[Esta nota forma parte de las más leídas de 2019]

Piso cinco. Su hermano me había dicho por teléfono que me apurara, pero que seguro ahí iba a encontrar buen material sobre el trabajo de Felipe. Subí por el ascensor del extraño edificio de la Facultad de Ciencias Sociales y luego por una escalera. Una muchacha de lentes y grueso buzo de lana me dijo que quizás estaba en lo correcto. Me explicó que ahora debía recorrer un pasillo en forma de U y llegar casi hasta el final, para encontrar la oficina número tres. Cuando abrí la puerta me recibió un hombre de origen español listo para responderme. A sus espaldas, una montaña de ejemplares del libro Habitar Montevideo: 21 miradas sobre la ciudad tapa buena parte de la ventana. El hombre, rodeado de papeles y sellos de apariencia importante, me dice que no son tantos y me adelanta que no puede darme uno, pero me entrega un cartón rectangular que, según cree, resolverá mi problema.

Juan Paullier y Bv. España.

Juan Paullier y Bv. España.

Foto: Pablo Vignali

Mientras me pregunta si estoy de acuerdo con su solución, leo en el cartón una larga lista de nombres de autores, fechas y números de páginas; al final, pegado a un código QR para acceder al documento, descubro el dibujo de una cara de gato enojado y la leyenda “En memoria de Plef”.

Felipe Cabral, artista visual y músico, fue asesinado en el barrio Punta Gorda un sábado de febrero de 2019, mientras descansaba sobre un muro junto a su mochila, como lo había hecho tantas veces, luego de retocar uno de sus grafitis. Tenía 29 años. En los días siguientes, en los noticieros se informó que se trataba del hijo del célebre músico Mario Chichito Cabral, y se destacó el carácter inusual del caso: un joven había sido ejecutado a sangre fría desde una casa cercana en un barrio residencial de clase alta.

Magallanes y La Paz.

Magallanes y La Paz.

Foto: Pablo Vignali

Inmediatamente después de su muerte, una gran cantidad de amigas, amigos, colegas y fans del trabajo de Felipe encontraron una manera casi idéntica de procesar el dolor por la pérdida, que podría resumirse en la palabra “homenaje”. Sin embargo, la magnitud del fenómeno ha alcanzado proporciones tan grandes e inéditas para el territorio de Montevideo que corresponde comenzar a pensar en una obra artística en sí misma, a partir de la profunda influencia que este artista dejó en las vidas de las muchísimas personas con las que cruzó intereses, planes y afectos.

Al mismo tiempo, la reacción instintiva de sus amistades más cercanas fue acompañarse durante las noches, estar en grupo la mayor cantidad de tiempo posible. Hasta el día de hoy se extrañan cuando el ritual se interrumpe. Sienten que todavía les resulta difícil entender la reacción social cuando se los consulta por lo ocurrido: “Él no es nuestro mártir, es nuestro hermano”. El mensaje y la vida de Felipe modificaron sus existencias.

Brandzen y Miguel del Corro.

Brandzen y Miguel del Corro.

Foto: Pablo Vignali

—Era como un brujo, y el más bueno de todos —recuerda una de sus amigas—; era todo ojos y oídos, y cuando menos te lo esperabas te caía un mensaje suyo: “Hola, ¿cómo estás?”. Siempre le interesaba saber cómo estabas. Era muy de la contemplación, de caminar en silencio.

A fines de marzo de 2019, en el festival Montevideo Hip Hop, los raperos Santi Mostaffa y Vicky Style (Se Armó Kokoa) le dedicaron sus actuaciones a Plef, quien también era conocido en el ambiente del rap y el grafiti como Chef Plef y Epilef.

Foto del artículo 'La ciudad de Plef: El artista y el fenómeno que tomaron las paredes de Montevideo'

Foto: Pablo Vignali

Santi siguió la carrera de Black Magic (o Magia Negra), uno de los colectivos de rap que integró Felipe, y recuerda que lo conoció cerca de 2004, cuando se juntaban con otros raperos a improvisar en la Plaza de los Bomberos:

—Felipe era muy del rap tradicional, pero al mismo tiempo muy abierto. A mí me llamaba la atención cómo él y su crew tenían un gusto bastante abierto por el rap gringo. Sé que les gustaban Tupac Shakur y Wiz Khalifa, por ejemplo. Hay un tema de Plef, “El arte de contar historias”, que a mí me gusta mucho; tiene un beat del grupo Outkast, “Da Art of Storytellin’”. Siempre me llamaron la atención ese tipo de cosas en su música, que no son muy comunes para un rapero de su generación, que casi siempre se inclinan por el sonido de los raperos españoles. Digamos que Outkast es la escuela grande. Sé que últimamente también estaba incursionando en el funky brasileño.

Estación de UTE de Brandzen y Arenal Grande.

Estación de UTE de Brandzen y Arenal Grande.

Foto: Pablo Vignali

A fines de ese mes de febrero, varios grafiteros pintaron todo un muro del Cementerio del Buceo, donde se puede ver el rostro desafiante y las manos de Plef junto a un montón de gatos, su bicicleta y sus firmas. Ese mural podría considerarse sólo el principio, o más bien la continuación —su gato ya estaba presente en buena parte de los muros montevideanos— de un acto artístico casi espontáneamente colectivo que excede largamente su alcance y su efecto estimulante como mera producción de las artes visuales y se convierte y se multiplica a diario en expresiones de respuesta o manifestación a un suceso tan inexplicable como cargado de simbolismo para la sociedad uruguaya.

Me vuelvo a cruzar con su gato camino a la redacción, por la calle San José, en la esquina de Zelmar Michelini, donde un local de comidas, I Am Burguesa, decora su mostrador con un pequeño portarretratos que guarda la imagen insignia de Plef con fondo azul. Mientras mueve las carnes redondas en la parrilla, el encargado del turno de la tarde me cuenta que el dibujo es un original, y que el dueño del local era uno de los tantos y tantos amigos de Felipe, que supo trabajar por ahí cerca, para otra casa de comidas, como delivery.

Vázquez y Guayabos.

Vázquez y Guayabos.

Foto: Pablo Vignali

Diego —ya llegaremos a él— me había sugerido hablar con algunas personas para entender quién era Felipe. Una de ellas es León: “Wenaaa demás!! Hay que meterle a la cultura”, decía el último, aunque habitual, mensaje que recibió por Instagram de su amigo Felipe, a quien conoció como compañero de liceo.

—Era una persona absolutamente entrañable, pacífica y desinteresada. Aunque pasáramos meses sin vernos, él siempre te miraba y te decía: “¿Qué hacés, Leo, cómo andás?”, y te daba un abrazo con la misma sonrisa, como si hubiéramos estado de tertulias la noche anterior. Habíamos quedado en hacer una canción juntos. Era así, como un pulpo artístico, dejó proyectos con mucha gente. Cada uno de los amigos que conocí a raíz de lo que pasó te comenta lo mismo: “Habíamos quedado en rayar un muro, hacer una canción, esto, lo otro” —recuerda.

Luis Ponce y Simón Bolívar.

Luis Ponce y Simón Bolívar.

Foto: Pablo Vignali

León, además, comparte una de las tantas aristas de Plef que nos lo traen nuevamente con gracia y ternura:

—Cuando la noche no daba para más de la bohemia, el Feli se ponía a cocinar un pan; si no había para comer, hacía un pan. Yo no soy una persona religiosa, pero sí espiritual. Creo que era una persona de luz.

En la peatonal Sarandí, en los muros de una pizzería que se fundió, descubrí el primer gato sobre papel amarillo pegado con engrudo con la leyenda “Volveré” en el lugar de sus ojos y una aureola sobre su cabeza.

Foto del artículo 'La ciudad de Plef: El artista y el fenómeno que tomaron las paredes de Montevideo'

Foto: Pablo Vignali

A un costado de la cancha del club Liverpool, en Belvedere, alguien dibujó sobre dos manos que rezan un gato bastante parecido al original. Por la avenida Garibaldi, en La Comercial, sobre una puerta de roble, está pintado uno de mis preferidos. Por Tacuarembó, cerca de la OSE, el gato es gigante y peludo, lleva un gorro hiphopero y fuma un cigarro del que se desprende una ondulación de humo gris. Por San Salvador, en Palermo, el gato se descubre alto en una constelación de pequeñas estrellas en la fachada de Radio Pedal, y la lista sigue, literalmente, de forma infinita. Es casi imposible recorrer más de dos cuadras seguidas de Montevideo sin encontrarse con una alusión más o menos directa a Plef y sus gatos, en cualquier plaza, edificio, muro, contenedor, árbol, techo, vereda, banco de cualquier barrio.

Su hermano Federico está registrando buena parte de este acontecimiento en progreso en su página de Instagram fedecabralplefporsiempre, y define lo que está pasando en las calles con la obra de Plef como una experiencia “laberíntica”.

Una tarde le escribí por esa red social; se me ocurrió que si él quería, para no molestarlo demasiado, me podía contar un poco sobre su hermano a través de algunos mensajes de audio o de párrafos de un correo electrónico. En vez de eso, una noche de mucho viento me llamó y me contó algunas de las mejores historias de Felipe con la misma calidez, serenidad e intenso afecto que percibí en las voces y las palabras de cada una de las personas que me compartieron sus encuentros con él.

Uruguay y Minas.

Uruguay y Minas.

Foto: Pablo Vignali

Me contó de cierta vez, una de tantas madrugadas en la escalera de la calle Durazno, detrás de la Facultad de Arquitectura, en la que dos crews de grafiteros estaban a punto de cruzarse sin saber, en principio, en qué términos, hasta que Felipe escuchó el sonido que hace la lata de espray cuando se agita, les preguntó “¿Ustedes taguean?”, y rápidamente estuvo todo bien.

Fede Cabral usó la palabra “lacónico” para definir el modo de comunicación de su hermano, pero me lo explicó en detalle. Por momentos era de pocas palabras, pero muy preciso, y tenía la notable capacidad de conectar con cualquiera, ya fuera más o menos conocido; una especie de energía y capacidad para empatizar y comprender a los demás rápidamente. Su forma de expresión era el arte, así hablaba y compartía, con los grafitis y con sus rimas.

La hermana mayor de Felipe y Federico se llama Victoria y recuerda a su hermano más chico como “muy humilde, auténtico y honesto hasta la patas; esa era su esencia”. Coincide con su mamá, María Sara —Felipe estaba viviendo con ella—, acerca de la capacidad de observación que caracterizaba al artista:

Juncal y Cerrito.

Juncal y Cerrito.

Foto: Pablo Vignali

—Tenía una forma muy particular de ver las cosas y un feeling impresionante con los niños y los animales. Jamás en la vida lo escuché hablar mal de alguien. Era muy rebelde. Cuando pensaba que algo estaba mal, no transaba. Y al mismo tiempo era muy responsable. Mamá dice que él siempre le decía a dónde iba a estar y si no venía, avisaba, mandaba un mensaje.

A Federico le quedó grabada una cena en su casa. Felipe estaba muy conversador y motivado, “polenteado”, dice. Había regresado hacía poco de Chile, a donde llegó con lo puesto y 25 paquetes de tabaco Cerrito que pensaba vender en su estadía. Allí conoció a un montón de artistas que lo motivaron a una especie de reinicio. La misma intensidad notaron quienes, a su vuelta, lo vieron rapear en El Jadeo, una de las fiestas de hip hop más tradicionales de la escena uruguaya. Felipe no conocía Brasil pero soñaba con ese nuevo viaje, y también estaban en su agenda Europa y Japón. Este año, además, pensaba anotarse en la UTU para hacer el curso de audiovisual.

Federico también me habló de Diego, y antes lo había hecho Santiago, quien me dijo que no sabía si estaría dispuesto a contarme algo, ya que estaba muy triste. Leonidas Mattioli, del grupo La Teja Pride, fue la primera persona que me lo mencionó. “Hay un rapero que es como su hermano”, me dijo.

Maldonado y Joaquín de Salterain

Maldonado y Joaquín de Salterain

Foto: Pablo Vignali

El padre de Diego Carnal recuerda que cuando fue a inscribir a su hijo a la escuela Estados Unidos, al lado estaba la madre de Felipe. Así fue que empezaron juntos en jardinera y nunca se separaron. Luego también fueron compañeros en el liceo 32, y compartieron la pasión por el rap y la cultura hip hop.

—Felipe era el mejor amigo de todo el mundo. Era tranquilo, y no aguantaba las injusticias. Era muy inteligente. Creía que el sistema educativo tenía que cambiar. Tampoco quería ser explotado en un trabajo que no le gustara, aunque cuando tuvo que hacerlo lo hizo —dice Diego, a quien todos señalan como la persona más cercana al artista.

Aquí —así fue desde el principio— se revela una historia de tres amigos: Felipe, Diego y Guillermo. Los tres formaron la crew rapera Magia Negra y se identificaron fuertemente con el nombre de su barrio: Cordón Norte.

18 de Julio y Acevedo Díaz.

18 de Julio y Acevedo Díaz.

Foto: Pablo Vignali

Guillermo (P_Gal), reconocido por muchos como uno de los mejores raperos de Uruguay, se había transformado en un referente para los dos amigos. A Diego siempre le gustó más el rap, mientras que a Felipe lo apasionaba tanto como el grafiti. Se habían criado en las inmediaciones de Magallanes y Paysandú; Felipe y Guillermo, incluso, en el mismo edificio. Por el hogar de Felipe desfilaban músicos y artistas a diario. “Siempre hubo gatos en su casa”, recuerda Diego cuando le pregunto sobre la fascinación de su amigo por esos animales.

El primer grupo de rap que tuvieron —junto con David y Gabriel, otros de sus amigos— se llamó El Producto: “Teníamos 16 años. No quedó nada de esa época; se grababa con un micrófono de esos de PC, así nomás, con el Windows”.

Fede Cabral tiene un recuerdo muy nítido del primer grafiti de Felipe. Esa tarde, que pudo haber sido de 2004 o algunos años más adelante, partieron serenos pero decididos Guillermo, el más grande, Felipe, Diego y Gabriel, “que vivía cerca de la Plaza de los Bomberos” y los acompañó. La pared elegida fue una de la calle Magallanes, casi en la esquina con 18 de Julio:

Salto y San Salvador.

Salto y San Salvador.

Foto: Pablo Vignali

—Era un día normal. En esos tiempos no había grafitis casi por ningún lado. Había una garita de cuidadores del Banco República, pero no le dimos importancia —dice Diego, mientras trata de recordar si todavía eran menores de edad—. Fue antes de 2008 seguro. O éramos menores o teníamos 18, porque un tiempo después Felipe me contó que salió solo, lo paró la Policía, le preguntaron qué estaba haciendo y respondió: “Pintando”.

Plef integró diferentes crews como grafitero (entre las más célebres, RSK, MN y ASK), y también firmaba sus pinturas como Feli Filoso, Miope, Ombú y Gatoe.

Su excelente producción en el mundo del rap comenzó a ser reconocida luego de su muerte, ya que junto con sus amigos eligió deliberadamente el camino y el discurso del underground, y subía sus canciones a Youtube sin mayor cuidado que el que les ponía a las propias obras musicales.

Todo ese material está disponible bajo los nombres de Chef Plef, Magia Negra y Epilef, y hay decenas de tracks en los que la voz de Felipe estalla en rimas antisistema, con un mensaje explícitamente político y de compromiso social que recuerda a Public Enemy, y mediante una mística metafísica y espiritual que lo conecta con la mejor imaginería del Wu-Tang Clan.

En “Magia verde”, uno de sus mejores temas, dice:

Fuiste semilla de tallo a corteza,

sacás el fruto, compartís tu riqueza,

a veces simple, a veces compleja,

mi vida depende de tu naturaleza.

Salto y Gonzalo Ramírez.

Salto y Gonzalo Ramírez.

Foto: Pablo Vignali

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