A lo largo de la historia el tatuaje ha acompañado a distintas civilizaciones, que lo han empleado con fines bélicos para asustar al enemigo, en rituales, como muestra de estatus dentro de la jerarquía social, y aun como un elemento del ámbito mágico y sobrenatural.
Se dice que en Uruguay existieron tres generaciones de tatuadores: la primera, anterior a la última dictadura militar, debió trabajar artesanalmente. Sus exponentes usaban agujas, alfileres o rayos de bicicletas, y adaptaron motores de artefactos eléctricos para construir las primeras máquinas caseras, por lo cual antes de empezar un tatuaje pasaban días preparando los materiales.
Ahora ya se compra todo preparado. Tanto las agujas RL —de punta redondeada, se usan mayormente para delinear— como las Magnum —más finas— se consiguen ya esterilizadas, para ser usadas directamente en una variedad de marcas y modelos de máquinas eléctricas.
Además, lejos de ser algo marginal, hoy hacerse un tatuaje es de lo más común. Abundan los estilos: realismo, retratos, acuarela, old school, new school, tribal, puntillismo. Quizás dentro de unos años lo raro va a ser encontrar a una persona sin tatuajes.
Los precios también varían. Por ejemplo, en un local la manida frase carpe diem o el contorno de una rosa en una tinta pueden andar en los 1.000 pesos; el mismo trabajo con colores y algún detalle agregado puede rondar los 2.000 pesos; una manga completa —un brazo entero— lleva varias sesiones y puede llegar a salir 45.000 pesos, y mucho más si hablamos de cubrirse toda la espalda.
Los tatuadores uruguayos han comenzado a moverse por la región, y en los últimos años han ganado premios en convenciones de Brasil y Argentina. También organizan sus propios encuentros: cada primavera se monta una convención de tatuajes en la Intendencia de Montevideo, y por la misma época también se realiza la convención internacional de tatuajes Tattooarte en la playa de Kibón. En ellas suelen participar más de 150 artistas reconocidos del medio local e internacional, que durante tres días muestran cómo llevar el arte a la piel humana.
El orgullo local es Víctor Portugal, cuyo nombre resuena en los circuitos internacionales. Cultiva un estilo black and grey increíblemente realista, y su atención al detalle lo ha llevado a estar entre los diez primeros rankeados del mundo. Dice que cuando comenzó, en Paysandú, se colgaba de los cables de la luz en plena calle para realizar sus primeros trabajos. Hoy está radicado en Polonia, donde tiene su estudio, y viaja por todo el mundo para dar talleres.
Como dice el artista Martín Padilla, hay que tatuar siempre y si no dibujar, pero no quedarse quieto. Es una profesión que hay que mantener viva.
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Damián Magiano | Rino Tattoo
Comenzó en el año 2000 y tatúa en todos los estilos. Cuenta que antes era mucho mas difícil, ya que había que hacer hasta las agujas para tatuar; preparar los materiales llevaba un par de días.
Sobre su primer tatuaje recuerda que fue a los 14 años y se lo hizo el padre de un amigo, que recién salía de la cárcel, con tres agujas atadas con hilo, una chinela con la que iban golpeando la zona a modo de anestesia y una máquina de afeitar quemada como tinta, que se mezclaba con orina para prevenir infecciones.
Alexander Cabrera | Minimal Tattoo Studio
Desde su estudio del Cerro de Montevideo, se especializa en lo que él define como “tatuaje en la piel del ojo”, también llamado eyeball tattoo, tatuaje ocular, tatuaje corneal o queratopigmentación.
Loren Tattoo
Vegana y activista por la liberación animal, practica el blackwork: líneas hiperfinas y el uso de tintas y aplicaciones de esténcil. Sus productos no se testean en animales ni contienen ingredientes provenientes de animales.
Anna Pia Cursale
De origen napolitana, desde hace tres años viaja por el mundo tatuando y a fines del año pasado se instaló por unos meses en Montevideo. Sólo tatúa a mujeres y trabaja un estilo que se conoce como ornamental, con una estética dotwork que mezcla distintos estilos con patrones geométricos.
Martín Padilla | Dermis Tattoo
Es un referente del estilo oriental y tribal. Su principal influencia fue su madre, que trabajaba en una escuela de chicos con discapacidad en Melo y daba especial atención a la educación en artes plásticas para encarar el trabajo motriz. Así, se crio cerca de la pintura y el dibujo. A los 17 años ya hacía sus primeros tatuajes en el fondo de su casa.
Matías Lawlor Tattoo
En sus comienzos era admirador del trabajo del artista estadounidense Jime Litwalk, y luego fue depurando su estilo new school en base a color y generando proporciones en diferentes planos, lo que acercó su dibujo al de las creaciones de Disney o Pixar. Hoy, el propio Litwalk sigue su trabajo en las redes.
Mónica Julien
Además de tatuadora, es psicóloga y sexóloga. “El cuerpo es el arma principal”, dice. “No tatúo cualquier cosa. En base a la idea del cliente trato de armar un diseño personal, que tenga un por qué y un significado; que simbolice, la idea es encontrar eso que te represente. Si el cuerpo es un templo, ¿por que no decorar las paredes?”.
Fico
Es uno de los varios tatuadores que se encuentran dentro de la Unidad 6 Punta de Rieles. Tatúa desde los 13 años y su primer tatuaje se lo hizo a su mamá, en la espalda. Se armó su estudio dentro del penal en un viejo ómnibus que antes funcionaba como biblioteca. Por él pasan compañeros, familiares, funcionarios de la cárcel y gente de afuera que pide para tatuarse con él. Tiene 34 años y en pocos meses recuperará la libertad. Espera rearmar su vida viviendo de lo que le gusta: tatuar.
Katy Tattoo
Se define como trabajadora independiente y ha tatuado a abuelos, padres e hijos. Lejos de las zonas céntricas, lleva diez años en el oeste de Montevideo, en el barrio Los Bulevares.
Joni Marquisá | Be Good Tattoo Studio
Practicante del arte convencional o de la vieja escuela, en 2006 armó, con un transformador, un motor de secador de pelo y un timbre de puerta como pedal, su primera máquina para tatuar, que probó sobre un muslo de pollo, en el que escribió “pollo punk”.
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