Cada día, María Salguero dedica de tres a cuatro horas a juntar y publicar información en mapafeminicidios.blogspot.com, un sitio interactivo que creó en 2016. En su mapa cada mujer asesinada tiene una cruz con un color diferente que identifica el año en que murió. Después de actualizar la base de datos sale a recorrer 15 kilómetros en bicicleta, mientras escucha bandas de black metal como Venom o Bathory. Vuelve y ayuda a su mamá en la casa.

Por las noches, cuando puede, toca el piano como terapia contra la cantidad de información cruel que consume para alimentar un mapa que ha sido alabado en todo México por mostrar como nadie y como nunca los femicidios que sucesivos gobiernos se negaron a reconocer. Puede concluir el día viendo Academia de cachorros, una serie cuyos protagonistas son simpáticos perritos, o gifs con gatitos. Lo hace para no pensar más en los asesinatos que recopila día a día.

Foto del artículo 'La geofísica que mapea los femicidios en México'

Su principal fuente son los periódicos amarillistas, pero sus mapas ofrecen mucha más información y detalles que las autoridades públicas. Compara los datos obtenidos con los del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, que registra los femicidios desde 2015 pero lo hace de una manera que no resulta suficiente para que la ciudadanía y los gobiernos entiendan y atiendan el problema.

Salguero estudia los contextos en que las mujeres son asesinadas, en dónde son asesinadas. Desde entonces la sociedad es testigo de que los femicidios no son un evento aislado y se dan en todos los estados. En los años 90 parecía que sólo ocurrían en Ciudad Juárez, en la frontera norte con Estados Unidos, y en el estado de México, al centro del país. Con el mapa que Salguero alimenta se vislumbró que en estados con gobiernos conservadores, como Veracruz y Guanajuato, la cifra de femicidios es mayor que lo que las autoridades estaban dispuestas a admitir.

Era lo que ella buscaba: investigar, sin afán de estar en lo correcto, si en todo el país había femicidios, con la sospecha de que no era un fenómeno circunscripto a los lugares que acaparaban las noticias. Las cruces que marcan los femicidios pusieron en aprietos a las autoridades, porque casi no caben en el mapa digital. Entre otras cosas, porque la ausencia de un sistema estadístico que contabilice la frecuencia y el tenor de los femicidios provocó el asombro de la prensa internacional.

Salguero pasó de georreferenciar rocas a georreferenciar homicidios, y se convirtió en una referente para el feminismo, para periodistas, para organizaciones de la sociedad civil y hasta para autoridades públicas. No es posible entender el fenómeno de los femicidios en México sin mirar su mapa.

—Hasta en la Policía Federal me dijeron que hago inteligencia de femicidios, porque para explicar los datos necesitas aterrizarlos en un contexto.

En el informe “Violencia feminicida en México, aproximaciones y tendencias 1985-2016”, ONU Mujeres encontró que entre 1985 y 2016 hubo 52.210 asesinatos de mujeres y que uno de cada tres ocurrió entre 2007 y 2016. Para las mujeres el año más violento en México fue 2012, con 2.769 asesinatos, presuntos femicidios.

La cifra más baja se había registrado en 2007, cuando comenzaba la “guerra contra las drogas”. Desde entonces, las mujeres fueron asesinadas con mayor frecuencia. El conteo de las víctimas de la violencia patriarcal no es sencillo, por la falta de información clasificada con perspectiva de género. Por eso el trabajo de Salguero se tornó tan importante.

El Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública federal contabilizó 3.620 femicidios entre 2015 y 2019, a partir de información reportada por procuradurías y fiscalías de los 32 estados federales. La suma del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio (OCNF) de México, un organismo autónomo reconocido por Naciones Unidas y presente en 20 estados en el que confluyen 40 organizaciones de base, es de 3.751 femicidios, sin contar homicidios dolosos contra mujeres en el mismo período.

Los 400 femicidios computados en Ciudad Juárez entre 1993 y 2006 generaron alertas múltiples, pero más lo hicieron los 469 que hubo entre 2009 y 2010 en ese estado fronterizo. La magnitud de los crímenes y su repetición no eran acordes a las cifras oficiales. La Organización de los Estados Americanos, la Comisión Interamericana de Mujeres y la articulación mexicana de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer pidieron acciones y transparencia a sucesivos gobiernos federales.

Uno de los pedidos fue el registro de información fidedigna de los femicidios que todavía se computan como asesinatos en no pocos estados. La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, de 2007, obligó al Estado mexicano a crear un banco de datos sobre la violencia de género.

Pero esa base de datos no cumple su cometido, denuncia María de la Luz Estrada, coordinadora ejecutiva del OCNF. Estrada cree que la cantidad de femicidios y desapariciones de niñas y mujeres podría ser mayor que las que ellas mismas pueden clasificar.

Probar que en México no hay discriminación en materia de género no es tan fácil como muchos quisieran.

—El costo político de admitir que el Estado mexicano discrimina y que a las mujeres las matan por ser mujeres genera un conflicto al gobierno. A mí los fiscales me han dicho que me conforme con que tipifiquen el femicidio como homicidio calificado —explica la activista feminista.

Las organizaciones de la sociedad civil, al ver que las fiscalías acreditan el delito de femicidio como homicidio, solicitan las carpetas de las investigaciones, porque el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública no incluye información importante para saber si se está ante un femicidio o no. También hacen solicitudes al Instituto Nacional de Acceso a la Información y Protección de Datos, para obtener más detalles sobre la cantidad de homicidios dolosos contra mujeres que no son clasificados como femicidios por las fiscalías. Además, recurren a la Secretaría de Salud para pedir datos estadísticos sobre muertes violentas con presunción de homicidio. Pero son las fiscalías las que determinan si la causa de muerte es femicidio u homicidio.

—Si nosotras estamos sacando datos es porque a nivel estatal y federal no hay una base de datos. Al contrario, los estados dan la información que quieren y la dosifican —explica Estrada.

Eduardo Bohórquez, director ejecutivo de la organización no gubernamental Transparencia Mexicana, entiende que se debe exigir la correcta clasificación de los femicidios, porque muchas veces son tratados como homicidios dolosos.

—Los vacíos que dejan los gobiernos son llenados por la sociedad civil. Suplir alguna deficiencia del gobierno tiene un lado muy oscuro, porque si no mejora la estadística oficial no hay forma de que una organización de la sociedad civil cubra el territorio entero ni todos los delitos. Es una solución correcta a corto plazo, pero una muy mala idea a largo plazo —explica.

A las 7.16 del 19 de setiembre de 1985 María Salguero tenía seis años y se divertía fantaseando que las olas de un barco la mecían. Mientras Ciudad de México padecía uno de los sismos más intensos de su historia, ella tenía la sensación más fascinante que había conocido hasta entonces. Para la niña era como un juego mecánico de feria en su propia casa, que se sacudía, como todo a su alrededor.

La activista sabe interpretar y entender los desastres. Convivió con ellos. Lee crónica roja desde que tenía ocho años. Cualquier niño o niña en México creció viendo las portadas morbosas y sangrientas de diarios como Pásala, Metro o El Gráfico sin cuestionar por qué existían esos pasquines. Ella agradece su existencia, sin justificar el uso indebido de fotografías filtradas por policías. Para Salguero es información valiosa que no encuentra en otro lado.

La crónica roja publica información de fuentes policiales y da bastantes detalles sobre los crueles asesinatos de mujeres. Leyendo esos periódicos sensacionalistas determina los casos de femicidios. Gracias a sus reportajes, también sabe cómo el crimen organizado envía mensajes a enemigos o aliados ejecutando a mujeres que vinculan con grupos rivales.

Las mujeres son una presa. El cruce de datos con perspectiva de género le permite analizar los contextos y estudiar cómo impacta en las mujeres la “guerra contra el narco”, una pulseada que parecía de machos contra machos. Las torturan, las matan, las atan de manos y las tiran por ahí en bolsas. Pueden ser las parejas que decían amar o jefes, capataces y peones del crimen organizado. María Salguero sabe leer ese subgénero literario de la realidad conocido como narcomensajes, que se marca a fuego en los cuerpos de las mujeres para mandar señales.

—Todas las violencias conviven en el mismo territorio. Tienes mujeres asesinadas en una determinada zona. Hay mujeres asesinadas por narcomenudeo, por sus parejas, por violencia comunitaria, y arrojan los cuerpos en barrios marginados o en las periferias de municipios y estados —relata Salguero.

En ocasiones los cárteles decapitan a mujeres a las que vinculan con sus enemigos. “Ahí están tus putas informantes”, decía un mensaje en los cadáveres de varias mujeres maniatadas. Observando el detalle, Salguero distingue femicidios ejecutados por una pareja que se hace pasar por un grupo delincuencial, o viceversa.

Desde que se inició la llamada guerra contra el narco las mujeres no sólo son vilmente asesinadas, sino que son explotadas sexualmente, víctimas de tráfico y de desplazamiento forzado. También hay miles de madres que buscan a sus hijos, y abuelas que se quedaron con sus nietos y buscan a sus familiares desaparecidos.

Así, aumentan las cruces en el mapa de femicidios de Salguero. Son las marcas con las que ella deja el rastro de una persona que ya no está.

El 5 de junio de 2009 un incendio en la guardería ABC, en Sonora, al norte de México, mató a 49 niños menores de cuatro años. La guardería incumplía los estándares de protección civil. Una de las dueñas era familiar de Margarita Zavala, la esposa del ex presidente de entonces, Felipe Calderón. Las explicaciones de las autoridades para no asumir responsabilidades fueron una lavada de manos. En 2010, María Salguero se unió a un grupo de periodistas que cubrían las protestas de los padres de los niños. Después de las concentraciones, familiares de desaparecidos se acercaron para denunciar la ausencia de sus seres queridos.

En 2011 Salguero y algunos amigos se unieron para hacer un sencillo mapa online de referencia para los periodistas que no encontraban cifras oficiales de personas desaparecidas. Ella dice que era un mapa “chafa” o poco útil, aunque lograron ubicar 8.000 perfiles de desaparecidos, sus fotografías y las direcciones donde habían sido vistos por última vez.

Ese mapa fue y es útil aunque Salguero, por modestia y con humor, diga lo contrario. Nadie se había tomado el trabajo de hacer esa cartografía de la ausencia. Además, esos 8.000 desaparecidos eran muchos más que los 5.397 reportados entre 2006 y 2011 por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos gubernamental.

Recién en 2020 la cantidad de desaparecidos se esclareció por voluntad política. Hasta que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador creó la Comisión Nacional de Búsqueda, los estados clasificaban la desaparición como secuestro o privación ilegal de la libertad y creaban subregistros para matizar el dato preocupante que fue dado a conocer este año. México tiene oficialmente 61.637 personas desaparecidas.

En las manifestaciones por los desaparecidos Salguero conoció a María Herrera, una mujer de Michoacán que busca a sus cuatro hijos. Allí la vio cargar con las cuatro fotografías de sus niños.

—No te puedes quedar como piedra cuando ves el llanto de una madre desesperada que clama justicia por su familia desaparecida.

Luego Salguero se dedicó a mapear los asesinatos de periodistas y, por último, los femicidios. Inspirada en un mapa local de Ciudad de México sobre femicidios, Salguero hizo uno nacional en 2016. Su plan era continuar hasta el inicio de la maestría en sismos y terremotos, y después donar el trabajo. Ahora dice que su sueño cambió, porque desea hacer una maestría enfocada en violencia de género.

Le hubiera gustado escribir la historia y el contexto de cada mujer asesinada georreferenciada en su mapa, para que no sea una cifra más. Pero, dice sonriendo —siempre sonriendo—, no se le da escribir. Esta mujer de tez oscura y largo cabello negro y lacio que le llega a la cintura ríe cada vez que habla, y cuando termina una oración suelta una carcajada. Es una forma de separar su vida privada de las “cosas cabronas” que enfrenta, dice.

Al caminar cerca de su hogar, en el centro de Ciudad de México, pasando los indestructibles edificios coloniales de piedra a prueba de terremotos, saluda a los vendedores ambulantes, a quienes conoce bien porque de niña armaba un puesto con sus padres. Ahora ella es un mapa andante, un activo de la inteligencia y la memoria mexicana.

—En la universidad me dedicaba a georreferenciar los valores magnéticos del subsuelo, lo que significa situar las coordenadas de las rocas en un mapa. Buscaba conocer las características de las rocas. Ahora busco saber las características de los asesinatos de las mujeres. Los datos no dicen nada si no tienes los contextos de los femicidios, y no los escribo porque no sé cómo, pero me los aprendo de memoria —dice Salguero, la geofísica feminista que mapeó el horror como nadie en México.