Como cada miércoles, Batman se tiró en el diván haciendo una extraña voltereta para no enredarse con la capa. Se acomodó como pudo y esperó a que el doctor Hugo Strange le preguntara cómo estaba.

—¿Cómo está?

—Y... mal. Recuerdo cuando empecé con este tema de saltar de azotea en azotea vestido como un murciélago gigante. Me sentía único, pero eso se terminó.

—Deje de reclutar adolescentes en mallitas y vuelva a trabajar solo.

—No es por eso, doctor. Es por la Crisis.

—Interesante. —Strange ni se molestaba en escribir en su libreta, porque el paciente le daba la espalda—. ¿La crisis de la mediana edad? Creía que usted ya había pasado los 80 años.

—Es algo mucho más importante.

—Será la crisis financiera. La última cepa del jokervirus tiene a media ciudad en cuarentena y los pequeños comerciantes están preocupados.

—¡No tengo problemas de dinero! Cuento con la fortuna Wayne… a un llamado telefónico de distancia. Bruce Wayne, una persona completamente distinta a mí, admitió públicamente en el número 16 de la serie Batman and Robin que financia mis actividades superheroicas.1

—Entonces no me imagino de qué crisis está hablando.

Batman alzó los brazos e hizo una pose dramática desde donde estaba acostado.

—¡La crisis que amenaza a toda la realidad! Ya sabe: “Muchos vivirán, mundos morirán, y el universo no volverá a ser el mismo”. Mire por la ventana.

El terapeuta lo hizo, de poca gana.

—¿Ve el color del cielo?

—Está un poco rojo. Seguro esta madrugada llueve.

—Usted no entiende. El cielo rojo es una de las señales de que se avecina una Crisis Infinita, un enfrentamiento entre los superhéroes más taquilleros y las fuerzas del mal, en el que la supervivencia de todo lo conocido está en juego.

—Ahora que lo dice, ayer unas sombras asesinas andaban matando gente en el barrio. Y esta mañana tuve que cancelar varios turnos.

—Cuando ocurren estos eventos, la barrera del espacio-tiempo se estrecha. Las distintas épocas y las diferentes Tierras del multiverso se fusionan.

—¿Todo eso lo hace sentirse menos único? Explíqueme por qué.

—¿Para qué se lo voy a explicar si se lo puedo mostrar?

Batman se incorporó, caminó hasta la puerta del consultorio y la abrió.

—Pasen, muchachos. Un señor los quiere conocer.

—Con permiso —dijo una voz idéntica a la anterior.

—Espero no estar molestando —agregó otra.

—¡Esto es ridículo! —dijo una tercera, parecida a las anteriores, aunque cascada por los años—. Deberíamos estar salvando al mundo.

Ositep nu ojid osimrep.

El ambiente era grande, pero no lo suficiente como para que las tres docenas de personas que ingresaron estuvieran cómodas. Así que se quedaron todas juntitas y quietas, como si fueran guerreros de terracota.

—¿Qué es esto? ¿Quiénes son todas estas personas vestidas como usted?

—De eso quería hablarle. Todos ellos son Batman. Algunos provienen de líneas de tiempo diferentes, como el Batman bebé...

—¡Goo goo da!

—Mientras que otros llegaron de Tierras alternativas, como el Batman vampiro o el Batman que habla de atrás para adelante.

¿Otneiv odot?

—¿Ve, doctor? Con tantas versiones de mí mismo pululando por la ciudad, ya no me siento tan importante.

—No diga eso, Batman. Usted es único e irrepetible.

—Ya lo veremos. Vengan, muchachos.

Como si se tratara de una gigantesca mosqueta, los paladines se movieron durante varios segundos y cambiaron de lugar.

—Adivine cuál soy yo —dijo una voz desde alguna parte.

—Bueno, claramente no es el de traje de cebra, ni el duendecillo que está flotando en el rincón.

—¡Mi nombre es Batmito y no soy un duendecillo! Soy un duende de la Quinta Dimensión.

—Tampoco es el Batman de las orejas larguísimas ni el de las tetillas marcadas... Pero no sé, me rindo.

El verdadero hombre murciélago dio un paso al frente.

—¿Vio? No pudo reconocerme.

—Pensé que el verdadero Batman era yo.

—No, vos sos un actor que se golpeó la cabeza durante la filmación de la película y desde ese día cree que es Batman.

—Eso es exactamente lo que diría un supervillano que quisiera detenerme.

—Entonces demostralo. Saltá por la ventana hasta el edificio de enfrente.

—¡Ahora mismo, porque yo soy Batman!

Fueron sus últimas palabras. El ruido a podrido al reventarse contra el pavimento silenció por un segundo a los presentes.

—¿Alguno más quiere hacerse el listo?

—Yo no.

—Ni yo.

On, on, on, on.

—¿Goo goo?

—¡Mi nombre es Batmito!

Hugo Strange escribió en su cuaderno, por primera vez en toda la tarde.

—Lamento admitirlo, pero usted tenía razón. Esta crisis de identidad es algo que deberíamos tratar de inmediato.

—¿Qué hago? ¿Les digo que esperen en el corredor?

—De ninguna manera. Es un tema que les atañe a todos, así que pídales que se sienten en el piso.

—¿El que está colgado de la araña del techo también? Es que tiene 50% de ADN de murciélago.

—Y deben saber —el profesional levantó la voz— que cada uno de los Bátmanes deberá pagar una sesión entera. Incluso usted, que parece un pordiosero.

—¡Soy el Batman de un planeta llamado Zurr-En-Arrh!

—Y yo soy el egresado de una universidad llamada de la República. Estoy en caja de profesionales y pago un fondo de solidaridad y un adicional. Así que no se hagan los giles.

Los paladines se acomodaron como pudieron.

—Muy bien. Díganme cuándo decidieron dedicarse a la lucha contra el crimen.

Decenas de voces contestaron al unísono “Cuando mataron a mis padres”, al tiempo que una vocecita aflautada gritó “¡Cuando me aburrí de la Quinta Dimensión!”.

—Entiendo. Lo bueno es que el tratamiento va a ser similar en casi todos los casos, y... ¿¡Qué está pasando?!

Los Bátmanes comenzaron a volverse translúcidos, para luego desaparecer por completo. Sólo quedó el paciente original.

—¡Buenas noticias, doctor! Esto significa que la crisis terminó y las diferentes líneas de tiempo y universos alternativos están volviendo a sus lugares.

—Y esto significa que usted va a tener que pagar por la sesión de todos ellos.

—Maldición, y pensar que acaban de desaparecer decenas de Bruces Waynes.

—¿Cómo dice?

—Nada, que en estos días le hago el depósito.


  1. Si no me creés, buscalo, pero con estas cosas yo no jodo.