El recuadro del matutino El Día decía: “FELICITACIONES. Esta columna felicita a Alicia Berardi, de 24 años, primera mujer que según nuestros datos corre el maratón en nuestro país. Realizó la hazaña en San Jacinto e hizo los cuarenta y dos kilómetros largos en cuatro horas, ocho minutos cincuenta y cinco segundos”.
La reseña del vespertino Últimas Noticias era: “En San Jacinto, la atleta Alicia Berardi recorrió 42 kilómetros, cumpliendo una maratón, donde culminó con un tiempo de 4 horas, 08’17”, siendo la primera dama que corre esa distancia en nuestro país”.
No coinciden en el cronómetro pero sí en el espacio dedicado: un párrafo entre las páginas deportivas de la prensa capitalina.
Bajo el subtítulo “Maratón femenina”, el documento de la Confederación Atlética del Uruguay (CAU) afirma que Alicia Berardi fue “1ª en dicha competencia, disputada por 1ª vez en Uruguay el día 3 de diciembre a las 20.00 en la localidad de San Jacinto, siendo fiscalizada por jueces del Colegio Uruguayo de Atletismo”; a continuación la firma del secretario general Jorge Echazarreta.
La carrera en cuestión fue en el año 1983. Fue la primera ocasión en la historia que una uruguaya corrió la prueba más famosa del atletismo.
El dato está claro gracias a que ella y su esposo conservaron el material necesario. Si no, saber quién fue la primera maratonista uruguaya —como ocurre con la interrogante sobre el primer maratonista— sería una nebulosa casi irresoluble.
A nivel internacional la pionera fue la estadounidense Kathrine Switzer, quien el 19 de abril de 1967 corrió la tradicional maratón de Boston, en Estados Unidos. Si bien el reglamento no prohibía que participaran mujeres, por las dudas su entrenador la inscribió como K. Switzer. Lució el número 261 y durante el trayecto un hombre intentó sacarla de la competencia.
En Juegos Olímpicos la maratón femenina se estrenó en 1984, casi un siglo después que la masculina, que se realiza desde los primeros juegos modernos, los de Atenas 1896. La primera medalla de oro en esta disciplina fue para la estadounidense Joan Benoit.
Alicia Berardi comenzó a correr a principios de los 80. “Empecé por novelería. Quería entrenar, pero no sabía que tenía condiciones de fondo, de pruebas de largo aliento”, recuerda varias décadas después mientras toma lentamente un café con leche, un par de horas luego de su entrenamiento matinal.
Arrancó a practicar en la zona de la estación Peñarol, por las calles Garzón y Edison, entre otras. Era por donde vivía en esa época.
Le fue tomando el gusto y al tiempo tenía entrenador, uno conocido en ese entonces que había preparado a muchos corredores de fondo: Ricardo Izquierdo.
“Cuando llegué a media hora me pareció un triunfo”, rememora. Por 1982 ya competía en carreras de calle.
En aquellos años en muchos países las maratones femeninas comenzaban a ser una realidad, pero en Uruguay no. Fue así que Ricardo le comentó a su hijo y colaborador Julio César —a la postre entrenador y juez de atletismo— su intención de lograr que alguna compatriota alcanzara los famosos 42,195 kilómetros, que representan la distancia que se supone que el soldado Filípides recorrió desde Maratón hasta Atenas en el año 490 antes de nuestra era para anunciar el triunfo de las tropas atenienses sobre los invasores persas.
“Vamos a hacer correr a Alicia. Alicia llega”, dijo Izquierdo padre.
Por entonces la joven deportista había completado un par de medias maratones, es decir poco más de 21 kilómetros. Alicia era además novia de Julio, con quien luego se casó y hasta el día de hoy siguen juntos. Había nacido en Montevideo el 28 de febrero de 1958 y competía en atletismo por el Club Vida Nueva de San Jacinto, uno de los principales de esa década.
“Estaba tan nerviosa... pero me tenía mucha fe”, cuenta sobre la etapa de entrenamiento previa a la carrera. Delgada y menuda, Alicia está vestida de deportivo y con la botella de entrenamiento a mano. Sigue corriendo, pero ya no participa en competiciones.
Su fórmula para correr largas distancias no es mágica. Es la que suelen citar varios: “Mucha constancia. Lo que hay que tener es mucha voluntad, mucha disciplina”. Para entrenar, para alimentarse, para descansar y para repetir invariablemente la fórmula hasta que dé resultado.
En el entrenamiento previo había llegado a correr 30 kilómetros. “Después es más bien psicológico”, dice.
La carrera se fijó para el sábado 3 de diciembre a las 19.00. Era ella sola. El recorrido era un circuito que incluía calles internas del pueblo y tramos de las rutas 11 y 7, un circuito al cual debió darle algo más de ocho vueltas para completar la distancia exacta.
El día marcado, en horas de la mañana, Julio recibió una llamada telefónica inesperada de la Comisión Nacional de Educación Física (CNEF). Para que la autorizaran a correr, Alicia debía ir a hacerse un testeo previo. Ese mismo día, al mediodía. La prueba consistió en pedalear durante dos horas en una bicicleta fija. Lo recuerda y se ríe. “Ahora me río, pero lloré”.
Con la demora del test y a la espera de la autorización, las horas fueron pasando. Era el año 1983, tanto para cuestiones de jerarquía como de tecnología.
Sin habilitación la carrera no iba a tener validez, así que había que esperar. Por entonces los teléfonos celulares no existían y una llamada a larga distancia podía tardar horas. El permiso llegó vía telefónica a San Jacinto —tal vez a la comisaría, no lo recuerdan bien— a las 23.05.
Como resultado de la tardanza, Alicia debió correr casi a oscuras. Una ambulancia iba adelante abriendo el paso y alumbrando el camino, lo suficientemente alejada como para no beneficiarla cortándole el aire ni perjudicarla con el espeso humo del caño de escape.
También iba un segundo vehículo. Un profesor compañero de trabajo de Julio le había prestado su auto para que trasladara a los jueces que iban a certificar la competencia y a la vez fuera acompañando la prueba.
Era una noche calurosa, con un poco de viento en contra en algunos tramos del recorrido. Camiseta roja con el número 247 y publicidad de la fábrica de escobas Alonso & Mariño.
De público había algún vecino curioso y alumnos de Julio, que era profesor de Educación Física en San Jacinto. Un par de días antes un altoparlante había recorrido el pueblo anunciando la prueba. También había unos borrachos: “Salían del bar y te decían de todo. Después menos mal que se aburrieron, como todo borracho”.
Para combatir el calor, la mojaban con una esponja. Para alimentarse durante el trayecto tomaba agua con glucosa, comía dulce de membrillo y un poco de queso. Los championes eran “tipo Pampero; tenían un poquito de plataforma, pero no mucho, nada que ver con los de ahora. Era difícil conseguir calzado deportivo de mi talle”, indica mientras calza, precisamente, championes de los que antes no había.
Del recorrido recuerda sentir nervios y estar contenta. Se acuerda del auto que la acompañaba. “No pensaba en nada más, porque la mente trabaja mucho. Corrés con la mente. Todo es la mente después de los 30 y algo” de kilómetros, explica.
En la calle habían pintado una raya grande y escrito la palabra Llegada. “Estaba deseando llegar. Estaba muy emocionada y muy contenta”, dice ahora emocionada y contenta. No es para menos. Eran los últimos kilómetros, la última vuelta, mucho sacrificio, horas y días de preparación, agotamiento, cansancio. Y la meta ahí nomás, especificada a pulso en el asfalto.
“Me sentí tan contenta cuando llegué que no te imaginás. Tenía un calor que me moría”, afirma más de 35 años después. Apenas completó los 42,195 kilómetros el doctor del lugar, el paraguayo Hernán Ortiz Molina, la controló para cerciorarse de que todo estuviera bien. Después tomó bastante líquido y comió alguna cosa liviana, poco, como se recomienda luego de una prueba de largo aliento como es una maratón.
Volvieron a Montevideo de madrugada. La esperaba despierta su suegra con comida pronta y algunos vecinos en el barrio Porvenir, donde vive actualmente. “Llegué, comí y me acosté”, cuenta mientras hace memoria para recordar más. Estaba fatigada y cayó rendida. Al día siguiente tenía dolores, pero eso no le impidió salir a trotar para distender los músculos.
Su segunda maratón fue al año siguiente en Raigón, San José, durante el Campeonato Nacional de Atletismo. La tercera en Montevideo, por Camino Mendoza. Nada de rambla o 18 de Julio, como ocurre ahora; en aquel entonces se competía en zonas de poco tránsito porque se debía compartir la calzada con el tráfico vehicular, no se cortaba la circulación.
En total corrió una decena de maratones en Uruguay y en Córdoba (Argentina). Su mejor tiempo fue “tres horas y veintipico de minutos”, señala Julio.
También compitió en otras carreras de fondo, entre ellas el Mundial de Cross Country que se disputó en Brasil en 1989. Fue varias veces la ganadora femenina del Campeonato de Travesías de la CAU, más o menos desde 1983 hasta 1991 o 1992. Ganó una San Fernando, cree que a comienzos de los 90.
Los datos no pueden ser más precisos. No los recuerdan con exactitud. Tampoco tienen todos los papeles que los certifican, ni ellos ni las instituciones organizadoras. La historia del atletismo local es difícil de reconstruir. Poco por aquí, nada por allá.
Haciendo memoria surgen nombres de otras maratonistas que luego fueron contemporáneas de Alicia, como Cristina Garay y Paola Patrón. Después vinieron otras. Ella fue la primera, pero no le gusta comentarlo mucho ni darse dique con eso.
“Es un orgullo, pero para mí. No lo cuento, si no pueden pensar que sos engreída”, dice. Lo saben en el barrio y en su círculo cercano. Hace unos días salió el tema en el club donde entrena y lo comentó. Obviamente nadie tenía idea. Sí se acuerda de que una vez, vaya a saber en qué año, la entrevistó Cristina Morán para un programa de televisión.
Mucho más acá, bien acá, está Laura Bazallo. Tiene el récord nacional de maratón femenina. Puso 2:48:58 en el Campeonato Sudamericano de Maratón disputado el 13 de octubre de 2013 en Buenos Aires, donde obtuvo la medalla de bronce. Laura nació en enero de 1983, tal vez un día de calor como aquella noche en San Jacinto, en diciembre de ese mismo año.
Alicia todavía sale a entrenar casi a diario, aunque no participa en pruebas de calle. Corre por su barrio. Agarra por los canteros de Centenario y José Pedro Varela y le da. Una hora, diez kilómetros, a veces 15: lo que le permita la rodilla que la tiene a mal traer.
Búsqueda inconclusa
La pregunta de quién fue el primer maratonista uruguayo sigue sin respuesta, al menos por ahora. Sí hay varios nombres en la década del 60 y el dato sin comprobar (o la suposición) de que antes existieron otros.
En los 60 hubo maratonistas que participaban en el Campeonato Nacional de Atletismo, que por ley se realizaba todos los años. Algunos nombres de entonces son Benito Castro, Walter Torena, Júpiter Cabrera y José Pedro Colina, pero muchas veces la prueba quedaba desierta porque nadie se inscribía para participar.
Uno destacado, pero seguramente no el primero, fue Armando González, campeón sudamericano en 1967 en Buenos Aires y también el primer maratonista olímpico compatriota. Participó en los Juegos de México 1968 pero no completó el trayecto y abandonó a los 23 kilómetros, según datos proporcionados por el Comité Olímpico Uruguayo.
También hay otros nombres, incluso anteriores, pero no está claro que hayan corrido efectivamente los 42 kilómetros en cuestión. Por ejemplo Juan Gau, reconocido fondista de los años 40 que competía por el Club Atlético Olimpia.
Buscando evacuar la duda, se puede concluir que prácticamente no hay o no se pudo llegar a información al respecto en ninguna de las instituciones referentes, como son la Secretaría Nacional del Deporte —heredera de la antigua CNEF— y la CAU, que era la que organizaba los campeonatos nacionales.
Ni consultando a clubes, ex atletas, entrenadores y docentes ni revisando prensa y material histórico se pudo llegar al dato buscado, aunque sí aparecieron algunos hechos o nombres que bien vale reseñar.
En un momento surgió el dato de que la primera maratón había sido el 29 de octubre de 1911. Falso, pero algo había. Ese día estaba programada una carrera de 20 kilómetros organizada por la CNEF. Según prensa de entonces (los diarios El Día y El Siglo), se debió suspender por mal tiempo y finalmente se realizó el fin de semana posterior.
El recorrido fue de Camino de los Molinos y Castro por la ruta hacia Colón, unos diez kilómetros, y después se volvía al punto de partida. El premio para el ganador era un reloj y un cronómetro de oro de 18 kilates. Había cerca de 30 inscriptos pero corrieron menos, probablemente 24. El ganador fue el número 11, José E. Castelló, que puso una hora y 15 minutos. Actualmente el récord nacional de 20 kilómetros es 1:01:19; lo hizo Andrés Zamora en marzo de 2018.
Históricamente en nuestro país se denominó maratón a competencias que no eran ni cerca de 42 kilómetros (de diez a 30, por ejemplo), por lo cual esto puede dar lugar a confusiones o pistas erróneas. Yendo a un caso concreto: que una medalla de una competencia militar de 1907 —como la que se puede ver en el archivo de la Biblioteca Nacional— tenga grabado “Carrera de Maratón” probablemente no signifique que el 24 de noviembre de ese año se corrió la distancia en cuestión. La consulta realizada al respecto, por supuesto, no arrojó ningún dato.
En Uruguay la práctica de deportes en general y de atletismo en particular comenzó en las últimas décadas del siglo XIX. Antes de 1870 ya se realizaban algunas actividades atléticas por parte del Montevideo Cricket Club, fundado en 1861, “el decano de los clubes deportivos uruguayos”, según afirma Alfredo Etchandy en el libro Cien años. Comisión Nacional de Educación Física.
La CNEF se creó en 1911 y poco tiempo después se construyeron las primeras plazas de deportes, que fueron el lugar de encuentro de los atletas de principios de siglo, además de cuna de clubes históricos.
“El período comprendido entre 1900 y 1915 fue de esplendor en el atletismo”, escribió en 1975 el atleta y entrenador Darwin Piñeyrúa (1945-1978) en su tesis de grado realizada en Alemania y titulada “Evolución histórica y estructura actual de la Confederación Atlética del Uruguay”. Piñeyrúa relata que en la primera década del siglo XX se realizaron torneos internacionales de atletismo en Montevideo con la participación de competidores de Uruguay, Argentina, Brasil, Italia y Alemania.
La Federación Atlética del Uruguay fue fundada el 1º de marzo de 1918, y en 1938 cambió su nombre y pasó a ser la CAU. Esta institución apenas tiene alguna mención que viene al caso en el Libro del centenario de la CAU (2018). De allí surge uno de los nombres más antiguos: Juan Maidana.
En los I Juegos Iberoamericanos de Atletismo, que se realizaron en el Estadio Nacional de Santiago de Chile del 11 al 16 de octubre de 1960, figura como que Maidana participó en la maratón, aunque es probable que no haya completado la prueba, según lo que se puede leer en El atletismo iberoamericano, publicación realizada con motivo del XIV Campeonato Iberoamericano de Atletismo San Fernando 2010, en España.
La maratón se corrió por primera vez, como homenaje a sus orígenes griegos, en los primeros juegos olímpicos modernos, los de Atenas 1896. En su debut la distancia estipulada fue de 40 kilómetros. Luego fue variando en algo. Fueron 42.195 por primera vez en Londres 1908, y desde 1921 esa es la cifra oficial.
En los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1932 la medalla de oro la ganó el argentino Juan Carlos Zabala, y en Londres 1948 su compatriota Delfo Cabrera. Tal vez no es descabellado pensar que algún uruguayo corriera esa distancia por entonces, poco antes o poco después.
De hecho el trinitario Juan Gau supo vencer a Cabrera en alguna carrera de fondo, pero no en maratones.
Con todos estos datos, es difícil imaginar que desde 1911 (cuando ya se corría la mitad de la distancia estipulada para la prueba) y por medio siglo ningún compatriota se haya animado a correr la distancia más famosa, aunque no haya nada que lo demuestre.