Walter estaba a punto de pedir la cuenta cuando vio entrar a su amigo.

—¡Por fin! Hace una hora que te estoy esperando.

—Perdoname, me tomé un taxi para llegar antes pero el tránsito en el centro estaba imposible.

El recién llegado se acercó una silla y con una seña sutil le informó al mozo que quería lo de siempre: un café con leche y un croissant.

—Qué raro... Un sábado a esta hora no suele haber tanta gente en la calle.

—¿No te enteraste? Hubo una pelea tremenda entre Superman y un guerrero del espacio exterior que vino a la Tierra a desafiar a quien se autoproclamara como nuestro campeón. Trancaron todo.

—Carlos... Carlitos... Somos gente grande. Contame qué fue lo que te pasó en realidad. ¿El tachero te paseó?

—No seas bobo, Walter. ¿Para qué te voy a mentir?

—Yo qué sé, por la vergüenza de haber sido paseado por un tachero a tu edad. Porque, justamente, ya estás grande para creer en esas cosas.

—¿En la bondad de la familia del taxi?

—¡En los superhéroes! Esos seres imaginarios que se visten de colores y luchan contra el mal.

—Te estoy diciendo...

—Hizo un esfuerzo para no levantar la voz—. Te estoy diciendo que fui testigo de una pelea entre tipos con poderes metahumanos.

Walter corrió a un costado su taza de café y el diario del día para apoyar los brazos en la mesa y hacer ademanes. Para empezar a hablar eligió la más violenta combinación de dos palabras en el idioma castellano:

—A ver. Cuando se formó el embotellamiento, me imagino que saliste del taxi.

Su amigo asintió.

—Bien. Seguramente la gente gritaba y caían escombros. Pero ¿viste algo?

—Y... no. Todo pasó a cientos de metros de altura.

—¿Entonces cómo tenés tantos detalles?

—Porque nos informó la Policía.

—¡Ajá!

Dos personas de la mesa de al lado se dieron vuelta por el grito. Honestamente, Walter esperaba una reacción mayor.

—¿No te das cuenta de lo que está pasando? Esas peleas son un invento. Una fábula.

La pareja de la otra mesa retomó su conversación.

—¿Qué decís?

—No pude haber sido más claro, Carlitos. Nos quieren mantener dóciles, así que alimentan nuestras fantasías con historias de superhéroes y supervillanos.

—Hay un montón de gente que afirma haber visto a Superman.

—Seguro vieron un globo meteorológico.

—Pero en el diario salen comentadas sus hazañas todo el tiempo. Ahora vas a decir que la prensa miente.

Era la respuesta que Walter estaba esperando. Tomó el periódico que había apartado y lo blandió como si fuera una espada de papel.

—¡Qué casualidad! Siempre en el mismo diario —dijo sosteniendo un ejemplar de El Planeta—. Estos tipos mágicamente se cruzan con Superman todos los días. ¿Cómo se llama ese periodista del interior?

—Clark Kent.

—Kent. Cada vez que va al banco, roban el banco. Cada vez que va al museo, roban el museo. Y siempre aparece el Hombre de Acero para atrapar a los ladrones. ¿No te das cuenta de lo que ocurre?

—¿Clark Kent y Superman son la misma persona?

—¡No, tarado! Clark Kent es parte de la conspiración, y no lo digo sólo yo. Lo dicen en los foros y en los canales de Youtube. Todas esas personas que dicen haber sido salvadas por Superman de un edificio en llamas o un puente a punto de caerse son actores.

—Bueno, pero no es un fenómeno de Metrópolis, pasa en todo el mundo. Hablemos de Batman.

—Hablemos de Batman. La leyenda urbana. El comisionado de policía prende una luz en la azotea y los chorros se asustan de un paladín que nadie vio. Es la estrategia perfecta del miedo.

—¿Y todas las veces que salvaron el planeta? El planeta Tierra, no el diario. El año pasado casi me mata un Carlos malvado de una realidad alternativa.

—Puros efectos especiales. Espejos, máquinas de humo y proyecciones sobre tela semitransparente. Lo hacía Walt Disney hace 60 años. No te comas la pastilla.

—Esa vez destruyeron ciudades enteras. Nuestros gobernantes no son capaces de algo tan elaborado.

—Por primera vez desde que llegaste, tenés razón. ¡Mozo! —El mozo no lo escuchó—. Un fainá de orillo para Carlos, que embocó una. ¡Claro que no son capaces! Tienen ayuda.

—Ahora me vas a decir que son los reptilianos.

—Y dale con los hombrecitos verdes. No existen los reptilianos, ni los marcianos ni los kriptonianos. Son los Illuminati.

—Dejate de joder.

—Escuchá bien. Son tipos con mucho poder, pero no porque tiren rayos por los ojos. Nos controlan desde las sombras con las crisis y las invasiones, en las que siempre terminamos apestados por algún virus de otro mundo.

—¡Tu hermano estuvo cinco días con una estrella de mar telépata pegada en la cara!

—Y después, ¡oh casualidad!, llegaron los Laboratorios Star con la vacuna. A mí no me van a agarrar con eso.

—¿Vos no te vacunaste contra la estrella de mar gigante que controla las mentes con ayuda de estrellas más pequeñas que se pegan a tu cara?

—Ni loco que estuviera. Esas vacunas te modifican el ADN.

—¿Te dan superpoderes?

—Los superpoderes no existen. ¿O no estabas prestando atención? Las vacunas te afectan el cerebro. ¿Por qué creés que Lex Luthor fue elegido presidente hace unos años?

—Porque nunca aprendemos la lección.

—Porque le inyectaron microchips a la gente. Y después andan todos imaginando invasiones extraterrestres.

Una explosión hizo temblar los ventanales del bar.

—¿Qué fue eso?

—Seguro están reventando el asfalto para repavimentar. Pasa todo el tiempo en Metrópolis.

—Sonó como algo peligroso.

—No va a ser más peligroso que un gobierno que despilfarra la plata de mis impuestos en obras públicas. Por eso hay que achicar el Estado, pero no con un rayo miniaturizador. Porque no existe.

Carlos, que estaba de frente a la calle, vio a mucha gente corriendo con urgencia.

—Te digo que algo está pasando ahí afuera.

Su amigo se puso de pie de espaldas a lo que estaba sucediendo.

—¿Ves? Ya estás paranoico. Esos microchips son potentes. Dejame que pague la próxima vuelta. ¿Te tomás otro café?

—No sé si debería...

—Te pido otro. Y un sánguche caliente para compartir. Echo una meadita y de camino los pido en la barra.

Tan pronto como se cerró la puerta del baño, una nueva detonación reventó en mil pedazos los ventanales del bar. Carlos vio que una lluvia de vidrios se acercaba hacia su rostro, pero fue detenida por una masa azul y roja.

—¿Está usted bien?

Al levantar la vista, el asustado hombre se encontró con la sonrisa más famosa del mundo.

—Su... ¿Superman?

—Ese es mi nombre, no vayas a gastarlo. Jajajaja, sólo bromeaba. Es tan indestructible como yo. Disculpa las molestias, estaba combatiendo a Brainiac y se me escapó uno de sus misiles. Les diré a los Laboratorios Star que se encarguen del arreglo. Debo irme, fue un placer. ¡A luchar por la justicia!

Todo ocurrió en pocos segundos. Carlos buscó su silla entre los escombros y se sentó a esperar que su amigo volviera del baño.

—Ahora traen el café y el caliente. ¿Qué pasó?

—Superman estaba peleando contra Brainiac y...

—Por favor te lo pido, no me hagas esto.

—¡Te lo juro! ¡Lo tuve frente a frente!

—Veo que las vacunas hicieron un daño irreversible. ¡Mozo! Un chupito de lavandina para Carlos. Necesita limpiarse un poco por dentro.

De lejos se seguían oyendo las explosiones de los misiles.