La autenticidad de una cosa es la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella... Walter Benjamin

Un grupo de dirigentes obreros armados, liderado por el joven estudiante de Odontología Eduardo Bleier, asumió la responsabilidad de evitar que el “aparato estalinista” de Eugenio Gómez pudiera interferir, mediante artimañas o violencias, en el conteo de votos para el cargo de secretario general del PCU en el XVI Congreso, en 1955.

Los atropellos de tipo militar-burocrático de “la familia Gómez” se habían tornado costumbre ante el crecimiento de una masa crítica de comunistas que aspiraba a recuperar la ductilidad del pensamiento marxista en la orientación teórico-práctica del partido. Como consecuencia de lógicas sectarias, el PCU estaba perdiendo influencia en el espacio que había sido su fundamento original: el movimiento obrero y sectores de la intelectualidad universitaria.

Más que por ese hecho de fuerza preventiva, Rodney Arismendi fue electo secretario general porque, como repetía con frecuencia mi padre, era un “intelectual brillante”.

Un joven comunista vietnamita al que conocí en Moscú en los 80 me comentó que consideraba a Arismendi el más importante teórico marxista de América del Sur. Debió observar asombro en mi rostro (yo me había preparado para explicarle dónde quedaba Uruguay), de modo que inmediatamente lo relacioné con Antonio Gramsci, cuyos cuadernos estábamos estudiando junto a otros jóvenes comunistas.

Eduardo Bleier creía lo mismo, y por ello valoraba que su designación al frente del PCU fue uno de los acontecimientos más importantes de la izquierda del siglo XX en Uruguay. Porque a partir de él, y del giro político cultural que logró implementar, se plasmó la unidad del movimiento obrero en una única central sindical y la unidad de todas las tradiciones de izquierda en el FA. Como se sabe, Eduardo Bleier no alcanzó a ser testigo del triunfo electoral de la coalición Movimiento. Como histórico secretario de finanzas del PCU, jugó un rol tan esencial en la generación de los recursos económicos con los cuales se financió toda la actividad política orientada a esos fines, que fue asesinado por la dictadura en 1976.

La inteligencia del Estado le había abierto una ficha ya en 1959, durante el gobierno blanco que formalizó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional.

Cuestión dialéctica

Había algo a lo que Eduardo Bleier le daba incluso más importancia que a la vocación unitaria y la ductilidad táctica para desenvolver un proyecto programático democrático revolucionario. Ese algo era la seriedad científica en el análisis de la realidad utilizando los instrumentos de la dialéctica marxista: la razón principal a partir de la cual, desde aquel Congreso de 1955, el PCU se convirtió progresivamente en un partido “de cuadros y de masas”. Me lo repetía con variantes discursivas. Primero, casi escolares. Luego, en la medida en que yo crecía, iba añadiendo contenidos “teóricos” cada vez más elaborados.

La historiografía científica coincide en aceptar como un acontecimiento a aquel XVI Congreso del PCU, y caracteriza a la seriedad teórica y la voluntad transformadora que emanó de él como un hito en el desarrollo de la izquierda uruguaya.

Y, sin embargo, el enunciado precedente, aun cuando contiene veracidad, no es más que una “síntesis de manual”.

Esas nociones sobre la significación del XVI Congreso yo ya las había escuchado, siendo un niño de diez años, sin prestarles ninguna atención, aun cuando quedó en mi memoria la recurrente cita al año 1955. Quizá porque la autenticidad de la mística democrático-revolucionaria de aquel acontecimiento se expresaba en la voz de Chicha Ibarburu y de mi madre, Rosa Valiño, entonando en una casa de verano en el balneario Santa Ana canciones antifascistas que varios dirigentes obreros, entre los cuales estaba Enrique Rodríguez, poblaban de afectividad.

O quizá porque la memoria de aquellos encuentros distendidos contenía algo de la democraticidad de la sociedad uruguaya, interiorizada en las prácticas políticas por aquellos dirigentes comunistas hasta que la creciente represión de las movilizaciones populares contra la reducción de los salarios y la conformación de una fuerza “antioligárquica y antiimperialista” con voluntad de poder fueron degradando esa expresión de la inteligencia democrático-republicana, convivencial, que había demandado 60 años de esfuerzo construir.

El cuarto

Se ha repetido en cada reseña de la historia partidaria. El giro de timón de 1955 desestaliniza el PCU y comienza a definir el rostro de un partido abierto a la realidad nacional. Nace una etapa pautada por la elaboración teórica de Rodney Arismendi, el pensamiento de José Luis Massera y el carisma de Enrique Rodríguez. A esa tríada se le debe sumar un cuarto protagonista: el entonces joven Eduardo Bleier, futuro secretario de Finanzas del partido.

Judío y comunista, “el Ruso grande” fue asesinado en la tortura y se mantuvo como uno de los detenidos desaparecidos del terrorismo de Estado. Sus restos fueron encontrados hace un año, enterrados en los predios del Batallón 13. Su despedida en el Paraninfo de la Universidad, el lunes 14 de octubre de 2019, fue una emotiva misa laica de puños apretados y lágrimas contenidas.

Eduardo Bleier Horovitz había nacido en José Batlle y Ordóñez, departamento de Lavalleja, el 12 de noviembre de 1927.

Fue detenido el 29 de octubre de 1975, en el marco de la Operación Morgan, y llevado al centro clandestino de detención conocido como “Infierno chico” (casa en la rambla de Punta Gorda). Fue trasladado luego al centro clandestino de detención conocido como “300 Carlos”, “El infierno grande” o “La fábrica”, que funcionaba en las instalaciones del Servicio de Material y Armamento del Ejército, a los fondos del Batallón de Infantería Mecanizada Nº 13.

Murió a causa de la tortura en algún momento entre el 1º y el 5 de julio de 1976.

El 28 de agosto de 2019 fueron encontrados sus restos y el 7 de octubre se anunció públicamente su identidad.

RLB.

Cuestión de historia

Hace algunos años, leyendo, estudiando, logré “acoplar” la memoria afectiva que contenía aquella democraticidad como “natural”, así como la reflexión crítica sobre los sucesos posteriores que derivaron en el autoritarismo fascista de los 70, a partir de una serie de encuentros con el historiador Julio Rodríguez, quien junto a Lucía Sala de Touron había realizado el primer esfuerzo interpretativo marxista de la significación de José Gervasio Artigas.

El Gallego Rodríguez me explicó, en uno de esos diálogos que mi memoria infantil retenía, un componente importante de lo “concreto”: la voluntad democrático-republicana de los comunistas uruguayos tenía relación con la historia del país, tanto como la crisis posterior tenía relación con lo “concreto” de la dialéctica imperialismo-antimperialismo en medio de la Guerra Fría.

Y me leyó a Arismendi:

Ser “fuerza política real” (Lenin) es la primera exigencia inmediata para los partidos de la clase obrera. El marxismo, por ende el leninismo, es intrínsecamente creador y crítico, es guía para la acción. En él no hay nada semejante a un “sistema cerrado” (Engels y Lenin); es pensamiento y acción, práctica y teoría siempre en movimiento.

Esta lógica, apuntó el historiador, “nos puso en posiciones de poder, algo que la oligarquía uruguaya no pudo tolerar: vos viviste en la peripecia de tu padre el momento democrático y el momento autoritario, y así es la historia de la civilización: toda voluntad democratizadora de las relaciones sociales es contestada por una voluntad jerárquica de los grupos de privilegio”.

Y añadió: “El 55 nos puso en el camino del poder porque a nuestra natural inserción en el movimiento obrero añadimos nuestra comprensión de la significación del artiguismo: el mundo gaucho y el de la producción agropecuaria como esencial, como lo concreto a lo que había que dar respuesta programática hacia el futuro”.

Y concluyó: “Vos algo viviste de aquel orgullo que sentíamos y nos hacía fuertes, alegres y activos, como tu padre, al haber logrado unir lo particular, la democraticidad sustancial de la sociedad uruguaya, y lo universal, la lucha por la superación del capitalismo”.

300 Carlos

Él estaba a una distancia grande de mí; nos gritábamos. Las condiciones en que estábamos eran lamentables, desde luego; nos llevaban y nos traían de la tortura. No obstante, la palabra de Bleier siempre se oyó, y se oyó, pienso, con el propósito de levantar el ánimo de los que estaban en las mismas condiciones que él. Después lo vi. Estaba en un foso, con unos tablones por arriba, no sé si en estado de inconsciencia, pero no hablaba, y nos obligaban a pasar por arriba de los tablones para ir al baño. Nosotros pisábamos ese cuerpo probablemente. Yo lo vi sacar del Blindados 13, el 12 de diciembre de 1975, con una máscara de oxígeno, lo que da la idea de las condiciones en que se encontraba. Después no lo vi más. Testimonio de Rita Ibarburu.

Al salir del encuentro en el apartamento 1001 de un edificio del barrio La Mondiola de Montevideo, a pesar de que había dejado al viejo Augusto, mi, digamos, auto, a pocos metros del lugar, decidí caminar hasta la rambla: las fichas comenzaban a caer en el lugar de la memoria ya no afectiva meramente, ni intelectual, sino como vida vivida. Como historia real.

Cenizas

Un día vinieron a decirme: enterraron vivo a tu padre.
Con un tubito le permitieron respirar para que sintiera
el paso de otros presos por sobre las tablas que lo cubrían.
A los dieciséis años pude pues darme el lujo de la locura.
Los rientes en torno a la mesa de madera dibujada
con circulares huellas de copas
y pequeñas quemaduras de cigarros demorados en los bordes
buena parte de ellos amigos de la adolescencia
suelen recordar que yo les recomendaba leer a Whitman
cuando se manifestaban sorprendidos
por mi natural inclinación a sonreír melancólicamente
cuando lo que esperaban de mí era cierto resentimiento asesino.

Gerardo Bleier, “El banco de madera”, en Cenizas, 2005

.