Washington ignoró el humo de un incendio que asomaba desde la zona del Teatro de Verano y se cebó otro mate. Había un ambiente un poco raro, sí, pero sentado en el pasto y a la sombrita de un árbol se pueden ignorar dos o tres cosas sin demasiada dificultad.

Sonaba la absorción de las últimas gotas de agua de esa cebadura cuando se le acercaron dos sujetos de talante serio, bien vestidos, pero con un aspecto que no cerraba del todo. Parecía que los había dibujado alguien a quien le habían descripto un humano, pero nunca había visto uno en la vida real, pensó Washington, pero él era un firme defensor del derecho a ser feo.

—Disculpe, señor. ¿Se anima a ir hacia allá?

El primer individuo le señaló el Parque Hotel, que comenzaba a albergar en su patio a unos cuantos compatriotas confundidos o directamente asustados.

—Estoy bien acá. Además, en cualquier momento arranco; ya me queda poca agua.

—Señor —insistió el segundo individuo—, ¿usted no ve lo que está pasando alrededor?

—¿Usted dice el humo de allá? No parece nada demasiado grave, vendrán ahora los bomberos y listo.

—Señor...

—Bueno, vi al grupo aquel de allá, todos abrazados entre sí, pero pensé que sería de esta gente del poliamor.

El primer individuo amagó a explicar, pero el segundo le hizo un gesto para que ni se molestara.

Washington sacudió el termo.

—¿Qué pasa? ¿Y ustedes quiénes son?

—Somos lo que ustedes llamarían extraterrestres —explicó el primer individuo—. Vinimos a tomar el control de este planeta.

—Ja, claro. ¿Y por qué me habla como uruguayo?

—Somos seres más avanzados que ustedes. Podemos tomar otra forma, cualquiera, y, además, adaptarnos a cualquier idioma. Por ejemplo, yo ahora estoy pensando en mi propio lenguaje, pero lo que vendría a ser mi boca lo traduce automáticamente al suyo, con acento y todo.

—¡No me diga! Así que si se arriman más al norte hablan portuñol y todo.

—Estamos en todo el planeta, señor. Vinimos a tomar el control, como le dije. En cada lugar hablamos lo que se necesita para cumplir con nuestros fines.

—Bueno, ta. Pero... ¿qué hacen acá, entonces? Este país ni pincha ni corta en el mundo. Y no quiero pensar mal de ustedes, pero nos podría invadir hasta un grupo de conejos coordinados, si quisieran.

—Señor, pase por acá, por favor —insistió el segundo individuo.

—Yo creo que el comandante de ustedes los jodió. Digo, los podría haber mandado para otro lado. Es lindo el Parque Rodó y todo, pero los podrían haber mandado en misión al Caribe o algo así.

—Sí, no le vamos a mentir: no era nuestra primera opción, pero el comandante nos prometió que si todo va bien después puede transferirnos para allá para las próximas fases.

—¿Próximas fases de qué?

—¿Usted no presta atención? Estamos acá para invadir el planeta. No pensará que eso es cosa de un único instante. Por lo menos para nosotros, que somos pacíficos. Si viniéramos a destruirlos, bueno, eso sería un poco más rápido.

—¡No me diga! ¿Es el fin del mundo?

—No, no. Justamente lo contrario. Vinimos a hacernos cargo porque ustedes están destruyendo todo. La decisión se tomó en el Concilio de Galaxias, Sección 7, Grupo de Trabajo 4. Nosotros somos los encargados de venir a poner orden y cambiar el curso de acción.

—Mire, usted disculpe, pero yo no le creo del todo, ¿vio? A mí ya me han tomado bastante el pelo y estoy un poco grandecito para que me sigan agarrando de pinta. Déjeme tranquilo nomás y haga lo que tenga que hacer, que yo ya me vuelvo a mi casa.

Washington se cebó otro mate.

—Señor, nosotros tenemos que continuar con esta fase de la misión. Ahora estamos agrupando a los humanos para poder explicarles con tranquilidad cómo va a ser todo de ahora en más y empezar a tomar medidas. Usted no se va a poder ir a su casa, y además ahora las viviendas van a funcionar de otra manera. Venga.

—Con más razón. Me voy hasta ahí, así por lo menos puedo agarrar un par de cosas.

—Señor, por favor. Ya le dijimos que somos pacíficos. No nos obligue a llevarlo por la fuerza.

—Miren, a mí ya me vendieron esto del fin del mundo no sé cuántas veces y nunca pasó nada. Que Nostradamus, que los mayas, que las pandemias. Y acá sigo.

—Este tampoco es el fin del mundo, señor, sólo que ahora vinimos a gestionarlo nosotros. Ahora tienen jefes nuevos, digamos.

—Por lo menos díganme que no son de esos jefes que no dejan tomar mate.

—Hay que ver. Las cosas no van a ser como antes. Y sepa desde ya que una de las cuestiones más importantes del plan es reducir el transporte a larga distancia, porque es una de las formas de aumentar la sostenibilidad. No podemos garantizar que esta zona vaya a recibir yerba ni que usted se vaya a poder instalar en un lugar donde haya.

Washington guardó silencio unos segundos y se cebó un mate más.

—Disculpen, pero si no voy a poder tomar más mate, entonces este sí es el fin del mundo, jefes. Por lo menos déjenme terminar lo que me queda de este termo mientras miro el río.