Leonel Brizola fue uno de los políticos clave de la restauración democrática brasileña. Sin embargo, tras el golpe de Estado de 1964, el entonces dirigente del Partido Laborista Brasileño, que ya había sido gobernador de Rio Grande do Sul, fue uno de los muchos políticos que debieron abandonar el país. La historiadora Maria Cláudia Moraes Leite, de la Universidade Federal de Rio Grande do Sul, analiza los años de destierro de Brizola.

La palabra exilio, que proviene del latín exsilium, representa una situación de destierro, deportación, expulsión. En la compleja semántica del exilio existe incluso la posibilidad de añadir a los significados el de apartar, retirarse, alejarse de la convivencia social. Durante la dictadura militar brasileña, el exilio fue el camino que encontraron innumerables personas que no pudieron vivir bajo un régimen de excepción. A lo largo de la historia, el exilio se utilizó como un mecanismo que servía para alejar a las personas que de alguna forma perturbaban el statu quo.

Todos los países de América Latina incorporaron el exilio como una práctica política, a pesar de sus trayectorias institucionales diferentes, y principalmente a partir de la década de 1960, con el advenimiento de las dictaduras militares que tomaron cuenta de los países del Cono Sur latinoamericano, señala Luis Roniger en Antecedentes coloniales del exilio político y su proyección en el siglo XIX. A partir de entonces, se transformó en un mecanismo de exclusión política institucionalizado hasta la década de 1970.

En Brasil, después del golpe de 1964, una serie de políticos vinculados con el gobierno derrocado, el del presidente João Jango Goulart, o que eran vistos como opositores al nuevo régimen, entre ellos Leonel de Moura Brizola, se encontraban inmersos en un contexto de suspensión de derechos políticos y anulación de mandatos. Muchos de esos políticos e intelectuales eligieron el exilio como destino, ya que la dificultad para permanecer en el país era cada vez mayor. Para otros, incluso, abandonar el país fue la única opción de supervivencia.


Después de permanecer un mes clandestino en Brasil, Brizola se exilió en Uruguay, donde residió por 13 años. Sería un destierro rodeado de peculiaridades poco comunes en otros casos vinculados con las dictaduras militares del Cono Sur.

Al llegar a Uruguay Brizola estuvo confinado en Atlántida, el balneario costero, donde permaneció hasta 1971, cuando fijó su residencia en Montevideo (en la Rambla Armenia) y en una hacienda en Villa Carmen, en el departamento de Durazno, donde se dedicó a la cría de ovejas y la agricultura. Fue un período de calma en su actividad política. Sin embargo, fue en ese momento que la dictadura uruguaya, presionada por la dictadura brasileña, resolvió expulsarlo del país.

Un hecho importante de ese período fue el acercamiento con João Goulart, en 1976, después de 11 años de ruptura por divergencias políticas. El encuentro habría ocurrido cuando Jango, ya exiliado en Argentina tras sus años en Uruguay, retornó a Montevideo y aprovechó para visitar a su hermana y su cuñado. Los dos líderes laboristas conversaron solos por más de dos horas. En el fondo, a pesar de las divergencias, siempre se habían estimado, y además eran cuñados. En esa oportunidad, Jango le contó a Brizola que no confiaba en que el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) acortase sus días de exilio. El MDB había surgido como una oposición tolerada por la dictadura y Goulart creía que si dependía de la voluntad de los líderes del partido, creado por el régimen militar, él y Brizola, principalmente, “morirían en el exilio, y políticos vinculados con el MDB estarían a gusto para hacer discursos laudatorios en sus entierros”, según Perfiles parlamentarios, una publicación de la Asamblea Legislativa de Rio Grande do Sul coordinada por el periodista Kenny Braga.

Entre otros asuntos, los dos dirigentes hablaron sobre las amenazas que sufrían. Ambos habían sido advertidos por otro dirigente político, Miguel Arraes, de los peligros que corrían —incluso de la posibilidad de atentados— con el comienzo de las acciones de la Operación Cóndor. Pero Brizola no habría dado importancia al aviso, porque creía que podría haber intercambio de información entre los dos países, pero no asociaciones para cometer ataques. En su biografía de João Goulart, Jorge Ferreira relata que “como se negaba a vivir en función de amenazas, Brizola apenas mantenía algunas medidas de seguridad, como la de no salir de casa siempre a la misma hora, y evitar cualquier tipo de regularidad, aunque, con autorización del gobierno uruguayo, andaba armado”.

Brizola pasaba los días tranquilo, en la estancia de Durazno o en Montevideo. “Hacía las compras y le gustaba conversar con la gente en las calles y en los comercios, en un español caprichoso. Todos se referían a él como ‘el ingeniero Brizola’”, afirma Braga. Durante el exilio, el dirigente tuvo muchas decepciones, pero también pudo conocer la solidaridad de sus compañeros. Braga escribe al respecto:

Algunos participaban en la vida cotidiana del líder laborista exiliado, otros lo visitaban a menudo y le llevaban pequeños regalos de valor inestimable, como paquetes de cigarrillos Hollywood sin filtro, libros, casetes y hasta mandioca y rapadura. Y tenía amigos fieles que se quedaron en Brasil, que se unían en un grupo de auxilio a Brizola, lo ayudaban a resolver problemas personales o a encaminar los negocios, cobros y actualizaciones de documentos. Uno de los más fieles fue Danilo Groff, detenido en varias ocasiones por llevar consigo material considerado subversivo. Él y João Guaragna tienen que aparecer en cualquier relato que incluya los nombres de los grandes amigos y compañeros de Brizola durante los años de su exilio en Uruguay. No le faltó, en los momentos de mayor angustia, la mano amiga extendida al cebar un mate.

Tampoco le faltaron a Brizola las buenas relaciones con políticos uruguayos defensores de la legalidad y contrarios al golpe sufrido en Brasil. Pero el 13 de setiembre de 1977, cuando recibió la resolución Nº 687 del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay que lo expulsaba del país, la coyuntura política era completamente diferente a la que permitió su defensa en la Cámara de Representantes en el momento de su estadía en Atlántida, en 1965. En un escenario de dictaduras militares afines, no fue difícil para Brasil lograr el tan deseado destierro de Brizola.

El dirigente ya había sido acusado de haber violado las reglas del asilo político varias veces desde que llegó a Uruguay. Pero la noticia de la expulsión, sin ningún tipo de aviso previo o circunstancia que lo llevara a adoptar ciertas precauciones, tomó a Brizola por sorpresa. No había razón tangible, personal o política que justificara la medida. Sin embargo, Brizola no tenía dudas de que la orden era de Brasil. De acuerdo con Francisco das Chagas Leite Filho, autor de El caudillo Leonel Brizola: un perfil biográfico, “el propio Palácio do Planalto, a través del portavoz interino João Madeira, llegó a declarar que el gobierno brasileño tenía conocimiento previo de que Uruguay suspendería el asilo político de Leonel Brizola”.

El político intentaba entender el porqué de su expulsión, ya que hacía algunos años que no actuaba de manera ostensible en la política brasileña. Supo, años más tarde, que la revocación de su condición de asilado, aparentemente, fue provocada por la disputa interna entre el ministro de la Guerra de Brasil, el general Sílvio Frota, y el presidente Ernesto Geisel. Frota quería imponer su propio nombre como candidato a la sucesión presidencial; Geisel, por su parte, apoyaba a João Baptista Figueiredo, otro general. Para conseguir su objetivo, Frota articulaba un golpe al estilo del que en 1968 destituyó al vicepresidente Pedro Aleixo, un civil que asumiría el cargo ante el impedimento del presidente Artur da Costa e Silva. Aleixo terminó apartado del cargo por los generales, que colocaron en su lugar una junta militar constituida por los tres ministros militares de Da Costa e Silva: el general Aurélio de Lira Tavares, del Ejército, el almirante Augusto Rademaker, de la Marina, y el brigadier Márcio Melo, de la Fuerza Aérea. Sin embargo, para que el golpe fuera seguro, Frota necesitaba que la región sur, donde se situaba el III Ejército, quedara libre de la presencia de Brizola, porque el político, residiendo tan cerca de la frontera, posiblemente regresaría a Brasil y desestabilizaría a su futuro régimen. Seguramente Frota temía que Brizola reeditara la Campaña de la Legalidad, el exitoso movimiento que lideró en 1961 para garantizar la asunción de Goulart, a la que se oponían los sectores conservadores.

“Esa sería la razón intrínseca del grupo de Frota al exigir, extemporáneamente, la expulsión de Brizola del país vecino. Geisel tuvo que concederla y los militares uruguayos, que ejecutarla”, afirma Leite Filho. La disputa entre los grupos de Geisel y Frota terminó cerca de un mes después del decreto de expulsión de Brizola, cuando el presidente, en un abuso de autoridad, destituyó a Frota del ministerio y puso fin a su aspiración a la presidencia.


Después de tomar conocimiento del decreto que lo expulsaba de Uruguay, Brizola tuvo cinco días para abandonar el país. Según Neiva Moreira, autor de O pilão da madrugada, “Brizola, sin muchas alternativas, pero con gran capacidad política, se dio cuenta de que se le presentaba una oportunidad de probar la política de derechos humanos implementada por el presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter”.

La solicitud de visa que Brizola presentó en la embajada de Estados Unidos chocaba con un obstáculo burocrático: el hecho de que ese país no fuera signatario de convenio de asilo con Uruguay o con cualquier otro. Había también una tradición inhibitoria, que era la de no conceder asilo fuera del territorio estadounidense. Leite Filho escribe:

Los miles de asilados allí residentes, sobre todo los disidentes de países comunistas, como los de la ex Unión Soviética y de Cuba, encaminaron sus solicitudes después de entrar en suelo de Estados Unidos, muchos de ellos en viajes oficiales patrocinados por los propios gobiernos. Había, sin embargo, un precedente de 1971 similar al caso de Brizola: el del cardenal primado de Hungría, Joseph Mindszenty, preso político desde hacía más de 23 años en el propio país, y que después se fue a vivir a Viena, Austria. En cuanto a los brasileños, sólo el ex presidente Washington Luís Pereira de Sousa y el socialista bahiano João Mangabeira, que llegó a ser ministro de Justicia de João Goulart, habían vivido en Nueva York. Ellos tampoco habían obtenido el asilo, pero sí un visado temporal que les garantizó la permanencia en el país, pues eran disidentes del régimen brasileño de [Getúlio] Vargas.

Por su parte, Jimmy Carter se había comprometido a hacer valer su política de descompresión en América Latina, arrasada por dictaduras militares que tuvieron el apoyo de Estados Unidos. De esa forma, el presidente estadounidense “pasó por encima de todos los escollos burocráticos, políticos e incluso legales, ordenando que se concediera el visado a Brizola en un plazo récord de 48 horas”, afirma Leite. Su autorización del viaje de Brizola a Estados Unidos fue recibida como un gesto de hostilidad hacia las dictaduras militares de Brasil y Uruguay, que se vieron impotentes frente a la maniobra. De todos modos, las dictaduras brasileña y uruguaya intentaron obligar a Brizola a enfrentar restricciones, como la de su arresto domiciliario, que se decretó justamente en el día en que se divulgó la decisión de Estados Unidos.

El 20 de setiembre, a las 22.30, Brizola y su familia partieron del Aeropuerto de Carrasco con destino a Buenos Aires, donde se quedaron una noche antes de seguir viaje a Estados Unidos. Argentina, que vivía bajo la sombría dictadura de Jorge Rafael Videla, le reservó una desagradable sorpresa al ex gobernador cuando dispuso que fuera el hotel Liberty el lugar donde pasara la noche. Varios casos de secuestros y asesinatos políticos ordenados por la dictadura y la Operación Cóndor habían ocurrido en ese hotel, como el de los parlamentarios uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, que un año atrás, en mayo de 1976, habían sido arrancados a la fuerza de sus habitaciones en el Liberty y encontrados muertos inmediatamente después. Los temores de Brizola de que algo le sucediera a él o a alguien de su familia sólo fueron disipados cuando los periodistas que fueron a entrevistarlo en el aeropuerto de Ezeiza se dispusieron a hacer una vigilia frente a su habitación.

En las dos entrevistas que concedió en Buenos Aires, Brizola afirmó que no había desarrollado ninguna actividad que configurara una violación de las normas de asilo. Consultado sobre si ejercería la actividad política en Estados Unidos, admitió que volvería a tener algún tipo de actividad. Insistió, de todos modos, en que no tenía ningún sentimiento de venganza o revanchismo. Así, Brizola partió a Nueva York. En palabras de Luiz Alberto Moniz Bandeira, autor de Brizola e o trabalhismo, “el gobierno de Uruguay, al expulsarlo de su territorio, le abrió las puertas del mundo, lo liberó, lo reintegró, por más paradójico que parezca, a la política brasileña al hacer posible que se contactara con líderes de proyección internacional”. Brizola podría, entonces, seguir los consejos de los políticos del MDB que insistían en que viajara al exterior para hacer campaña por la amnistía brasileña.

En Estados Unidos, Brizola cambiaría bruscamente su rutina. Dejó de lado la vida tranquila de agricultor y se entregó a la vida política, que retomó con fuerza. En una de las entrevistas que había llegado a conceder en Buenos Aires, habló sobre el cambio que estaba ocurriendo en su vida: “Yo ya había prácticamente dejado, pero vean cómo es eso, me llevaron de los pelos. No tengo planes pero, como dijo un poeta español: ‘Caminante, no hay camino, se hace camino al andar’”.


Después del fracaso de la insurrección de 1967 (el levantamiento armado contra la dictadura conocido como Guerrilla de Caparaó, que contaba con Brizola como uno de sus líderes), el ex gobernador prácticamente se había recluido en Durazno. Aunque todavía recibía la visita de muchas personas de Brasil, en su mayoría miembros del MDB, evitaba exponerse. Sin embargo, la salida drástica de Uruguay lo colocó de nuevo como una figura destacada en la política, y más en aquel momento en que los militares, a pesar de sus divisiones internas y de sus indefiniciones, por entonces “enviaban señales con medidas que deberían acelerar el proceso de distensión política, tales como la edición de una nueva Ley de Seguridad Nacional, la aprobación de una amnistía parcial, además de la extinción del sistema bipartidista”, según Américo Freire en el artículo “Ecos da estação Lisboa: o exílio das esquerdas brasileiras em Portugal”. Allí agrega:

En consecuencia, se hizo intensa la movilización de los actores políticos en el sentido de construir estrategias para los nuevos tiempos que estaban por venir. Para algunos, por ejemplo, era la hora de resistir la imposición de la agenda gubernamental manteniéndose en el frente opositor legal —el MDB, después PMDB [Partido del Movimiento Democrático Brasileño]—. Para otros, era el momento de una mayor afirmación político-ideológica por medio de la creación de un partido socialista que agrupara a diferentes grupos y facciones de la izquierda.

Es en este contexto de efervescencia política que, en enero de 1978, Brizola aceptó la invitación del primer ministro portugués, Mário Soares, y se trasladó a Lisboa después de una serie de viajes por países de Europa. Luego de un largo exilio en Uruguay, el ex gobernador se encontraba en un momento favorable de su carrera política. De acuerdo con Freire, “Brizola ya había dejado de lado su vestimenta de revolucionario para presentarse como líder moderno e incontestable del laborismo brasileño”.

Su gran entrada en la política europea, sin embargo, ocurrió en febrero, durante la reunión de la Internacional Socialista en Hamburgo, Alemania. Leite Filho afirma:

Allí, se presentó a los líderes socialistas europeos, ante el canciller de Alemania Occidental y entonces presidente de la Internacional, Willy Brandt. Conoció también a François Mitterrand, de Francia, Olaf Palme, de Suecia, y Felipe González, de España, este último también de regreso del exilio, en su caso, impuesto por el franquismo. También en febrero viajó a Francia, donde fue recibido en la sede del Partido Socialista francés. Con ese partido firmó un comunicado en el que los socialistas franceses se comprometen a estrechar los lazos con “el movimiento de opinión representado por Brizola”, con el propósito de apoyar “cualquier proceso de democratización auténtico de Brasil”.

La aproximación a esos liderazgos fue facilitada por los militantes del Comité Pró-Amnistia Geral no Brasil portugués, que tenía al frente a Maurício Paiva, Domingos Fernandes y Almir Dutton Ferreira, todos ex guerrilleros que alcanzaron la libertad en Brasil al ser intercambiados por embajadores secuestrados. Estos nombres fueron cruciales en la ayuda a Brizola en este período, en el cual el político buscaba llevar adelante su proyecto de reconstrucción del laborismo. Su gran sueño era reorganizar el Partido Laborista Brasileño (PTB), ampliando y renovando los cuadros que existían antes del golpe de 1964, con énfasis en su evolución hacia el camino del socialismo, que había interrumpido la dictadura. Pero también sería, de acuerdo con Braga, “la forma de hacerle justicia a una organización política que, en 1964, tuvo en sus líderes las principales víctimas de las destituciones, los castigos, los exilios y los destierros impuestos por los militares”.

El debate en torno a la refundación del partido se realizó en diversos encuentros, en Brasil y en el exterior. El más importante, por su dimensión y representación, se conoció como el Congreso de Lisboa y se llevó a cabo entre el 15 y el 17 de junio de 1979 en la sede de Partido Socialista portugués, con la presencia de 1.500 personas. Allí estuvieron reunidos, para discutir el futuro de los movimientos sociales y políticos de Brasil, líderes de izquierda de las más variadas tendencias, junto con exiliados brasileños procedentes de diversos países. La apertura del encuentro estuvo a cargo del primer ministro portugués Mário Soares. “Y lo que se observó en la realización de los trabajos fue un clima de mucha unión, de cara a la construcción de un nuevo proyecto laborista en Brasil”, afirma Braga.

Entre los documentos elaborados en esa instancia, la Carta de Lisboa fue el que tuvo más repercusión, y se convirtió en una guía para la acción política de los seguidores de Brizola. El documento era enfático en la urgencia de organizar, con el apoyo del pueblo brasileño, un partido verdaderamente nacional, popular y democrático, un partido de masas no sólo representante de la clase obrera, sino orientado a los trabajadores y los menos favorecidos en general.

El Congreso de Lisboa coincidió con los últimos “retoques” que el gobierno del general Figueiredo hizo al proyecto de amnistía, que permitió la vuelta de los exiliados a Brasil. El país vivía un clima de ebullición derivado de las actividades de los movimientos políticos y sociales, que se agitaban y se hacían oír en las diversas instancias.

En este contexto, el retorno de Brizola a la política brasileña y las diversas posibilidades de actuación en el país eran temas recurrentes en la embajada uruguaya. El general Eduardo Zubía, embajador de Uruguay en Brasil, justificaba en una comunicación oficial (la Nº 14.010, de julio de 1979) la preocupación por las futuras actitudes del político:

Debido a ser el estado de Río Grande del Sur limítrofe con nuestro país, a su población, a sus dimensiones, a la influencia mutua que existe entre ambos, considero de suma importancia seguir atentamente el proceso político en Río Grande del Sur, ya que su destino está íntimamente ligado a nuestro país.

Además, el documento en cuestión hace también observaciones sobre la reestructuración de un nuevo PTB al abordar el reportaje de Correio Braziliense del 1º de julio de 1979 en el cual se anuncia que la mayoría del MDB gaúcho se había adherido al partido de Brizola.

La organización de un PTB fuerte y dominante en Rio Grande do Sul y, sobre todo, dirigido por Brizola, preocupaba al gobierno de Uruguay, que consideraba al político un enemigo de la dictadura militar. Su presencia cercana podría dificultar la relación existente entre el estado gaúcho y la dictadura en cuestión, según el documento Nº 14.010 del Archivo Administrativo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Uruguay. Se percibe, de esta forma, que incluso después de su salida de Uruguay Brizola siguió siendo objeto de la vigilancia del aparato represivo del país, que siempre lo consideró una amenaza política para las pretensiones dictatoriales de cualquier país de América Latina.


Fue en este contexto de incertidumbre en cuanto a la recreación del PTB que Brizola, finalmente, regresó a Brasil en 1979 con la promulgación de la amnistía. A diferencia de los innumerables exiliados que desembarcaban en el aeropuerto de Galeão, en Rio de Janeiro, el ex gobernador prefirió retornar a Brasil por São Borja, una pequeña ciudad gaúcha en la que nacieron los presidentes Getúlio Vargas y João Goulart. Se trataba de un lugar lleno de simbolismo, al igual que la fecha prevista para su llegada, el 7 de setiembre, día de la independencia de Brasil.

En Asunción, Paraguay, Brizola hizo la última escala del vuelo que lo traía de Nueva York y, de acuerdo con Leite Filho, se enfrentó a la opresión de las dictaduras que aún dominaban en América Latina:

Un enorme aparato de seguridad lo aguardaba en el Aeropuerto Guaraní, bajo las órdenes del ministro del Interior, Sabino Montanaro, que fue a saludarlo personalmente, en nombre del presidente, el general Alfredo Stroessner. Montanaro estaba acompañado del jefe del Comando General, coronel José Rabito, y otras autoridades. La policía de Montanaro, que mantuvo alejados a los militantes brizolistas que llegaron de Brasil para saludar a su líder, incluso prohibió que los periodistas se aproximaran: “Las declaraciones quedan para Foz do Iguaçu”, decretó el ministro. El presidente Stroessner, en realidad, había establecido restricciones para aquel aterrizaje en Asunción del ilustre exiliado: “Mira, yo soy amigo de su padre, de Brizola, no”, dijo al hijo de _Jango, João Vicente Goulart, que le había pedido autorización para el desembarque del tío Leonel en el país._

En la capital paraguaya Brizola fue recibido por su hijo, João Vicente Brizola, el senador Pedro Simon, el ex diputado Wilson Vargas, el ex alcalde de Porto Alegre Sereno Chaise y João Vicente Goulart. Siguieron todos hacia Foz do Iguaçu, de donde partieron hacia São Borja en las primeras horas del día siguiente en un avión que pertenecía a João Vicente Goulart y era pilotado por Maneco Leones, el mismo piloto que había conducido a Brizola al exilio en Uruguay 15 años antes. A las 11.00, con una hora y media de retraso, Brizola llegó a São Borja, donde una pequeña multitud había invadido la pista y lo esperaba para intentar abrazarlo o simplemente tocarlo. “Una de esas personas incluso consiguió darle un mate, que las cámaras de los 150 periodistas presentes pudieron registrar como una prueba indeleble de que Brizola realmente había vuelto”, dice Leite Filho.

Brizola siguió hacia el cementerio, lugar donde hizo su primera declaración pública en el país. Ante la tumba de Getúlio Vargas, contra su hábito de improvisar sus palabras, leyó un discurso escrito cuidadosamente en sus últimos días de exilio, cargado de emoción y sentimiento histórico. A 15 años de su partida, Leonel de Moura Brizola finalmente regresaba a Brasil. Era el reencuentro tan esperado entre el político y el pueblo, entre el pasado y el futuro que se hacía presente.

Después del retorno

En 1982, en las primeras elecciones libres desde el comienzo de la dictadura, Brizola fue electo gobernador del estado de Rio de Janeiro, y volvería a serlo entre 1991 y 1994. Durante esa década, Brizola compitió con Lula por el liderazgo de la izquierda brasileña, y fue su compañero de fórmula en las elecciones de 1998. Murió en 2004, a los 82 años, cuando sufrió un infarto mientras regresaba de su estancia en Durazno, que mantuvo durante todo ese tiempo.