En Gran Bretaña y Estados Unidos se han escrito muchas cosas sin sentido sobre Afganistán. La mayor parte de ellas oscurece una serie de verdades importantes.

Primero, los talibanes han derrotado a Estados Unidos.

En segundo lugar, los talibanes ganaron porque tienen más apoyo popular.

En tercer lugar, esto no se debe a que la mayoría de los afganos ame a los talibanes. Ocurre porque la ocupación estadounidense ha sido insoportablemente cruel y corrupta.

Cuarto, la Guerra contra el Terrorismo también ha sido derrotada políticamente en Estados Unidos. La mayoría de los estadounidenses está ahora a favor de la retirada de Afganistán y en contra de más guerras en países lejanos.

En quinto lugar, este es un punto de inflexión en la historia mundial. La mayor potencia militar del mundo ha sido derrotada por la gente de un país pequeño e inmensamente pobre. Esto debilitará el poder del imperio estadounidense en todo el mundo.

En sexto lugar, la retórica de salvar a las mujeres afganas se ha utilizado reiteradamente para justificar la ocupación, y muchas feministas en Afganistán optaron por el bando de la ocupación. El resultado es una tragedia para el feminismo.

En lo que sigue, explicaremos estos puntos. Debido a que se trata de una pieza breve, afirmamos más de lo que probamos. Pero hemos escrito mucho sobre género, política y guerra en Afganistán desde que hicimos trabajo de campo allí como antropólogos hace casi 50 años, e incluimos bibliografía para quien quiera profundizar.

Refugiados afganos dentro del hangar cinco de la base aérea de Estados Unidos en Ramstein, Alemania, mientras esperan que se resuelva su situación, el 8 de setiembre de 2021.

Refugiados afganos dentro del hangar cinco de la base aérea de Estados Unidos en Ramstein, Alemania, mientras esperan que se resuelva su situación, el 8 de setiembre de 2021.

Foto: Olivier Douliery, AFP

Victoria militar

Esta es una victoria militar y política para los talibanes. Tiene carácter militar porque los talibanes han ganado la guerra. Durante al menos dos años, las bajas por muertos y heridos de las fuerzas armadas del anterior gobierno afgano —el Ejército y la Policía— fueron mayores que la cantidad de personas que reclutaban, por lo que su número se redujo.

Durante los últimos diez años, los talibanes tomaron el control de más y más aldeas y algunas ciudades, y en diez días de agosto de 2021 se apoderaron de todas las ciudades. No fue un avance relámpago a través de las ciudades y luego a Kabul. La gente que tomó cada ciudad llevaba mucho tiempo en los alrededores, en las aldeas, esperando el momento. De manera crucial, en todo el norte, los talibanes habían estado reclutando constantemente tayikos, uzbekos y otros grupos.

Esta es también una victoria política para los talibanes. Ninguna insurgencia guerrillera del mundo puede obtener victorias de esta envergadura sin el apoyo popular.

Pero quizá “apoyo” no sea la palabra adecuada. Más bien, se trata de que los afganos tuvieron que elegir un bando, y más personas optaron por ponerse del lado de los talibanes que del de los ocupantes estadounidenses. No todos; simplemente, más.

Más afganos también optaron por ponerse del lado de los talibanes antes que apoyar el gobierno afgano del presidente Ashraf Ghani. De nuevo: no todos, pero más que los que apoyaban a Ghani. Y más afganos optaron por ponerse del lado de los talibanes que de los viejos caudillos. Las derrotas de Abdul Rashid Dostum en Šibarġan y de Ismail Khan en Herāt son una prueba impresionante de esto.

Ciudadanos afganos llegan a Pakistán a través del paso fronterizo en Chaman, el 18 de agosto, tras la victoria militar de los talibanes.

Ciudadanos afganos llegan a Pakistán a través del paso fronterizo en Chaman, el 18 de agosto, tras la victoria militar de los talibanes.

Foto: Stringer, AFP

Los talibanes de 2001 eran abrumadoramente pastunes, y su política era muy chovinista. En cambio, en 2021, fueron combatientes talibanes de muchas etnias quienes tomaron el poder en áreas dominadas por Uzbekistán y Tayikistán. La excepción importante son las áreas dominadas por hazaras en las montañas centrales (volveremos a esta excepción).

Por supuesto, no todos los afganos han optado por ponerse del lado de los talibanes. Esta es una guerra contra invasores extranjeros, pero también es una guerra civil. Muchos lucharon por los estadounidenses, el gobierno o los caudillos militares. Muchos más se comprometieron con ambas partes para sobrevivir. Y muchos otros no estaban seguros de qué lado tomar y esperan ver qué pasa, con diferentes mezclas de miedo y esperanza.

Debido a que esta es una derrota militar para el poder estadounidense, los llamamientos a que el presidente Joe Biden haga esto o aquello son simplemente tontos. Si las tropas estadounidenses hubieran permanecido en Afganistán, habrían tenido que rendirse o morir, lo que habría sido una humillación aún peor que la debacle actual. Biden, como Donald Trump antes que él, no tenía opciones.

Por qué tantos afganos eligieron a los talibanes

El hecho de que más personas hayan elegido a los talibanes no significa necesariamente que la mayoría de los afganos los apoye. Significa que, dadas las limitadas opciones disponibles, esa es la elección que prefirieron. ¿Por qué?

La respuesta corta es que los talibanes eran la única organización política importante que luchaba contra la ocupación estadounidense, y la mayoría de los afganos han llegado a odiar esa ocupación.

Una joven afgana transporta agua frente a las ruinas nevadas del antiguo distrito comercial de Kabul, el 19 de noviembre de 1996.

Una joven afgana transporta agua frente a las ruinas nevadas del antiguo distrito comercial de Kabul, el 19 de noviembre de 1996.

Foto: Emmanuel Dunand, AFP

No fue siempre así. Estados Unidos envió por primera vez aviones bombarderos y algunas tropas a Afganistán un mes después del 11 de setiembre de 2001. Recibió el apoyo de las fuerzas de la Alianza del Norte, una coalición de caudillos no pastunes del norte del país. Pero los soldados y los líderes de la Alianza no estaban realmente preparados para luchar junto con los estadounidenses. Dada la larga historia de resistencia afgana a la invasión extranjera —la más reciente había sido la ocupación rusa de 1980 a 1987—, eso habría sido demasiado vergonzoso.

Por otro lado, sin embargo, casi nadie estaba dispuesto a luchar para defender al gobierno talibán que estaba en el poder. Las tropas de la Alianza del Norte y los talibanes se enfrentaron en una falsa guerra. Luego, Estados Unidos, los británicos y sus aliados extranjeros comenzaron a bombardear.

Los servicios militares y de inteligencia de Pakistán negociaron el fin del estancamiento. A Estados Unidos se le permitiría tomar el poder en Kabul e instalar un presidente de su elección. A cambio, los líderes y las tropas talibanes podrían regresar a sus aldeas o exiliarse al otro lado de la frontera con Pakistán.

Este acuerdo no fue difundido en Estados Unidos y Europa en su momento, por razones obvias, pero informamos sobre él y fue ampliamente entendido en Afganistán.

La mejor evidencia de este acuerdo negociado es lo que sucedió a continuación. Durante dos años no hubo resistencia a la ocupación estadounidense. Ninguna, en ningún pueblo. Varios miles de antiguos talibanes permanecieron en esas aldeas.

Este es un hecho extraordinario. Pensemos en el contraste con Irak, donde la resistencia fue generalizada desde el primer día de la ocupación en 2003. O en la invasión rusa de Afganistán en 1979, que se encontró con el mismo muro de ira.

Una mujer afgana que lleva el burka impuesto por los talibanes entra en una tienda que vende arroz y cereales, el 17 de noviembre de 1996, en Kabul.

Una mujer afgana que lleva el burka impuesto por los talibanes entra en una tienda que vende arroz y cereales, el 17 de noviembre de 1996, en Kabul.

Foto: Emmanuel Dunand, AFP

La razón no era simplemente que los talibanes no estaban combatiendo. Fue que la gente corriente, incluso en feudos de los talibanes en el sur, se atrevió a abrigar esperanzas de que la ocupación estadounidense traería la paz a Afganistán y desarrollaría la economía para poner fin a la terrible pobreza.

La paz fue crucial. Para 2001, los afganos habían estado atrapados en guerras durante 23 años: primero una guerra civil entre comunistas e islamistas, luego una guerra entre islamistas e invasores soviéticos, luego una guerra entre caudillos islamistas y luego una guerra en el norte del país entre caudillos islamistas y los talibanes.

Veintitrés años de guerra significaron muerte, mutilaciones, exilio y campos de refugiados, pobreza, muchos tipos de dolor y un miedo y una ansiedad sin fin. Quizá el mejor libro sobre el tema sea Love and War in Afghanistan (2005), de Alex Klaits y Gulchin Gulmanadova-Klaits. La gente estaba desesperada por la paz. En 2001, incluso los partidarios de los talibanes sentían que una mala paz era mejor que una buena guerra.

Además, Estados Unidos era fabulosamente rico. Los afganos creían que la ocupación podría conducir a un desarrollo que los rescataría de la pobreza.

Estados Unidos llevó guerra en lugar de paz

Los ejércitos de Estados Unidos y Reino Unido ocuparon bases en los pueblos y pequeñas ciudades del feudo talibán, principalmente en las áreas pastunes del sur y el este. A estas unidades nunca se les informó del acuerdo informal negociado entre los estadounidenses y los talibanes. No se les podía informar, porque eso habría complicado al gobierno del presidente George W. Bush. Así que las unidades estadounidenses tomaron como misión erradicar a los “chicos malos” restantes que todavía estaban allí.

Derribaron puertas en redadas nocturnas, humillando y aterrorizando a las familias, llevándose a los hombres para torturarlos en busca de información sobre los otros tipos malos. Fue aquí, y en centros de detención clandestinos esparcidos por el mundo, donde el Ejército y la inteligencia estadounidenses desarrollaron los nuevos estilos de tortura que el mundo vislumbraría brevemente en 2004 desde Abu Ghraib, la prisión estadounidense en Irak.

Algunos de los hombres detenidos eran talibanes que no habían combatido. Otros eran simplemente personas entregadas a los estadounidenses por enemigos locales que codiciaban sus tierras o les guardaban rencor.

Las memorias del soldado estadounidense Johnny Rico, Blood Makes the Grass Grow Green, son un relato útil de lo que sucedió a continuación. Parientes y aldeanos indignados tiraron algunos disparos contra los estadounidenses en la oscuridad. El Ejército estadounidense derribó más puertas y torturó a más hombres. Los aldeanos volvieron a disparar. Los estadounidenses organizaron ataques aéreos y las bombas mataron a una familia tras otra. La guerra atravesó de nuevo el sur y el este del país.

Espiral de desigualdad y corrupción

Los afganos tenían la esperanza de que hubiera un desarrollo capaz de alcanzar tanto a ricos como a pobres. Parecía algo obvio y fácil. Pero no entendieron la política exterior estadounidense. Y no entendieron la profunda dedicación de 1% de los estadounidenses a aumentar la desigualdad en su propio país.

Imagen del comandante afgano Ahmad Shah Massoud, dirigente político y militar que combatió a los talibanes y al Ejército soviético, el 8 de setiembre de 2021.

Imagen del comandante afgano Ahmad Shah Massoud, dirigente político y militar que combatió a los talibanes y al Ejército soviético, el 8 de setiembre de 2021.

Foto: Aamir Qureshi, AFP

Así que el dinero estadounidense llegó a Afganistán, pero fue para la gente del nuevo gobierno encabezado por Hamid Karzai. Fue para las personas que trabajaban con los estadounidenses y las tropas de ocupación de otras naciones. Y fue para los caudillos y sus séquitos que estaban profundamente involucrados en el comercio internacional de opio y heroína facilitado por la CIA y el Ejército paquistaní. Fue para quienes tenían la suerte de poseer casas en Kabul, lujosas y seguras, para alquilarle al personal extranjero. Fue a los hombres y las mujeres que trabajaban en ONG financiadas con fondos internacionales. (Por supuesto, mucha gente estaba en varios de estos grupos).

Los afganos llevaban mucho tiempo acostumbrados a la corrupción. La esperaban y la odiaban. Pero esta vez la escala no tenía precedentes. Y a los ojos de la gente pobre y de ingresos medios, toda esa nueva riqueza obscena, sin importar cómo había sido obtenida, parecía corrupción.

Durante la última década, los talibanes ofrecían dos cosas en todo el país. La primera es que no eran corruptos, como tampoco lo habían sido cuando tuvieron el poder antes de 2001. Son la única fuerza política en el país de la que se podía afirmar algo así.

En especial, los talibanes dirigieron un sistema judicial honesto en las áreas rurales que controlaban. Su reputación es tan alta que muchas personas involucradas en juicios civiles en ciudades acuerdan que ambas partes acudan a los jueces talibanes del campo. Esto les permite un juicio rápido, barato y justo, sin sobornos masivos. Como las sentencias son justas, ambas partes pueden aceptarla.

Para las personas de las zonas controladas por los talibanes, su sistema de justicia también era una protección contra la desigualdad. Cuando los ricos pueden sobornar a los jueces, pueden hacer lo que quieran con los pobres. La tierra es lo crucial. Hombres ricos y poderosos, caudillos y funcionarios del gobierno podrían robar o engañar para hacerse con el control de la tierra de los pequeños agricultores y oprimir a los aparceros, que son aún más pobres. Pero todo el mundo entendía que los jueces talibanes estaban dispuestos a proteger a los pobres.

Los sentimientos hacia la corrupción, la desigualdad y la ocupación se fusionaron.

Chaman, el 24 de agosto.

Chaman, el 24 de agosto.

Foto: Stringer, AFP

20 años después

Ya pasaron dos décadas desde 2001, cuando los talibanes cayeron ante los estadounidenses después del 11 de setiembre. Cambios enormes ocurren en los movimientos políticos de masas durante 20 años de guerra y crisis. Los talibanes han aprendido y cambiado. No podía ser de otra manera. Muchos afganos y muchos expertos extranjeros han comentado estos cambios, y Antonio Giustozzi acuñó la útil expresión “neotalibanes” (en Koran, Kalashnikov and Laptop: The Neo-Taliban Insurgency in Afghanistan, de 2007).

Este cambio, tal como se presentó públicamente, tiene varios aspectos. Los talibanes se dieron cuenta de que el chovinismo pastún era una gran debilidad. Ahora enfatizan que son musulmanes, hermanos de todos los demás musulmanes, y que quieren y tienen el apoyo de musulmanes de muchos grupos étnicos.

Pero también hubo una amarga división en las fuerzas talibanas en los últimos años. Una minoría de sus combatientes y simpatizantes se alió con el Estado Islámico. La diferencia es que el Estado Islámico lanza ataques terroristas contra chiitas, sijs y cristianos. Los talibanes en Pakistán hacen lo mismo, y también lo hace la pequeña red Haqqani, patrocinada por la inteligencia paquistaní. Pero la mayoría de los talibanes han condenado de manera sistemática todos esos ataques. (Regresaremos a esta división más adelante, ya que tiene implicancias para lo que sucederá a continuación).

Los nuevos talibanes también han enfatizado su preocupación por los derechos de la mujer. Dicen que dan la bienvenida a la música y los videos, y han moderado los lados más feroces y puritanos de su anterior gobierno. Y ahora dicen una y otra vez que quieren gobernar en paz, sin vengarse de la gente del antiguo orden.

Es difícil decir cuánto de esto es propaganda y cuánto es verdad. Además, lo que suceda a continuación depende en gran medida de lo que suceda con la economía y de las acciones de potencias extranjeras. (De eso hablaremos después). Nuestro punto aquí es que los afganos tienen razones para elegir a los talibanes sobre los estadounidenses, los caudillos y el gobierno de Ashraf Ghani.

¿Qué pasa con el rescate de mujeres afganas?

Muchos lectores estarán preocupados por el destino de las mujeres afganas. La cuestión no es sencilla.

Tenemos que empezar por remontarnos a la década de 1970. En todo el mundo, sistemas particulares de desigualdad de género se entrelazaban con un sistema particular de desigualdad de clases. En Afganistán no fue diferente.

Como antropóloga, Nancy hizo un trabajo de campo con mujeres y hombres pastunes en el norte del país a principios de la década de 1970. Vivían de la agricultura y la cría de animales. A partir de ese trabajo, publicó el libro Bartered Brides: Politics and Marriage in a Tribal Society, en el que explica las conexiones entre clases, género y divisiones étnicas en aquel momento. Para quienes quieran saber qué pensaban esas mujeres sobre sus vidas, problemas y alegrías, Nancy y su excompañero Richard Tapper publicaron recientemente Afghan Village Voices, una traducción de muchas de las grabaciones que mujeres y hombres hicieron para ellos en el terreno.

Niñas cargan agua en una calle del centro de Kabul, el 12 de setiembre de 2021.

Niñas cargan agua en una calle del centro de Kabul, el 12 de setiembre de 2021.

Foto: Hoshang Hashimi, AFP

Esa realidad era compleja, amarga, opresiva y llena de amor. En ese sentido profundo, no era diferente de las complejidades de sexismo y clase en Estados Unidos, pero la tragedia del siguiente medio siglo cambiaría mucho esto. Ese prolongado sufrimiento generó el particular sexismo de los talibanes, que no es un producto automático de la tradición afgana.

La historia de este nuevo giro comienza en 1978, cuando estalla la guerra civil entre el gobierno comunista y la resistencia islamista muyahidín. Los islamistas iban ganando, por lo que la Unión Soviética invadió el país a fines de 1979 para respaldar al gobierno comunista. Siguieron siete años de guerra brutal entre los soviéticos y los muyahidines. En 1987 las tropas soviéticas se marcharon, derrotadas.

Cuando vivíamos en Afganistán, a principios de la década de 1970, los comunistas estaban entre las mejores personas. Los impulsaban tres pasiones: querían desarrollar el país, querían liquidar el poder de los grandes terratenientes para poder repartir la tierra y querían igualdad para las mujeres.

Pero en 1978 los comunistas tomaron el poder en un golpe militar, encabezado por oficiales progresistas. No habían ganado el apoyo político de la mayoría de los aldeanos, en un país abrumadoramente rural. Como resultado, las únicas formas en que podían lidiar con la resistencia islamista rural fueron el arresto, la tortura y los bombardeos. Cuantas más de estas crueldades cometía el ejército dirigido por los comunistas, más crecía la revuelta.

Luego, la Unión Soviética invadió para apuntalar a los comunistas. Su principal arma fueron los bombardeos aéreos y gran parte del país se convirtió en zona de fuego libre. Murieron entre medio millón y un millón de afganos, y al menos otro millón quedaron mutilados de por vida. Entre seis y ocho millones fueron exiliados en Irán y Pakistán, y millones más se convirtieron en refugiados internos. Todo esto en un país de sólo 25 millones de habitantes.

Cuando los comunistas llegaron al poder, lo primero que intentaron encaminar fueron la reforma agraria y leyes por los derechos de la mujer. Cuando los rusos invadieron, la mayoría de los comunistas se pusieron de su lado. Muchos de esos comunistas eran mujeres. El resultado fue que mancharon el nombre del feminismo con su apoyo a la tortura y la masacre.

Imagínense que su país fuera invadido por una potencia extranjera que mata a 5% de la población, tortura a personas en cada ciudad y pueblo y expulsa a un tercio de la población al exilio. Imagínense también que casi todas las feministas de su país apoyan a los invasores. Después de esa experiencia, ¿qué creen que opinaría la mayoría de sus compatriotas sobre una segunda invasión de otra potencia extranjera o sobre el feminismo?

¿Cómo creen que se sienten la mayoría de las mujeres afganas ante otra invasión, esta vez de los estadounidenses, justificada por la necesidad de rescatar a las mujeres afganas? Recuerden que esas estadísticas sobre muertos, mutilados y refugiados bajo la ocupación soviética no eran números abstractos: eran mujeres vivas y sus hijos e hijas, maridos, hermanos y hermanas, madres y padres.

Entonces, cuando la Unión Soviética se fue, derrotada, la mayoría de la gente suspiró aliviada. Pero luego los líderes locales de la resistencia muyahidín se convirtieron en caudillos locales y lucharon entre sí por el botín de la victoria. La mayoría de los afganos habían apoyado a los muyahidines, pero ahora estaban disgustados por la codicia, la corrupción y la inútil guerra sin fin.

La clase y los antecedentes de refugiados de los talibanes

En el otoño de 1994, los talibanes habían llegado a Kandahar, una ciudad mayoritariamente pastuna y la más grande del sur de Afganistán. Los talibanes no se parecían a nada antes en la historia afgana. Eran producto de dos innovaciones del siglo XX: los bombardeos aéreos y los campos de refugiados en Pakistán. Pertenecían a una clase social diferente a las élites que habían gobernado Afganistán.

Los comunistas habían sido hijos e hijas de las clases medias urbanas y los agricultores de nivel medio con suficiente tierra propia. Sus dirigentes habían asistido a la única universidad del país, en Kabul, y querían romper el poder de los grandes terratenientes y modernizar Afganistán.

Los islamistas que lucharon contra los comunistas habían sido hombres de clases similares y, en su mayoría, exalumnos de la misma universidad. También querían modernizar el país, pero de otra manera. Se inspiraban en las ideas de los Hermanos Musulmanes y la Universidad Al-Azhar de El Cairo.

La palabra “talibán” significa “estudiantes” de una escuela islámica, no de una escuela estatal o de una universidad. Los combatientes talibanes que entraron en Kandahar en 1994 eran hombres jóvenes que habían estudiado en las escuelas islámicas gratuitas de los campos de refugiados de Pakistán. Habían sido niños sin nada.

Los líderes de los talibanes eran mulás de aldea de Afganistán. No tenían las conexiones con la élite que poseían muchos de los imanes de las mezquitas urbanas. Los mulás de las aldeas sabían leer, y otros aldeanos los consideraban con cierto respeto, pero su estatus social estaba muy por debajo del de un propietario rural o de un graduado de secundaria en una oficina gubernamental.

Los talibanes estaban dirigidos por un comité de 12 hombres. Los 12 habían perdido una mano, un pie o un ojo a causa de las bombas soviéticas en la guerra. Los talibanes eran, entre otras cosas, el partido de los habitantes pobres y de clase media de las aldeas pastunas.

Evacuados de Afganistán en el Aeropuerto Internacional Hamad, en Doha, Catar, el 10 de setiembre.

Evacuados de Afganistán en el Aeropuerto Internacional Hamad, en Doha, Catar, el 10 de setiembre.

Foto: Karim Jaafar, AFP

Veinte años de guerra habían dejado a Kandahar sin ley y a merced de las milicias. El punto de inflexión se produjo cuando los talibanes persiguieron a un comandante local que había violado a un niño y a dos mujeres o más. Los talibanes lo atraparon y lo ahorcaron. Lo que hizo que su intervención fuera sorprendente no fue sólo su determinación de poner fin a las letales luchas internas y restaurar la dignidad y la seguridad de la gente, sino su disgusto por la hipocresía de los otros islamistas.

Desde el principio, los talibanes fueron financiados por los sauditas, los estadounidenses y el Ejército paquistaní. Washington quería un país pacífico que pudiera albergar oleoductos y gasoductos de Asia Central. Los talibanes se destacaban porque no permitían excepciones a los mandatos que pretendían imponer y por la severidad con la que aplicaban las reglas.

Muchos afganos estaban agradecidos por el restablecimiento del orden y un mínimo de seguridad, pero los talibanes eran sectarios e incapaces de controlar el país y, en 1996, los estadounidenses les retiraron su apoyo. Cuando lo hicieron, desataron una nueva y letal versión de la islamofobia contra los talibanes.

Casi de la noche a la mañana, las mujeres afganas fueron consideradas indefensas y oprimidas, mientras que los hombres afganos —sinónimo de “talibanes”— fueron execrados como salvajes fanáticos, pedófilos y patriarcas sádicos.

Así, desde cuatro años antes del 11 de setiembre, los talibanes fueron blanco constante de los estadounidenses, mientras que las feministas y otros clamaban por la protección de las mujeres afganas. Cuando comenzó el bombardeo estadounidense, todos debían comprender que las mujeres afganas necesitaban ayuda. ¿Qué podría salir mal?

El 11 de setiembre y la guerra estadounidense

El bombardeo comenzó el 7 de octubre de 2001. En cuestión de días, los talibanes se vieron obligados a esconderse —o fueron literalmente castrados—, como proclamaba una tapa del Daily Mail. Las imágenes de la guerra fueron realmente impactantes, por la violencia y el sadismo que retrataron. Muchos en Europa estaban consternados por la magnitud del bombardeo y el total descuido de las vidas de los afganos.

En cambio, en Estados Unidos, durante ese otoño boreal, la mezcla de venganza y patriotismo volvió raras o inaudibles las voces disidentes. Preguntémonos, como hizo Saba Mahmood entonces, “¿por qué las condiciones de guerra (migración, militarización) y hambruna (bajo los muyahidines) se consideraban menos perjudiciales para las mujeres que la falta de educación, empleo y, más notablemente en la campaña mediática, de formas de vestir occidentales (bajo los talibanes)?”.

Luego preguntémonos con más fuerza: ¿cómo es posible “salvar a las mujeres afganas” bombardeando a una población civil que incluía, junto con las propias mujeres, sus hijos, sus maridos, padres y hermanos? Esa pregunta debería haber puesto fin al asunto, pero no fue así.

La expresión más atroz de la islamofobia feminista llegó poco más de un mes después de la guerra. Una guerra de venganza enormemente desigual no está bien vista en la comunidad internacional, así que es mejor hacer algo que parezca virtuoso. Anticipándose al feriado estadounidense del Día de Acción de Gracias, el 17 de noviembre de 2001, Laura Bush, la esposa del presidente, lamentó públicamente la difícil situación de las mujeres afganas llevando puesto un velo. Cherie Blair, la esposa del primer ministro británico, se hizo eco de sus sentimientos unos días después. Las esposas de estos ricos guerreros estaban usando todo el peso del paradigma orientalista para culpar a las víctimas y justificar una guerra contra algunas de las personas más pobres del mundo. “Salvar a las mujeres afganas” se convirtió en un grito sostenido por muchas feministas liberales para justificar la guerra estadounidense.

Con la elección de Barack Obama como presidente en 2008, el coro islamofóbico se volvió dominante entre los liberales estadounidenses. Ese año, la alianza estadounidense contra la guerra se disolvió efectivamente para ayudar a la campaña de Obama. Los demócratas y las feministas que apoyaron a la secretaria de Estado halcón de la guerra de Obama, Hillary Clinton, no podían aceptar la verdad de que la razón de las guerras de Afganistán e Irak era el petróleo.

Sólo tenían una justificación para las interminables guerras del petróleo: el sufrimiento de las mujeres afganas. El giro feminista fue una táctica inteligente. Impidió las comparaciones entre el gobierno indudablemente sexista de los talibanes y los sexismos en Estados Unidos. Aún más: el giro feminista domesticó y desplazó efectivamente las verdades desagradables sobre una guerra tremendamente desigual. Y separó a esas “mujeres a salvar” de las decenas de miles de mujeres afganas reales, y de hombres y niños muertos, heridos, huérfanos o sin hogar y hambrientos por las bombas estadounidenses.

Estudiantes en clase después de la reapertura de las universidades privadas en Kabul, el 6 de setiembre de 2021. Las mujeres que asisten a universidades privadas afganas deben usar una bata abaya y un nicab que cubra la mayor parte del rostro, según ordenaron los talibanes, y las clases deben ser segregadas por género.

Estudiantes en clase después de la reapertura de las universidades privadas en Kabul, el 6 de setiembre de 2021. Las mujeres que asisten a universidades privadas afganas deben usar una bata abaya y un nicab que cubra la mayor parte del rostro, según ordenaron los talibanes, y las clases deben ser segregadas por género.

Foto: Aamir Qureshi, AFP

Muchos de nuestros amigos y familiares en Estados Unidos son feministas que creyeron honestamente en gran parte de esta propaganda. Pero se les pidió que apoyaran una red de mentiras, una perversión del feminismo. Fue el feminismo del invasor y de la élite gobernante corrupta. Fue el feminismo de los torturadores y de los drones.

Creemos que otro feminismo es posible. Pero sigue siendo cierto que los talibanes son profundamente sexistas. El sexismo ha obtenido una victoria en Afganistán. No tenía por qué haber sido así.

Los comunistas que se alinearon con las crueldades de los invasores soviéticos desacreditaron el feminismo en Afganistán durante al menos una generación. Pero luego Estados Unidos invadió y una nueva generación de mujeres afganas profesionales se puso del lado de los nuevos invasores para tratar de ganar derechos para las mujeres. Su sueño también ha terminado en colaboración, vergüenza y sangre. Algunas eran arribistas, por supuesto, que difundían lugares comunes a cambio de financiación. Pero muchas otras estaban motivadas por un sueño honesto y desinteresado. Su fracaso es trágico.

Estereotipos y confusiones

Fuera de Afganistán, existe una gran confusión sobre los estereotipos de los talibanes elaborados durante los últimos 25 años. Pero reflexionemos con cuidado al escuchar que los talibanes son feudales, brutales y primitivos, porque se trata de personas con laptops que han estado negociando con los estadounidenses en Catar durante los últimos 14 años.

Los talibanes no son producto de la época medieval. Son el producto de algunas de las peores épocas de finales del siglo XX y principios del XXI. No es sorprendente que busquen un momento ideal en un pasado imaginario. Pero han sido moldeados por la vida bajo los bombardeos aéreos, los campos de refugiados, el comunismo, la Guerra contra el Terror, los interrogatorios con torturas, el cambio climático, la política de internet y la creciente desigualdad del neoliberalismo. Viven, como todos los demás, en el presente.

Sus raíces en una sociedad tribal también pueden ser confusas. Pero, como ha argumentado Richard Tapper, las tribus no son instituciones atávicas. Son la forma en que los campesinos de esa parte del mundo organizan sus vínculos con el Estado. Y la historia de Afganistán nunca ha sido simplemente una cuestión de grupos étnicos en competencia, sino más bien de alianzas complejas entre grupos y divisiones dentro de grupos.

Una serie de prejuicios hace que algunas personas de izquierda se pregunten si los talibanes pueden estar del lado de los oprimidos y ser antiimperialistas si no son “progresistas”. Dejemos de lado por el momento que la palabra “progresista” significa poco. Por supuesto, los talibanes son hostiles al socialismo y al comunismo. Ellos mismos, o sus padres o abuelos, fueron asesinados y torturados por socialistas y comunistas. Ahora, cualquier movimiento que haya librado una guerra de guerrillas de 20 años y derrotado a un gran imperio es antiimperialista (si no, la palabra quiere decir otra cosa).

La realidad es lo que es. Los talibanes son un movimiento de campesinos pobres enfrentados a una ocupación imperial, profundamente misóginos, apoyados por muchas mujeres, a veces racistas y sectarios, y a veces no. Se trata de un conjunto de contradicciones producidas por la historia.

Otra fuente de confusión es la política de clase de los talibanes. ¿Cómo pueden estar del lado de los pobres, como obviamente lo están, y sin embargo tan amargamente opuestos al socialismo? La respuesta es que la experiencia de la ocupación rusa eliminó la posibilidad de formulaciones socialistas sobre clase. Pero no cambió la realidad de clase. Nadie ha construido un movimiento de masas entre campesinos pobres y tomado el poder sin ser percibido como alguien que está del lado de los pobres.

Los talibanes no hablan en el lenguaje de clase, sino en el lenguaje de la justicia y la corrupción. Esas palabras describen el mismo lado.

Nada de esto significa que los talibanes necesariamente gobernarán en interés de los pobres. Hemos visto suficientes revueltas campesinas llegar al poder en el último siglo largo que luego se convirtieron en gobiernos de élites urbanas. Y nada de esto debería distraer la atención de la verdad de que los talibanes pretenden ser dictadores, no demócratas.

Un cambio histórico en Estados Unidos

La caída de Kabul marca una derrota decisiva para el poder estadounidense en todo el mundo. Pero también marca, o deja en claro, un profundo distanciamiento del imperio estadounidense entre los estadounidenses.

Una prueba son las encuestas de opinión. En 2001, justo después del 11 de setiembre, entre 85% y 90% de los estadounidenses aprobaba la invasión de Afganistán. Estos números han ido cayendo de manera constante. En julio de 2021, 62% de los estadounidenses estaba de acuerdo con el plan de Biden para la retirada total y 29% se oponía.

Un combatiente talibán hace guardia mientras mujeres afganas protestan para reclamar que los nuevos gobernantes respeten sus derechos, el 3 de setiembre, en el centro de Kabul.

Un combatiente talibán hace guardia mientras mujeres afganas protestan para reclamar que los nuevos gobernantes respeten sus derechos, el 3 de setiembre, en el centro de Kabul.

Foto: Hoshang Hashimi, AFP

Este rechazo a la guerra es común tanto en la derecha como en la izquierda. La base de la clase trabajadora del Partido Republicano y de Trump está en contra de las guerras en el extranjero. Muchos soldados y familias de militares provienen de las zonas rurales y del sur, donde Trump es fuerte, y están en contra de más guerras, porque son ellos y sus seres queridos quienes se enrolaron, murieron y fueron heridos.

El patriotismo de derecha en Estados Unidos ahora es promilitar, pero eso significa prosoldado, no proguerra. Cuando dicen Make America Great Again, quieren decir que ahora Estados Unidos no es un lugar bueno para los estadounidenses, no que Estados Unidos debería estar más comprometido con el mundo.

También entre los demócratas la base de la clase trabajadora está en contra de las guerras.

Hay personas que apoyan una mayor intervención militar. Son los demócratas de Obama, los republicanos de Mitt Romney, los generales, muchos profesionales liberales y conservadores y casi todos en la élite de Washington. Pero el pueblo estadounidense en su conjunto, y especialmente la clase trabajadora, negra, morena y blanca, se ha vuelto contra el imperio estadounidense.

Después de la caída de Saigón, el gobierno estadounidense no pudo lanzar grandes intervenciones militares durante los siguientes 15 años. Este período bien podría ser más largo después de la caída de Kabul.

Las consecuencias internacionales

Desde 1918, hace 103 años, Estados Unidos ha sido la nación más poderosa del mundo. Hubo potencias rivales: primero Alemania y Japón, luego la Unión Soviética y ahora China, pero Estados Unidos fue siempre dominante. Ese “siglo estadounidense” está llegando a su fin.

La razón a largo plazo es el ascenso económico de China y el relativo declive económico de Estados Unidos. Pero la pandemia de covid-19 y la derrota afgana hacen de los dos últimos años un punto de inflexión.

La pandemia ha revelado la incompetencia institucional de la clase dominante y del gobierno de Estados Unidos. El sistema no ha logrado proteger a la gente. Este caótico y vergonzoso fracaso es obvio para la gente de todo el mundo.

Luego está Afganistán. Si se juzga por el gasto y el material bélico, Estados Unidos es claramente la potencia militar dominante a nivel mundial. Ese poder ha sido derrotado en un país pequeño por gente pobre y semidescalza que no tiene más que resistencia y coraje.

La victoria de los talibanes también animará a los islamistas de muy diversos tipos en Siria, Yemen, Somalia, Pakistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán y Malí. Pero ocurrirán más cosas.

Tanto el fracaso de la covid-19 como la derrota afgana reducirán el “poder blando” de Estados Unidos, pero Afganistán también es una derrota para el “poder duro”. La fuerza del imperio informal de Estados Unidos se ha basado durante un siglo en tres pilares. Uno es ser la economía más grande del mundo y dominar el sistema financiero mundial. El segundo es su reputación, en distintos ámbitos, en cuanto a democracia, competencia y liderazgo cultural. La tercera era el convencimiento de que si el poder blando fallaba, Estados Unidos invadiría para apoyar dictaduras y castigar a sus enemigos.

Ese poder militar se acaba de esfumar. Ningún gobierno creerá que Estados Unidos puede rescatarlo de un invasor extranjero o de su propia gente. Las matanzas con drones continuarán y causarán un gran sufrimiento. Pero en ninguna parte los drones por sí solos serán decisivos desde el punto de vista militar.

Este es el comienzo del fin del siglo estadounidense.

Una mujer vestida con burka en una parada de ómnibus, en Kabul, el 15 de setiembre.

Una mujer vestida con burka en una parada de ómnibus, en Kabul, el 15 de setiembre.

Foto: Bulent Kilic, AFP

¿Qué pasa ahora?

Nadie sabe qué pasará en Afganistán en los próximos años. Pero podemos identificar algunas de las presiones.

En primer lugar, y el más esperanzador, está el profundo anhelo de paz en los corazones de los afganos. Han vivido 43 años de guerra. Pensemos en cómo sólo cinco o diez años de guerra civil e invasiones han marcado a tantos países. Ahora pensemos en 43 años.

Kabul, Kandahar y Mazar, las tres ciudades más importantes, han caído sin violencia. Esto se debe a que los talibanes, como siguen afirmando, quieren un país en paz y no quieren venganza. Pero también se debe a que las personas que no apoyan a los talibanes, y de hecho también las que odian a los talibanes, optaron por no luchar.

Los líderes talibanes son claramente conscientes de que deben lograr la paz.

Para ello, también es fundamental que los talibanes sigan impartiendo una justicia justa. Sus antecedentes son buenos. Pero no sería la primera vez que las tentaciones y las presiones del gobierno corrompen a un movimiento social.

El colapso económico también es bastante posible. Afganistán es un país pobre y árido, donde menos de 5% de la tierra se puede cultivar. En los últimos 20 años las ciudades han crecido enormemente. Ese crecimiento ha dependido del dinero que fluye de la ocupación y, en menor medida, del dinero del cultivo de opio. Sin una ayuda extranjera sustancial, el colapso económico será una amenaza constante.

Como los talibanes saben esto, han estado ofreciendo explícitamente un trato a Estados Unidos. Los estadounidenses brindarán ayuda y, a cambio, los talibanes no proporcionarán bases a los terroristas que podrían lanzar ataques como el del 11 de setiembre. Tanto la administración de Trump como la de Biden han aceptado este acuerdo. Pero no está del todo claro que Estados Unidos mantendrá esa promesa.

De hecho, algo peor es completamente posible. Las administraciones estadounidenses anteriores han castigado los desafíos de Irak, Irán, Cuba y Vietnam con sanciones económicas destructivas y de larga duración. Habrá muchas voces en Estados Unidos pidiendo tales sanciones para matar de hambre a los niños afganos en nombre de los derechos humanos.

Luego está la amenaza de intromisión internacional, de diferentes poderes que apoyan a diferentes fuerzas políticas o étnicas dentro de Afganistán. Estados Unidos, India, Pakistán, Arabia Saudita, Irán, China, Rusia y Uzbekistán se verán tentados. Ha ocurrido antes, y en una situación de colapso económico podría provocar guerras indirectas.

Por el momento, sin embargo, los gobiernos de Irán, Rusia y Pakistán claramente quieren la paz en Afganistán.

Los talibanes también han prometido no gobernar con crueldad. Es más fácil decirlo que hacerlo. Frente a familias que han amasado grandes fortunas a través de la corrupción y el crimen, ¿qué querrán hacer los soldados pobres de las aldeas?

Niñas en una escuela segregadas por género en Kabul, el 15 de setiembre.

Niñas en una escuela segregadas por género en Kabul, el 15 de setiembre.

Foto: Bulent Kilic, AFP

Y luego está el clima. En 1971, una sequía y una hambruna en el norte y el centro devastaron rebaños, cultivos y vidas. Fue la primera señal de los efectos del cambio climático en la región, que ha provocado nuevas sequías en los últimos 50 años. A mediano y largo plazo, la agricultura y la ganadería se volverán más precarias.

Todos estos peligros son reales. Sin embargo, el experto en seguridad Antonio Giustozzi, a menudo perspicaz, familiarizado con el pensamiento tanto de los talibanes como de los gobiernos extranjeros, tiene otra visión. Su esperanzador artículo en The Guardian del 16 de agosto terminaba así:

Dado que la mayoría de los países vecinos quieren estabilidad en Afganistán, es poco probable que, al menos por el momento, las fisuras en el nuevo gobierno de coalición sean explotadas por actores externos para crear divisiones. Del mismo modo, los perdedores de 2021 tendrán dificultades para encontrar a alguien dispuesto o capaz de apoyarlos para iniciar algún tipo de resistencia. Mientras el nuevo gobierno de coalición incluya aliados clave de sus vecinos, este es el comienzo de una nueva etapa en la historia de Afganistán.

¿Qué se puede hacer?

Mucha gente de Europa y Estados Unidos ahora se pregunta: “¿Qué podemos hacer para ayudar a las mujeres afganas?”. A veces, esta pregunta supone que la mayoría de las mujeres afganas se oponen a los talibanes y que la mayoría de los hombres afganos los apoyan. Eso no tiene sentido. Es casi imposible imaginar el tipo de sociedad en la que eso sería cierto.

Pero hay una pregunta más concreta. Específicamente, ¿cómo se puede ayudar a las feministas afganas? Es una inquietud válida y decente. La respuesta sería: organizándose para comprarles billetes de avión y darles refugio en Europa y Estados Unidos.

Pero no sólo las feministas necesitarán asilo. Decenas de miles de personas que trabajaron para la ocupación están desesperadas por obtener asilo con sus familias. También un mayor número de personas que trabajaron para el gobierno afgano.

Algunas de estas personas son gente admirable, otras son monstruos corruptos, muchas se encuentran en el medio y muchas son sólo niños. Pero aquí hay un imperativo moral. Estados Unidos y los países de la OTAN han creado un inmenso sufrimiento durante 20 años. Como mínimo, deberían hacer algo para rescatar a las personas cuyas vidas han destrozado.

Aquí hay otra cuestión moral. Lo que muchos afganos han aprendido en los últimos 40 años también ha quedado claro en la última década de tormento de Siria. Es muy fácil comprender los accidentes históricos y la historia personal que llevan a las personas a hacer las cosas que hacen. La humildad nos obliga a mirar a la joven comunista, la feminista educada que trabaja para una ONG, el terrorista suicida, el infante de marina estadounidense, el mulá de la aldea, el combatiente talibán, la afligida madre de un niño asesinado por las bombas estadounidenses, el cambista sij, el policía, el pobre agricultor que cultiva opio y decir “me podría haber pasado a mí”.

El fracaso de los gobiernos estadounidense y británico en rescatar a las personas que trabajaban para ellos ha sido vergonzoso y revelador. No es realmente un fracaso, sino una elección. El racismo contra la inmigración ha pesado más con Boris Johnson y Joe Biden que las deudas de la humanidad.

Las campañas para dar la bienvenida a los afganos todavía son posibles. Por supuesto, un argumento moral tan fuerte se enfrentará en todo momento al racismo y la islamofobia. Sin embargo, a fines de agosto los gobiernos de Alemania y Países Bajos suspendieron toda deportación de afganos.

Se debe pedir una y otra vez a todos los políticos, en cualquier lugar, que hablen en apoyo de las mujeres afganas, que abran las fronteras a todos los afganos.

Y luego está lo que podría pasar con los hazaras. Como hemos dicho, los talibanes han dejado de ser simplemente un movimiento pastún y se han vuelto nacionales, reclutando a muchos tayikos y uzbecos. Y también, dicen, algunos hazaras. Pero no muchos.

Parque de atracciones en Kabul, 15 de setiembre.

Parque de atracciones en Kabul, 15 de setiembre.

Foto: Bulent Kilic, AFP

Los hazaras son las personas que tradicionalmente vivían en las montañas centrales. Muchos también emigraron a ciudades como Mazar y Kabul, donde trabajaron como porteadores y en otros empleos mal pagados. Son aproximadamente 15% de la población afgana. Las raíces de la enemistad entre los pastunes y los hazaras se encuentra en parte en disputas de larga data sobre la tierra y el derecho al pastoreo.

Pero más recientemente, también incide mucho que los hazaras sean chiitas, mientras que casi todos los demás afganos son sunitas. Los amargos conflictos entre sunitas y chiitas en Irak han llevado a una escisión en la tradición islamista militante. Esta división es complicada pero importante, y necesita un poco de explicación.

Tanto en Irak como en Siria, el Estado Islámico ha cometido masacres contra los chiitas, al igual que las milicias chiitas han masacrado a los sunitas en ambos países.

Las redes más tradicionales de Al Qaeda se han opuesto firmemente a atacar a los chiitas y han abogado por la solidaridad entre los musulmanes. Se suele señalar que la madre de Osama bin Laden era chiita, una alauita de Siria. Pero la necesidad de unidad ha sido más importante. Este fue el tema principal en la división entre Al Qaeda y el Estado Islámico.

En Afganistán, los talibanes también han abogado fuertemente por la unidad islámica. La explotación sexual de mujeres por parte del Estado Islámico también choca de frente con los valores de los talibanes, que son profundamente sexistas, pero puritanos y austeros. Durante muchos años, los talibanes afganos han sido coherentes en su condena pública de todos los ataques terroristas contra chiitas, cristianos y sijs.

Sin embargo, esos ataques ocurren. Las ideas del Estado Islámico han tenido una influencia particular en los talibanes paquistaníes. Los talibanes afganos son una organización, pero los talibanes paquistaníes son una red más flexible, no controlada por los afganos, y han llevado a cabo repetidos bombardeos contra chiitas y cristianos en Pakistán.

Son el Estado Islámico y la red Haqqani los que han llevado a cabo los recientes atentados terroristas racistas contra hazaras y sijs en Kabul. Los dirigentes talibanes han condenado todos esos ataques.

Pero la situación está cambiando. El Estado Islámico en Afganistán es una escisión minoritaria de los talibanes, con base principalmente en la provincia de Nangarjar, en el este. Son amargamente antichiitas. También lo es la red Haqqani, un grupo muyahidín de larga data controlado en gran parte por la inteligencia militar paquistaní. Sin embargo, en la combinación actual, la red Haqqani se ha integrado en la organización talibana y su líder es uno de los líderes de los talibanes.

Pero nadie puede estar seguro de lo que depara el futuro. En 1995, un levantamiento de trabajadores hazaras en Mazar impidió que los talibanes tomaran el control del norte. Pero las tradiciones de resistencia hazaras son mucho más profundas y más antiguas que eso.

Los refugiados hazaras en países vecinos también pueden estar en peligro ahora. El gobierno de Irán se alió con los talibanes y les ruega que sean pacíficos. Lo hacen porque ya hay unos tres millones de refugiados afganos en Irán. La mayoría de ellos ha estado allí durante años, la mayoría son trabajadores urbanos pobres y sus familias, y la mayoría son hazaras. Recientemente, el gobierno iraní, que está en una situación económica desesperada, ha comenzado a deportar afganos.

También hay alrededor de un millón de refugiados hazaras en Pakistán. En la región alrededor de Quetta, más de 5.000 de ellos han muerto en asesinatos y masacres sectarias en los últimos años. La Policía y el Ejército de Pakistán no hacen nada. Dado el largo apoyo del Ejército y la inteligencia paquistaníes a los talibanes afganos, esas personas correrán un mayor riesgo en este momento.

¿Qué debería hacer cada persona de Afganistán? Como la mayoría de los afganos, orar por la paz. Y unirse a las protestas por las fronteras abiertas.

Mujeres esperan frente a un banco para retirar dinero, en Kabul, el 15 de setiembre.

Mujeres esperan frente a un banco para retirar dinero, en Kabul, el 15 de setiembre.

Foto: Bulent Kilic, AFP

Dejamos las últimas palabras a Graham Knight. Su hijo, el sargento de la Real Fuerza Aérea Británica Ben Knight, fue asesinado en Afganistán en 2006. Esta semana, Graham Knight dijo a Press Association que el gobierno de Reino Unido debería haberse movido rápidamente para rescatar a civiles:

No nos sorprende que los talibanes hayan tomado el control, porque tan pronto como los estadounidenses y los británicos dijeron que se iban a ir, supimos que esto iba a suceder. Los talibanes dejaron muy en claro su intención de que, tan pronto como saliéramos, entrarían.

En cuanto a si se perdieron vidas en una guerra que no se podía ganar, creo que sí. Creo que el problema era que estábamos luchando contra personas nativas del país. No estábamos luchando contra terroristas, estábamos luchando contra personas que realmente vivían allí y no les gustaba que estuviéramos allí.

El califato y las expectativas

Los anuncios de los líderes talibanes de que aplicarían una amnistía en Afganistán, permitirían trabajar y estudiar a las mujeres “dentro de la ley islámica” y formarían un gobierno “inclusivo” generaron desconfianza, pero también expectativas después de su llegada a Kabul. La cadena Al Jazeera y otros medios informaron que, según algunos de sus dirigentes, el nuevo gobierno incorporaría representantes de distintas etnias y orígenes tribales del país. Incluso se especuló con que podría integrar a personas vinculadas con el Ejecutivo derrocado.

Si bien el presidente de ese gobierno, Ashraf Ghani, huyó del país, quien era su vicepresidente, Amrullah Saleh, se quedó en Afganistán. Desde el valle de Panshir, la única provincia que resistía el avance de los talibanes, combatidos por el Frente Nacional de Resistencia, Saleh se declaró a sí mismo gobernante legítimo del país. Ni él reconoció a quienes tomaron el poder, ni ellos a él.

También circularon versiones de que los talibanes estaban dispuestos a dialogar con el líder del Frente Nacional de Resistencia, Ahmad Massoud, hijo de un histórico dirigente que luchó contra ellos en el pasado, Ahmad Shah Massoud.

Pero el gobierno instalado en setiembre no incluyó a nadie ajeno a la cúpula del Talibán. Tiene como presidente a uno de los fundadores de ese movimiento, el mulá Hassan Akhund, y como jefe de Gabinete a otro, el mulá Abdul Ghani Baradar. No hay representantes de distintos pueblos, de otros liderazgos políticos y, por supuesto, tampoco hay mujeres.

En Panshir la población comenzó a sufrir el desplazamiento y lo mismo le ocurrió a la minoría hazara en distintos lugares del país, y el alcance de la amnistía anunciada es incierto.

Una vez instaladas, las nuevas autoridades anunciaron que las mujeres podrán estudiar, pero lo harán en universidades específicas para ellas y no junto con los hombres, como en los últimos 20 años. Deberán contar con docentes mujeres y respetar requisitos específicos de vestimenta. Tampoco las niñas podrán educarse junto con los varones en primaria y secundaria y, según informó la BBC, el Ministerio de Asuntos para la Mujer fue reemplazado por el Ministerio de la Virtud y la Prevención del Vicio.

Desde el exterior, las expectativas sobre el nuevo gobierno son cada vez menos. De todos modos, existen diversas iniciativas para ayudar a la población afgana, que ha sido sometida a décadas de pobreza y violencia. Las nuevas autoridades en Kabul agradecieron el resultado de una de estas iniciativas, la Conferencia de Afganistán, que organizó la Organización de las Naciones Unidas en Ginebra el 12 de setiembre, en la cual varios países prometieron en total más de 1.000 millones de dólares para los afganos. “Queremos que continúen esas ayudas” para mejorar la situación del pueblo y contribuir “con la seguridad, la estabilidad y la gran transformación que busca fortalecer al país”, dijo el ministro de Relaciones Exteriores, Amir Khan Muttaqi. Reiteró que los talibanes se comprometen a respetar “todos los principios internacionales, siempre que estos no estén en contradicción con los principios islámicos y los intereses nacionales afganos”.

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La versión original de este artículo está en annebonnypirate.org.