La prensa salteña y montevideana anuncia un congreso de “estudiantes demócratas” de todo el país para el sábado 24 de octubre de 1970. Está organizado por la Juventud Salteña de Pie, fundada el año anterior. Los delegados de otros departamentos serán recibidos en el Club Universitario para almorzar y desde allí irán al Ateneo de Salto para llevar a cabo la primera sesión del Congreso, que dará nacimiento a una nueva organización nacional: la Juventud Uruguaya de Pie (JUP). A las 19.00 marcharán hasta la Plaza Artigas, donde habrá un acto con oratoria.

El recorrido

"La Juventud Salteña de Pie fue el antecedente sobre el que se montó la Juventud Uruguaya de Pie", dice el historiador Gabriel Bucheli. "Como tuve que ir a Salto a dar unas clases a Regional Norte, se me ocurrió recrear la marcha que se hizo durante el congreso fundacional de la JUP. El recorrido está lleno de símbolos tradicionales (Ateneo, Centro Industrial y Comercial, Anglo, colegios católicos, Catedral Gran Hotel Salto,las dos plazas principales, el monumento a Artigas,), en un barrio residencial; todo a tono con una juventud 'sana e incontaminada' que cargó de sentidos a esa marcha inaugural".

Yo, que en 1970 cursaba primer año de escuela y vivía en Montevideo, no pude participar. Pero el viernes 1º de noviembre de 2013 estaba en la ciudad de Salto por motivos laborales y decidí seguir la huella de aquella manifestación juvenil.


Artigas es una clásica calle angosta, de una sola mano; una de las arterias de la planta en damero del centro de la ciudad. Salpicada por fachadas comerciales y algunos edificios modernos, predominan en ella casas de distinguido estilo tradicional con grados diversos de conservación, aunque la mayoría están mantenidas con pulcritud. Muchas lucen bronces que indican el título de profesional universitario del jefe (o los jefes) de familia.

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El Ateneo está frente al nº 651 de Artigas. La institución fue fundada en 1889, pero funciona allí desde 1895, en una casona de dos plantas, de estilo antiguo, con una fachada que resalta por la luminosidad de sus colores claros. “Edificio venerable, de líneas clásicas, que en la época de su mayor florecimiento resalta esplendoroso entre la edificación de la ciudad”, describe el sitio web de la Intendencia Municipal de Salto (IMS) a la casa que hoy es Monumento Histórico Nacional. Un portón metálico da paso a las escaleras de acceso; al fondo, el salón de actos.

“Teatro Larrañaga, Liceo, Ateneo –ámbitos del arte, de la enseñanza y de la cultura– son, en la materialización de sus fachadas, exponentes del espíritu progresista y realizador de los salteños de antaño, que dieron a su ciudad -natal o de adopción– definidos perfiles”, sigue la página de la IMS, que señala el carácter procreador del Ateneo local: “Allí se constituyeron para independizarse luego, infinidad de instituciones: la Asociación Estudiantil, el costurero escolar, la Sociedad de Maestros, el Centro de Periodistas, la Sociedad Patriótica, la Escuela de Bellas Artes”. Y, aunque el reporte no lo recuerde, también la JUP.

Desde ese local partió aquel sábado 24 de octubre de 1970, a las siete de la tarde, la columna de los jóvenes “de pie”, que debió contar con 300 o 500 delegados de nueve departamentos, más un número indeterminado de simpatizantes o curiosos.

Los que marchan son efectivamente jóvenes, y entre ellos hay niños. Varios tienen carteles que identifican sus lugares de origen. Predomina la vestimenta “sport” de colores claros. La primavera litoraleña se me está haciendo calurosa. Los mayores, menos numerosos, observan, también de pie. Lucen vestimentas más formales y oscuras: traje o saco el hombre, trajecito sastre y cartera para la dama. Me sumo a la marcha. Me siento un bicho raro: un cincuentón de vaquero y mochila High Sierra.

Hay movimiento ciudadano. “Gran cantidad de público aplaudió el paso de estos gallardos jóvenes”, relata el diario Tribuna Salteña al día siguiente en primera página.

Por esa misma cuadra, avanzando hacia el este, la manifestación encuentra a su izquierda la Obra Don Bosco, centro de actividades salesianas. La presencia de la orden en la ciudad data de 1920 pero el importante edificio sobre la calle Artigas fue construido en 1960, cuando la Sra. Catalina Harriague de Castaños cedió el terreno para que se edificara un colegio que hasta 1973 sólo educó varones.

La marcha cruza la primera esquina del recorrido, el cruce con Lavalleja. A la derecha está la sede del Centro Industrial y Comercial de Salto, que hoy muestra en su fachada una reciente conmemoración centenaria (1905-2005) y a la izquierda se halla el viejo edificio de la Societá Italiana Unione e Benevolenza, una asociación de inmigrantes creada en 1875. Es una preciosa construcción de 1874; para la Comisión Honoraria del Patrimonio de Salto, está resuelta “dentro de la vertiente neoclasicista que integraba el historicismo ecléctico con claras referencias al tratado de Vignola”. Hoy, el lugar está aprovechado por el Regional Norte de la Universidad de la República, razón que me llevó a conocer su interior. El relato de una página web oficial enfatiza la calidad de su amplio “salón de reuniones, elaborado al mejor estilo de los salones de palacios florentinos renacentistas, se aprecia el despiezo y la articulación del muro con pilastras y vanos y la excelente pintura del cielorraso confeccionada por los hermanos Eriberto y Edmundo Prati en el año 1918”. Pero el conjunto del edificio denuncia un pasado más próspero. Los salones dispuestos en los fondos hablan por sí solos; los modernos cañones no disimulan un deterioro importante en las estructuras. Pude saber que la Sociedad atraviesa una crisis económica grave. La sede fue consagrada patrimonio histórico “con complementos de decoración, mobiliario y acervo documental” en 1989.

Señal de cambios: dos edificios modernos, uno en cada esquina, sublevan hoy el espacio. El primero, la Torre de los Naranjeles, al comienzo de la cuadra, hace honor al fruto del lugar y al ladrillo que lo reviste prolijamente. El otro, al final de la cuadra, a mano derecha, está ocupado en dos de sus diez amplios pisos por una sucursal del BBVA un poco perdida, ya que la city salteña se encuentra a algunas cuadras de distancia.

La tercera cuadra, luego de atravesar la calle Sarandí, nos presenta dos símbolos de los años 90: un local de Abitab y una sede de la ORT. En el medio, sobre el número 728, una añeja institución: el Instituto Cultural Anglo-Uruguayo, expresión de la tradicional empatía de la aristocracia local con la cultura británica.

Al cruzar la calle Larrañaga, en la primera esquina aparece una escuela pública construida en 1957 según la placa del Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP), y a mitad de cuadra el Colegio y Liceo Inmaculada Concepción, fundado en 1889, versión femenina de la educación católica que para varones impartían tres cuadras más atrás los salesianos.

Al final de la cuadra, siempre a mano derecha, se ve un enorme edificio antiguo cuyo cartel indicador anuncia “Correo”, y uno desconfía de que la mensajería local pueda ocupar tanto espacio. Hay personas detrás del vidrio. Subo las escaleras: una cola de gente que ha venido de barrios alejados y aún no ha perdido todas las esperanzas espera silenciosa frente a una puerta que dice “Poder Judicial”, a la derecha del hall de entrada. Indago hacia la izquierda: una oficina del MTOP. Descubro un pasillo que debe dar a un espacio que explique qué otras cosas ocurren en tamaño edificio. La respuesta es DGI, ventanillas, poco movimiento fiscal. Decido salir siguiendo mis pasos hacia la calle Artigas. Estoy tentado de preguntar a algún funcionario por algún dato de la historia del edificio, pero no aparece ninguna chance. Por internet supe más tarde que fue construido por el Arquitecto italiano Giovanni Veltroni (1880-1942), traído por José Batlle y Ordóñez después de que lo conoció en un viaje por Italia en 1907, y llegó a jefe de la Dirección de Arquitectura del MTOP. Fue responsable de importantes obras como las sedes centrales del BROU y del MSP en Montevideo. En Salto dejó su huella en este edificio, construído en 1915.

La manifestación cruza la calle Treinta y Tres para ingresar a una cuadra que no muestra ninguna de las huellas arquitectónicas que estoy siguiendo. Ante la escasez, me detengo frente a una fachada, tal vez como tantas otras, con una placa que indica que es patrimonio histórico. La casona pertenece al Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. Decido entrar y esta vez enfrentar valientemente a un funcionario. Por los cuarenta, castaño, aire apagado por la vida burocrática, hace calor. Pregunto: “¿Existe alguna placa adentro que indique la fecha de construcción de esta casa? Porque vi ahí afuera que es patrimonio histórico”. “Ah sí, pero no sé, creo que no, a ver”. Me conduce a una oficina detrás de mí. “Fulana…”, balbucea una explicación. Interrumpo y reitero la pregunta. Respuesta afable de la señora, que dice que hace poco trabaja allí. “Capaz que Mengana, que ahora no se encuentra…”. Sonrisas, agradecimientos. “Vuelvo en otro momento”. Volveré.


Los jupistas de 1970 y yo, 43 años después, cruzamos Rincón, siempre hacia el este, por la calle Artigas. Lo primero, a mano derecha, es un club de Vamos Salto, lista 30115, que anuncia que está con Germán. Se trata de la subfamilia política del intendente colorado Coutinho, hombre de Pedro Bordaberry en el departamento. Cuando la marcha de la JUP arrancó, en octubre del 70, Germán era un bebé de seis meses. Ascendió a través de una carrera política lineal, que incluyó durante su vida liceal ser presidente de la Asociación de Estudiantes del Instituto Politécnico Osimani y Llerena, principal liceo de la ciudad, durante tres períodos.

Un paréntesis político localista. Antes de dejar la ciudad charlé con dos empleados de la recepción del hotel. Él, unos sesenta años, bajito, algo calvo; ella, unos 25 años, agraciada. Me dijeron que el boleto urbano para ir a la Terminal me costaría seis pesos. No acredité. Me explicaron que el intendente lo había prometido en campaña electoral y lo hizo. No emiten juicio de valor al respecto. Se comportan -sobre todo él- como dos informantes objetivos que explican a un forastero asuntos de la política local. La gravedad en el tono del relato parece proporcional a la edad de mis interlocutores. El asunto deriva a la afirmación del hombre acerca de que Coutinho gana de vuelta. En medio del diálogo, ese dato se solapaba con mi sugerencia: “La 'unión' de colorados y blancos favoreció la victoria, ¿no?”. La respuesta es concluyente: “Acá en Salto los blancos no tienen nada. El Frente tampoco”.

Vuelvo al club de Germán. Me acerco al vidrio del local cerrado. Sobresale un afiche con predominio del blanco y el verde: “Campeonato de ping-pong. El ganador jugará final con Germán”. Desconozco las habilidades del intendente en las artes del tenis de mesa, pero todas las pencas parecen pronosticar su condición de finalista.

Más adelante, otro edificio viejo cumple funciones públicas: Juzgado Departamental de Paz. Y en seguida, un mundo abierto a la sorpresa del visitante desprevenido: un callejón adoquinado, a mano izquierda, parte la manzana en dos. Ingreso, quebrantando la norma de mi tour detrás de las huellas jupistas, porque la tentación es grande. Algo llama mi atención y demoro en darme cuenta: en ese callejón los muros están graffiteados, menos notorio, ahora que lo pienso, en el resto de la zona céntrica. Me convenzo de que los pintaparedes salteños juegan a las escondidas con la mirada circunspecta de sus vecinos.

Las salpicaduras de tinta carecen de homogeneidad, y muestran un paisaje dividido en tres variedades de la cultura graffitera. Primero, más cerca de la entrada y por ende visible desde la distinguida Artigas, memorias que no abdican. Metros más adentro y a la izquierda, tres dibujos hechos con aerosol sobre moldes caseros exteriorizan a una suerte de tribu contraindustrial, que combina referencias al ojo idiota y el plancha style, con reminiscencias candomberas del mucho palo. Finalmente, cerrando la saga, el reflejo esculpido en la pared de que el conflicto subyace en medio del consenso de esta democracia amortiguada y aguachenta, dos bandos irreconciliables, enfrentados a sangre y fuego, que reescriben sobre lo reescrito, cual dos demonios.

Por lo demás, el callejón -que lleva un nombre más adecuado a su elegancia, Paseo España- es asombrosamente encantador. Rodeado por esos camineros empedrados, una edificación indica a su frente un pasado más colorido y bullicioso: Mercado 18 de Julio. En grandes números romanos de piedra sobre piedra, 1868. Hay horarios para las visitas pedagógicas pero ahora no hay nadie. Al este del viejo mercado se abre una rama del callejón principal con el que hace ángulo recto. Se llama Pasaje de la Catedral y el nombre se explica solo: es una ventana a la Plaza Artigas, detrás de cuyo follaje se avizora la Catedral-Basílica de Salto. Ya llegaremos hasta allí cuando retome contacto con la marcha de la JUP. Completo el cuadrante saliendo a la calle Uruguay, paralela norte de Artigas, por lo que sería la continuación del Paseo España, interrumpido por el ex mercado. Un mensaje sobre cerámicas anaranjadas quiere dar sentido a todo lo que vengo viendo:

Salto 27 – VI – 1927 En el trabajo está su porvenir y en la sabiduría y ponderación su destino

La fecha conmemora la creación del escudo departamental, creado por Eriberto Prati. Vuelvo sobre mi tranco a la calle Artigas. Apuro el paso para seguir imaginariamente acompañando aquella movilización inaugural de la JUP de cuando yo tenía 7 años. Antes de la esquina, un importante estudio jurídico, varios bronces, tres de ellos con el apellido de militantes de la Juventud Salteña de Pie que en setiembre de 1969 ocuparon la Casa Universitaria en protesta contra la visita del Rector Oscar Maggiolo. Y sobre la misma esquina, a mano derecha, el asunto de la piqueta fatal. En diagonal con la plaza, una obra en su etapa de pozo, detrás de una fachada antigua muy prolija, contrasta con el hormigueo de albañiles, herramientas y, visible por las aberturas de esa fachada, la profunda hendidura. El gigante cartel que promueve tal emprendimiento muestra el destino de la esquina: un importante edificio de catorce pisos, que ostentará en sus frentes sobre las calles 18 de Julio y Artigas la citada y cuidada fachada antigua.

La manifestación juvenil llegó a destino. Los aguarda la extensísima Plaza que lleva el nombre del prócer nacional. El héroe aguarda, montado, de espaldas, la llegada de la columna de los “gallardos jóvenes”.

Me entretengo con el entorno de la plaza. En la esquina sureste (Artigas y 25 de Agosto) una edificación no muy añeja y amplia se presenta como Biblioteca Municipal. Me acerco y algo adherido al muro externo que da a la calle 25 de Agosto me detiene. Es un galgo blanquinegro, y me sobreviene un fuerte recuerdo de juventud. El símbolo de la vieja compañía de buses ONDA advierte que ahí estuvo la estación salteña de la empresa.

Devenida biblioteca, resulta un inevitable atractivo para alguien que está hurgando en vidas y costumbres de la ciudad. No tengo mucho tiempo, el primer acto de la JUP está por empezar. Entro con la idea de saber al menos “qué hay”. Luego de algunas gestiones infructuosas logro que me atienda una amabilísima funcionaria que además de saber lo “que hay”, entiende lo que estoy buscando, tal vez mejor que yo. Apila sobre una mesa libros, memorias, folletos, revistas, historias de Salto y sus gentes. Entro en pánico, husmeando índices, quiero leer todo y no puedo leer nada. Averiguo horarios, juro que volveré.

El acto en la plaza ya comienza: el público, de espaldas a la calle Uruguay entona el himno nacional para luego observar con silenciosa concentración el momento en que los jóvenes dirigentes colocan la ofrenda floral a los pies del monumento ecuestre del prócer al toque del clarín. Artigas otea el horizonte por encima de nosotros.

Sobre el lateral este de la plaza, impávida, la Catedral da esplendor desde 1889 a las fiestas paganas. Pero todos allí saben que el obispo es zurdo y comanda a “clérigos que han preferido la posición aparatosa de 'vedettes' a la humilde y discreta que deberían mantener debido a su investidura sacerdotal […] Ya no hablan del EVANGELIO… la vida en que se han lanzado los envuelve con sus encantos materialistas del mundo de hoy….”, según una carta publicada en Tribuna Salteña el 5 de octubre de 1969.

Empieza el acto con encendidas oratorias. Nada que no sepamos: los jóvenes patriotas han recibido el llamado para salvar al país de un nuevo enemigo foráneo y era preciso compartirlo con don José.

Apagados los ecos de los últimos discursos, los participantes del acto desfilan por la calle Uruguay, arteria principal de la ciudad, entonando el himno de la JUP, hasta la Plaza Treinta y Tres. Estoy cansado de estar de pie. Me quedo en el hotel que me aloja, una cuadra y media antes de la plaza. Tengo que ordenar mis ideas.