En la noche ya estábamos en la ciudad de Rocha. Me costó atravesar la calle repleta de banderas, bocinazos y gente a pie. El domingo 24 de noviembre de 2019, las cifras del balotaje arrojaban un inesperado empate técnico. En la tele de la recepción del Hotel Municipal, una mujer y un hombre mayor miraban imágenes de la celebración que tenía lugar en la calle 18 de Julio de Montevideo. Había que esperar al viernes o quizás más para conocer los resultados. Al otro día, a las nueve de la mañana, trasnochados por esperar el escrutinio en sus respectivas ciudades, comenzaron a caer los alumnos.
—Me parece genial que estemos viniendo a Rocha a un curso de la universidad, porque siempre fue al revés. La gente tenía que ir de todo el interior a estudiar a Montevideo —dice al llegar Daniela, una de las 12 personas seleccionadas para participar en el curso Introducción a la Ilustración Científica que estaban a punto de dictar en el Centro Universitario Regional del Este (CURE) la doctora Julia Rouaux y la profesora Anahí Tiscornia, ambas de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), Argentina.
Rocha es la capital del departamento homónimo, en el centro-este de Uruguay, sobre las codiciadas playas del océano Atlántico. El censo oficial de 2011 estimó que la población de la ciudad es de 25.422 habitantes. Su centro comercial gravita sobre la plaza principal, con iglesia y restaurantes, como casi todas las ciudades del interior. No hay McDonald’s. Se habla de “tú”.
Llegando desde el poniente por la ruta 9, a pocos metros de la rotonda en la que cruza la ruta 15 —que une a la ciudad de Rocha con La Paloma— hay un cartel azul que marca que para dirigirse hacia el CURE hay que recorrer un breve camino de tierra colorada que está a la derecha del pavimento, que lleva a un portón de madera que se abre hacia el césped de un predio con un complejo edilicio pintado de blanco, con ventanas espejadas y puertas de vidrio con sensor.
En el laboratorio 3, sobre amplias mesadas de granito gris, cada uno encuentra su lugar de trabajo, delimitado por una veladora con el nombre de cada alumno y un soporte de alto impacto. La coordinadora del curso, Laura Rodríguez-Graña, da la bienvenida, y a continuación Tiscornia explica cómo serán las clases, divididas en teóricos y prácticos. “Con esto sé que voy a romper algunos corazones, pero no se puede tomar mate”, remata. Rouaux brinda un contexto histórico sobre filósofos naturalistas y viajeros científicos e ilustradores, incluida Maria Sybilla Merian, en quien hace hincapié por ser una de las iniciadoras de la entomología moderna en pleno siglo XVII. Después de repartidos los materiales, empiezan los primeros ejercicios.
La ilustración científica es una disciplina que combina conocimientos de la ciencia y del arte para generar imágenes útiles para la interpretación de datos científicos. Tiene su propia historia, que va desde la representación de la naturaleza de las pinturas rupestres del Paleolítico Superior hasta que se convirtió, en el Renacimiento, en imagen ordenada, proporcionada y armoniosa, con pautas de la verosimilitud marcadas por la era de la razón y la objetividad. En “Ilustración científica: el arte de describir”, María Cristina Estivariz, Marina Theiller y Mariela Theiller la describen como “un componente visual, resultado de una observación minuciosa e idónea de un sujeto en estudio, que permite complementar un texto, eliminando las barreras lingüísticas. [...] tiene su lugar en cada uno de los campos de la Ciencia (biología, medicina, astronomía, antropología, geología, etc.) y resuelve las particularidades de ellos, adaptando los recursos científicos, artísticos y tecnológicos de cada época”.
Rouaux, en su artículo “Dibujando bichos: la ilustración científica en la entomología”, establece una diacronía marcada por libros-hitos que comienza con De animalibus insectis libri septem, cum singulorum iconibus ad viuum expressis, de Vlysse Androvandi, escrito en 1602, y que sigue con Insectorum sive minimorum animalium theatrum, que se considera “el libro formal que inaugura la historia de la entomología”, que comenzó con Conrad von Gesner 100 años antes de su publicación, en 1634, en Londres.
Es común encontrar ilustraciones científicas acompañadas por un texto en claves taxonómicas, manuales, tesis, investigaciones y guías de campo, entre otros tipos de materiales de divulgación. Se confunde frecuentemente con el dibujo naturalista, del que se diferencia por su propósito. Este puede tener mucha información si es riguroso —aunque no es condición necesaria—, mientas que las ilustraciones científicas, además, varían en el espectro esquemático-realista. Su capacidad de esquematizar constituye una de las razones por las cuales la fotografía no ha podido sustituirlas. Tiscornia elige el dibujo más conocido para ejemplificar:
—Cuando estudiamos la célula en los manuales de biología no tenemos una representación realista de cómo se ve en un microscopio, sino que lo que tenemos es la síntesis de toda esa información en diferentes estructuras para que podamos entenderla.
Pero lo que una cámara no puede captar, tal vez por estar acostumbrados al avance vertiginoso de la tecnología, es más de lo que creemos. En el artículo de Jyoti Madhusoodanan “Science Illustration: Picture Perfect” nos encontramos con el boceto y la imagen final de una reconstrucción paleobotánica hecha por Victor Leshyk, encargada para acompañar una investigación de Chris Berry sobre el bosque más antiguo del mundo para la revista Nature, de la que también fue portada:
Estas ilustraciones encargadas difieren de la conocida imagen fotográfica, boceto o de la figura general que acostumbra acompañar textos de investigaciones o disertaciones. Estas van al corazón de los conceptos; incluso pueden describir fenómenos inobservables que abarcan un espectro que va desde las partículas subatómicas hasta cómo debían de verse formas ya extintas de vida.
Los profesionales de este campo en el que se cruzan arte y ciencia se desempeñan en museos, institutos de investigación, universidades y en la ilustración filatélica. Si bien la manera de realizar un dibujo científico está determinada por el propósito y la técnica, hay una base común a todas las ilustraciones de este tipo. Primero está la fase de búsqueda de material, que incluye necesariamente imágenes, y que se da en conjunto con el investigador; luego se producen los bocetos de estructura y de luces y sombras, que preceden al boceto final, que debe ser aprobado por el especialista.
Rodríguez-Graña es bióloga y doctora en Oceanografía y nunca dejó de leer cómics y de disfrutar viendo ilustraciones infantiles. Un día, luego de una búsqueda frustrada de ofertas educativas que le permitieran materializar un atlas de larvas de peces que tenía en mente, se enteró del curso dictado por las argentinas que tendría lugar en Puerto Madryn en 2018. Se postuló y quedó seleccionada.
—A varios de los asistentes se les cayó la idea romántica que a priori uno tiene sobre lo que significa dibujar la naturaleza. A mí, lejos de espantarme, me cautivó. Yo iba con la idea de obtener las herramientas mínimas para llevar adelante mi proyecto de ilustrar el ictioplancton [huevos y larvas de peces], y volví con mucho más.
Así, Rodríguez-Graña les propuso a Rouaux y Tiscornia venir a Uruguay a cubrir el vacío existente en el campo de la ilustración científica.
Hija de madre bióloga y padre médico, “pero con alma de naturalista”, Julia Rouaux nació en 1978 en La Plata, pero vivió toda su niñez y su adolescencia en Zárate, Provincia de Buenos Aires, donde cursó sus estudios secundarios.
—Íbamos al campo, juntábamos bichitos y yo dibujaba. Siempre. De chica, en un momento les enseñaba a dibujar a mis hermanos. Tengo dos hermanos más chicos y les daba clases de dibujo, era re densa.
Al llegar a la universidad, dudó entre anotarse en Bellas Artes o en Biología. “Para ejercer de bióloga una tiene que tener un título, y para dibujar en realidad no. Podés formarte en distintos cursos en la técnica que más te guste, no tenés que hacer la carrera de Bellas Artes”. Por eso, optó por Biología. Nunca dejó de dibujar.
—La gente fotocopiaba mis cuadernos, porque en esa época no estaba esto de sacarle fotos a todo con el celular. Yo empecé la facultad en 1997, era otro mundo. Encontré un cartelito en el Museo de La Plata que decía “Curso de introducción a la ilustración científica”, que se daba en el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores [Cepave], y me dije: “Lo tengo que hacer”. En aquel momento nunca tenía tiempo ni plata, pero cuando me recibí me anoté.
Fue pasante de su profesora en el Cepave, que es un centro de referencia en investigación científica que depende del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y de la UNLP cuya misión es contribuir al avance del conocimiento científico para la búsqueda de soluciones a problemáticas sanitarias y ecológicas, y en 2009 formó parte del plantel docente del curso que se dictaba en esa institución. Luego hizo un doctorado en Ciencias Naturales, que la habilitó a dictar un curso similar como posgrado en 2016, y fue becada para irse a México a cursar un diplomado en ilustración científica y perfeccionarse, asimismo, en historia natural, para finalmente viajar a Portugal a seguirse especializando, gracias al apoyo del Fondo Nacional de las Artes. Así se cartografía el derrotero de Rouaux en torno a la ilustración científica. A su regreso de México, sabía lo que quería:
—Vivo como ilustradora y como docente de la disciplina. No es fácil, a veces es como remar en dulce de leche, pero digamos que mi camino ya está completamente decidido.
Hasta 2016 Rouaux todavía no aceptaba gente de Bellas Artes en sus clases. El problema para ella, que en ese momento daba el curso sola, era tener que explicar conceptos específicos a personas que no tenían formación básica en biología. Entonces entró Tiscornia en escena.
—Su carta de motivación tenía un chamuyo muy lindo sobre el INTA [Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria] que me ganó el corazón, porque además es un lugar donde mi madre trabaja desde que tengo memoria —dice Rouaux, y le pasa la palabra a Tiscornia con una mirada de picardía cómplice.
—Ahí aparecí en la vida de Juli, cursé con ella y después básicamente la perseguí. Después de insistir y demostrar el interés que tenía, ella me propuso ser su ayudante. Desde entonces somos un equipo.
Tiscornia cursó la carrera de Veterinaria, en la que también hacía apuntes anatómicos muy llamativos, pero luego se cambió para Bellas Artes, en la UNLP, y comenzó a volcar rigurosamente lo aprendido en el Profesorado en Artes Plásticas a la ilustración naturalista. Cuando se cansa, arranca para la investigación en grabado. Lamenta no haber tenido una formación profesional específica dentro de su carrera de artista.
—La ilustración científica es una de esas ramas que no tienen cabida en la facultad —explica.
Cuando se enteró del curso del Cepave, ya estaba a punto de terminar. Entonces supo del posgrado que daba Rouaux.
—Ya sabía que normalmente no aceptaban alumnos de Bellas Artes, que preferían que fueran de Biología, porque está pensado para gente que tiene que ilustrar sus investigaciones.
“Yo soy de Bellas Artes, yo sé que los de Bellas Artes no estamos dentro del abanico de posibilidades, pero me encantaría trabajar en el INTA, que es un instituto en el que mi abuelo y mi tío trabajaron”, decía, más o menos, su carta de postulación de 2016. Trabajar en el INTA sigue siendo su sueño, aunque sabe que allí “si hay algo que no se necesita son ilustradores”.
Es martes 26 de noviembre y está por empezar el segundo día de clases. Mientras recorren el camino de tierra que une la parada del ómnibus que las trajo desde La Paloma y la entrada trasera del complejo edilicio del CURE, dos estudiantes de Biología y una ilustradora van soñando con armar una expedición de varios días al campo “a lo [Alexander von] Humboldt y [Aimé] Bonpland” para ilustrar la flora autóctona. Ya sea teoría del color o categorías taxonómicas, hay que actualizar los metalenguajes para intentar salvar la brecha de campos del conocimiento a priori tan dispares, pero las tres están de acuerdo respecto de las bondades de la exigencia y la amplitud del curso.
Rouaux entreteje ideas en torno a su interés por la conservación de la biodiversidad. Elige un pasaje del libro Los días del venado, de Liliana Bodoc, para explicar en una publicación de Facebook el sentido de su último proyecto:
La Creación es una urdimbre perfecta. Todo en ella tiene su proporción y su correspondencia. Todo está hilado con todo en una trama infinita que no podrían reproducir ni mis amadas tejedoras del sur. Pobres de nosotros si olvidamos que somos un telar.
Tramas infinitas es el nombre de la muestra que llevó a Cracovia en 2018, un trabajo autogestionado y autosustentado, con ayuda de su familia, que sigue alimentando con ilustraciones de la fauna autóctona de nuestro continente.
—Sudamérica tiene una biodiversidad enorme, con muchas especies que son exclusivas de aquí y que poca gente conoce. Llevar al extranjero esa biodiversidad y que la gente se asombre del tamaño del lobo gargantilla, de la forma del oso hormiguero o de los ojazos y deditos del monito de monte fue hermoso.
Como una metáfora anidada dentro de otra metáfora dentro de otra metáfora, Rouaux asocia los diferentes estratos por los que pasa su proyecto paradigmáticamente con la red, la conexión, el intercambio. Su explicación va desde la dimensión de la trama de un pincel hasta los frágiles lazos que unen los elementos de un sistema biológico, pasando por el vínculo entre obra y espectador, al que problematiza con la intención de repensarse y repensar la dicotomía ser humano-naturaleza, sin salirse, sin embargo, de la objetividad racionalista que pauta un trabajo en ciencias básicas.
—En Tramas infinitas sigo la metodología que uso en cada uno de mis trabajos. Busco imágenes de referencia, armo mis arquetipos y, en la mayoría de los casos, me contacto con especialistas que me asesoran para que las ilustraciones sean lo más científicamente correctas posible. Lo que tal vez se corre de lo científico es la postura, que genera una cercanía con el espectador, y la imagen con fondo negro, entre sombras.
Todas están hechas para montar/exponer a tamaño real, cosa que ayuda a dimensionar la diversidad y la fragilidad. El yaguareté, por ejemplo, es enorme al lado de la chinchilla.
Con la idea de ampliar la difusión, estas obras se convirtieron en fichas educativas que Rouaux comparte en las redes sociales y lleva a las escuelas en las que da charlas. Las fichas contienen el retrato del animal más la información de la especie, características generales, hábitat y estado de conservación.
—Quisiera cambiar eso de que los chicos sólo conocen al tigre, al mono y a la jirafa. Amplío mi trabajo para divulgar lo que yo sé.
Tiscornia y Rouaux tienen claro qué es lo que quieren lograr con este curso que, al menos una vez al año, se da como posgrado: “formar y formar con calidad”; “transmitir eso de ser metódica, observadora, respetar lo que se ve, no volar”; “seguir reglas y códigos que tiene la ilustración científica”; “que los participantes puedan utilizar lo que aprenden en sus proyectos”; “validar el trabajo del ilustrador, y el del ilustrador científico en particular”; “darle entidad como disciplina”; “generar consenso sobre lo que se debería enseñar”; “devolverle a la educación pública lo que esta invirtió en una”. Pero todos estos objetivos están atravesados por otro que le da sentido a su presencia en el CURE de Rocha: la descentralización.
—Buenos Aires y La Plata son centros de formación por sí mismos, de acumulación de saberes, y la educación es un derecho básico, por eso decidimos descentralizar. Lo que buscamos es mover el recurso —dice Tiscornia.
—En Argentina alrededor de 40% de la población está en Buenos Aires. Tenés el resto del país con distancias muy grandes y lugares donde no van docentes externos, y vos sabés que a la gente no le da la plata como para irse hasta la capital, instalarse dos semanas y hacer un curso. Entonces, la primera edición fue en la Patagonia, donde conocía gente y estaba contenida, porque nunca antes había dado el curso sola. Me animé y me gustó que pudiera asistir gente de pueblos chiquitos, que de otra manera no hubiera podido acceder a esa información. Apareció una chica chilena en el curso y yo dije: “Bueno, si pudo venir una chica de Chile ya está”. Y el segundo fue en Esquel, más al sur, en medio de la cordillera, y teníamos gente de allí, de la costa, y había una chica que era de Bolivia. Te das cuenta de que de repente no hay tantas personas del lugar, pero que la gente se mueve porque vos te fuiste hasta allá.
El lugar en el que se trabaja, las condiciones materiales y los obstáculos a sortear determinan en gran medida el resultado del proceso creativo, pero la experiencia acumulada puede hacer que aparezcan soluciones inesperadas. Tiscornia se refiere al contexto latinoamericano y al poco acceso a insumos de calidad:
—Nosotras tenemos que aprender a jugar en el medio de todas esas diferencias y llegar al resultado que necesitamos con las vicisitudes que se van dando. Y aprendés, porque te curtís, pese a que los materiales no responden como tendrían que responder o a que directamente no los tenés.
Rouaux propone como ejemplo un recurso que ellas mismas adoptaron y nos enseñaron. El scratchboard es una técnica de ilustración esgrafiada (es decir, de raspado o rayado) de la que se obtienen líneas blancas sobre un fondo negro.
—En el curso no utilizamos la técnica original, ya que el clayboard sobre el que tradicionalmente se hace no se conseguía o era carísimo. Por eso las ilustradoras María Cristina Estivariz y María Alejandra Migoya comenzaron a investigar con materiales diferentes, hasta que descubrieron que se puede utilizar alto impacto con tinta Rotring.
El estilo de vida también influye en la manera de trabajar. Rouaux, que viaja mucho, tuvo que cambiar su valija repleta de materiales por una laptop y una tablet. Lo digital, además, disminuye los tiempos de producción y hasta simplifica la ampliación de las imágenes.
—Saber que los detalles que le hago a una cabeza se pueden llevar a escalas grandes alimentó mi lado obsesivo.
Desde hace dos años, Rouaux trabaja en una guía de cánidos. Cuando comenzó estaba empezando a utilizar la técnica digital, pero a mitad de camino se dio cuenta de que no estaba conforme con sus primeros dibujos. Rehizo todo. Había dibujado 43 zorros, y el que le llevó más trabajo fue el aguará guazú (Chrysocyon brachyurus), el mayor de los cánidos de América del Sur, que si bien cuenta con pocos registros en nuestro país, habita montes y pastizales del Chaco argentino y las cuencas de los ríos Uruguay y Paraná.
—Que el aguará no estuviera bien no podía ser. Era una gran responsabilidad, porque es el bicho nuestro. Entonces lo hice alrededor de 15 veces. Se lo mandaba a mi mamá, que también es bióloga, y a Anahí —dice Rouaux, y su compañera de trabajo revolea los ojos para mostrar lo extenuante que puede ser ayudar en un proceso que terminará en un libro útil para investigadores y aficionados a la identificación de especies de todo el mundo.
Ya me estoy acomodando / en este instante del tiempo, / tus pies dan vueltas y vueltas, / tus labios los besa el viento, / tus pies dan vueltas y vueltas, / tus labios los besa el viento.
Es miércoles o jueves de la segunda semana. En el salón suena “Zamba y acuarela”, de Raly Barrionuevo, alguien que le dio un descanso al alma fuerte del folclore argentino y que, además de componer, actualiza canciones que generaciones anteriores escuchaban en la guitarra de Atahualpa Yupanqui o interpretadas por Mercedes Sosa o Jorge Cafrune. En la orilla opuesta a ese dulce letargo estamos nosotros. En las amplias mesadas de granito gris del laboratorio 3 se pierden y se rastrean lápices, cúters y gomas que se vuelven a perder y a encontrar, que se vuelven a perder y a encontrar, que se vuelven a perder.
Elegidos los proyectos finales, felinos y una mariposa son volcados a la técnica de scratchboard con tinta, mientras otra especie de lepidóptero se realiza sobre scratchboard con lápiz. Hay un cangrejo sirí que terminará siendo lineal y punteado con tinta. Caracoles, escarabajos, un pez muy pequeño llamado comúnmente “virolito”, otro crustáceo y hasta un guazuvirá se trabajan con grafito. Se percibe el ajetreo constante de las profesoras, que tienen que asesorar a uno por uno con sus trabajos, hacerles un seguimiento en cada etapa, buscar fotografías y artículos de cada especie seleccionada, alcanzar los materiales para las distintas técnicas y hasta confeccionar “camisas” para que los dibujos no se manchen.
—¡Dios! —exclama con agotamiento un estudiante.
—¡Darwin! —replica otra sin soltar la microfibra que aprieta contra su boceto.
Es miércoles 4 de diciembre y venimos de almorzar. Nos acomodamos, arreglamos nuestro material, las luces, las sillas. El aula se distorsiona porque a alguien se le ocurre que tienen que volver a dar una segunda parte del curso. Hay risas, pero también nerviosismo. La exigencia de varios días de trabajo de 9.30 a 16.00 o 17.00 se traduce en contracturas, pero también en asombro por el manejo fluido de una técnica que no se esperaba dominar tan rápidamente. Literales lagrimones se nos piantan a quienes no aflojamos hasta el final.
En Argentina, Introducción a la Ilustración Científica es un curso de posgrado. En Uruguay se mantuvo el nivel y la cantidad de horas, así como la presentación de un trabajo final como requisito para su aprobación. Contó con la financiación de los fondos centrales del Programa de Educación Permanente de la Universidad de la República y con la gestión de la Unidad de Educación Permanente del CURE.
Rocha es uno de los cuatro departamentos que componen el CURE, junto con Treinta y Tres, Lavalleja y Maldonado. Su creación fue aprobada en 2007 por el Consejo Directivo Central, y hoy en total cuenta con 17 opciones de formación de grado y tres de posgrado.
El CURE de Rocha comenzó a funcionar en 2012, y desde sus inicios las carreras se impartieron en su totalidad. En 2019 la oferta académica incluyó la Licenciatura en Enfermería, el Ciclo Inicial Optativo - Orientación Ciencia y Tecnología, el Ciclo Inicial Optativo - Orientación Ciencia y Tecnología Trayectoria Minería, el Ciclo Inicial Optativo - Orientación Social, la Licenciatura en Gestión Ambiental, la Tecnicatura en Artes Plásticas y Visuales, la Tecnicatura en Telecomunicaciones, los cursos de Tecnólogo en Administración y Contabilidad, y de Técnico en Hemoterapia, y el posgrado Diploma de Especialización en Física.
—Es que sos todo —explica Tiscornia—, no sólo les alcanzás una goma de borrar, los corregís, también sos la contención emocional. Tenés que ir midiendo todo el tiempo cómo está el otro, porque en el dibujo, por más científico que sea, vos estás dejando el corazón. Nosotras nos damos cuenta de hasta dónde se le puede exigir a una persona. El dibujo te desnuda, te pone a prueba.
Después de la clase, las visitantes brindaron una charla abierta en la que explicaron las bases, el proceso en etapas, el uso y las áreas de desempeño de la ilustración científica. Además, abundaron sobre los gajes del oficio, exhibiendo en un proyector ejemplos de tesis, guías y libros de fauna autóctona. Llevaron trabajos realizados por ellas y por alumnos de otros cursos. Entre el público había gente del lugar de todas las edades, escolares, estudiantes e investigadores. Entre quienes se aproximaron a la mesa a intercambiar información estaba Elena, profesora de Biología, que quería darle las gracias a Rouaux.
—Te traje unas valvas de La Coronilla que están datadas en 120.000 años —dijo mientras estiraba las manos con un paquetito lleno de ostras.
Rouaux y Tiscornia están por embarcar de regreso a su país. Portan valijas y dos bolsos, donde llevan los escenarios de cada alumno, esferas de diferente color y opacidad, caracoles, reglas y escuadras, tintas, borradores, gomas, lápices de varias durezas, cúters, 12 lamparitas, sus dibujos originales y las láminas de estudiantes de cursos anteriores, papeles para trabajos finales, tablitas de fibrofácil y alto impacto, más lupas y papeles de distinto tipo. Van directo a armar una muestra que tendrá lugar en menos de una semana en La Plata.
—No se cansan.
—Es que somos muy manijeras —contesta Tiscornia.