Primeros días de diciembre de 1978. Sonia Núñez, una de las decenas de personas desalojadas del conventillo Mediomundo, viajaba en un camión de la Intendencia de Montevideo (IM) que la trasladaba junto a su familia al Hogar Uruguayana, en donde era la fábrica Martínez Reina. Sus hermanos lloraban y miraban a Toby, su perro, que, como los de otras familias, corría y ladraba detrás de los vehículos, siguiendo a sus dueños, que habían sido obligados a abandonarlos, al igual que a muchas otras pertenencias.
No hubo reencuentro con esas mascotas ni final feliz en esta historia de injusticia y de desplazamiento forzado de cientos de personas durante la dictadura. El crimen sigue sin reparación hace más de 40 años y es un eslabón en la cadena del racismo en Uruguay.
Cada tanto, a Sonia le vuelven las imágenes y los sonidos del traslado. Si bien no considera que es lo peor que vivió, lo siente como una señal de lo que le iba a pasar luego de la expulsión de Mediomundo. Comenta que ahora —luego de relatarlo varias veces— puede contar esta historia sin llorar, pero que ese y otros recuerdos posteriores al desalojo la entristecen y le han provocado mucho daño.
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Son las siete de la mañana y suena el primer mensaje del día en el grupo de Whatsapp: alguien que avisa que está saliendo a trabajar y está fresco. Al rato llegan saludos de respuesta y comentarios sobre el tiempo y otros temas. El grupo se llama “Mediomundo” y lo integran 33 personas que son parte de la organización Volver a mi Barrio, que reúne a desplazados durante la dictadura de los conventillos Mediomundo y Ansina. Hoy, la mayoría reside en Cerro Norte.
La tristeza y el dolor por la segregación territorial, el desarraigo y sus consecuencias continúan atravesándolos, a más de cuatro décadas de los desplazamientos forzados de cientos de familias de afrodescendientes de Barrio Sur y Palermo. Pero su reclamo de reconocimiento y reparación los ha unido mucho desde 2019 y la virtualidad funciona como una suerte de patio virtual de los conventillos en el que comparten vivencias y opiniones.
Antes se cruzaban ocasionalmente en el barrio, se saludaban; ahora el contacto es diario entre muchos de ellos. Los recuerdos afloran seguido e intentan que sean los mejores, los de encuentros y los que los hacen sonreír. Juanita Silva lo define como “el milagro del Whatsapp”. “Nos unió más poder hablarse todos los días”, dice. La mayoría de quienes integran el grupo son mujeres, y coinciden en que ese espacio les resulta muy positivo.
Las personas de Volver a mi Barrio están orgullosas del informe que elaboraron junto con la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo, la Universidad de la República y otras organizaciones sobre los desplazamientos forzados de los conventillos (ver recuadro). Lo consideran un logro y ahora van en busca de que las recomendaciones incluidas en el documento se comiencen a concretar. Con ese objetivo hacen gestiones ante instituciones nacionales e internacionales. Olguita Celestino, Juanita Silva y Noelia Maciel son tres de las más activas.
Después de presentar ese informe al parlamento uruguayo y a la Organización de los Estados Americanos, analizan llevar su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, en la que en principio no hay antecedentes de un desplazamiento de población afrodescendiente en contexto urbano. “No pensamos dejar abandonada esta situación, vamos a seguir luchando por estos derechos”, dice Celestino.
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Silvia González Cardoso vivía en el primer piso de Ansina 1009. Tenía 22 años y dos hijos cuando la desalojaron.
“Fue muy triste. Nos arrancaron como quien arranca plantas y nos mandaron a la calle Uruguayana, que era una semicárcel injusta para nosotros, porque no sabíamos qué habíamos hecho. No sé si porque éramos negros, ruidosos, porque éramos pobres o por todo eso que nos sacaron”, comenta tras una reunión de decenas de desplazados en La Previa, un salón comunitario y sede del cuadro de baby fútbol del mismo nombre, ubicado a metros del estadio Luis Tróccoli.
“Tuvimos una infancia divina con amigos y familiares, hermanos de la vida que todavía ahora, cuando nos vemos, nos emocionamos y recordamos nuestra calle, que era nuestro patio. El shock fue tan imponente, de salir de ahí a una semicárcel, que no sabíamos qué hacer, con las Fuerzas Conjuntas y la Policía a toda hora ahí, con hora de entrada y salida, y pedir permiso para todo”, agrega.
“Yo era joven, trabajaba en el barrio y todo me empezó a ir mal. Ese año vino la tristeza. Mis padres se iban enfermando por la tristeza de estar encerrados, porque en Ansina teníamos un balcón que miraba a la calle. La ilusión de la vivienda para mejor que nos habían prometido, con comodidades que no se tenían en Ansina, nunca se concretó”, dice.
Silvia recuerda que un grupo de desplazados de los conventillos llegó a Cerro Norte en enero de 1980. “Sin luz por meses, entre caballos que se soltaban del cuartel, en viviendas chiquitas, con lo poco que pudimos conservar, porque cuando fuimos a Uruguayana nos sacaron casi todo, entre ello, las fotos y los recuerdos que teníamos”.
“Yo bailé ballet por 11 años y en una caja tenía las zapatillas, los trajes, y no sé a dónde fueron a parar. Para Cerro Norte vinimos con lo puesto: una mesa, una cama y las cosas para cocinar. Había que rehacerse con tan poco, era muy difícil. Teníamos que pagar dos unidades reajustables todos los meses a cuenta de una futura vivienda restaurada en Ansina, lo que no fue, mientras teníamos que trabajar y ver dónde poder dejar a los hijos. Salimos de un lugar feo a otro y con la tristeza de que las personas queridas se iban enfermando y se te iban yendo”, recuerda.
Su madre era su pilar, afirma. “Cuidaba a mis hijos, porque yo trabajaba el día entero. Ella se enfermó y se me fue el alma. Llegamos acá y éramos un núcleo que no nos aceptaban en escuelas, no había jardines ni nada similar, y la peleé mucho para meter a mis negros en la casa cuna. Mientras tanto, tenía que trabajar y sostener a la familia. Mi mamá se enfermó y murió, y a los tres meses falleció mi padre de tristeza. Esto duele en el alma, ha pasado una vida, tengo hijos y nietos acá, pero no se me va a olvidar nunca, porque soy un ser humano y siento”.
“Tener una posibilidad, una ilusión de que nos van a escuchar es importante. Tengo 63 años y añoro volver a mi barrio y, si no me toca, que mis hijos o nietos conozcan ese barrio, que es algo distinto a lo que cuando chiquitos tuvieron que vivir acá”.
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El proyecto de tesis de una maestría en antropología de Alejandra Guzmán se titula “Lanzamientos masivos de fincas ‘ruinosas con peligro de derrumbe’ ejecutados por la Intendencia de Montevideo 1978-1979 durante la última dictadura cívico-militar (1973-1985) en Uruguay”. Su estudio busca encontrar explicaciones para lo ocurrido en Mediomundo y Ansina, pero también derriba algunos mitos.
El universo de desalojos forzados de fines de la década de 1970 trasciende los conventillos de Risso [Mediomundo] y Reus al Sur [Ansina], porque incluyó otros inmuebles de varios barrios: Sur, Palermo, Ciudad Vieja, Cordón, Aguada y Villa Muñoz. La zona costera fue —y sigue siendo— muy codiciada por inversores privados. En la época se hablaba de importantes inversiones en materia edilicia, relacionadas con el boom de la construcción de principios de los años 80.
¿Quiénes fueron los responsables a nivel político y de otra índole, si la hay?
Fueron procesos complejos. No sabemos a ciencia cierta los factores que pudieron incidir en la toma de decisiones. Depende de la información documental, escasa hasta el momento. Durante el período de terrorismo de Estado las decisiones tenían carácter secreto y la divulgación documental estaba penada por decreto, salvo autorización previa con el texto a publicar revisado. El problema de acceso a la vivienda digna se había agudizado en el período de medidas prontas de seguridad, instaurado en 1968, y la falta de mantenimiento edilicio de las zonas centrales se hizo evidente a partir de un gran derrumbe el 6 de octubre de 1978, que ocasionó 19 muertes y personas lesionadas.
¿Eso cambió la actuación del Poder Ejecutivo y la IM?
Este derrumbe constituyó un punto de inflexión que obligó a las autoridades a tomar acciones inmediatas, realojando a quienes quedaron en la calle. Luego el Cosena1 elaboró un acta en la que otorgó plenas potestades al intendente de Montevideo, Oscar Rachetti, para resolver la situación sobre fincas en estado ruinoso con peligro de derrumbe, que deriva en un decreto-ley promulgado el 23 de noviembre de 1978 y publicado el 14 de diciembre de ese año. Ese decreto-ley comprendía intimar a reparar inmuebles, decretar desalojos y lanzamientos de forma inmediata, buscar soluciones habitacionales disponiendo de todos los inmuebles a su alcance, para lo que se contaría con el apoyo de todos los organismos del Estado. Las obras de readecuación quedaban exoneradas de costos impositivos. A su vez, contemplaba no desmantelar los grupos y cuidar especialmente a familias y niños, proveer sitios adecuados “en zonas decentes” para habitar de forma provisoria, mientras se incluían en planes de vivienda a ejecutarse posteriormente. Para declarar una propiedad en estado ruinoso se presentaba una solicitud ante la IM y actuaba la Justicia; a partir de este decreto-ley, los desalojos con lanzamiento inmediato se harían por procedimiento administrativo, o sea, no judicializados. A partir del decreto-ley, las denuncias de fincas ruinosas en peligro de derrumbe realizadas ante la IM pasaron de ser tres o cuatro al año a 400, con un pico máximo en 1981. Como se desprende de las fechas de promulgación y publicación, el desalojo del conventillo Mediomundo se produjo casi inmediatamente después de la promulgación. Entonces, el montaje del operativo no tuvo una infraestructura acorde, sino que se iría aceitando con el correr del tiempo.
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Cuando fue desalojada del Mediomundo, Sonia Núñez tenía 28 años. Vivía allí con su madre desde los diez.
“Era lindo. Recuerdo muchos festivales y fiestas, a Cristina Morán con Bachicha Lencina y otros haciendo teatro, las comilonas que hacían Jorge Batlle y Alba Roballo con toques de tambor. Páez Vilaró, Palito Ortega y Hugo del Carril filmaron películas ahí, Pipo Mancera estuvo también, entre otros. Nosotros mirábamos todo eso y era precioso”, dice.
“Pagábamos alquiler y un día llegó una señora diciendo que teníamos desalojo y una semana para irnos. Lo habían declarado patrimonio histórico nacional, pero nos dijeron que estaba en ruinas y nos teníamos que ir. La ignorancia nos acompañó, no teníamos el apoyo de nadie ni qué hacer y de la noche a la mañana nos rodearon el conventillo con militares con la orden de que nos teníamos que ir y señalaban qué podíamos llevar y qué no. Lo que podíamos llevar era una cama, un ropero, una mesa y una silla. Nos subieron a camiones a punta de escopeta y la sensación era de ir hacia un campo de concentración, por lo que yo había visto en películas”, recuerda.
“A los pocos periodistas que llegaron les pedí que les dijeran a sus colegas que habían estado antes haciendo programas en el conventillo que informaran en radio y televisión lo que estaba sucediendo, pero nada pasó y tampoco se acercó ningún abogado. Pienso que había miedo a represalias, porque era una dictadura”, afirma.
“Luego”, recuerda Sonia, “llegamos a ese campo de concentración que era la fábrica abandonada de Martínez Reina, con piezas que eran celdas para cada uno, porque ellos tenían llaves y podían entrar cuando quisieran”.
“Estábamos mi mamá, mis dos hermanos y yo en una pieza, y como no tenían otro lugar metieron a una señora con la hija también en el mismo cuarto. Nos apagaban la luz a las ocho o nueve de la noche, no podías escuchar radio fuerte, si venía un familiar a verte era en un patio y te decían ‘cállense’ si planteabas algo”, afirma.
“Luego de esa penuria nos trajeron para Cerro Norte, nos tiraron en un lugar del que no conocíamos nada. Veníamos del Centro y nos tiraron en lo que llaman Los Palomares. En ese momento las viviendas no tenían luz. Muy precario todo, pero nos dijeron que era provisorio y después nos iban a dar algo mejor, lo que nunca pasó. Los chiquilines no podían ir al colegio al que iban porque era en el Centro y no teníamos para el boleto”, sigue.
“Fue espantoso todo lo que pasamos. Feo. Psicológicamente nos hizo muchísimo daño. Ahora lo puedo contar mejor porque lo he contado varias veces, pero las primeras veces que lo hice lloré y me emocioné, porque te queda ese dolor dentro, de una pérdida y nunca entendiste el porqué”, dice Sonia.
“Y costó mucho la integración con los vecinos de Cerro Norte, porque nos trajeron en camiones y nos tiraron ahí adentro. La gente nos miraba como bichos raros. Cuando preguntaban de dónde veníamos y les decíamos que del Mediomundo, se hacían cruces sin conocernos”, recuerda.
Para ella, la existencia del grupo de vecinos desplazados y el trabajo que han venido realizando son “una caricia al alma”: “Que después de tanto dolor y sufrimiento alguien escuche todo eso que guardaste durante tantos años porque a nadie le importó es muy importante. Capaz que no llego a ver los resultados, por mi edad, pero en lo que pueda los voy a apoyar en lo que están haciendo”.
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Los desalojos se fundamentaron en el estado ruinoso de los conventillos e incluso se les retiró la denominación de patrimonio histórico y fueron demolidos años después. ¿Hay información sobre cuál era su estado real? Usted ha señalado que había un serio deterioro edilicio y de higiene, que dista de visiones idealizadas sobre esos lugares.
Un año después, en octubre de 1979, se resolvió desafectar los bienes declarados monumentos históricos en 1971. El Estado podía verse involucrado por la responsabilidad en la conservación, como indica el decreto, que incluía 57 puntos, entre los que figuraban esos inmuebles. Estos no fueron demolidos de forma inmediata, sino a partir de la resolución de 1979. Se demolió primero Mediomundo y luego Reus al Sur. La Facultad de Arquitectura debía encargarse de documentar gráficamente el valor estilístico. En respuesta se fundó el Grupo de Estudios Urbanos, del que el arquitecto Mariano Arana es un referente histórico. Ese grupo se movilizó en defensa del patrimonio, desarrolló proyectos alternativos y publicaciones, y denunció que “el arrasamiento del patrimonio era proporcional al boom de la construcción.
Más allá de su estado edilicio, los conventillos generaron fuertes vínculos y sentido de pertenencia entre sus habitantes, además de ser lugares históricos de referencia para la comunidad afrouruguaya.
Ambos sitios han sido objeto de arte pictórico y fotográfico. También escenario para filmaciones, fotos de artistas populares, fiestas empresariales, eventos nacionales e internacionales. ¿Cuántas veces escuchamos decir “yo conocí Mediomundo”? Pero nadie recuerda si se caía el revoque, si había olor a humedad o si pasaban frío en invierno, si tenían con qué parar la olla y pagar la pieza, menos aún si había baño o no. ¿Quién se pone en el cuerpo de las mujeres con manos congeladas lavando ropa en las mañanas de invierno al aire libre? Simplemente fueron simbolizadas con cuerpos ausentes en sábanas blancas colgadas de la cuerda tendida de lado a lado en una fotografía, pero se las recuerda meneando las caderas al compás de la cuerda de tambores. Estas son muestras del racismo estructural. No existe información censal que refleje la conformación étnico-racial de la población uruguaya hasta 1996, pero hay hitos importantes que hablan de una ocupación en la zona con profundidad histórica. No por casualidad en ella se establecieron las salas de nación africanas. La fuerte pertenencia a grupos identitarios arraigados históricamente en el barrio les permitió esgrimir alternativas de resistencia a las medidas impuestas por el decreto-ley mencionado anteriormente.
¿Qué cifras maneja sobre la magnitud de estos desplazamientos?
Según datos relevados por Lauren Benton, desde 1982 en adelante, entre Reus al Sur y Mediomundo la población ascendía a más de 800 personas. Unas 550 personas quedaron en ser realojadas luego de intentar que se fueran “por propia voluntad” antes del lanzamiento. Entre 1980 y 1982 se realizaron 244 desalojos de un listado de 444 fincas ruinosas, sin contabilizar Reus al Sur. Estos números no alcanzan a representar el desplazamiento producido por el decreto-ley de alquileres, que contaba con de 14.000 a 15.000 desalojados en lista de espera para vivienda pública. El intendente Aquiles Lanza hablaba de aproximadamente 3.700 personas viviendo en alojamientos provisorios. En este contexto, la población de Reus al Sur y Mediomundo, con gran sentido de identidad colectiva, ofreció diferentes estrategias de resistencia a cooperar con el desalojo, entre ellas, buscar alternativas para poder quedarse en la zona donde se encontraban sus fuentes laborales y redes de ayuda.
Informe con recomendaciones al Estado
El 18 de agosto de 2021 fue presentado en el Palacio Legislativo un informe con recomendaciones al Estado —que incluye medidas de reparación integral— por los daños causados a la población afrodescendiente como consecuencia de los desplazamientos forzados de los conventillos y del barrio Reus al Sur en 1978 y 1979. El 21 de setiembre el informe fue presentado —mediante un webinario— a la Organización de los Estados Americanos.
El grupo de trabajo que hizo el informe contó con el aporte y apoyo de vecinos que fueron desplazados de los conventillos agrupados en Volver a mi Barrio, organizaciones de afrodescendientes, la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo y la Universidad de la República, para lo que recolectó información de diferentes fuentes en Uruguay y de normativa internacional en derechos humanos, e indagó sobre experiencias de reparación a comunidades afro en Colombia y Sudáfrica.
Las medidas efectivas de reparación integral por los daños causados a la población afrodescendiente como consecuencia de los desplazamientos forzados identificadas en el informe se agrupan en cinco categorías: reparación simbólica, reparación del daño al proyecto de vida, derecho a la vivienda, derecho a la salud y derechos culturales.
“Este informe pretende echar luz sobre una verdad silenciada por más de 40 años y que revela situaciones de vulneración de derechos en múltiples dimensiones. El objeto de este trabajo pretende rescatar una realidad signada por la violencia, el desplazamiento forzado, la segregación territorial y la precariedad en términos de vivienda a partir de la perpetuación de una situación que terminó asentando de forma permanente las condiciones de vida y la localización territorial de una importante proporción de la población afrouruguaya”, expresa una parte del informe.
La reparación simbólica incluye —entre varios puntos— reconocer como víctimas de graves violaciones de los derechos humanos a las personas que fueron desplazadas forzadamente de sus viviendas en Mediomundo y Ansina durante el terrorismo de Estado (1973-1985) y que la reparación abarque a las víctimas directas, sus hijos e hijas y nietos y nietas (de primera y segunda generación).
Tras la presentación del informe en el Parlamento, integrantes del grupo Volver a mi Barrio comenzaron contactos con legisladores de diferentes partidos y autoridades del gobierno nacional y de Montevideo, con el fin de avanzar en concretar las recomendaciones incluidas en el documento.
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Rosario Fernández tenía tres hijos cuando la sacaron de Mediomundo. “Me fui con mi marido y mi suegro, que murió en Martínez Reina. Pasé un poco sola porque mi marido no se acostumbró, tenía que llamarlo o ir a lo de mi cuñada en Barrio Sur a buscarlo, porque no se movía de ahí. Me pasó que a veces no podíamos salir, nos revisaban las bolsas al entrar a ver qué llevábamos”, dice.
“Mi madre me ayudó mucho. Ella vivió en el Mediomundo, pero no fue a Martínez Reina porque la patrona que tenía, una señora rica y muy buena, le alquiló un departamentito; ella, a su vez, nos llevaba comida, leche y ropa, porque estábamos estancados ahí sin saber el porqué, en un lugar lleno de militares, que repetían ‘circule, circule’”.
“Luego fue espantoso el cambio de barrio a Cerro Norte. Entre otras cosas, los problemas para conseguir escuela. Cuando recién nos dieron la vivienda acá tuvimos muchos problemas. Venía gente a insultarnos: ‘váyanse, negros’, nos decían, nos tiraban piedras, no nos querían. Un grupo de hombres agarró valentía y empezó a correrlos luego de las agresiones. Se sintieron invadidos por nosotros, éramos negros y nos pasaba lo mismo, de preguntarnos dónde estábamos, y además no nos mudaron respetando los barrios donde vivíamos, sino con gente de otros conventillos”.
“Si hubiéramos estado en el Barrio Sur, el futuro de mis hijos sería otra cosa, porque después de que salimos de ahí fue todo barranca abajo”, denuncia Rosario.
“Antes no se podía hablar ni una palabra porque en la dictadura te metían preso. Hoy se puede saber y la gente se tiene que enterar, porque algunos dicen ‘se fueron todos los negros del Mediomundo’ y no: se fueron humanos y no bichos ni caballos. Además, nos agarró de sorpresa, cada uno estaba en su casa y no pudimos procesar la noticia. La decisión fue sacar la negrada del barrio, gente rica y militares querían eso y lo hicieron”.
Sonia tiene un optimismo moderado: “Ojalá tengamos suerte. No sé si llego con 70 años, pero si consigo vivienda luego de todo lo terrorífico que vivimos, se la dejaría a mi hija, que nació en el Mediomundo. Cuando voy al barrio me pongo a llorar”.
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Cuando se concretó el desalojo, Susana Albornoz tenía 21 años y dos hijos que nacieron en el Mediomundo. “El mayor se tuvo que quedar en la casa de los abuelos, porque yo me tenía que ir a Martínez Reina. Él iba a un jardín en el barrio y la abuela me dijo que cómo íbamos a hacer, porque yo no podía quebrar el proceso de mi hijo. Entonces dije que se quedara de lunes a viernes en la casa de los abuelos para poder ir, pero él nunca quiso venir porque estaba acostumbrado a estar en el Barrio Sur y eso para mí fue horrible, porque era yo la que tenía que ir a ver a mi propio hijo”.
Susana, además, tuvo que recorrer a pie, dos veces al día, los seis kilómetros que separaban sus lugares de trabajo y la fábrica abandonada en Capurro. “La mayoría de los trabajos que tenía eran cerca del Mediomundo. Al no contar con plata para tomar un ómnibus, me levantaba tempranísimo y caminaba desde Martínez Reina hasta el Centro. Mi vida tuvo un vuelco tremendo. Tenés que replantearte todo de vuelta y me preguntaba ‘¿qué hago en este barrio?’. Fue traumático. Dejar a mi hijo fue un daño psicológico tremendo para él y para mí. No había derecho a hacer ese manoseo con nosotros”.
“Además está el tema del sistema al que fuimos a vivir. En el Mediomundo éramos una familia, por supuesto, sin horario de entrada y salida. Al entrar en Martínez Reina era con cédula, no podías tener visita, a las diez de la noche tenías que estar encerrado en tu pieza, no te podías reunir y, por ejemplo, si salíamos al patio y había cuatro o cinco personas juntas, aparecía un soldado y te decía que había que circular. Nosotros no pedimos para ir ahí, no podíamos ni cocinar, nos trataban como a indigentes”, dice Susana.
“Siempre que paso por el Mediomundo me emociono, toda esta vuelta que di y terminar acá fue algo no deseado. Trabajo desde hace 30 años en el Centro y no digo que vivo en Cerro Norte, porque lamentablemente si lo hubiera dicho capaz que me quedaba sin empleo”, admite.
“Los primeros años fueron horribles, lloraba. Hace más de 40 años que estoy en el Cerro y me sigo angustiando a veces. Nunca me adapté, extraño Mediomundo. Nos dijeron que íbamos a estar un año acá y volvíamos al barrio. Cuando vinimos, una visitadora social me dijo que eran viviendas de emergencia y volveríamos al barrio. Yo hace 41 años que estoy acá, en una vivienda deplorable. No puedo pagar en otro lado, pero siempre quiero volver a mi barrio. Llego allá y se me eriza la piel”.
Susana encuentra cierto consuelo en el grupo de Whatsapp. “Hace más de 40 años que nos sacaron. Si nos veíamos en la calle nos saludábamos, pero con este grupo me encanta que nos volvimos a unir como cuando vivíamos en el conventillo. A la hora que alguien dice ‘buen día’ ya estamos alertas, es lo lindo de que nos volvimos a encontrar y vimos a mujeres que no veíamos desde chiquitas. Es el patio común pero a través del teléfono, nos acordamos de cosas y nos reímos, somos muy cercanos. Tenemos las mismas sensaciones y emociones. Cuando nació mi hijo, Rosario le dio de mamar porque yo no podía, imaginate la relación y la cercanía que tenemos”.
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La población afro y el candombe se siguen identificando con los barrios Sur y Palermo. ¿Esto es una derrota para los impulsores de los desalojos de los conventillos?
Hay dos puntos a tener en cuenta. Por un lado, el candombe como ritual y por otro, la competencia de las comparsas dentro del carnaval. Coincido con el pensador y artista afrouruguayo Ruben Galloza: no hay que confundir las llamadas de tambor con el carnaval. Las llamadas de tambor tienen una profundidad histórica que remite a una ancestralidad común. En nuestro territorio se focalizó en la zona sur costera, sin olvidar que también otros barrios de Montevideo han tenido formas de candombe ritual identitarias. El Desfile de Llamadas en el carnaval oficia como punto de encuentro para las familias afrouruguayas. Esto no quiere decir que por ser afrodescendientes deban o puedan participar en las comparsas. El “deber” remite a la mentalidad racista, que a su vez nos remite a un “otro” como fetiche, tocando el tambor o lavando ropa en un espacio limitado, lejano en el tiempo: el conventillo. El mismo racismo los ha relegado históricamente a un lugar de subordinación, es decir, para participar, aunque lo deseen, deben tener la necesaria solvencia económica para invertir tiempo y dinero anuales sin retorno, lo que los relega de la participación en sus propios espacios de visibilidad y poder.
¿Los desplazamientos tuvieron incidencia en que el candombe se extendiera con más vigor en otras zonas de Montevideo o esto es un mito?
Considero que es un mito. En la masificación del candombe como espectáculo inciden al menos dos factores. Por un lado, la transmisión por un canal de cable implica trascender la inmediatez espacio-tiempo, porque es donde el espectáculo se despliega en su total dimensión. Por otro lado, las redes sociales. Ya no es necesario escuchar las llamadas del tambor. Esto propició, por una parte, la fragmentación, con nuevas lógicas identitarias, en unidades territoriales de carácter transfronterizo, en lo que también incidió la declaración del candombe como patrimonio inmaterial de la humanidad, y, por otra, colaboraron a borrar todo vestigio relacionado con el origen étnico-racial, o sea, sin rasgos identitarios que remiten al pasado africano. En otras palabras, sufrió un proceso de blanqueamiento, amparado en las premisas del Estado-nación uruguayo, por el cual “somos todos iguales ante la ley” y se justifica la inclusión de cualquier persona independientemente de su origen étnico-racial no europeo. Este hecho no menor se encuentra estrechamente relacionado con el prestigio que otorga el espectáculo al barrio, que directamente lo beneficia. Por ejemplo, se constituyó en un punto turístico for export. El costo de los inmuebles sobre la calle Isla de Flores aumentó su valor, lo que implica un factor agregado de expulsión.
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María del Carmen Albornoz es más conocida por sus amistades como Carmela. Cuando la desalojaron de Mediomundo tenía 23 años y un hijo —el exfutbolista y actual director técnico Óscar Javier Morales— y un embarazo avanzado.
“El 3 de diciembre del 78 fue un día de angustia y tristeza. Me arrancaron la alegría, a vecinos y amigos y amigas. Éramos una familia sola, me arrebataron toda la felicidad que tenía de un tirón y no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo”, dice ahora. “Nos separaron sin sentimiento alguno, no nos tomaron como personas con derechos y nos desalojaron. Fui la última en dejar el conventillo, porque mi nombre estaba al final de la lista de familias a desalojar. Seis días después tuve familia en Martínez Reina, donde nos llevaron y amontonaron. Sigo recordando y no encuentro explicación. Bien que nos recuerdan para alegrar a los turistas con los tambores, servimos para películas y programas de televisión, pero esa no es nuestra realidad: nos echaron como perros”.
“Meses antes mi marido me dijo que estaba el rumor de que nos iban a echar y yo creía que era un disparate. Cuando se concretó el anuncio no lo podía creer y pensaba ‘¿dónde voy?, ¿cómo pago un alquiler?’. Fueron lágrimas arriba de otra lágrima, dejar todo lo que había logrado en esas dos piezas, que tenía divinas y con el piso encerado, abandonar el lugar al que llegué a los dos años, el barrio, los vecinos. Nos arrancaron de algo que queríamos mucho”, sostiene.
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En el grupo de Whatsapp “Mediomundo” surgen muchos recuerdos de los años en los conventillos, y también de los desplazamientos forzados. Estos asuntos para muchos fueron casi temas tabúes durante décadas, pero ahora están decididos a no olvidar y a que nadie olvide.
El 25 de agosto el Whatsapp se llena de comentarios referidos al aniversario de los clubes Yacumenza y Tacuarí, dos instituciones que tuvieron gran arraigo en Palermo, Barrio Sur y Aduana y por las que pasaron varios integrantes del grupo. A la noche llega un nuevo mensaje: alguien que saluda y desea buen descanso a todos. Enseguida aparecen más saludos de buenas noches en ese espacio virtual que reúne a antiguos habitantes de los conventillos, que se unieron para contar (y contarse) lo que vivieron y sus consecuencias y para buscar reparación y que lo que ocurrió no se repita.
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Consejo de Seguridad Nacional, un órgano de gobierno y coordinación entre civiles y militares creado durante la dictadura. Lo integraban el presidente de la República y los ministros del Interior, de Relaciones Exteriores y de Defensa, más los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas. ↩