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La Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay desembarcó en 1878 en lo que luego sería el poblado Santa Ernestina, en los accesos a la actual Minas de Corrales. Unos años antes, en 1820, José Suárez había sido el primero en encontrar pepitas de oro en los alrededores. A Santa Ernestina llegaron mineros de todas partes del mundo, en plena fiebre del oro, cuando eran comunes las olas migratorias de trabajadores y buscadores del metal dorado allá donde apareciera.
A los uruguayos y brasileños que se instalaron en la zona se les agregaron pobladores de Alemania, Francia, Italia, Argentina, el País Vasco, Inglaterra y Chile. Se estima que en la década de 1880 llegaron a trabajar 1.500 personas en Santa Ernestina.
Paralelamente al inicio de la explotación, la Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay desarrolló una enorme inversión: la represa hidroeléctrica de Cuñapirú, la primera de América Latina, que se encargaba de abastecer de electricidad las actividades de la minería, y donde estaba también la planta que procesaba los minerales extraídos. La represa tenía un aerocarril y una locomotora, “La Clotilde”, que se comunicaban con la mina transportando materiales y minerales.
Santa Ernestina tuvo un enorme empuje comercial y fue el poblado norteño que más rápido se desarrolló. En 1884 la Junta Económica de Tacuarembó (departamento al que por entonces pertenecía el territorio de lo que hoy es Rivera) manejó la posibilidad de que la localidad fuera la capital departamental, pero la opción fue descartada porque se consideró que para tener mejor controlada la frontera había que colocar la capital departamental en la zona limítrofe.
A inicios de 1900 la explotación de oro en la zona comenzó a ser menos rentable. Hasta ese momento la labor se hacía en la modalidad cielo abierto; a partir de 1908 se agregó la explotación en minas subterráneas. Así, Santa Ernestina comenzó a vaciarse paulatinamente, y un par de kilómetros más allá comenzó a desarrollarse el pueblo que hoy es Minas de Corrales.
El nombre es muy gráfico: “Minas”, por las minas de oro y otros minerales (cuarzo, pirita, calcopirita, galena), y “Corrales” por los encerraderos de piedra que retenían al ganado.
A partir de 1911 la compañía produjo a déficit, hasta que finalmente cerró en 1939. En 1918 la represa de Cuñapirú había dejado de producir energía, y las instalaciones quedaron bajo control de UTE. Las inundaciones de 1959 terminaron de destruir las edificaciones y el dique de contención del embalse.
En 1996 una nueva empresa, esta vez de capitales canadienses, estadounidenses y australianos, se instaló para explotar oro a cielo abierto. Nuevamente, el negocio dejó de ser rentable y en julio del año pasado la mina dejó de producir; la planta quedó con un equipo mínimo de mantenimiento. Cientos de trabajadores pasaron a seguro de paro. Existe la posibilidad de que la mina continúe explotando hierro bajo capitales chinos; todo el pueblo está a la espera de las decisiones empresariales.
Actualmente en Minas de Corrales viven 3.788 personas, según el censo de 2011. La localidad fue declarada pueblo en 1920, y luego villa, en 1994.
Aparte de la minería, en Minas de Corrales se trabaja la ganadería, la forestación y, desde hace algunos años, el turismo. El hotel Artigas es el único del pueblo y está ubicado en la avenida principal, llamada Dr. Davison. La calle homenajea a Francisco Davison, el médico inglés que llegó con la fiebre del oro y se dedicó a atender a los trabajadores, y también lo recuerda un monumento en el cantero frente al hotel con la frase: “Lo que fue existe”.
El hotel Artigas funciona también como centro de información turística. Durante todo el año llegan visitantes para encontrarse con el pasado minero de Santa Ernestina, recorrer las ruinas de la represa de Cuñapirú y visitar las galerías mineras abiertas que hay sobre el arroyo Corrales, a unas cuadras del centro.
Las galerías son toda una experiencia. Hay que llegar con linterna: unos pocos metros después de ingresar a la boca todo es oscuro, húmedo y alucinante.
Recorrer la represa de Cuñapirú es una gran oportunidad para encontrarse con un patrimonio histórico de peso. Conserva aún gran parte de la estructura original, maquinaria y hasta el motor de un submarino de la Primera Guerra Mundial, que se adaptó para el funcionamiento de la represa.
Además de los atractivos vinculados a la minería, los alrededores ofrecen la posibilidad de encontrarse con un hermoso entorno natural: los cerros chatos Miriñaque y Vigilante. Los miriñaques son estructuras de metal que se ponían las aristócratas en el siglo XIX para darles forma a sus faldas; su forma acampanada es muy similar a la del cerro que lleva su nombre. Los cerros están poblados por palmeras enanas y pueden observarse desde la ruta, pero siempre es recomendable tomarse unas horas para subirlos y observar el paisaje ondulado desde arriba.
Minas de Corrales se encuentra en la intersección de las rutas 28 y 29. Desde Montevideo se toma la ruta 5, y pasando 40 kilómetros la ciudad de Tacuarembó se dobla a la derecha en la ruta 29. A los 12 kilómetros está la histórica represa de Cuñapirú, y 14 kilómetros después se llega a Minas de Corrales. Para llegar en ómnibus hay sólo un servicio diario de llegada y de salida; desde Montevideo hay que tomar el bus que sale a las 23.00, a las 4.10 hay que bajarse en Paso Manuel Díaz, y una camioneta de la misma empresa traslada a los pasajeros los 24 kilómetros que faltan para llegar a Minas de Corrales.