El economista español Xabier Arrizabalo es conocido por muchos gracias a su participación en el programa La tuerka, que conduce el líder del partido Podemos. Profesor de Crítica de la Economía Política en la Universidad Complutense de Madrid y autor de diversas obras de teoría marxista, Arrizabalo condensó el capítulo de su libro Enseñanzas de la Revolución rusa que versa sobre la lucha por la emancipación de las mujeres.

El economista español Xabier Arrizabalo es conocido por muchos gracias a su participación en el programa La tuerka, que conduce el líder del partido Podemos. Profesor de Crítica de la Economía Política en la Universidad Complutense de Madrid y autor de diversas obras de teoría marxista, Arrizabalo condensó el capítulo de su libro Enseñanzas de la Revolución rusa que versa sobre la lucha por la emancipación de las mujeres.

La lucha contra la ignorancia que padecían las grandes masas de asalariados y sobre todo campesinos es una buena muestra del avance civilizatorio que supuso la Revolución rusa, que benefició en particular a los más desfavorecidos. Es el caso también del esfuerzo por la emancipación de la mujer trabajadora, completamente imposible en el estrecho corsé del régimen anterior.

La voluntad política del gobierno emanado del triunfo de la insurrección, sin ningún compromiso con las instituciones del antiguo régimen, hizo posible que de forma inmediata se resolvieran todas aquellas cuestiones que efectivamente podían resolverse de un día para otro “por decreto”. En particular se estableció la plena igualdad legal entre hombres y mujeres, así como el derecho al matrimonio civil, al divorcio, a la contracepción y enseguida, en 1920, al aborto. Todo esto fue factible porque se instaló un nuevo marco estatal presidido por su plena laicidad, lo que alivió a Rusia de la perniciosa influencia de la religión, especialmente dañina para las mujeres.

No ocurrió lo mismo, ni podría haber ocurrido, con otras cuestiones relativas a la doble opresión de las mujeres trabajadoras o “esclavas domésticas”. Estos asuntos estaban incrustados en la mentalidad de la población en conexión precisamente con la cultura propia del viejo régimen zarista, muy reaccionaria. En este caso, los resultados no se pueden medir de forma inmediata salvo en términos del progreso que se fue alcanzando. Dicho de otra forma, respecto de todas aquellas cuestiones no resolubles de un día para otro debemos fijarnos en si efectivamente se avanza en el camino que conduce a su logro. La experiencia soviética lo confirma, con el impulso de los primeros decretos y todas las medidas y su financiación que se pusieron en marcha, si bien en última instancia la plena emancipación de la mujer sólo podrá lograrse con la emancipación total del conjunto de la sociedad, emancipación que únicamente resulta viable a partir de un desarrollo tal de las fuerzas productivas que permita la abundancia que cubra el conjunto de necesidades y legítimas aspiraciones de la población trabajadora.

La problemática específica de la mujer trabajadora fue una cuestión de primera importancia. Afectaba directamente a la mitad de la población —e indirectamente, a toda— y consistía precisamente en lo que define la noción de doble opresión: la mujer trabajadora no sólo sufre el yugo propio de todo miembro de la clase trabajadora, sino también una opresión añadida por razón de su género. La primera opresión, como trabajadora asalariada, se concreta en su condición de explotada en el sentido científico que reservamos para este término, es decir en cuanto sujeto al que no se le paga todo el trabajo que realiza en la producción capitalista (o las modalidades de dominación correspondientes a otras relaciones de producción existentes en cada sociedad, en particular las feudales en la Rusia de principios del siglo XX) o, para decirlo con más precisión, en cuanto sujeto que forma parte de la clase a la que no se le paga todo el trabajo que vierte a la producción capitalista (ya que la explotación se realiza por una clase sobre otra, no a escala individual). La segunda opresión, como mujer, se plasma no sólo en que padece una mayor explotación capitalista (menor salario por el mismo trabajo, etcétera), sino también en su subordinación en los demás ámbitos de la vida social, en particular en el familiar (sobrecarga de tareas domésticas, etcétera), con todas sus implicaciones, de diversa índole.

Sin duda, esta otra opresión de las mujeres trabajadoras debe ser objeto de atención, particularmente desde la perspectiva marxista, en tanto nuestra aspiración se sitúa en la emancipación de la humanidad de toda forma de explotación, dominio o subordinación de un ser humano sobre otro. Dicen Marx y Engels, en el Manifiesto del Partido Comunista:

El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer. No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.

Ya en 1899 Lenin había insistido en incluir la reivindicación de la igualdad en el primer borrador del programa del Partido Bolchevique: “Aquí convendría añadir: ‘plena igualdad de derechos entre la mujer y el hombre’”. Y en el programa de 1903 se recoge expresamente que la revolución “acabará por completo con la división de la sociedad en clases y, por consiguiente, con todas las desigualdades sociales y políticas que emanan de esa división”, reclamándose la “abolición de los estamentos y plena igualdad de derechos de todos los ciudadanos, independientemente de su sexo, religión o raza”.

Como resultado de la trayectoria histórica de la humanidad y la base material que fue conformándose, en sus distintas concreciones, se estableció una división sexual caracterizada por la opresión de la mujer, subordinada socialmente y sobre todo en el ámbito familiar. Marx y Engels ya lo habían planteado en La ideología alemana, en 1845-46:

Con la división del trabajo […] se da, al mismo tiempo, la distribución y, concretamente, la distribución desigual, tanto cuantitativa como cualitativamente, del trabajo y de sus productos; es decir, la propiedad, cuyo primer germen, cuya forma inicial se contiene ya en la familia, donde la mujer y los hijos son los esclavos del marido. La esclavitud, todavía muy rudimentaria, ciertamente, latente en la familia, es la primera forma de propiedad, que, por lo demás, ya aquí corresponde perfectamente a la definición de los modernos economistas, según la cual es el derecho a disponer de la fuerza de trabajo de otros.

Se trata del patriarcado, según Engels en La familia, la propiedad y el Estado:

El derrocamiento del derecho materno fue la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo. El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción. Esta baja condición de la mujer, que se manifiesta sobre todo entre los griegos de los tiempos heroicos, y más aun en los de los tiempos clásicos, ha sido gradualmente retocada, disimulada y, en ciertos sitios, hasta revestida de formas más suaves, pero no, ni mucho menos, abolida.

El primer efecto del poder exclusivo de los hombres, desde el punto y hora en que se fundó, lo observamos en la forma intermedia de la familia patriarcal, que surgió en aquel momento. Lo que caracteriza, sobre todo, a esta familia [es] la “organización de cierto número de individuos, libres y no libres, en una familia sometida al poder paterno del jefe de esta”.


En Rusia, el profundo atraso se expresaba no sólo en el terreno material, sino también en las distintas manifestaciones de la superestructura, desde la configuración del Estado hasta la injerencia de la Iglesia en toda la vida social. Y especialmente en la opresión a las mujeres. Dice Catherine Lanérès en Les femmes travailleuses dans le mouvement ouvrier 1869-1994:

El hambre es desenfrenada en un país en el que las mujeres tienen aun menos derechos que en otros. La servidumbre de la mujer al hombre es total. Cerca de 90% de ellas son analfabetas, frente a 60% de los hombres. La mortalidad infantil alcanza en promedio a un niño de cada cuatro. La mujer sólo tiene derecho a trabajar con la autorización del marido. En el artículo 107 del código de familia zarista, el marido es el tutor de su mujer. La mujer no tiene identidad. No tiene carné de identidad y su nombre sólo figura en el carné del marido. En el artículo 108, la esposa “debe respetar y obedecer sin límites a su marido y debe mostrarle toda complacencia y apego”. La esposa debe someterse a la voluntad de su marido.

Los avances que supuso la revolución para la situación de las mujeres no pueden separarse del conjunto de avances sociales, de igual modo que el lugar de las mujeres en el proceso revolucionario, que desde luego no es menor, no puede desligarse de la movilización general del conjunto de la clase trabajadora, tanto previamente como durante la propia insurrección y el proceso de construcción del socialismo que se abre tras su triunfo.

En coherencia con los programas bolcheviques de 1899 y 1903, tras el triunfo de la revolución la lucha por la igualdad ocupará un lugar central, como explicaba Lenin en 1919.

La verdadera emancipación de la mujer, el verdadero comunismo, sólo comenzarán donde y cuando comience una lucha total (dirigida por el proletariado que tiene el poder) contra esa pequeña economía doméstica o, más exactamente, cuando comience su transformación general en una gran economía socialista […] Los comedores públicos, las casas-cuna y los jardines de la infancia son otras tantas muestras de estos brotes, son medios sencillos, corrientes, sin pompa, elocuencia ni solemnidad, efectivamente capaces de emancipar a la mujer, efectivamente capaces de aminorar y suprimir su desigualdad respecto del hombre por su papel en la producción y en la vida social.

No se trataba de un mero aderezo formal, sino de la conciencia clara acerca de su importancia y la actuación consecuente al respecto:

La construcción del socialismo comenzará sólo cuando hayamos logrado la completa igualdad de la mujer, y cuando acometamos las nuevas tareas junto con la mujer, que habrá sido liberada del trabajo mezquino, embrutecedor, improductivo. Esta es una tarea que nos llevará muchos, muchísimos años. Esta tarea no puede dar resultados rápidos ni producir efectos brillantes.

Una importancia que no es exagerado calificar de decisiva: “El éxito de la revolución depende del grado en que participen en ella las mujeres”. De modo que la reivindicación de la plena igualdad entre mujeres y hombres, así como la política consecuente en relación con esto, no sólo se desplegaron a escala de Rusia, sino también internacionalmente.


En la grave situación que implicaba la guerra, que incluía el envío masivo de hombres al frente, recaía sobre las mujeres el peso de sacar adelante la supervivencia de las familias. En ese contexto, su incorporación al mercado de trabajo estimuló su participación en las organizaciones obreras y su movilización cada vez mayor, que estalló a finales de febrero como detonante de la revolución. Dice León Trotski en Historia de la Revolución rusa:

La Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros […] la historia cogía los cabos del hilo revolucionario roto por la guerra y los volvía a empalmar […] La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: “Desviad las bayonetas y venid con nosotros”. Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante.

La mecha prendió el 23 de febrero, que era el 8 de marzo en el calendario gregoriano. Es decir, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Y prendió precisamente en los grupos de mujeres de clase trabajadora de Petrogrado, que se rebelaron ante la falta de pan. En 1975 Naciones Unidas pretendió usurpar esta celebración de clase, declarándola Día Internacional de la Mujer. Su contenido de clase procede de su proclamación como Día Internacional de la Mujer Trabajadora en 1910, en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague, a propuesta de Clara Zetkin, militante revolucionaria alemana.

En octubre, el triunfo de la insurrección supuso la ruptura con el viejo Estado dominado por la burguesía y los grandes propietarios terratenientes, subordinado al imperialismo y coronado por la omnipresente injerencia de la Iglesia en la vida pública, que enfangaba más todo. Se constituyó un nuevo Estado, un Estado obrero que, sin embargo, no era el reflejo de una sociedad que ya pudiera definirse como socialista, sino que solamente se había desembarazado, en primera instancia, del dominio de las clases explotadoras. Además de las perspectivas que esto abría, en términos de poder impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas y todo lo que esto conllevaba, de forma inmediata permitió establecer una serie de derechos que constituían un enorme avance, inédito históricamente.

Es importante consignar ambos hechos: ni el triunfo de la revolución y el consecuente nuevo Estado constituía el socialismo, una suerte de panacea para la resolución inmediata de todos los problemas sociales enquistados durante siglos, ni deben ser menospreciadas las posibilidades que abrían, incluso de forma inmediata en algunos ámbitos (como se observa con los primeros decretos).


Hay un antecedente en la lucha contra la discriminación de las mujeres trabajadoras y contra el patriarcado: la Comuna de París, que establece en el artículo IX de su legislación, en 1871, la emancipación de la mujer de la autoridad masculina:

La sumisión de los niños y la mujer a la autoridad del padre, que prepara la sumisión de cada uno a la autoridad del jefe, se declara muerta. El matrimonio se constituye libremente con el único fin de buscar el placer común. La Comuna proclama la libertad de nacimiento: el derecho de información sexual desde la infancia, el derecho al aborto, el derecho a la anticoncepción.

En Rusia, la mujer trabajadora se benefició del conjunto de medidas que se tomó inmediatamente después del 25 de octubre, de forma análoga al grupo de trabajadores de una serie de medidas que afectaban directamente sus condiciones de vida.

Antes de cumplirse dos meses desde la insurrección, se instituyó el derecho al divorcio (17-18 de diciembre):

Se considera un simple acto de registro civil [...] se reconoce el consentimiento mutuo, la publicidad y la culpabilidad desaparecen de la demanda de divorcio. El procedimiento se simplifica al máximo. Todos los niños son iguales, ya sean habidos en el matrimonio o no. La “legitimidad”, tan amada por la burguesía, no tiene valor ni efectos jurídicos. La ley del divorcio era en efecto urgente. Los matrimonios convenidos, forzados, los matrimonios de niñas, impúberes, y la brutalidad de las relaciones de pareja eran tales que con la ley promulgada inmediatamente las demandas de divorcio invaden los registros civiles. El matrimonio es completamente laico.

Un año más tarde, el 16 de diciembre de 1918, se estableció un Código de Familia en el que se integró la ley del divorcio con la novedad de la igualdad total entre los esposos: “El principio que preside la ley es devolver a la vida privada su verdadero sentido de ‘vida privada’”. El Estado sólo intervenía para garantizar la igualdad de los sexos, la ausencia de privilegios y las obligaciones con los menores. En lo demás, plena libertad e igualdad:

Cada esposo es libre en la elección del nombre y de la nacionalidad. Mantiene el suyo o toma sin discriminación de sexo los del cónyuge. El domicilio es libremente elegido por cada uno de los esposos. Se instaura la comunidad de bienes reducida a los gananciales. Esta disposición, difícil para vivir en el caso de las mujeres, se modificará en 1926 por la simple comunidad de bienes. La “potestad marital” es completamente inexistente en el nuevo código. Se requiere el libre consentimiento para el matrimonio y la edad para él es de 18 años para los dos esposos. También queda abolida la “potestad paternal” y se sustituye por la autoridad paternal compartida.

Y la libertad e igualdad plenas dinamitaron la familia burguesa asentada en la propiedad:

Lo que explota con este Código es el fundamento mismo de la familia burguesa, de la defensa de la propiedad privada por la familia. La única voluntad que se encuentra en la base del matrimonio y de la pareja —puesto que el concubinato se va a reconocer con los mismos efectos que el matrimonio— es únicamente la de desear unirse por amor.

Se liberó a la sociedad de la opresión religiosa con sus intereses y supersticiones anticientíficas, gracias a lo cual el 20 de noviembre de 1920 se estableció el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo y también se crearon maternidades.

La liberación de la mujer de la supeditación legal al marido no supuso solamente el derecho al trabajo sin su autorización, sino también el deber de participar en la producción, en la vida social, al igual que el hombre: “Se instituye de una vez por todas el principio ‘a igual trabajo, igual salario’”. Además, se pusieron a su alcance los medios para hacerlo:

Para permitir a las mujeres trabajar, guarderías y estructuras comunitarias como las lavanderías y los comedores se van a convertir en elementos prioritarios para las mujeres en los primeros tiempos de la revolución.

Inessa Armand resumió estos aspectos con claridad en el Congreso Panruso de Trabajadoras y Campesinas, inaugurado el 18 de diciembre de 1918. La ya citada obra de Lanérès recoge:

Bajo el capitalismo, la mujer trabajadora debe soportar el doble fardo de trabajar en la fábrica y del trabajo doméstico en la casa. No solamente debe hornear y tejer para el patrón de la fábrica, sino que también debe lavar, limpiar y cocinar para su familia… Pero hoy es diferente. El sistema burgués está en vías de desaparición. Nos acercamos a la época de construcción del socialismo. Para reemplazar los millones de pequeñas unidades económicas individuales, de cocinas rudimentarias, malsanas y mal equipadas, el incómodo lavado a colada, debemos crear estructuras colectivas, comedores colectivos y lavanderías colectivas.

Inessa Armand. Desde el periódico feminista Kommunistka, apoyó la legislación a favor del aborto, luchó contra la prostitución e impulsó la mejora de la protección social de madres e hijos.
Aleksandra Kolontái. Luego del triunfo de la revolución fue nombrada comisaria de Bienestar Social, lo que la convirtió en la primera mujer en el gobierno bolchevique.

Inessa Armand. Desde el periódico feminista Kommunistka, apoyó la legislación a favor del aborto, luchó contra la prostitución e impulsó la mejora de la protección social de madres e hijos. Aleksandra Kolontái. Luego del triunfo de la revolución fue nombrada comisaria de Bienestar Social, lo que la convirtió en la primera mujer en el gobierno bolchevique.

Foto: Ramiro Alonso

Mientras en las sociedades capitalistas se luchaba por derechos democráticos elementales, la mujer soviética ya los disfrutaba, incluidos el de votar y ser elegible, tal y como se recoge expresamente en la Constitución soviética de 1918. Las medidas no se adoptaron solas. Históricamente, el movimiento obrero se organizó en torno a su actividad, que lo nutría, lo ordenaba. En la experiencia soviética la lucha por la emancipación de la mujer se organizaba en torno a la constitución del Zhenotdel, departamento de la mujer del Secretariado del Comité Central del partido.


Este contenido tan democrático revela el significado del poder obrero y campesino, que se materializó en las actividades promovidas por el Zhenotdel, tanto de agitación y propaganda como de puesta en marcha de infraestructuras, servicios, etcétera. En cuanto a las primeras, se destaca la publicación de un boletín semanal y un periódico mensual, Kommunistka (La Comunista, con una tirada de 30.000 ejemplares), junto con numerosos folletos y panfletos (sólo en los primeros seis meses de 1921 fueron 400.000 documentos). Además, desde el Día Internacional de la Mujer Trabajadora de 1914 ya se publicaba la revista Rabotnitsa (Trabajadora). En 1921 el Zhenotdel editaba de forma regular una página en 74 periódicos. Otras publicaciones eran Krestianka (La Campesina), Delegatka (La Delegada) y Obchtchestvennitsa (La Activista).

Además, clásicos del marxismo sobre la cuestión de la mujer, sintetizados en pequeños folletos, circularon ampliamente. Rabotnitsa se mantuvo como órgano central, y Kommunistka, de Nadia Krúpskaya, como su revista teórica. Boletines internos y revistas locales de la mujer, como Mujer Campesina o Mujer Roja Siberiana, elevaron la circulación total de 18 publicaciones femeninas hasta 670.000 en 1930.

Frente a la barrera que suponía el analfabetismo, se crearon 25.000 escuelas de alfabetización, que formaban parte de las actividades de creación de servicios: “Cuidado de niños y huérfanos, servicio e inspección escolar, distribución de alimentos, supervisión de viviendas, salud pública y medicina preventiva, campañas antiprostitución, trabajo en la guerra, educación, legislación, acogida, servicios a las familias, y propaganda de masas”, según Richard Stites en Zhenotdel: Bolshevism and Russian Women, 1917-1930.


La experiencia del Zhenotdel supuso un enorme aporte para la emancipación de la mujer trabajadora, tanto en el terreno de las conquistas materiales como en el de su concienciación, que se retroalimentaban. La misma obra de Lanérès recoge:

Los Zhenotdel trabajan para crear equipamientos comunitarios. Las mujeres e incluso las jóvenes están, en su gran mayoría, más interesadas en la puesta en marcha de estas estructuras, tan necesarias para la mejora de la vida cotidiana, que en las cuestiones políticas. La cuestión de la socialización de las tareas domésticas ha sido, para millones de mujeres soviéticas miembros del Zhenotdel, la ocasión para participar en la construcción del socialismo. La politización de las mujeres pudo realizarse efectivamente por estas tareas concretas. Pero el encuentro con la organización femenina emancipa también a la mujer [...] Se estima que diez millones es el número de mujeres que forman parte de los grupos del Zhenotdel de 1919 a 1923.

En los primeros años, y a pesar de todas las dificultades, se lograron avances que sin duda son importantes, pero su profundización e incluso su mantenimiento se toparon con un obstáculo serio, que fue la gravísima situación económica. En ese contexto, la creciente burocratización también amenazaba a estas conquistas. Tras la expulsión y persecución de la oposición, en enero de 1930 el Comité Central anunció una reorganización de la estructura del partido que supuso la liquidación del Zhenotdel, cuyo preludio había sido la degradación del Secretariado Internacional de la Mujer de la III Internacional a Departamento de la Mujer del Comité Ejecutivo en 1926.


Con el pleno control del aparato del Estado por la burocracia estalinista, en 1936 se prohibió el aborto para el primer hijo; en 1944 la prohibición era completa; en 1955, tras la presión social y multitud de muertes en abortos clandestinos, se restableció el derecho, aunque no se establecieron los medios para ejercerlo en las mejores condiciones. Además de su grave contenido material, esta prohibición tuvo un gran simbolismo, porque emparentó a la burocracia estalinista con las ideologías más reaccionarias, en particular las religiosas, que consagran a la mujer en el papel de madre. Previamente, en 1934 se había promulgado un nuevo Código de Familia, que revertía parte de lo conquistado. Lanérès opina al respecto:

No tiene nada que envidiar a los códigos burgueses más reaccionarios. Los únicos hijos reconocidos como legítimos son los tenidos en el matrimonio. La unión libre es condenada. La burocracia retoma las reglas burguesas del divorcio, los agravios, dejando a la libre apreciación de los tribunales la “justa” razón del divorcio. El procedimiento se hace largo e insoportable. Los testimonios de la vergüenza se convierten en la regla. El divorcio ya no es un acto gratuito, sino sometido a una fuerte multa.

Ya no existía el Zhenotdel, tampoco los sóviets ni los sindicatos independientes. El retroceso se extendió también en relación con lo efectivamente avanzado en la igualdad entre mujeres y hombres.

Sin embargo, en Rusia primero y en la URSS después, de forma consecutiva al triunfo de la insurrección revolucionaria de octubre se habían abolido todas las leyes que discriminaban a la mujer respecto del hombre, promulgando en su lugar nuevas leyes que consagraron la plena igualdad legal. El derecho al divorcio, al matrimonio civil, a igual reconocimiento legal de todos los hijos derogaron los privilegios masculinos ligados a la propiedad. Además, en la Constitución de julio de 1918 se estableció el derecho a votar y a ser elegida para la mujer. Poco después, en noviembre de 1920, las mujeres conquistaron el derecho al aborto. Se estableció el igual derecho al trabajo para mujeres y hombres, así como su obligación, creando una amplia red de apoyo a la mujer para facilitar su incorporación al trabajo fuera del hogar: guarderías, comedores, lavanderías, etcétera.

Es importante consignar estos avances, asociados a las posibilidades que se le abren a una sociedad cuando se libera de las exigencias del capital. En sólo unos meses, en Rusia se avanzó mucho más que en las naciones más desarrolladas a lo largo de toda su historia.