Referente del asentamiento de Isla de Gaspar, Pelusa Medina es madre de siete y abuela de 19. La fotoperiodista Mariana Greif la visitó a lo largo de 2018 para documentar el proceso de realojo de los vecinos. Pelusa fue la última en abandonar el asentamiento, en setiembre de ese año. No se fue muy lejos, y podrá ver cómo su antiguo barrio se transforma en un parque.

Camino a una reunión con vecinos, en mayo de 2018.

Camino a una reunión con vecinos, en mayo de 2018.

Foto: Mariana Greif

Shirley Pelusa Medina tiene 62 años. De ellos, 43 los ha vivido en Isla de Gaspar, la zona que fue el asentamiento más grande de Montevideo, en Malvín Norte.

En las mañanas trabaja limpiando una empresa de impresiones y las tardes las dedica al barrio, que ahora más que barrio es un proyecto de parque.

Con sus vecinas organizando el próximo realojo, en mayo de 2018.

Con sus vecinas organizando el próximo realojo, en mayo de 2018.

Foto: Mariana Greif

A mediados del siglo XX el lugar “era zona con muchas lomas de tierra”, cuenta Pelusa.

—Ahí empezaron a hacer los primeros ranchos. A fines de los 80 había unas 60 familias, y entre 1990 y 1995 fue un crecimiento increíble. Llegamos a tener 250 familias, que venían de distintas partes de Montevideo.

Pelusa y su hermana durante un realojo en el complejo habitacional Zum Felde II, en junio de 2018.

Pelusa y su hermana durante un realojo en el complejo habitacional Zum Felde II, en junio de 2018.

Foto: Mariana Greif

Ella había llegado en 1975, con una hermana. Se había separado, tenía tres hijos y su economía se complicó:

—En aquellos tiempos eran sólo estas viviendas y algún ranchito. No había luz, no había agua, no había calles, el suelo era de tierra. Había que ir a buscar el agua a la esquina, a la única canilla, en frente a donde ahora hay una parada de ómnibus, en Larravide y Minnesota.

Con vecinos y técnicos de la Intendencia de Montevideo.

Con vecinos y técnicos de la Intendencia de Montevideo.

Foto: Zurimar Campos, AFP

Esa fue la esquina en la que se dio cuenta de que le gustaba el trabajo en la comunidad.

—Ese fue nuestro primer centro, porque todas íbamos a buscar agua ahí, y mientras esperábamos charlábamos. Hablaba con las madres de que los chiquilines fueran a la escuela. Muchos no estaban registrados y me empecé a mover. Íbamos a las escuelas, hablábamos con las directoras. Muchos de los gurises estaban enfermos con parásitos. Desde ahí salieron estas ganas de poder cambiar, de vivir otra vida.

En una de las mudanzas.

En una de las mudanzas.

Foto: Mariana Greif

A mediados de la década de 1980, la proximidad del retorno de la democracia alimentaba esperanzas de recuperación para muchos, y no sólo en Isla de Gaspar.

—Se avecinaba la idea de que las mujeres también podríamos salir a trabajar. A muchas las tomaron en empresas de limpieza. Fue importante eso, independizarse. Lo que pasaba es que si decías “vivo en tal lado”, no te daban trabajo. Yo trabajaba porque siempre daba la dirección de mi madre, no la de acá.

La puerta de su antigua casa.

La puerta de su antigua casa.

Foto: Mariana Greif

Pelusa volvió a casarse. Su nuevo esposo era recolector.

—Su carro era de hierro y cuando llovía mucho se embarraba y no podía salir, y en una no daba más. Nos empezamos a organizar, juntamos escombros. Nos fuimos uniendo, con mi cuñado, después Eugenio, Hugo, Chaparro, Cortés... Cuando quisimos acordar eran muchos hombres y mujeres desparramando escombros, primero en nuestra entrada, y después conseguimos más e hicimos toda una calle, la primera del barrio. Entonces los carros pudieron salir a trabajar.

Vecino de Isla de Gaspar demuele su antigua vivienda.

Vecino de Isla de Gaspar demuele su antigua vivienda.

Foto: Mariana Greif

En 1997 la Intendencia de Montevideo pavimentó la calle.

—Nos pusieron la luz, nos sacaron un basural que teníamos que medía más de dos metros. Fuimos consiguiendo cosas yendo a la intendencia. A veces no nos atendían, nos hacían esperar. Era duro porque había que tener para el ómnibus y nunca sabías si iba a servir, pero siempre íbamos. Esta-ban Elvira, Chicha, Gladys, la Chaparro, la Paca, doña Estela, personas que siempre me acompañaban.

—¿Todas mujeres?

—Las mujeres somos las que nos empoderamos en el barrio, porque fuimos las que trabajamos siempre juntas, por nosotras, a veces contra la violencia de género, y siempre por el barrio.

Realojados visitan su antiguo barrio y asisten a la presentación del proyecto para convertirlo predio en parque.

Realojados visitan su antiguo barrio y asisten a la presentación del proyecto para convertirlo predio en parque.

Foto: Mariana Greif

La convicción de que tenían que regularizar la situación de sus viviendas los siguió movilizando hasta que en 2005 enviaron becarios de la intendencia. Luego empezaron a luchar para erradicar los basurales, durante la administración de Ricardo Ehrlich.

—Empezamos a enviar cartas, porque necesitábamos sacar el basurero de allá atrás, que era gigante. Acá, con todos los clasificadores, había montones de basura, y empezamos a molestar a Ehrlich. Le pedimos que viniera al barrio, porque hasta ese momento todas las decisiones eran desde un escritorio. Nos dijo que iban a tomar medidas paliativas y mandó hacer un censo.

Mudanza en el complejo habitacional Zum Felde II.

Mudanza en el complejo habitacional Zum Felde II.

Foto: Mariana Greif

Mudanza en el complejo habitacional Zum Felde II.

Mudanza en el complejo habitacional Zum Felde II.

Foto: Mariana Greif

Mudanza en el complejo habitacional Zum Felde II.

Mudanza en el complejo habitacional Zum Felde II.

Foto: Mariana Greif

Sin embargo, todo cambió cuando, en 2006, se encontró plomo en la sangre de los niños de Isla de Gaspar. Había que salir de esa zona contaminada.

—Descartamos la posibilidad de la regularización, el camino era por el realojo. Empezamos a mandar cartas al intendente para que viniera; no queríamos medidas paliativas, queríamos que viera cómo vivíamos y lo urgente que era el realojo.

Con un vecino durante el realojo de parte de Isla de Gaspar en Zum Felde II.

Con un vecino durante el realojo de parte de Isla de Gaspar en Zum Felde II.

Foto: Mariana Greif

Ehrlich, que además es bioquímico, presidía el Consejo de Administración del Institut Pasteur de Montevideo. Una de las hijas de Pelusa también trabajaba allí, y la militante se dispuso a encontrar cara a cara al intendente.

—Me puse las chancletas, me tomé el ómnibus acá en la puerta y lo esperé. Llovía cantidad, y el hombre se baja y me dice: “Pelusa, ¿qué hace con esta lluvia?”. Yo lo estaba esperando con un cartelito chiquito en una bolsita de nailon que decía “Isla lo espera”. Ahí me dijo que iba a venir, y efectivamente vino. Nosotras le pedíamos un proyecto firmado para que el que viniera después lo hiciera, para que nos realojaran.

Niños recién llegados a su nueva casa en Zulm Felde II.

Niños recién llegados a su nueva casa en Zulm Felde II.

Foto: Mariana Greif

En febrero de 2010 se firmó un proyecto de desalojo del barrio. Comenzó un largo y lento proceso.

—Era necesario. Acá se vivió entre la basura, las aguas servidas, las inundaciones; en invierno se caen los cables y la UTE no viene porque es un asentamiento, se tenía que subir el vecino con más valor que hubiera.

La partida, con todo, no es necesariamente grata.

—Me molesta tener que irme del barrio, pero es la que toca: no nos podemos quedar acá. El cambio de vida es necesario, difícil. Vendré a visitar.

Pelusa y su compañero reciben las llaves de su nueva casa en la Agencia Nacional de Vivienda, en mayo de 2019.

Pelusa y su compañero reciben las llaves de su nueva casa en la Agencia Nacional de Vivienda, en mayo de 2019.

Foto: Mariana Greif

Pelusa y su compañero reciben las llaves de su nueva casa en la Agencia Nacional de Vivienda, en mayo de 2019.

Pelusa y su compañero reciben las llaves de su nueva casa en la Agencia Nacional de Vivienda, en mayo de 2019.

Foto: Mariana Greif

Con los realojados trabaja un equipo multidisciplinario, y la organización de vecinos se reúne cada 15 días. La idea es acompañarlos antes, durante y después de la mudanza. Muchas cosas se transforman con esa movida.

—Ahora los vecinos tienen que pagar cuentas que acá no pagaban. La escuela, el trabajo, todo cambia.

Las primeras 30 familias se mudaron en 2012; fueron a Zum Felde y Camino Carrasco. En 2013 se fueron otras cinco a Fray Bentos. A fines de 2017 se mudaron 47 familias; en 2018 56 familias fueron a la calle Cochabamba, y 39 a Zum Felde.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

Foto: Mariana Greif

—Yo me prometí y les prometí a mis vecinos ser la última en irme. Me voy a una casa usada. El día que me digan “se van todos”, ahí me iré. Así tenga la casa pronta, no me voy a ir antes que mis vecinos.

Pelusa acompañó todos los realojos del barrio y fue la cara visible de la lucha vecinal, sin dejar de ser la referente interna en cada mudanza.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

Foto: Mariana Greif

—Ese día falto a trabajar, acompaño a los vecinos para que estén bien. El equipo técnico trabaja mucho, pero hay que asegurarse de que esté la luz, que esté el agua. Me paran cada cuadra los vecinos para preguntarme cosas, porque es todo nuevo.

Hasta mayo de 2019 Pelusa estuvo viviendo en la casa de su hijo, mientras esperaba que su propia vivienda estuviera acondicionada. Cuenta que durante la primera tormenta allí se levantó de la cama y salió. Su marido le gritaba: “¡Pero vos estás loca!”; a ella no le importaba.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

Foto: Mariana Greif

—Me mojé porque era algo que disfrutaba hacer de chica, pero últimamente no lo hacía porque me gustara. Lo hacía cuando había que socorrer a algún vecino porque se le volaban las chapas, porque se le llovía la casa.

Con la lista “Preocuparse por la gente”, Pelusa y los suyos decidieron dar sus primeros pasos en la política partidaria y buscar un lugar en la Cámara de Representantes. Se sumaron a la agrupación Magnolia, liderada por el intendente de Montevideo que suplió a Daniel Martínez, Christian Di Candia. Hasta ahora en la política, dice Pelusa, están el que “estudia” y el que llega “por herencia”, pero no el “bichito de la periferia”.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

En su nueva casa en Malvín Norte, el 25 de mayo de 2019.

Foto: Mariana Greif

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