especialmente dirigida a la gestión de blancos y colorados como si fueran, en efecto, la misma cosa. La actriz y cantante Alejandra Wolff aparecía en una propaganda hablando sobre la administración de ANCAP llevada adelante por los dos partidos tradicionales. Se refería a sus “pésimos negocios”, con “pérdidas millonarias”, y se preguntaba si no era hora de “poner a gente capacitada y profesional a dirigir las empresas del Estado”. Todo esto en un aviso anclado en ANCAP. Después de tanta nafta abajo del puente, lo que se puede ver con ojos de 2019 es que el archivo siempre puede volver con crueldad. Y que en política la historia se repite en loop.

En 2004, los encargados de la campaña de la coalición de izquierda sabían muy bien qué teclas había que tocar, cuáles eran los nervios sensibles. “Frente al país oscuro, del fracaso, de la miseria, de la desocupación y de la emigración, de la nueva ola de promesas que nunca se cumplen y nos precipitan en la frustración, queremos construir el país positivo y del cambio en serio”. Ese era el relato que se construía en los spots publicitarios de un partido que además había abierto aun más su paraguas electoral para acercarse al centro político: Frente Amplio - Encuentro Progresista - Nueva Mayoría. Ningún cabo suelto para tratar de bajar muros ideológicos y acercar nuevos votantes.

Lucía Topolansky y José Mujica, durante la primera bicicleteada del Movimiento de Participación Popular, el 18 de octubre de 2004.

Lucía Topolansky y José Mujica, durante la primera bicicleteada del Movimiento de Participación Popular, el 18 de octubre de 2004.

Foto: Iván Franco

La izquierda estaba dispuesta a dar todas las señales necesarias para no espantar al espectro conservador, y por eso jugó con astucia la carta de Danilo Astori como ministro de Economía y Finanzas en un eventual gobierno. Cuando la campaña recién ponía sus motores a calentar, a tres meses del domingo de las elecciones, Vázquez anunció desde Estados Unidos (guiño, guiño) que el hombre fuerte en la conducción económica sería el moderado Astori. Era el primer ministro designado. El anuncio pretendía llevar tranquilidad a los mercados financieros internacionales y al empresariado local. Todas las bandas cubiertas.

Misión imposible

Si los blancos no la tenían fácil en esa campaña en la que el cambio era palabra central, los colorados muchísimo menos. La pesada roca de la defensa de un oficialismo en triste despedida fue a parar a los hombros de Guillermo Stirling. Escribano, con cara de bonachón y una particular afición por las camisas a rayas con cuello blanco, Stirling tenía como principal pergamino una gestión sin demasiadas lastimaduras al frente del complicado Ministerio del Interior durante casi dos períodos de gobierno consecutivos. Fue él quien tuvo que lidiar con algunos saqueos puntuales en comercios de la periferia de Montevideo en medio del estallido social de 2002, y fue también Stirling el que enfrentó aquellas famosas hordas inexistentes que bajaban del Cerro hacia el Centro con la intención de romper y robar todo lo que tuviera góndolas y productos encima. Un rumor, sí, algo que nunca pasó, pero que obligó a un fuerte despliegue policial para llevar tranquilidad a una población en pleno estado de paranoia.

Festejo frenteamplista tras ganar las elecciones, el 31 de octubre de 2004.

Festejo frenteamplista tras ganar las elecciones, el 31 de octubre de 2004.

Foto: Iván Franco

Acostumbrados a correrla de atrás, los blancos tenían esta vez más armas que los colorados para dar batalla y llegar al poder. De la siempre áspera interna nacionalista había emergido victorioso el wilsonista Jorge Larrañaga, el Guapo, un hombre campechano, con chapa de tipo fiero, discursos envalentonados e impronta del interior. Al menos había un aire de renovación tras una débil elección blanca en 1999. Larrañaga se construía un perfil de retador, acorde con su imagen aguerrida. Había desafiado el liderazgo del ex presidente Luis Alberto Lacalle Herrera con un cómodo triunfo en las urnas nacionalistas, y ahora quería seguir de largo contra lo que se le pusiera delante. Pero lo que tenía en el camino era un Tabaré Vázquez en su pico de rendimiento, y también una inercia con la palabra cambio incrustada. Cambia, todo cambia, cantaba la argentina Mercedes Sosa en los avisos del Frente Amplio.

Los encargados de la campaña de Larrañaga sabían que se enfrentaban a un tanque. Sin embargo, hoy valoran la militancia que se generó en la competencia presidencial y que aseguran sirvió para revitalizar al Partido Nacional. Hubo algunos hitos en esa carrera. Uno de ellos fue la masiva peregrinación hasta Rivera, que reunió al número récord de 20.000 personas enfervorizadas en un homenaje al caudillo Aparicio Saravia, caído en combate en Masoller 100 años atrás por una bala colorada. Otros tiempos. La liturgia blanca, su épica de la derrota, un combustible siempre efectivo entre los nacionalistas. También hubo una activa participación de la juventud militante, que en épocas analógicas, sin historias de Instagram y todavía lejos de los bailes coreografiados, se hacía fuerte en jornadas de campamentos o en pegatinas nocturnas. A bordo de una camioneta que apodaron “la guapera”, los jóvenes blancos empapelaron Montevideo con un encendido reclamo de su líder: “Sí al debate”.

Danilo Astori y el presidente electo, Tabaré Vázquez, en su comando de campaña, en el hotel Presidente.

Danilo Astori y el presidente electo, Tabaré Vázquez, en su comando de campaña, en el hotel Presidente.

Foto: Iván Franco

La posibilidad de un debate con Vázquez tenía obsesionado al candidato blanco. Lo desafió de todas las maneras posibles. En los discursos —“¡No tenga miedo, doctor Vázquez!”, era su latiguillo—, en cada entrevista en los medios y hasta en un spot televisivo que con la lógica comunicacional de hoy puede resultar algo aparatoso. Un primer plano de Larrañaga que se va abriendo en absoluto silencio. El plano se sigue abriendo. Se ve a Larrañaga sobre un fondo negro detrás de un atril. Silencio. La toma se sigue alejando y ahora se puede ver otro atril a la izquierda de Larrañaga. Está vacío. Falta alguien. Larrañaga gira su cabeza y lo mira. Voz en off: “Todos tenemos el derecho a saber qué van a hacer con nuestro país y cómo, y los candidatos tienen el deber de hacérnoslo saber”. Desde la coalición de izquierda se le respondía con sarcasmo a tanta solemnidad. Hay una “fiebre del debate” que afecta a “cierto candidato”, contestaban también desde una tanda publicitaria en la televisión. Los colorados, que no perdían la volada del debate, metían cada tanto un aviso agitando las sábanas fantasmales de los actos violentos de los tupamaros en el pasado.

El tango dice que 20 años no es nada. Bueno, el tango no tenía idea de la fuerza de aceleración de los tiempos que traerían internet, las redes sociales, las nuevas formas de comunicación. En 2004, tan sólo 15 años atrás, las cosas todavía pasaban lento. Los temas duraban. Se discutían por semanas, no explotaban como una cañita voladora en Twitter. La agenda de los medios tenía aún el ritmo de la prensa. En la mayoría de los casos los diarios regulaban desde sus páginas los asuntos y tiempos de conversación. Ciertamente, no existía la inmediatez actual.

Tabaré Vázquez y Rodolfo Nin Novoa, la noche del triunfo electoral, en el hotel Presidente.

Tabaré Vázquez y Rodolfo Nin Novoa, la noche del triunfo electoral, en el hotel Presidente.

Foto: Iván Franco

En los meses previos a las elecciones nacionales, además de las clásicas cuestiones coyunturales de campaña —promesas, anuncios, chicanas políticas—, la cuestión que dominaba los titulares era la alarma sanitaria causada por una bacteria resistente a los antibióticos y su consecuencia política: el pedido de renuncia y la interpelación al entonces ministro de Salud Pública, Conrado Bonilla. Casi que no se habló de otra cosa durante un buen tramo de la recta final de la campaña. Ahí los blancos trataron de despegarse del oficialismo pidiendo la remoción, pero Bonilla aguantó estoico hasta el final del gobierno.

En esas páginas de diarios en las que se marcaba el tono del debate electoral, Tabaré pinchaba a sus competidores a incluir la corrupción en la agenda de campaña y amenazaba con auditorías si llegaba al gobierno; Stirling y Larrañaga emplazaban a Tabaré a debatir públicamente sobre este tema; el ministro de Economía y Finanzas, Isaac Alfie, aseguraba que el próximo gobierno podría bajar los impuestos; Tabaré criticaba a los medios masivos de comunicación de flechar la cancha para la derecha; el entonces técnico de la selección uruguaya de fútbol, Jorge Fosatti —en un artículo de El País titulado “No convocaría a un jugador gay”—, cuestionaba la actitud del jugador Álvaro Recoba de telefonear a Vázquez desde la concentración para adherir a su candidatura; había dardos cruzados por el uso que se les podría dar a los fondos de ahorro previsional en una administración de izquierda; Larrañaga anunciaba que habría mujeres en su gabinete; Stirling planteaba jubilaciones para las amas de casa. Y etcétera.

Los candidatos Guillermo Stirling y Tabaré Viera en el acto de cierre de campaña, en la casa del Partido Colorado, el 25 de octubre de 2004.

Los candidatos Guillermo Stirling y Tabaré Viera en el acto de cierre de campaña, en la casa del Partido Colorado, el 25 de octubre de 2004.

Foto: Iván Franco

Lento pero viene: el self made man de La Teja

El chisporroteo electoral tuvo unos días de tregua en plena campaña. El 31 de julio, un sábado, murió el histórico líder del Frente Amplio, Liber Seregni. Faltaban exactamente tres meses para el día de las elecciones que le darían el gobierno a su partido. Un sacudón emocional. Todo el sistema político se puso en modo pausa para destacar a una figura que ya a esa altura sólo despertaba unanimidad en el elogio y el respeto. “Con honores de ministro el país despide hoy a Seregni”, tituló el diario El País. Arriba, en un recuadro se anunciaba el estreno de un film uruguayo premiado en Cannes: Whisky. En las páginas interiores desfilaban distintos actores políticos con palabras emocionadas de despedida al fundador de la coalición de izquierda. Tabaré Vázquez fue el que habló en su entierro. Con un discurso breve en el Cementerio Central, lo definió como su “guía” y “maestro”. “Personas como él, compañeros como él, dirigentes como él, padres como él no se mueren, se siembran”.

Vázquez consolidaba aun más su presencia de líder y su estatura de presidenciable. Había un camino de luces hacia el sillón presidencial. En un largo aviso, de esos espacios gratuitos cedidos por la Asociación Nacional de Broadcasters Uruguayos, Tabaré resumió su historia ante la ciudadanía. Hablaba sobre su cuna humilde en La Teja, de sus padres laburantes, de su educación en la escuela pública, de sus primeros trabajos mientras estudiaba Medicina, de su matrimonio con María Auxiliadora, de sus cuatro hijos y sus diez nietos, de su graduación como especialista en oncología, de su presidencia en el club Progreso, de su histórico triunfo en la Intendencia de Montevideo. El hombre que se había hecho a sí mismo. El hijo del esfuerzo.

Llegada de uruguayos a votar desde Argentina, en los accesos de Montevideo, el 30 de octubre de 2004.

Llegada de uruguayos a votar desde Argentina, en los accesos de Montevideo, el 30 de octubre de 2004.

Foto: Iván Franco

Se dice que fueron unas 500.000 personas al último acto de Tabaré en aquella campaña de 2004. Una marea humana sobre la avenida Libertador. Un anticipo de la victoria clara en la primera vuelta, sin balotaje, con 51,68% de los votos contra 35,13% de los blancos. Hay unos versos de Mario Benedetti que al hoy dos veces presidente le gusta citar de memoria: “Lento pero viene, el futuro se acerca, despacio pero viene, ya casi está llegando con su mejor noticia, con puños con ojeras, con noches y con días, con una estrella pobre sin nombre todavía, lento pero viene el futuro real, el mismo que inventamos nosotros y el azar, cada vez más nosotros y menos el azar, lento pero viene, el futuro se acerca, despacio pero viene, lento pero viene”.