“Eran asiáticas las víctimas de la masacre frente a Rocha”. La frase generará dos posibles reacciones en quienes leen este artículo. Algunos lectores necesitarán avanzar para comprender este fotorreportaje. Otros, en cambio, recordarán sucesos de su niñez o adolescencia.
La cita, de la edición de La Mañana del 24 de abril de 1976, alude a una serie de hechos extraordinarios: la aparición de cuerpos en las playas rochenses durante la última dictadura cívico-militar. Sin embargo, estos episodios pronto dejaron de ser excepcionales. Los hallazgos en las costas uruguayas comenzaron a ser frecuentes a partir de 1975, y se registraron hasta 1979. En ese período aparecieron 31 cuerpos en los departamentos de Colonia, Montevideo, Maldonado y Rocha.
A su vez, en las playas argentinas también fue frecuente la aparición de cadáveres, como resultado del genocidio político ocurrido en el país: los “vuelos de la muerte” en el Río de la Plata o en costas atlánticas fueron una práctica sistemática durante la última dictadura argentina para eliminar los cuerpos de mujeres y hombres secuestrados e interrogados por medio de torturas, como relata Horacio Verbitsky en su investigación El vuelo (1995). En Uruguay, hasta la fecha no se ha podido comprobar si esta práctica también fue utilizada o si los cuerpos de las personas desaparecidas fueron enterrados en tierra firme.
El mayor número de hallazgos en nuestro país se dio en 1976: 19 en total. Ese año fue un mojón para los procesos dictatoriales de la región: en marzo se produjo el golpe de Estado en Argentina, se puso en marcha la coordinación entre aparatos de inteligencia a través del Plan Cóndor —gestado a fines de 1975— y en la dictadura uruguaya se destituyó a Juan María Bordaberry y comenzó un proceso “refundacional” del régimen cívico-militar, impulsado por los militares.
Los medios cubrieron lo ocurrido en Rocha por distintos motivos. Es posible que el misterio y el nivel de violencia física con que aparecían los cuerpos hayan llamado la atención de muchos periodistas y encargados de los medios de comunicación. La cobertura fue extensa y minuciosa, las suposiciones fueron varias y el origen oriental/asiático de los cuerpos fue repetido en forma constante. La censura y la autocensura de los medios de prensa y la imposibilidad de charlar libremente sobre determinados temas —condiciones de la dictadura— dificultaron que circulara información sobre el verdadero origen de esos cuerpos.
Más de 40 años después, junto con un grupo de estudiantes de la Universidad de la República comenzamos a trabajar en un proyecto de extensión1 con eje en esos acontecimientos, haciendo foco en lo sucedido en Rocha durante 1976. Queríamos aportar a la construcción de memorias locales, buscando aprender sobre lo sucedido y trabajar con las personas que vivieron estos sucesos. Lejos de ser una investigación académica, la propuesta nació como experiencia de intercambio y colaboración. Con ese espíritu se desarrolló durante más de un año, entre mayo de 2018 y octubre de 2019.
El relevamiento de prensa, la documentación oficial y las investigaciones especializadas nos permitieron comprender mejor lo sucedido en el departamento rochense. Comprobamos, sin embargo, que es muy poca la producción académica sobre lo acontecido en la última dictadura fuera de la capital montevideana: no pudimos encontrar un solo trabajo monográfico —editado o inédito— sobre el proceso dictatorial en Rocha. Para reconstruir parte de lo ocurrido, recurrimos a testimonios de personas que vivieron en aquellos años.
Con todo este material se creó una exposición itinerante, presentada a principios de abril de 2019, utilizada para dinamizar encuentros con estudiantes de nivel secundario y vecinos. A su vez, en los meses siguientes presentamos los resultados del proyecto en la sede de Rocha del Centro Regional Universitario del Este, en Barra de Chuy, en jornadas académicas de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, y en programas radiales.
Mary Núñez, una de nuestras entrevistadas, nos hizo pensar en Rocha como “una aldea”. Vivió su niñez y adolescencia en el barrio Lavalleja de la capital departamental y recuerda que era habitual no salir del barrio, ya que allí tenían escuela, tiendas, capilla. También había carencias, de agua potable y luz eléctrica en muchas casas, de transporte público. Además, era difícil obtener información acerca de ciertos temas; principalmente sobre la situación política y la represión.
Otros testimonios también recogen esta preocupación, y la asocian a la ausencia de tecnologías con las que hoy contamos (internet, televisión por cable, celulares). Los entrevistados también subrayaron un elemento importante: la repercusión mediática que tuvieron los hechos que ocurrieron en abril y mayo de 1976.
En Rocha, los primeros cuerpos aparecieron el 22 de abril de ese año: uno en las inmediaciones de la barra de la Laguna de Rocha, y dos cerca de la laguna Garzón. Al día siguiente fueron encontrados dos cuerpos más: uno en el paraje El Caracol —laguna Garzón— y otro cerca del faro de José Ignacio, en Maldonado.2 En total fueron hallados los cuerpos de cuatro hombres y una mujer.
Los hallazgos generaron preguntas, principalmente sobre la procedencia de esos cuerpos y el nivel de violencia que mostraban. El 26 de abril el periódico local La Palabra informaba que “Rocha ha estado en los últimos tres días viviendo horas de justificada angustiosa emoción”. Sin embargo, rápidamente se “encontró” una respuesta.
El 24 de abril se organizó una conferencia de prensa en el cementerio municipal de Rocha, con la presencia de diferentes medios y de autoridades civiles y militares de ese departamento y de Maldonado. Allí, el médico forense de la Policía de Rocha exhibió los cuerpos a cajón abierto y dio detalles sobre las distintas lesiones y mutilaciones y respecto de los motivos de cada muerte, además de responder preguntas. A su vez, se aventuró a mencionar el origen “oriental” de esas personas, debido a sus ojos sesgados. Es difícil saber si esa justificación fue formulada por el propio médico o por otra persona.
En todo caso, para Roberto Méndez Benia, un médico de Rocha con experiencia forense que había sido destituido por hacer una autopsia del estudiante Hugo de los Santos Mendoza, asesinado en 1973 en un cuartel militar de Montevideo, la explicación no es válida. De acuerdo con el testimonio que nos brindó el médico, los cuerpos no tenían ojos sesgados sino que los rostros estaban hinchados por haber estado en el agua durante varios días.
Al menos dos personas recuerdan detalles de la conferencia de prensa: Carlos Arrieta, fotógrafo y funcionario del Canal 7 de Rocha, y Julio Araújo, adolescente de la zona. Arrieta explicó que cuando aparecieron los cuerpos se convocó a toda la prensa de la ciudad a ir al cementerio. “El canal había comprado un grabador semiprofesional de cinta ancha de una pulgada”, que fue usado por primera vez para filmar los cuerpos, dijo. El registro “se llevó en aquella época en el ómnibus de ONDA a Montevideo para que el Canal 10 lo transmitiera”.
A su vez, esa mañana de 1976 Arrieta logró sacar algunas fotos. Cuando las vimos nos llamó la atención la presencia de un chico en primera fila, entre gente adulta. Ese muchacho de la foto es Julio Araújo. Entonces tenía 14 años, y en muchas ocasiones iba con sus hermanos a vender flores y agua al cementerio. Esa mañana, como tantas otras, escuchaba la radio junto con su abuela. Así se enteró de la noticia y sintió mucha intriga, por lo que partió hacia el cementerio. Al estar allí percibió “un murmullo de gente” alrededor de los ataúdes. A medida que avanzó se fue metiendo entre la multitud hasta quedar muy cerca de los cuerpos, muy descompuestos. De esta forma, fue fotografiado por Arrieta.
La novedad corrió rápidamente por los medios de comunicación locales y nacionales, y trascendió incluso fuera del país. La prensa, la radio y la televisión uruguayas cubrieron los eventos en forma exhaustiva, mostrando imágenes con primeros planos y detalles. La noticia de los hallazgos compartía las primeras planas junto con las novedades de la visita de Augusto Pinochet y las diferentes reuniones que iba teniendo el dictador chileno con sus pares uruguayos en esa última semana de abril. Horror, matanza, masacre, mutilación y sadismo son palabras que se repetían para describir los sucesos. A su vez, aparecían conceptos como misterio, conmoción y enigma.
Circuló la noticia de que los cuerpos eran orientales, asiáticos, japoneses, chinos. Esta información fue corroborada por el Comando General de la Armada, que el 24 de abril emitió un escueto comunicado, el 1.311, desde la Oficina de Prensa de las Fuerzas Conjuntas. Además de establecer el origen y el tiempo de deceso de estas personas —“entre 20 y 30 días”—, en el documento se lee: “Las presentes puntualizaciones se efectúan a fin de evitar distintos comentarios que en casos de esta naturaleza se generan fácilmente, conduciendo a conclusiones erróneas a la población”.
El 23 de mayo los medios escritos anunciaron dos noticias: los asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz en Buenos Aires y el comunicado 1.322 de la Oficina de Prensa de las Fuerzas Conjuntas, emitido el día anterior. El objetivo de esta comunicación era desmentir denuncias desde el exterior. La aparición de los cuerpos había generado diferentes comentarios.
Inflamándose en unos casos la imaginación popular y en otros utilizándose como punto de partida por parte del aparato propagandístico enemigo, con la finalidad de engendrar la idea de ejecuciones realizadas en nuestro territorio.
La agencia France-Presse había denunciado por esas fechas la desaparición de cuatro presos políticos del Establecimiento Militar de Reclusión 1 (Penal de Libertad), y la relacionaba con la aparición de los cuerpos en las costas. Por tal motivo, las Fuerzas Conjuntas exhibieron a esos presos —rapados y con mamelucos grises— en televisión y ante las cámaras fotográficas de la prensa.
Los comunicados oficiales y la cobertura mediática dejan claro que el caso rochense fue excepcional en cuanto al nivel de información brindada por parte de las autoridades. Según Aldo Marchesi, el proceso de censura de los medios de comunicación, iniciado a fines de los años 60, había generado un estado de autocensura en los informativos televisivos entrada la década de 1970. Además de cancelar la sección política, “la crónica roja también fue suavizada a los efectos de no promover imágenes alarmistas acerca de cuestiones vinculadas a la seguridad”, dice el historiador en su investigación “Una parte del pueblo uruguayo feliz, contento, alegre”. Sin embargo, la cobertura de la aparición de los cuerpos en Rocha fue muy directa y truculenta, contradiciendo el criterio general. Un párrafo tomado de la edición del 8 de mayo de 1976 del diario El Civismo refleja la situación:
Contrastando con la rapidez y sobriedad con que las autoridades han tratado el tema, dando a conocer todo lo investigado al respecto, poniendo a disposición de los medios de información la totalidad de lo averiguado [...] nos hemos encontrado con la forma desaprensiva que algún medio de información ha manejado el tema. Concretamente, nos ha sorprendido la forma con que el canal televisivo rochense publicitó y posteriormente mostró el horror del suceso. Tenemos entendido que existen rígidas normas que tienden a evitar precisamente, el poner al público en contacto con sucesos como el comentado. Normas que impiden especialmente la reproducción y la muestra de tales horrores.
La censura y la autocensura de los medios dificultaron la circulación de información sobre el verdadero origen de las apariciones. Sin embargo, varios testimoniantes comentaron que “todo el mundo sabía” que esos cuerpos eran de militantes desaparecidos en operativos en nuestro país o en Argentina. Se hablaba del tema sólo en los círculos más íntimos, con gente de confianza y prudencia extrema.
Es difícil saber cuál era el nivel de conocimiento que tenían las autoridades civiles y los militares locales y nacionales sobre el verdadero origen de estos cuerpos: Buenos Aires, Plan Cóndor, centros clandestinos de detención (Campo de Mayo, ESMA, El Campito), torturas e interrogatorios sistemáticos, presos políticos, vuelos de la muerte. Si bien muchos autores han escrito sobre las relaciones diplomáticas y los acuerdos entre gobiernos y servicios de inteligencia del Cono Sur, para este caso puntual resulta complejo analizar la conexión interestatal. Podría considerarse la idea de que las autoridades tuvieron que brindar datos y fomentar la circulación de información con el objetivo de despejar sospechas que vincularan la aparición de los cuerpos con los operativos represivos.
El clima de excitación duró pocos días. El siguiente hallazgo, ocurrido el 1° de mayo de ese mismo año, tuvo escasa repercusión. Repentinamente, el tema “se apagó”. Sin embargo, años después volvió a la escena pública, aunque con poco alcance. A partir de la década de 1980, Daniel Rey Piuma, marinero desertor de la División de Inteligencia de la Prefectura Naval, comenzó a denunciar los crímenes cometidos por el Estado uruguayo, apoyándose en documentos que había fotografiado. Las imágenes de los cuerpos comenzaron a circular por algunos medios de prensa europeos y en organismos internacionales sin lograr gran trascendencia, al menos masiva.
A comienzos de la década de 2000, el Equipo Argentino de Antropología Forense solicitó a la Comisión para la Paz, creada en el gobierno de Jorge Batlle, información sobre enterramientos de personas no identificadas en cementerios uruguayos. Sin embargo, los resultados demoraron en llegar. Recién en 2012 se logró identificar tres cuerpos hallados en Rocha, gracias a huellas dactilares tomadas en 1976. Eran Nelson Valentín Cabello Pérez y Luis Guillermo Vega Ceballos, de origen chileno, y Laura Gladis Romero Rivera, ciudadana argentina, embarazada de cuatro meses. Estas personas habían sido secuestradas en Argentina el 9 de abril de 1976 por pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo-Partido Revolucionario de los Trabajadores.
Al igual que muchos acontecimientos de nuestro pasado reciente, los cuerpos en las playas de Rocha quedaron olvidados por la mayoría de las personas de la época. Muy pocas saben que algunos de esos restos fueron identificados o que siguen presentes en el osario común del cementerio municipal de Rocha. La falta de información al respecto y la dificultad para charlar durante la dictadura y en la posterior democracia impidieron que este tema tan escabroso fuera motivo de debate.
Ese silencio fue transmitido a las siguientes generaciones, que no han podido conocer estos hechos históricos causados por el terrorismo de Estado argentino, ocultados por la complicidad del gobierno uruguayo y tergiversados por los medios de comunicación nacionales. La amistad, el compañerismo y el esfuerzo militante generaron un nuevo recurso educativo para seguir luchando contra la impunidad aún presente, y a su vez hacer visible un acontecimiento ocurrido fuera del ámbito montevideano.
-
Participaron Lucía Cámpora (Ingeniería), Isabel Cedrés (Ciencias Políticas), Paula Duffour (Sociología), Chiara Miranda (Comunicación), Mariana Papadópulos (Sociología), Germán Pereira (Ciencias Políticas), Diego Puntigliano (Ciencias Políticas), Stephanie Rouvray (Ciencias Políticas), Juana Urruzola (Antropología) y Martín Varela (Museología). El proyecto se enmarcó en los llamados a Actividades en el Medio 2018 del Consejo Sectorial de Extensión y Actividades en el Medio de la Universidad de la República. Vaya un agradecimiento especial para Jovita Cardoso, Yalis Fontes, Sara Pereira, Fernanda Andrada, Henry Corbo, Gisella Aramburu y a las personas entrevistadas: Gorki López, Blanca Mora, Mary Núñez, Roberto Méndez Benia, Carlos Arrieta, Julio Araújo, Petrona Sánchez, Nora Núñez, así como a otros vecinos y vecinas de Rocha. ↩
-
Ver el informe del equipo de trabajo Investigación Histórica de Presidencia de la República en este enlace. ↩