Por tercera vez en poco más de cien años, la flotilla de naves espaciales llegó hasta el planeta Tierra con el objetivo de esclavizar a su población y explotar sus recursos naturales, antes de que los primeros terminaran con los segundos. Siguiendo el tradicional protocolo de invasión gromponiano, platillos volantes se posicionaron justo encima de cada una de las ciudades más populosas, atentos a cualquier clase de resistencia terrestre o aérea. No la encontraron; sin importar si era pleno día o la noche más cerrada, las calles estaban completamente vacías.

—¡Por fin! —exclamó el general Plorg, veterano de las dos visitas anteriores, que habían terminado en aplastante derrota.

De cada una de ellas se habían llevado una lección. En 1898 aprendieron a respetar a las bacterias terráqueas e hicieron obligatorio el uso de trajes protectores en los viajes galácticos. En 1996 aprendieron a respetar a los científicos humanos e hicieron obligatorio el uso de antivirus en los sistemas operativos de los platillos.

—¿Llamaba, general? —el cabo Porfín se aproximó hasta donde estaba su superior. En un hecho completamente fortuito, los rangos del Ejército gromponiano eran idénticos a los de la Tierra.

—Mire eso. Nuestra victoria está asegurada. Ahora debemos tomar los centros de poder y vigilancia con escuadrones reducidos. Tenemos menos de una hora. ¡Los humanos no sabrán lo que ocurrió hasta que sea demasiado tarde!

El apuro no era caprichoso. El éxito del plan dependía de una serie de eventos que había comenzado quince años atrás, con el arribo a América del Norte de un espía de Gromponia. Utilizando un costoso rayo de camuflaje personal, este sujeto tenía la misión de infiltrarse en la industria del entretenimiento.

De servir cafés en un estudio de Hollywood, pasó en poco tiempo a ser asistente de producción. Probó suerte como guionista en programas de preguntas y respuestas, luego en comedias de situación, hasta ganar la confianza suficiente de los ejecutivos como para pedirles una reunión en la que les haría una propuesta.

Ese día el agente Flurch, oculto detrás de una identidad terrícola, agradeció la atención de los presentes y dijo con seguridad:

—Tengo una muy buena idea para una serie de televisión.

Mientras hablaba, a miles de años luz un grupo de notables gromponianos veía y escuchaba todo lo que estaba ocurriendo. Sentados alrededor de una mesa, sacaban apuntes y se comunicaban con él a través de un dispositivo en su oreja.

—Muy bien, cuéntenos de qué se trata —dijo uno de los popes del estudio.

—Bueno, la protagonista es una chica...

Uno de los notables le gritó al micrófono:

—¡Fruncieron el ceño! ¡Cambio de planes!

—Eh, un hombre. Quise decir que el protagonista es un hombre. Un hombre caucásico y heterosexual.

—Interesante —respondió un veterano productor—. Cuéntenos más.

La presentación fue algo entrecortada, ya que ante la menor sospecha de desinterés hacia Flurch los gromponianos imaginaban elementos más rimbombantes que soplarle al oído. Una hora después, se daba luz verde al piloto de Infierno infernal, thriller político con mucha acción en el que un candidato a presidente fabrica metanfetamina para financiar su campaña, de la que también es su creativo publicitario. En un mundo en el que hay dragones.

—Perfecto, agente. Ahora ya sabe lo que tiene que hacer.

Mientras los ejecutivos consumían cocaína hasta por la uretra, Flurch preparaba los primeros guiones de la serie, respetando algunos de los detalles que habían permitido su aprobación, pero profundizando los arcos dramáticos, sumando subtramas apasionantes y eliminando los dragones con la excusa de que ahorrarían un montón de dinero con el que comprar más drogas. Le dijeron a todo que sí.

Como la serie estrella de la cadena había terminado pocos meses antes, la programaron en su horario, algo que el espía extraterrestre ya había previsto. Su debut cosechó modestas cifras de rating, pero el boca a boca fue más fuerte que cualquier partido de fútbol americano que emitiera la competencia. Infierno, título más corto y bastante menos pedorro, terminó su primera temporada liderando la franja.

Cada nueva tanda de episodios —nunca más de diez, para mantener la calidad y la factura técnica— fue devorada por los fans en número creciente y en expansión geográfica. Cuando terminó el cuarto ciclo, Flurch escribió un comunicado anunciando que la quinta sería la última temporada del drama. Los fanáticos lloraron, pero entendieron que era lo mejor para la historia.

El episodio final fue programado en simultáneo en todos los países del mundo, para evitar los spoilers y minimizar el daño de la piratería. O al menos esos fueron los argumentos que utilizó el agente en su identidad secreta para conseguir aquellos sesenta minutos necesarios para invadir el planeta entero. La buena noticia fue comunicada una semana antes a la nave nodriza, estacionada detrás de una de las lunas de Neptuno.

—La operación “Tiempo final” está en marcha. A la hora indicada en el comunicado anterior todos los humanos estarán distraídos mirando su programita de televisión.

—Excelente, Flurch. Recuerde transportarse a una de las naves para disfrutar la conquista desde el espacio.

Iban cincuenta minutos del episodio cuando algunas personas comenzaron a salir de sus casas con palos y piedras. Los objetos arrojados no alcanzaban a tocar las naves, pero los humanos armados no tardaron en aparecer. El general Plorg oía cómo las balas se incrustaban en el casco del vehículo y ordenó que llevaran de inmediato al invitado a la cabina de mando.

—¡Flurch! ¡¿Qué está sucediendo ahí afuera?!

—No lo entiendo. Acaban de comenzar los títulos. Se supone que los terrícolas permanecerían varios minutos más discutiendo el final.

—Esa gente no está discutiendo, ¡está furiosa con nosotros!

—Imposible, hasta este instante desconocían la existencia de la vida fuera de la Tierra.

Un proyectil arrojado desde un rascacielos perforó el ventanal de la cabina y permitió que se escucharan gritos en perfecto inglés.

—¡Esto es espantoso!

—¡Es el peor final de serie que vi en mi vida!

Plorg tomó al agente de sus cuatro orejas, ya que había dejado de utilizar el sistema de camuflaje.

—¡Imbécil! ¿Qué hizo con el final de la serie?

—Ah, eso. Pensé que a esta altura el público miraría el episodio sin importar el contenido, así que les di vacaciones a los guionistas y lo escribí yo solito, sin ayuda de los notables de Gromponia. Me llevó diez minutos.

En algo tenía razón: lo habían mirado de todos modos y hasta el último minuto. Pero el cierre, completamente inverosímil, atropellado y bastante burdo, parecía una estafa ante los ojos de quienes habían invertido casi un lustro siguiendo las aventuras de los protagonistas.

Varios monitores de la nave se encendieron y mostraron imágenes similares en muchísimas ciudades del mundo. Sin importar raza, credo o ideología, los humanos habían salido a la calle con ganas de pegarle a lo primero que encontraran. Y lo primero que encontraron fueron las naves espaciales.

—Estamos perdidos.

La retirada fue casi inmediata y aun así un décimo de la flota ya se había estrellado a consecuencia de los ataques. Flurch fue condenado a prisión perpetua en su planeta natal, mientras que los ejecutivos que aprobaron el proyecto vieron cómo sus bonos millonarios de fin de año disminuían un poquitito.

Fue el último intento de invasión. La Tierra se recompuso del daño estructural que significó que cayeran naves gigantescas sobre centros poblados y del daño psicológico de aquella basura que habían transmitido. La mitad del tiempo en los noticieros era para los científicos de la NASA, y la otra mitad para los críticos de televisión.

Pasó mucho tiempo antes de que volvieran a programar Infierno en la televisión por cable. Lo hizo una señal de películas y series clase B. Tuvo buena recepción de público, un poco por morbo y otro poco porque Netflix estrenaba cinco mil programas al día y era imposible seguirles el ritmo.

La maratón duró poco más de dos meses y la emisión de aquel episodio final suscitó la nostalgia de los mayores y la atención de los más jóvenes, que solamente habían escuchado hablar de él. Con el tiempo surgieron varios artículos reivindicando el “arriesgado e impredecible” cierre, que escaló en la lista de los mejores de la historia de la televisión.

Fue tanta la obsesión con ese episodio, que algunos creen que la verdadera razón del renacimiento de los programas espaciales era llegar hasta Gromponia y felicitar al autor de tamaña obra de arte conceptual. Deberían apurarse, porque Flurch hizo enojar a un par de pesados en la cárcel y se la tienen jurada. El final se acerca.