Los seres humanos pescamos desde la prehistoria. La pesca fue la base y el sustento del surgimiento de muchos pueblos. Aún hoy se investigan los pasos de aquellos primeros pescadores que habitaron nuestro planeta. En 2011, la arqueóloga Susan O’Connor y su equipo encontraron un anzuelo hecho a partir de una concha de molusco. El descubrimiento, que data de unos 23.000 años, fue realizado en Timor Oriental, una pequeña isla ubicada al norte de Australia. Para estos científicos, es la evidencia definitiva más antigua de la pesca con caña.
En sus comienzos la pesca se limitó a la recolección. Luego comenzaron a emplearse los mismos instrumentos destinados a la caza (arco, flecha, lanza), y las técnicas y las artes de la pesca continuaron perfeccionándose por siglos. Posteriormente, con el incremento de las capturas, nació el comercio y con él, los métodos de conservación. Entre estos, se destaca el secado al sol como una de las prácticas más antiguas conocidas por la humanidad. Paso a paso se fueron aprendiendo las propiedades que aportaba la sal, y así se extendió la venta del pescado a zonas más lejanas de la costa.
Las prácticas y las técnicas de conservación de una pequeña familia de la costa de Rocha tienen varios puntos en común con las de antepasados prehistóricos. También ellos preparan y comercializan el “bacalao”, es decir, pescado que salan y luego secan al sol. Los rochenses utilizan el angelito, que es una especie de tiburón que capturan a unas cuantas millas de la costa. Su principal arte de pesca es la red: un instrumento que comenzó a utilizarse hace 29.000 años. Ellos mismos construyen sus embarcaciones y artes de pesca.
El grupo social denominado “pescadores artesanales” es una minoría en la sociedad uruguaya, muchas veces olvidada y poco valorada. La pesca se realiza en embarcaciones pequeñas, con escasa autonomía y con una capacidad de carga limitada. Asimismo, se define por el manejo de artes simples y la escasa incorporación de grandes avances tecnológicos. Se valen del conocimiento adquirido por sus años de experiencia y muchas veces, simplemente de la intuición.
Héctor Calimares se instaló definitivamente en Cabo Polonio cuando tenía 20 años, pero ya desde muy chico conocía el lugar, pues solía ir con su familia, que estaba asentada en Rincón de Valizas. Por aquel entonces los lugareños eran principalmente loberos y pescadores. Hoy la pesca artesanal es lo que le da identidad y sustento a su familia.
Ser pescador artesanal es una herencia que ha pasado de generación en generación. Desde niño su padre le narraba historias y leyendas de sus antepasados, que desafiaban el mar en pequeñas barcas a remo sin llevar consigo nada que los orientara, salvo las referencias geográficas del lugar, las islas y la luz del faro.
Una de esas historias quedó haciendo eco en su cabeza. Es la que cuenta cómo llegó el primer Calimares a estas costas. Fue en un barco proveniente de Italia, que fue interceptado por piratas en lo que hoy se conoce como Punta del Diablo, frente al cerro de la Buena Vista, en Valizas. Allí, luego de abordar la nave y hacerse del botín, lo obligaron a subirse a un pequeño bote de madera y remar hacia la costa, donde luego de llegar iba a ser asesinado. Pero “el viejo era mañoso” y sabía nadar muy bien. Entonces, aprovechando las aguas agitadas del lugar, puso el bote de costado y se tumbó. Fue así que se libró de su sombrío destino y llegó nadando a la orilla.
Héctor es el tercero de seis hermanos. Los otros son Carlos, Nelly, Milton, Ana y Fredy. Los varones comparten el charqueadero, el puerto, la preparación del bacalao, los materiales, lo que el mar les ofrece y la pasión por su duro y sacrificado oficio, mientras que Nelly y Ana se dedican a la cocina y la venta de artesanías. Embarcado en La Nena, un pequeño bote a motor, Héctor sale a desafiar estas peligrosas aguas junto a su hijo Javier.
La Juanita es la otra barca de pesca artesanal que hay en Cabo Polonio. En ella van Carlos, Milton y Fredy, quien suele alternar entre las dos embarcaciones. A veces las jornadas comienzan en la noche y terminan en la madrugada, lo que requiere buena fortaleza física y mental, y habilidades propias de un marinero. Eso deja siempre en vilo a doña Rosa, su madre, quien espera paciente la llegada a puerto de sus hijos y su nieto.
Una de las mayores preocupaciones para estas familias es la disminución de la pesca que se ha visto en los últimos años. Las causas son variadas: sobreexplotación de la pesca industrial, degradación de los ecosistemas costeros, el cambio climático y la incidencia que podría tener el calentamiento global sobre los hábitos de los peces.
Y hay otra causa, evidente y tangible para esta familia: estar a unas pocas millas de la mayor colonia reproductiva de leones marinos del país. Estos mamíferos se encuentran en las Islas de Torres (Rasa, Encantada y El Islote) y en Isla de Marco, y comparten las mismas zonas de captura de peces que los pescadores artesanales.
La disminución de la pesca provoca que se embarquen cada vez más lejos de la costa, en busca de mejores zonas de captura. Esto implica más horas de trabajo, mayores costos y mayores riesgos.
Si a ello le sumamos que el Plan de Manejo para el Parque Nacional Cabo Polonio —aprobado por las autoridades medioambientales uruguayas en 2019— prevé que los pobladores permanentes sean desalojados de sus hogares, el futuro de estas familias y de la pesca artesanal en esta zona de Rocha parece incierto.
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