Mike Reiss estuvo desde el comienzo guionando Los Simpson. Este año editó un libro en el que cuenta sus experiencias y detalles poco conocidos de la popular serie animada, que acaba de cumplir 30 años al aire.

“Te voy a contar exactamente cómo sucedió”, dice Mike Reiss del otro lado del teléfono, y es fácil imaginar que está sonriendo.

“Estábamos trabajando hasta muy tarde en la película, y debía haber como nueve personas en la sala de guionistas. Uno tiró la broma, diciendo: ‘Homero debería estar haciendo algo malo con el chancho’. Enseguida otro respondió: ‘Ya sé: está haciéndolo caminar por el techo’. ‘Como el sorprendente Chancho Araña’, agregó alguien enseguida. Y ahí fue cuando dos de los guionistas empezaron a cantar: ‘Chancho Araña, Chancho Araña’. Así nació la broma más tonta del mundo, y que sin embargo es lo primero que todo el mundo recuerda de la película de Los Simpson”, concluye Reiss con una carcajada, logrando transmitir —aunque sea por apenas unos segundos— el espíritu del lugar donde nacen las historias de la familia amarilla más famosa de la historia.

Reiss conoce este lugar mejor que nadie, ya que estuvo allí —junto con su colega Al Jean— desde el mismísimo comienzo, y eso es lo que cuenta en su libro Springfield confidencial (Roca Editorial), que acaba de ser traducido al castellano. Cuenta el guionista que cuando le acercaron la idea de escribirlo, su primera respuesta fue decir que no. “Porque pensé que mis compañeros lo considerarían algo pretencioso, ya que somos muchos los que hacemos el trabajo”, explica, pero agrega que fueron justamente ellos los que lo alentaron a hacerlo. “Tal vez yo no sea el mejor de todos, pero al menos soy el que ha estado allí por más tiempo, y sé cómo fue que todo empezó. Me acuerdo de todo porque estuve ahí, y los que lean el libro van a enterarse de cosas que ni siquiera saben el resto de los guionistas, que llevan apenas 15 años en el show”, bromea Reiss, que cumple su promesa desde la primera página de Springfield confidencial, que arranca explicando que desde la primera temporada, en enero de 1990, cada capítulo empieza con una broma que a todo el mundo se le escapa.

“Cuando el título de Los Simpson surge de entre las nubes, se ve la primera mitad del apellido, The Simps, justo antes del resto de la palabra. ¿Y qué? Bueno, pues Simps en inglés es una abreviación de simpletons —simplones, gente estúpida—, como los que estamos a punto de ver en el programa”, escribe Reiss. Y agrega: “Si nunca te has dado cuenta, no te sientas mal: la mayoría de nuestro personal actual tampoco lo sabe”. Reiss explica que esa pequeña revelación al comienzo del volumen funciona como apenas una muestra de todo lo que hay no sólo en el libro, sino especialmente en los títulos de cada capítulo, como los gags del pizarrón o los del sofá. “El del pizarrón es lo último que hacemos para cada episodio. Cuando ya estamos juntando las cosas para irnos a casa, alguien anuncia que todavía falta decidir la frase y ahí es cuando todos nos quejamos”, se ríe Reiss, que recuerda que la primera fue perfecta: “No derrocharé tiza”. “Son muy difíciles, porque no pueden tener más de diez palabras porque si no nadie llega a leerlas, es peor que un tuit. Además, cuando no lo incluimos nadie se queja. Una vez hicimos que Bart escribiera ‘Ya nadie lee estas cosas’... ¡y fue como si nadie lo hubiese leído!”.

Por eso es que todos prefieren el gag del sofá. “Como cuento en el libro, los del sofá son más divertidos, pero también toman más trabajo. Al comienzo los repetíamos: para cada temporada de 22 episodios, hacíamos 11 gags. Pero nos dimos cuenta de que cuando el público veía uno repetido pensaba que todo el capítulo lo era, y cambiaba de canal. Así que desde entonces cada capítulo tiene su propio gag del sofá”. El preferido de Reiss es el que salió al aire la noche en que el programa superó a Los Picapiedra como el dibujo animado emitido durante más tiempo en horario central en la televisión: cuando los Simpson llegan al sofá, lo encuentran ocupado por Pedro y su familia. “Llamamos a la productora de Los Picapiedra, Hanna-Barbera, para pedir permiso. Pidieron que les pagásemos a Pedro, Vilma y Pebbles como si fueran actores invitados, y eso fue lo que hicimos”.

Como un episodio de Los Simpson, así es como Mike Reiss asegura haberse imaginado su libro. “Con ritmo ágil, lleno de escenas rápidas y repleto de cientos de chistes... algunos de ellos graciosos”.

Pero el homenaje final es haberlo estructurado en cuatro actos, al igual que los guiones de la serie: presentación, complicación, resolución y conclusión. “Según Aristóteles, cualquier obra dramática debe tener tres actos, y las películas clásicas suelen seguir esa estructura”, escribe Reiss. “Nosotros tenemos cuatro, lo cual significa que somos un acto mejor que Aristóteles. Además, en cuatro actos cabe más publicidad”. Por definición, entonces, Springfield confidencial es un libro episódico, a veces inconexo y que se suele ir por las ramas, pero lleno de carcajadas, veloz y también plagado de revelaciones, tanto sobre la serie como del mundo del humor televisivo y los dibujos animados, al que el programa orgullosamente pertenece. Su subtítulo lo resume de la mejor manera: “Bromas, historias y secretos de una vida escribiendo para Los Simpson”.

“Bah, media vida al menos”, aclara con una carcajada Reiss, que en setiembre celebró sus 60 años, mientras que la serie este año cumple tres décadas de existencia. Como explica en su libro, no estuvo ahí durante todas esas 30 temporadas, sino que hizo una pausa cuando pasó a dedicarse a El crítico, que comenzó como una idea de Matt Groening, cuando imaginó la posibilidad de que el payaso Krusty tuviese su propio programa. Al Jean y Reiss desarrollaron la idea: sería un padre soltero viviendo en Nueva York, acompañado por una maquilladora amargada y un jefe loco parecido a Ted Turner. Cuando el proyecto se abandonó, todo lo que habían imaginado para Krusty fue a parar a El crítico, que duró apenas dos temporadas.

A partir de entonces, Reiss hizo de todo: produjo programas para la web y la televisión, colaboró en guiones de cine, escribió libros para niños, obras de teatro y hasta chistes para el papa Francisco: “Fue ad honorem, para una organización benéfica. Me pedían chistes inocentes, que le tenían que contar al papa. Algo absurdo, que por supuesto hice. ¡Un judío escribiendo chistes para el papa! ¡No me lo podía perder! Cuando terminó me dieron un diploma y todo”, recuerda Reiss, que finalmente volvió a Los Simpson para la temporada 12 —Jean había regresado antes—, primero como freelance, y a tiempo completo a partir del proyecto de la película.

“Lo que aprendí mientras estuve fuera es que la clave de la serie no es la escritura, sino las reescrituras. Trabajando para guiones ajenos me di cuenta de que la gente se enamora de sus propios chistes. Muchas de las cosas que yo proponía que quitaran seguían ahí cuando veía la película terminada. En cambio, con Los Simpson trabajamos duro, y nunca paramos de corregir. Cuando hoy me dicen que la serie no es tan buena como en los comienzos, sólo puedo decir que no es porque no lo intentemos. Seguimos trabajando igual que entonces”.

Además de demostrar que existe vida después de Los Simpson, la gran sorpresa al recorrer las páginas de su libro es descubrir la vida que Reiss tuvo antes de ellos. Siempre formando dupla creativa junto a su compinche Al Jean, en sus primeros trabajos como humoristas llegaron a coquetear con los programas de horario central, entregando 60 bromas diarias para The Tonight Show, de Johnny Carson; “¿Qué pasa si tenés un bloqueo? ¿Por qué deberías tenerlo? Un plomero no va a tu casa y dice: ‘No puedo arreglarte el baño, estoy bloqueado’”. También tuvieron sus tropiezos arreglando el guion de ¿Y dónde está el piloto 2? en el mismísimo set de filmación y escribiendo una película para Meat Loaf por la que nunca les pagaron.

Pero principalmente —y aquí está la sorpresa— trabajaron en las comedias más únicas e irreverentes de la época, como Sledge Hammer!, Mork & Mindy, Alf e incluso un metaprograma como El show de Garry Shandling. Escribe Reiss: “Nuestro premio por hacer algo como Sledge Hammer! fue que el canal nos pusiera en el peor horario de la época: al mismo tiempo que Dallas y Miami Vice. Aun así duramos dos temporadas”. Puestos en fila, todos esos minutos de televisión arman un particular camino contracultural y funcionan como antídotos ante la hipocresía acostumbrada dentro del medio... al menos hasta la llegada de Los Simpson. “La verdad es que tuve mucha suerte en mi carrera”, considera hoy Reiss. “Porque nunca tuve que trabajar en un show realmente aburrido, alguno de esos programas familiares que apuestan siempre a lo seguro, así que siempre tuve que ser creativo”.

—Para los que crecimos viendo esos programas, marcaron la diferencia dentro de un medio siempre tan vigilado como es la televisión.

—Aunque fue un programa popular, los críticos nunca entendieron Alf. Nadie nunca le prestó atención en su momento, y la verdad es que ya estábamos haciendo ahí mucho de lo que después hicimos en Los Simpson. Como Alf era un muñeco tan encantador, podíamos hacerle decir cosas terribles. Nos burlábamos duro y parejo, era algo muy gracioso. Además aprendimos que, teniendo un muñeco como protagonista, el público infantil estaba asegurado, así que las bromas las hacíamos pensando en los espectadores adultos.

—Fueron todos programas muy populares en Latinoamérica...

—¡Eso me sorprende! Lo mismo con Los Simpson. Recuerdo que cuando estuve en Bolivia, hace poco, el show estaba en televisión todo el día. Y cuando lo sacaron, pusieron Alf. También me acuerdo de un viaje a Brasil en el que tuve que quedarme en el hotel porque me intoxiqué con la comida, ¡y por la noche sólo daban Alf en la tele!

—Debe haber sido como ver pasar toda tu vida ante tus ojos.

—¡Algo así! En Norteamérica eso no sucede, no sé por qué sucederá allá, pero hay algo que tengo claro: en mi país necesitábamos escudarnos detrás de un extraterrestre para poder decir en televisión las cosas que decían Mork o Alf en su momento.

Al hablar del origen de Los Simpson en su libro, Reiss es muy directo: “Antes de que la serie saliera al aire nadie se tomaba el trabajo demasiado en serio, ni siquiera teníamos oficinas de verdad”, escribe. “El estudio desconfiaba tanto de nosotros que nos metió en una casa rodante. Supuse que, si el programa fracasaba, la remolcarían lentamente hasta el Pacífico y ahogarían a los guionistas como a ratas. Tenía 28 años, y creía haber tocado fondo”.

—¿Realmente pensabas eso, o es apenas una broma más del libro?

—El libro está lleno de bromas, sí, pero al mismo tiempo son todas absolutamente ciertas, y era lo que realmente pensaba entonces. Ahora tal vez resulte difícil de entender, pero hay que recordar que en aquella época los dibujos animados estaban considerados apenas como la forma más barata de rellenar tiempo de televisión, así que no le dije a nadie lo que estaba haciendo... ¡Me daba mucha vergüenza!

Foto del artículo 'Donde nacen las historias de la familia amarilla más famosa del mundo'

—Pero ustedes debían tener una idea de lo que realmente tenían entre manos...

—Yo era fan de Matt Groening y también de Sam Simon, el productor ejecutivo y un veterano de las series humorísticas para televisión, el único optimista que pensaba que íbamos a durar el doble de las semanas que calculábamos todos los demás. Ellos disfrutaban dándole forma al programa, y su humor realmente resultaba contagioso. Pero nadie tenía ni la más remota idea de que podíamos llegar a tener éxito, y lo que sucedió apenas salimos al aire no fue que nos convertimos en un pequeño fenómeno under, sino que la primera noche ya alcanzamos el récord de espectadores para el canal. La gente de Comercial enseguida dijo: “Esto era lo que estábamos esperando”. Pero ciertamente no esperaban que viniese de nosotros.

Lo que también revela Reiss en el libro es que desde ese primer momento de éxito nació una lucha sorda entre Groening y Simon, ya que, pese a que la idea original de la familia había sido de Groening, fueron fundamentales la experiencia y la creatividad de Simon para dar forma al proyecto. Pero cuando empezaron a salir notas sobre el suceso, todas hablaban de Groening, y ninguna lo mencionaba a él. Era lógico, calcula Reiss: el dibujante under que llegaba al éxito era una nota más interesante que la del veterano productor, pero saber eso no hacía las cosas más fáciles para Simon. “Sorprendentemente, Sam transformó su amargura en un gran episodio”, escribe en Springfield confidencial. “Ideó una historia en la que Homero, igual que Sam, crea algo de lo más extraordinario, pero al final quien se lleva la fama es Moe. Homero se llena de odio y los destruye a los dos. El capítulo se llama ‘Llamarada Moe’ y es considerado uno de los mejores de toda la serie”. Como solución, se terminó por pedirle a Simon que dejara de trabajar en la serie, aunque conservó su crédito... ¡y su sueldo! Falleció en el año 2015, con apenas 59 años. Para entonces ya le había llegado el justo reconocimiento por Los Simpson, y había hecho las paces hacía rato con Groening. Pero ¿quiénes pasaron a ser en ese momento los nuevos productores? “Nos dieron el trabajo a Al Jean y a mí. Hasta ese día, la única orden que yo había dado era con el control remoto de la tele”.

—Cuando tuve la oportunidad de entrevistar a Brad Bird, que trabajó en la animación de las primeras temporadas de Los Simpson, le pregunté qué recurso que había inventado entonces se seguía usando hasta el día de hoy, y él me respondió que había sido suya la idea de que la cámara se centre en la frente de Homero cuando piensa algo.

—Claro, porque en el primer guion en que hicimos eso pedíamos que la cámara entrara en su cabeza, y se debía ver su cerebro cuando pensaba, pero era demasiado para tan poco. Bird simplificó, y eso quedó para siempre. Sucedía mucho en esa época, estábamos inventándolo todo.

—¿Cuál dirías que es una idea tuya que aún hoy se sigue usando en la serie?

—No es para fanfarronear, pero junto con Groening, Simon y Jean escribimos el guion del capítulo “El héroe sin cabeza”, en el que Bart le corta la cabeza a Jeremías Springfield. Ahora es algo así como un momento famoso de la serie, de hecho aparece en los títulos iniciales de cada capítulo, pero lo importante de ese capítulo es que en él aparecen por primera vez personajes como Bob Patiño, el reverendo Alegría, Krusty o los bravucones Jimbo, Dolph y Kearney. Ese guion fue algo especial, y sin embargo lo escribimos realmente rápido, casi sin pensar. Pero hace 30 años que venimos usando esos personajes.

—¿De dónde salieron?

—En realidad, la descripción de cada personaje secundario en esos primeros guiones era de una sola línea, con apenas un comentario genérico. Del jefe Gorgory, por ejemplo, decía sólo que era un policía tonto, acompañado siempre por dos asistentes. Eso era todo. Pero después los actores pusieron lo suyo al leer el papel. Y, al escucharlos, los animadores diseñaron personajes que pudieran encajar con esas voces. Fueron creciendo de esa manera, gradualmente. Cada uno agregó una capa de su talento. No volvimos a ver lo que habíamos creado hasta seis meses después, cuando llegó el capítulo con la animación terminada, y recién ahí fue cuando nos dimos cuenta de lo que habíamos hecho. Y decidimos que cada personaje que nos hizo reír queríamos que regresara. Desde entonces no hemos dejado de hacerlos volver.

Al atender el llamado en su oficina en Nueva York y enterarse de que viene desde Uruguay, Reiss se apura a comentar que estuvo por aquí hace poco. Y agrega que cuando, a la hora de comer, lo pusieron por primera vez ante un chivito, no pudo evitar pensar: “Esto sí que le gustaría a Homero”. También aclara que la famosa broma de Homero burlándose del nombre de Uruguay al leerlo en un globo terráqueo —“¿U R gay?”, pregunta, o sea: “¿Sos gay?”— apareció durante el momento en que él no estaba trabajando en la serie. “Pero la considero una broma genial”, asegura Reiss sobre un chiste que para Latinoamérica no tuvo traducción, mientras que para España el juego fue con la palabra “guay”: todo muy buena onda. “Eso sí: por suerte se le ocurrió a alguien en la primera época de la serie, porque supongo que hoy en día no la hubiésemos hecho; habríamos tenido miedo de ofender a alguien”.

—Muchas cosas han cambiado desde entonces. Sin ir más lejos, los guionistas pasaron de ser como Bart a parecerse a Homero...

—Algo así. Pero los que escribimos Los Simpson nunca fuimos como Bart, más bien éramos como Lisa: chicos inteligentes y silenciosos. Hubiésemos querido ser como Bart. Todo el mundo ama a Bart, en realidad, y es muy difícil escribir historias para él. Es que no lo entendemos realmente, no sabemos cómo es ser Bart. Es fácil escribir sobre Homero, también sobre Lisa, pero Bart es muy difícil.

Para tener mejor medida de todo lo que ha cambiado desde el comienzo de Los Simpson hasta el día de hoy alcanza con recordar dos cosas: la primera es que, cuando salieron por primera vez al aire, competían con El show de Bill Cosby. Es más, la familia protagonista del programa de Cosby era un retrato idealizado de los hogares norteamericanos, y los Simpson eran una aberración. Treinta años más tarde, Bill Cosby está preso por abuso sexual. “Pensar que entonces todos decían que el que debería estar preso era Bart”, dice hoy Reiss.

Pero el otro detalle que señala de manera contundente el paso del tiempo desde el comienzo del show, al punto de que parece que viviésemos en su mundo, es que el actual presidente de Estados Unidos supo ser apenas una broma de un capítulo de la serie. “Salió directamente de nuestro show, es verdad. Fue en el episodio ‘Bart al futuro’, en el que Lisa llega a ser presidenta y habla de la herencia que le dejó el mandatario anterior, Donald Trump. Cuando hicimos esa broma estábamos pensando simplemente en la cosa más tonta que podía hacer la gente de Estados Unidos; 16 años después de aquel capítulo, sucedió de verdad. Y para nuestro oficio no es algo fácil: tengo amigos que trabajaban en Veep, la comedia en la que Julia Louis-Dreyfus hace de vicepresidenta, que me contaron que tuvieron que dejar de hacerlo porque no podían ser más ridículos que lo que sucedía en la vida real. ¡Eso es competencia desleal! A veces realmente pienso que el mundo se está convirtiendo en Springfield”.

—¿Cómo es que consiguieron tanta libertad para hacer lo que hacen?

—Creo que realmente pensamos que nadie nos iba a mirar, así que eso fue lo que nos permitió hacer algo como esto. ¡Y lo mismo debieron de haber pensado los de Fox! Pero, una vez que nos convertimos en un éxito, siempre conseguimos que nos dejaran trabajar a nuestro aire, primero para Fox y ahora para Disney. Creo que lo que simplemente piensan es: “Dejemos que hagan lo que saben hacer”. Políticamente Los Simpson siempre estuvo en las antípodas de Fox; ellos tan conservadores, nosotros tan radicales. Pero fuimos un éxito, y eso es lo que Fox quería, y es lo que Disney quiere ahora.

—En tu libro decís que la serie ha durado tanto porque se basa en dos principios fundamentales: la familia y la locura.

—Así es. Porque, por un lado, la familia es eterna. Aunque esté integrada por dos papás o tres mamás, el principio siempre es el mismo: un puñado de gente atada a una casa, que se quiere pero se vuelve loca entre sí. Y en cuanto a la locura, nunca deja de cambiar. Los seres humanos siempre desarrollan nuevas formas de idiotez. Como también digo en el libro, Los Simpson terminará el día en que la gente de todo el mundo se trate entre sí con amor, respeto e inteligencia. Espero que ese día nunca llegue.

—Sin embargo, hace poco circuló por las redes una declaración del músico Danny Elfman acerca de que el fin de la serie podría estar bastante cerca...

—No escuché exactamente lo que dijo Elfman, pero puedo asegurar que hoy Los Simpson está más saludable que nunca. Somos el programa de ficción número uno en la televisión norteamericana, y acabamos de ganar el Emmy al mejor programa animado, así que no tenemos ninguna intención de bajar la cortina, al menos por ahora.

Llegado este momento, es imposible no ceder a la tentación de preguntarle a Reiss qué piensa de que el flamante presidente argentino, Alberto Fernández, haya sabido encontrar tiempo, antes de asumir su presidencia, para criticar —en una charla pública con José Mujica— nada menos que a Bugs Bunny. Su respuesta es una larga carcajada, y después agrega: “¡Eso es una locura! Creo que nadie debería tomarse el trabajo, y mucho menos un político, de intentar hablar seriamente sobre un dibujo animado. Pero tampoco puedo evitar pensar en el viejo Bugs: hace 80 años que da vueltas por el mundo, y aún sigue generando discusiones y controversias. La gente se sorprende de que Los Simpson haya cumplido 30 años y siga vigente, pero ahí lo tienen a Bugs Bunny, aún activo a los 80”.

—¿Se podría considerar a Bugs Bunny algo así como el punto de partida del humor de Los Simpson?

—En la actitud, al menos. Después de todo, Bugs y aquellos dibujos de la Warner son los dibujos animados que les gustaban a los animadores que empezaron haciendo Los Simpson.

—Siempre se ha dicho que la gran revolución de Los Simpson es haber dicho por primera vez en un horario central de televisión que nuestros gobernantes tal vez no estén pensando en el bien común...

—Estoy de acuerdo con eso. Pero es algo que nosotros le debemos a haber crecido leyendo la revista Mad, que se burlaba de todo y de todos, y decía sin pelos en la lengua que todas las instituciones son corruptas.

—El asunto es que una cosa es que ese humor se esgrima desde el margen, y no como ahora, cuando son políticos como Trump, Jair Bolsonaro o Boris Johnson los que parecen no tomarse nada en serio, y cada cosa que dicen es como un chiste...

—Eso sí que es algo peligroso. Pero no pienso que ellos sean humorísticos, porque ahí no hay ninguna broma. Los Simpson siempre le hablan a una audiencia más inteligente que ellos, mientras que esta gente le habla siempre a una audiencia más tonta. Parece que estuviesen bromeando, pero no se trata de una broma. Uno piensa: “No puede ser que lo estén diciendo en serio”, pero después te das cuenta de que sí, de que es en serio. Así que, si se trata de humor, es humor del malo. Muy malo, en realidad: aburrido y lleno de malas palabras.

—¿No te sentís un poco culpable de que el mundo se haya convertido en un episodio de tu show?

—¡No! Es algo que últimamente me preguntan mucho, pero yo no me siento culpable de que Trump sea presidente, sino que estoy contento de poder seguir haciendo reír a la gente. Me gusta que haya una voz ahí afuera diciendo que no todo el mundo piensa como la Norteamérica que sale en los noticieros. Y me gusta el hecho de que Homero tenga tres amigos, y uno sea de la India y el otro negro. Siempre pienso que es una de las cosas más lindas del show.

—¿Alguna vez pensaste en qué clase de show deberías hacer para tener un mundo mejor?

—El show que estoy haciendo, definitivamente. Puedo decir todo lo que quiero en Los Simpson, y no hay otra cosa que pueda hacer por un mundo mejor.