1969 fue un año revuelto. La crisis económica, política y social que vivía Uruguay dio lugar a un choque de miradas sobre el sentido de la nacionalidad y la manera de honrarla. Al tiempo que la protesta contra el gobierno de Pacheco se iba radicalizando, los sectores conservadores pusieron a los opositores ante un dilema mayor: “O se está con la patria, o se está contra ella”, sería la consigna con la que se convocaría, al año siguiente, al congreso fundacional de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP). En ese ambiente, el 18 de julio de 1969, cuando se conmemoraba la jura de la primera Constitución, fue la ocasión propicia para que desde filas del gobierno, con el apoyo de numerosas fuerzas vivas, se convocara a un acto de “desagravio al pabellón nacional”.
En su libro La agonía de una democracia (2009) el ex presidente Julio María Sanguinetti anotó que en 1969, cuando él era un diputado aliado del gobierno, los símbolos nacionales adquirieron “sorpresivamente una particular relevancia”. En realidad, nada de esto fue sorprendente. Una parte no despreciable de la sociedad comulgaba con “un sentimiento y espíritu de verdadera orientalidad, esperanza y futuro de la patria” (publicaba en 1969 el diario Tribuna Salteña), portador de una “mística de la orientalidad” que sería útil, en dictadura, para distinguir a los “buenos orientales” de los otros. Lo que quedaba de aquel otro lado era el potente activismo de izquierda para el cual, cierto es, toda defensa del statu quo sólo podía ser expresión de los intereses espurios de la “oligarquía” y el “imperialismo”, camino expreso al “fascismo”.
¿Qué acontecimientos rodearon aquel 18 de julio? ¿Cómo fue que esa conmemoración alimentó la polarización política de la época? En el interior del país, el acto sería el disparador de una potente reacción conservadora, que dio lugar al nacimiento del movimiento juvenil “de pie”, primero como Juventud Salteña de Pie (JSP), luego como Juventud de Pie del Norte del Río Negro y finalmente como JUP.
Una canción de protesta de la época es sintomática del entusiasmo con el que se vivía en tiendas de izquierda la situación política: “Cielo del 69”, popularizada luego por Los Olimareños, anunciaba que había un “arriba nervioso” y un “abajo que se mueve”. En su optimismo, esas coplas escritas por Mario Benedetti y Numa Moraes no revelaban las dimensiones de la reacción contra la protesta. Incluso la canción tuvo su contrapunto: el 28 de febrero el tema “Disculpe”, de Hugo Ferrari, interpretado por Los Nocheros, ganaba el primer premio del Festival de la Canción de Piriápolis, a la vez que se transformaba en una canción “antiprotesta” emblemática.
Por su parte, el gobierno de Jorge Pacheco Areco no andaba con chiquitas. Sostener las políticas de ajuste económico requería una actitud severa: luego de haber suspendido las Medidas Prontas de Seguridad por tres meses, en junio las reimplantó. Ese marco permitía silenciar a la prensa, diluir las movilizaciones y frenar las huelgas. La televisión se sumó a la censura. El 30 de enero Canal 5, la televisora pública, cortó la actuación de Daniel Viglietti cuando interpretaba “A desalambrar”, y el 8 de abril Canal 10 interrumpió una entrevista a Mario Handler acerca de su documental Elecciones, sobre los comicios del año 1966.
Desde los inicios del año se vivieron en las calles numerosas acciones de represalia contra militantes gremiales. El grupo autodenominado Comando Oriental Anticomunista fue responsable de varios ataques contra sindicalistas: un militar retirado asesinó a un trabajador municipal que participaba en un piquete, y desconocidos tatuaron con esvásticas a una obrera textil y a un estudiante liceal.
La movilización estudiantil había dado que hablar en 1968 y estuvo lejos de apaciguarse en los años siguientes, a pesar de la rígida represión llevada adelante por el gobierno de Pacheco, o tal vez potenciada por ella. En junio de 1969 una modalidad de acción de la militancia estudiantil pasó a ocupar el centro de la atención pública: la colocación de banderas de Cuba y de Vietnam del Norte e imágenes del Che Guevara en fachadas de instituciones educativas, al tiempo que se izaba la bandera uruguaya a media asta. Es que el gobierno había anunciado la llegada al país de Nelson Rockefeller, enviado especial del presidente estadounidense Richard Nixon. El gobierno, previendo una ola de movilizaciones, suspendió las clases aduciendo una epidemia de gripe; la prensa la llamó la “gripefeller”. El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, por su parte, en su habitual propósito de empalmar sus acciones con la movilización social, hizo estallar las instalaciones de la fábrica estadounidense General Motors.
El peso de los acontecimientos mundiales permeaba con pasión las protestas estudiantiles locales. Se trataba además de un fenómeno de escala global: las imágenes del Che, Mao y otras figuras tercermundistas en las barricadas parisinas del mayo del 68, y en tantos otros episodios contestatarios a lo largo del planeta, se habían vuelto un símbolo común de la protesta. Y en el encendido clima del Uruguay de 1969, estas conductas exasperaron a la opinión conservadora; no cabe duda de que ese era también un objetivo de la militancia estudiantil, tan radical como provocadora.
Numerosos medios de prensa conservadores se hicieron eco de estos hechos de manera categórica. La Mañana editorializó en julio de 1968 que quien actúa de ese modo “incurre en el peor de los renunciamientos, en el más grave de los delitos”. El diario Tribuna Salteña denunció por entonces: “El sol de la bandera patria fue tapado por el retrato del ‘Che Guevara’”. En San Ramón, un columnista del periódico local La Gaceta lamentó “el escarnio al símbolo de nuestra orientalidad”. En un diario de Melo, El Deber Cívico, se dijo que “el uruguayo que realiza esos actos es un renegado, pues al no reconocer como sus protectores a los símbolos de la nacionalidad, renuncia a sus derechos cívicos, a su hogar uruguayo, a su familia, al ampararse en ideologías completamente foráneas”. Otro columnista de ese periódico, meses después, reclamó por esos hechos “la cárcel o la expulsión del país, por indeseables, a los antipatria, a los traidores”.
Los ecos del asunto llegaron al Parlamento. Por iniciativa del diputado herrerista por Colonia Ricardo Planchón, se designó una comisión investigadora. En su exposición de argumentos, Planchón expresó su especial preocupación por la “complicidad de profesores de esas casas de estudio, que fomentan y orientan a la juventud por el sendero equívoco de la insubordinación, de la anarquía y del desorden, inculcándoles conceptos e ideologías extranjeras y extranjerizantes”. Contribuyendo a encender la reacción, el 16 de julio el grupo guerrillero OPR-33 robó la bandera de los Treinta y Tres Orientales del Museo Histórico Nacional.
En ese marco, el gobierno, con el respaldo de medios de prensa y de diversas organizaciones de la sociedad civil, promovió actos en todo el país para el 18 de julio, para conmemorar la Jura de la Constitución, pero también con el motivo expreso de “desagraviar el pabellón nacional”. La convocatoria y los actos contaron con una amplia cobertura de la prensa escrita, la radio y la televisión. Diversas fuentes señalan el papel que le cupo al programa de Duilio de Feo, Tomándole el pulso a la República, que se emitía por Radio Carve, en la difusión de esta campaña. Según Tribuna Salteña, la “expectativa” era “asombrosa, especialmente desde el interior del país”, debido a las acciones agraviantes contra los símbolos nacionales por parte de “comunistas más o menos confesos o solapados” ocurridas en Montevideo. La ocasión fue propicia para convocar a una “enérgica militancia”, en particular en el campo de la educación, y la estricta vigilancia en torno al desarrollo del desagravio favoreció en todo el país una vigorosa ola de “caza de brujas” contra aquellos ciudadanos, y docentes en particular, que no siguieran al pie de la letra las consignas apasionadamente promovidas por el discurso nacionalista de las fuerzas conservadoras.
Hubo, sin embargo, voces del nacionalismo que contrastaron dentro de aquella reacción. El dirigente blanco Alberto Titito Heber señaló en una entrevista: “El 18 de julio es el día de la Constitución, no el de la bandera. Y a mí la bandera nadie me obliga a ponerla en el balcón ni en el ojal”. Agregó que “la bandera se agravia cuando hay gente de bien injustamente privada de su trabajo y de su libertad”. Minimizaba luego la acción estudiantil, diciendo: “Me hace mucha gracia ver al cipayaje haciendo como que pone carne de gallina porque en tal o cual edificio algún adolescente puso la bandera nacional con alguna extranjera”, consigna El Deber Cívico de Melo. Dirigente conservador, ex presidente de un gobierno de giro a la derecha, netamente anticomunista, compañero de fórmula en 1971 del general progolpista Mario Aguerrondo, Heber parecía reivindicar el costado más antiimperialista de su vocación herrerista. Seguramente, en esa coyuntura, su discurso adquiriría los visos radicales de su papel de álgido opositor al gobierno de Pacheco. Un artículo de The Washington Post relevado por la historiadora Clara Aldrighi en La intervención de Estados Unidos en Uruguay (1965-1973): el caso Mitrione (2007) señalaba el “lenguaje realmente semejante al que usa la extrema izquierda actualmente en Sudamérica” por parte de Heber. ¿Oportunismo discursivo? ¿Anticoloradismo? ¿Coherencia ideológica de equidistancia antiimperialista? ¿Despecho de un dirigente que perdía pie en los círculos de poder? En todo caso, no todo era consenso dentro de los márgenes de una derecha uruguaya que buscaba posicionarse en medio de la crisis.
La discusión sobre la convocatoria al acto en el Consejo de Secundaria tomó, según la prensa, tres horas para su aprobación. El comunicado de dicho organismo se refirió al “insólito suceso” en el que “personas irreflexivas sustituyeron la bandera uruguaya por la de países extranjeros”. Luego se invitaba a los estudiantes a “reafirmar sus sentimientos patrióticos […] sin excluir el ideal internacionalista que se inspira en el amor y el respeto por todos los pueblos del mundo”, lo que da cuenta del tenor del debate interno en un organismo educativo de integración plural. El Consejo de Secundaria caería meses después, en febrero de 1970, bajo la intervención del Poder Ejecutivo.
El desagravio se llevó a cabo en todo el país. En Montevideo el acto fue en la plaza Constitución, o plaza Matriz. Fue encabezado por el presidente y tuvo varios oradores, entre ellos el escultor José Luis Zorrilla de San Martín. Además, “se improvisó una gran manifestación popular por la avenida 18 de Julio” en la que primaron el “fervor patriótico” y la “exaltación a nuestra nacionalidad”. Más al norte, en Tacuarembó, hacía “40 años que no sucedía un espectáculo de la magnitud patriótica del que se dio”, decía Tribuna Salteña. En esa ciudad, fue la Asociación de Maestros Demócratas la que organizó el acto de desagravio al pabellón nacional, y en los días previos presentó, según La Mañana, “una serie por radio y televisión, para enfervorizar al pueblo”.
En San Ramón, Canelones, el diario La Gaceta tituló: “Vibró nuestra ciudadanía en multitudinaria demostración de fe patriótica”, pero señaló que “no fue izada la Bandera Nacional en un establecimiento educacional, lo que resulta censurable, máxime cuando en ese centro se forjan los educadores del futuro”, y que “tal actitud ha provocado la lógica reacción de la población”. Se trataba del Instituto Normal, centro de formación de maestros. De inmediato, una carta con “numerosísimas firmas de vecinos” fue elevada al presidente de la República, al Ministerio de Cultura y al Consejo de Primaria, para pedir la destitución del director de ese instituto, por haber actuado “en franca rebeldía a un decreto del Poder Ejecutivo”. La cuestión iba más allá del asunto del pabellón, pues también se afirmaba que el jerarca de dicha institución no profesaba “ideales democrático-republicanos” al realizar “documentado proselitismo político comunista”, de acuerdo con Tribuna Salteña. El director fue detenido bajo el régimen de Medidas Prontas de Seguridad, y seguía a disposición del Ministerio del Interior una semana después de los hechos, según consigna La Mañana.
En la ciudad de Melo, en Cerro Largo, la asamblea del Movimiento de Acción Cívica por la Defensa de la Libertad y la Democracia promovió “la creación de comités juveniles de estudiantes en todos los sectores para la lucha contra todos los extremistas”. En ese marco, se convocó a los directores de la enseñanza pública de Melo “a fin de cambiar ideas sobre la acción a desarrollar en defensa de los más puros ideales de libertad y patria”, según publicó La Mañana Edición Interior. El malestar se había originado porque la inspectora departamental de Primaria y varios directores de escuela habrían impedido la “realización masiva del acto de desagravio a la bandera, lo que censuró acremente el mencionado legislador y otros ciudadanos melenses”, en referencia al diputado por Cerro Largo Héctor Silveira Díaz, de la Lista 15 del Partido Colorado.
También en Bella Unión, en el extremo norte del país, los vecinos fueron convocados a la plaza principal. Según la prensa, todo ocurría con normalidad hasta que tomó la palabra el profesor Carlos Bartolomé Rampa. “Comenzó a oírse un verdadero discurso político. La izquierda estaba presente nuevamente en un acto patriótico. Pero lo que no se esperaba la izquierda, era la reacción del pueblo, que con una verdadera llama patriótica endosada en su pecho, abucheó y recriminó sus palabras”, y lo obligó así a bajar del estrado. En Tribuna Salteña se lee que “los ánimos estaban exaltados en grado sumo”. Sin embargo, las cosas no quedaron allí. El profesor Rampa fue detenido por transgredir las Medidas Prontas de Seguridad, lo que provocó en respuesta una huelga de profesores y funcionarios del liceo de Bella Unión con el apoyo de la directora interina.
Tres días después, el 21 de julio, un grupo de unos 30 padres de alumnos del liceo ocupó el instituto en protesta por la medida gremial. “Posteriormente se congregó una enorme cantidad de padres y amigos del liceo”. Los ocupantes exigían que fueran removidos de sus cargos la directora interina, la profesora Nelly Pérez de Acosta, y el “grupo de profesores de declarada tendencia antidemocrática”, y enviaron telegramas y una proclama al presidente de la República, el Consejo de Secundaria, los ministros de Cultura e Interior, la Jefatura de Policía de Artigas y la opinión pública:
Expresamos solidaridad absoluta con el Gobierno Nacional en su posición ideológica de preservación de los altos postulados de libertad y democracia imperantes en nuestro tradicional sistema de vida. Respaldo incondicional a toda aquella actitud asumida por las respectivas autoridades nacionales tendiente al mantenimiento del orden.
Esta comisión actuaba, según La Mañana, en defensa de la libertad de que se gozaba pero “que tiende a ser menospreciada por elementos y fuerzas extrañas, que sólo germinan en el corazón de malos uruguayos”. En la puerta del liceo se colocó un cartel que declaraba: “Liceo ocupado por el Pueblo”. La ocupación del liceo fue levantada el 5 de agosto, con la llegada de un delegado del Consejo de Secundaria, al son de la marcha “Mi bandera”. Los ocupantes entregaron a las autoridades un manifiesto:
ALERTA Uruguay, alerta padres uruguayos, es el grito que trasunta desde el rincón más alejado del país […] BELLA UNIÓN ESTÁ DE PIE […] contra quienes han renegado de nuestra fe democrática […] DE PIE, URUGUAY, LA PATRIA PELIGRA, DEFENDÁMOSLA DE LOS ORIENTALES ENTREGUISTAS.
La referencia a ponerse “de pie” se producía en consonancia con hechos simultáneos que ocurrían en la cercana ciudad de Salto, con la conformación de la JSP. Al parecer, esa consigna se volvía parte del repertorio discursivo de la derecha anticomunista. Precisamente, entre las adhesiones a los ocupantes del liceo de Bella Unión figuró la siguiente: “Juventud Salteña de Pie, con Uds. unidos y adelante. Dignos de ser imitados”. Asimismo, no es extraño que entre quienes apoyaron a los ocupantes del liceo de Bella Unión figuraran el Consejo de Secundaria, los ministros de Cultura e Interior, la Jefatura de Policía de Artigas y la opinión pública en general, según publicó Tribuna Salteña.
En una carta pública dirigida al ministro de Cultura, los “Padres y Amigos del Liceo Piloto” de Bella Unión denunciaron a los profesores por una serie de actitudes “subversivas”, “de agitación” y “de coacción” hacia los estudiantes. Además, ofrecían una lista de ocho docentes que debían ser removidos. Uno de ellos era el conocido escritor Eliseo Salvador Porta. Otro era Dante Porta, su sobrino, que luego sería asesinado bajo tortura el 12 de diciembre de 1976 en el Regimiento de Caballería Nº 10 de Bella Unión, tras ser detenido por las Fuerzas Armadas en un operativo contra el Partido Comunista.
La investigación llevada a cabo por el Consejo de Secundaria echó finalmente por tierra las denuncias contra el profesor Rampa. El director del organismo, Ariosto Fernández, señaló, en La Mañana del 30 de julio, que “no surgieron razones fundamentales para explicar los acontecimientos que se han producido”, y agregó que en el discurso de Rampa, que ocasionó la reacción de padres y vecinos, “no hay ataque al gobierno ni nada que pueda caber dentro de las Medidas Prontas de Seguridad”, sino “a lo sumo algunos ligeros comentarios sobre la situación económica y de Secundaria”.
El acto de desagravio en Salto y el nacimiento de la JSP
En los días previos al acto, el periódico colorado Tribuna Salteña colocó en sus páginas, diariamente, encendidos llamados a concurrir al acto, del tipo “el desagravio a la bandera debe alcanzar brillantes proyecciones”.
El 11 de julio la JSP fue presentada al público por primera vez en una entrevista en Tribuna Salteña. Allí, uno de sus integrantes decía: “Se ha pretendido destruir nuestra nacionalidad; cambiar nuestros héroes sustituyéndolos por sujetos indeseables que además de extranjeros no se identifican con el pensamiento de nuestro pueblo”. También: “Como estudiante, me avergüenzo de que ciertos compañeros, minorías extraviadas y exaltadas hayan obrado de esta manera. Como oriental, repudio el salvaje atropello a nuestra bandera”.
A continuación, la JSP convocaba al acto de desagravio al pabellón en la plaza Artigas, para desfilar luego por la principal arteria de la ciudad. En los días siguientes, Tribuna Salteña dio un lugar privilegiado a esa agrupación, a la que presentaba como la organizadora del mitin patriótico del 18 de julio. En una segunda entrevista, un integrante de ese grupo decía que “los gestores de este triste hecho se han comportado como verdaderos apátridas” y que “es deber ineludible de todo oriental demostrarles a estos pseudos uruguayos que queremos a nuestra bandera y que la desagraviaremos”.
Por otra parte, en un comunicado publicado por Tribuna Salteña el 14 de julio la JSP transcribió el texto de la Jura de la Bandera, para luego invitar a releerlo “detenidamente, palabra por palabra, estudiando el significado de cada una de ellas”, y después formularse una pregunta: “¿Hemos cumplido este juramento?”.
La convocatoria de la JSP recibió numerosos apoyos. Entre la larga lista de organizaciones adherentes figuraban instituciones rurales, ligas empresariales, grupos barriales, centros educativos y culturales, varias agrupaciones del Partido Colorado, una del Partido Nacional y grupos de trabajadores locales de diversos ámbitos públicos (BPS, UTE, Instituto Normal Departamental, Vialidad). También se pronunció el Movimiento Pro-Universidad del Norte, elogiando a la “juventud estudiosa” por “su acción que entraña un sentimiento y espíritu de verdadera orientalidad, esperanza y futuro de la patria”, citó Tribuna Salteña.
El apoyo a la convocatoria en el ámbito estudiantil tuvo sus bemoles. De acuerdo con ese periódico, la Asociación de Estudiantes Magisteriales de Salto repudió la visita de Rockefeller y las “acciones anticonstitucionales” del Poder Ejecutivo, apoyando la manifestación de la Convención Nacional de Trabajadores en solidaridad con gremios en lucha y contra la llegada del visitante. El gremio estudiantil señaló que el verdadero agraviado en los tiempos que se vivían era el pueblo, “a través de las restricciones ya conocidas, del pisoteo a la Constitución, a la libertad, a la expresión de pensamiento”, desestimando “el simplista criterio fetichista de los símbolos”.
Para Tribuna Salteña, el triunfo de esa moción estudiantil era el resultado de la maniobra asambleística de los comunistas. “Ellos no sienten la Patria. Ellos trabajan para otras Patrias”, se leía en el diario, a la vez que denunciaba el “grado de descomposición existente en la docencia uruguaya” y el “atajo sombrío y extranjerizante” y afirmaba que “la desviación en la didáctica se alcanza mediante una prédica solapada, sutil, que envenena las almas” que “nada tiene que ver con la tradición y el estilo de vida que el Uruguay se ha dado”.
El 26 de julio, un grupo de estudiantes magisteriales autoproclamados “demócratas” publicó un manifiesto. Asumían el error de no haber concurrido a aquella asamblea y llamaban a participar a aquellos que pensaran como ellos. Días después, Tribuna Salteña resaltó el progreso de esa militancia “demócrata”: de 389 estudiantes inscriptos en el instituto, aquella moción había sido aprobada por 38 votos a 12, pero en la segunda asamblea lo fue por 80 a 40, lo que “señala un despertar en la masa de los escépticos que sacuden la modorra gremial y empiezan a tener activa militancia como la tienen los comunoides y contreras”. Este no dejaba de ser un discurso cargado de desmesurado optimismo; si bien su activismo había contagiado a algunas decenas de estudiantes, los izquierdistas los doblaban en número.
La primera firma de la carta enviada a la prensa por los “Magisteriales Demócratas” era la de Gladys Guionet de Portugal. Fue desde ese activismo en Magisterio que después se integró a la JSP y a la JUP.
El 15 de julio, el diario El Pueblo informó sobre disidencias en la directiva del principal gremio liceal de Salto, la Asociación de Estudiantes Osimani y Llerena. La Comisión Directiva del gremio convocó a integrantes de la JSP a informar sobre la convocatoria al desagravio, pero tres de sus miembros se retiraron y dejaron la instancia sin cuórum. Sin embargo, los demás miembros, valiéndose de un artículo del Estatuto, resolvieron conformarse como Mesa de Emergencia y aprobar así una resolución que apoyaba las acciones de la JSP y convocaba al acto. Además, se llamó a una asamblea extraordinaria para tratar el asunto. Cabe aclarar que El Pueblo era el periódico salteño de línea opositora al gobierno nacional, próximo al cristianismo progresista, y que comulgaba con la conducción del obispo salteño Marcelo Mendiharat. En relación al desagravio de la bandera, por ejemplo, este periódico dio a conocer en tono informativo la convocatoria sin mayores altisonancias, aunque luego de producido el acto tituló en primera plana: “El pueblo honró la bandera ratificando fe en la Nación”. Sin embargo, por esos días el diario consagró sus titulares a las peripecias del Apolo 11 en la luna, mientras que Tribuna Salteña mostraba su obsesión por el desagravio.
El 17 de julio se informó que la asamblea había ratificado la resolución, lo que mostraba que la iniciativa contaba con sólido respaldo en ese espacio estudiantil, informó Tribuna Salteña. Por su parte, la Comisión Directiva de la Asociación de Estudiantes del Liceo Nocturno también convocó al acto pero, de acuerdo con ese diario, “la minoría entendió que se debió llamar a asamblea general para adoptar decisión sobre este problema”, confirmando que la cuestión no generaba unanimidades y seguramente cortaba en dos a la opinión estudiantil salteña.
Ya en los días previos a la realización del acto se sumaron a la convocatoria diversas dependencias públicas, como la Intendencia Municipal, la Junta Departamental, la Jefatura de Policía, la Dirección del Liceo Piloto y la Inspección Departamental de Primaria, entre otras. Pero, a pesar de tratarse de un acto de carácter oficial, públicamente su organización recaía en un grupo social autónomo, la JSP.
Varias de las instituciones convocantes se limitaron a apelar al contenido patriótico de la jornada, pero otras enfatizaron en epítetos dirigidos hacia los enemigos de la patria: “manos criminales”, “una minoría de uruguayos con ideas foráneas”, “teorías y planificaciones castristas”, entre otros.
En el acto del 18 de julio, “la plaza Artigas quedó chica para albergar tantos ciudadanos bien nacidos”. Según Tribuna Salteña, concurrieron 30.000 personas. Como es habitual en toda valoración cuantitativa de este tipo, esa cifra seguramente esté sobrevaluada. Debe considerarse que la ciudad de Salto tenía 50.714 habitantes en 1963. De todos modos, las fotografías publicadas por la prensa local dan cuenta de un público muy numeroso.
El acto comenzó con el discurso de un miembro de la JSP, Enrique Etchevers, secretario general del principal gremio liceal. Era además hijo del comandante del cuartel de la ciudad. Su discurso se centró en críticas al imaginario de contestación generacional y lucha de clases que inundaba al movimiento estudiantil de izquierda:
Pequeños grupos han pretendido separar las generaciones uruguayas y eso no lo permitiremos los jóvenes que deseamos ser puente generacional, que queremos abrir el diálogo sin despertar la violencia estéril, que no deseamos la lucha de clases sino la ayuda y comprensión de las clases. Obreros, patrones, estudiantes, gobernantes, todos tienen que poner el hombro para que este momento crítico sea superado por un afán colectivo.
Luego habló Arturo Karlen, en representación de los estudiantes e integrante de la JSP, y cerró el intendente salteño colorado Ramón J. Vinci, cuyo discurso tuvo un curioso giro hacia la inmigración y su relación con la “penetración comunista”:
Acostumbrados a la convivencia pacífica, con los brazos abiertos a todos los que llegaban a nuestro suelo, sedientos de paz y libertad, no nos dimos cuenta de que entre esos que así llegaban se escondían también los lobos con disfraz de mansos corderos. Llegaban los que se infiltraban poco a poco en nuestras instituciones gremiales, en nuestras casas de estudios, en nuestras universidades, envenenando las mentes de nuestra juventud, hasta llevarlas a extremos que nunca hubiéramos soñado que pudieran ocurrir en nuestro país. Y así vimos la violencia desatada en nuestras calles, avasallados los derechos naturales de los ciudadanos, exaltados por una minoría que salía exaltada de nuestras facultades. Esos mismos jóvenes, ya en el paroxismo de la antipatria, pretendieron cambiar el sol de nuestra bandera por un barbudo tirano.
Luego se volcó a la convocatoria militante:
A ello hemos llegado por nuestra pasividad. Por no tomar un puesto de lucha para hacer frente al desborde... mostrar a esas minorías que si nos obligan a actuar nos van a encontrar, que no debe confundirse pasividad con cobardía.
Un par de semanas después de apagados los ecos del acto patriótico, la JSP señaló a aquellas entidades salteñas que no habían estado presentes aquel 18 de julio en la plaza pública: la curia eclesiástica, la Asociación Magisterial de Salto, los Cursos Universitarios, el Instituto Italiano de Cultura, el Instituto Crandon y el Instituto Normal. El comunicado del movimiento juvenil rezaba: “El pueblo los juzgará”.