Un mediodía de enero, en lo más alto de una torre del Barrio Sur, junto al mar y al lado de un supermercado de productos económicos, nos espera Rosa, la mamá de la actual campeona de ajedrez femenino de Uruguay, Andreína Quevedo, de 21 años, con los pisos relucientes de encerados y las ventanas de su hogar abiertas.
Unas horas antes, en la mañana montevideana y la tardecita española, nos conectamos por Zoom con Patricia de León, de 26, la múltiple campeona uruguaya, que actualmente reside en Barcelona y —como toda su vida— no pasa una noche sin que intente resolver una partida que quedó guardada en su mente.
Días después, y con un nuevo link de pantallas, sabremos que Lucía Malán, de 18, la campeona uruguaya de ajedrez femenino 2019, todavía no se acostumbró al frío del invierno en un pueblito alemán llamado Luneburgo, donde, desde hace poco, cuida a las niñas de una familia que la recibió en su país a través del programa Au Pair (una modalidad de intercambio cultural que le permite estudiar un nuevo idioma y seguir conociendo el mundo).
“Acá nos conocemos todos”, dice Andreína, para graficar cómo funciona y se vive el ajedrez en Uruguay. Las tres coinciden en que, si bien las organizaciones dedicadas a esta disciplina han hecho un gran esfuerzo para sumar seguidores día a día, todavía —comparado con otros deportes— es un grupo pequeño el que mantiene viva la llama del juego en la ROU.
Las tres fueron parte del mismo equipo, vistiendo la camiseta celeste en torneos internacionales con buen suceso. La mayoría de sus amistades, nacionales y extranjeras, las hicieron en espacios de análisis, juego y debate sobre ajedrez.
Cuando hablamos con Patricia, pareciera que mantiene la calma que pone en práctica en sus partidas. Andreína habla rápido y con notas al pie, mientras que Lucía es la que demuestra mayor entusiasmo y, a la vez, menor preocupación por su ajedrez.
Ninguna se reconoce particularmente talentosa, a pesar de sus logros y el reconocimiento de colegas y prensa especializada. “Creo que más que talento, yo estudié un montón de ajedrez. Hay personas que nacen con ese don. No me gusta decir que tengo un talento muy marcado; hice mucho sacrificio, vi partidas todos los días e intento estar atenta a todas las novedades sobre el ajedrez que pueda encontrar en las redes sociales”, dice Patricia. “Cuando era chica me decían que tenía talento, y se suponía que era buena para el nivel”, recuerda Andreína. “Nunca me consideré despegada. Simplemente me ponía a jugar porque lo disfrutaba. Ni siquiera ahora considero que sea tan buena. Quizás si me comparo en Uruguay podría ser, pero te mirás con el resto del mundo y ya sabés que no”.
Lucía coincide con su colega: “Los profesores, cuando empezás, te suelen decir lo buena que sos, o ‘qué bien que jugaste’, y a veces una misma lo puede creer, pero yo no creo que tenga un talento natural”.
En sus estilos de juego, tal vez de pura casualidad, o por algo propio de nuestra sangre, volvemos a encontrar una característica común al momento de encarar una partida.
“A mí me gusta bastante atacar. Lo mío no es tanto esperar y buscar una debilidad del rival, sino ir y jugar agresivamente. Eso tiene su doble filo, te puede salir muy bien o muy mal, pero prefiero partidas más movidas que una que se defina en la jugada 80. Me gusta que haya acción”, dice Patricia.
Lucía: “Siempre fui más táctica, no muy estratega. Como más lanzada y de arriesgar”.
“Por lo general me considero táctica, me gusta jugar al ataque. Hay quienes prefieren jugar más posicional. Están como a la espera, en un juego muy tranquilo, muy de a poco, para llegar a las jugadas finales con mínimas ventajas. Onda ‘tengo un peón bien ubicado y voy a explotar eso’. El juego agresivo me entusiasma mucho más. De chica ya me gustaba ese estilo y todavía lo mantengo”, explica Andreína.
El tablero en el living
En el primer hogar de Patricia la mayoría de los libros de la biblioteca eran de ajedrez. Su abuelo jugaba mucho y su padrastro, Bernardo Roselli (Maestro Internacional y presidente de la Federación Uruguaya de Ajedrez), salió campeón uruguayo “como 18 veces”, dice De León, acostumbrada a una rutina victoriosa, pero de mucha dedicación. “En el living de mi casa siempre estaba el tablero ahí armado, y se hablaba todo el tiempo de ajedrez”.
Ahora, además de continuar con el hábito de la lectura, cuenta que a través de internet puede buscar partidas de jugadores de todo el mundo, estudiar con clases de Youtube y encontrar miles de programas que facilitan y aceleran el aprendizaje a los nuevos jugadores.
Patricia se fue a España a estudiar gestión de empresas deportivas. “No me dedico al ajedrez para vivir, pero ocupó y ocupa un lugar muy importante en mi vida”, cuenta:
“Cuando era chica era la última actividad del día”, recuerda. “Iba al club Biguá y me quedaba ahí mirando partidas. Todavía no tenía edad para competir y ya me interesaba lo que pasaba ahí. Hacían partidas rápidas, era muy vistoso. Notaba que se divertían con un juego que en apariencia era complicado. Y claro, yo también quería entenderlo para poder divertirme como ellos. Un día un profesor me preguntó si quería aprender y ahí empecé. De a poco vio que yo entendía bastante bien y que jugaba con cierta facilidad”.
Participa desde los cinco años en torneos nacionales e internacionales y pasó gran parte de su niñez, adolescencia y juventud estudiando el juego: “Llegaba de la escuela y me metía en los libros de ajedrez”. Representar a Uruguay en las olimpíadas (que se hacen cada dos años) sigue siendo su gran objetivo. “Para mí es todo un orgullo y una gran responsabilidad jugar por mi país, voy desde 2008 y ya estuve en cinco ediciones”.
No le gusta para nada perder: “Es la verdad, pero siento que cuando perdés es cuando más aprendés. Ves los errores y ta, ‘esta partida la perdí porque tenía que haber hecho tal cosa’, y para la próxima no lo volvés a hacer. Te pasás cinco años estudiando ajedrez y a un rival, y después perdés. Pero bueno, la única forma de aprender es perder”.
Su partida más recordada tuvo lugar en Dresde, Alemania. “Recuerdo con mucho cariño una que jugué en la primera ronda de mi primera olimpíada. Era mi debut y estaba muy nerviosa, tenía sólo 14 años. Jugábamos contra Honduras, un rival con menos Elo que nosotras, así que también teníamos la presión de ganar. Iba de negras y en la apertura pude sacar un peón de ventaja que me sirvió para controlar la partida y en 35 jugadas ganarla. Ganamos las cuatro uruguayas que jugamos ese día, así que hicimos el puntaje ideal”.
Figura materna
Andreína Quevedo juega ajedrez desde los seis años y actualmente representa al club La Proa. “No hay como un mano a mano presencial, es otra cosa. Los nervios, el ambiente, los amigos”, dice sobre las diferencias con los torneos en línea, que coparon los tiempos y los espacios de los meses de pandemia.
Cierra sus ideas con frases redondas y sencillas, como “acá no le podés echar la culpa a nadie”, cuando hablamos de las características de este ámbito competitivo, mental e individual. Además de sus horas destinadas al ajedrez, Andreína estudia las carreras de Economía y Relaciones Internacionales. Sobre la serie Gambito de dama, piensa que es un tanto exagerada y que no muestra demasiado todo lo que sucede después de una derrota.
“Ella siempre me ha apoyado en todo lo relacionado con el ajedrez. Sobre el juego quizás no me puede ayudar mucho, pero sí sabe bancarme cuando me va bien y cuando no”, dice sobre Rosa, su madre, la amable señora que nos recibió con especial atención para la entrevista. “Casi siempre viaja conmigo y se encarga de organizar el tema de hoteles, viajes y otros detalles, para que yo pueda concentrarme sólo en el ajedrez. Sin dudas estoy muy agradecida con ella”. “Mi partida favorita fue en 2018 en la olimpíada de Batumi, Georgia”, cuenta. “Esa mañana Daniel Rivera, nuestro entrenador, nos comunicó que el primer cruce que teníamos era Estados Unidos. Todas sabíamos que era un rival durísimo, así que fuimos a jugar sin presión. Empezamos a preparar las partidas y a eso de las tres el ómnibus nos fue a buscar al hotel. Nos llevaron hasta la sala de juego, que era un gimnasio enorme, y nos tocó en la sección A, donde estaban todos los mejores equipos del mundo. Podías ver a tremendos jugadores. A mí me tocó contra Sabina Foisor, que era Gran Maestra, una de las representantes del equipo de Estados Unidos, que además había sido la campeona nacional de 2017. Se esperaba que nuestro equipo perdiera cuatro a cero, y sin embargo gané ese partido.
Ella en un momento quiso apurarme para ver si yo me equivocaba, entre las jugadas 30 y 40, y al final eso me terminó sirviendo, porque jugué más rápido, y después de que pasamos la jugada 40 yo ya estaba mucho mejor, y con ventaja. Fue increíble, nadie se lo esperaba, ni yo, creo. Jugué con negras y el partido fue muy de ataque. En el equipo uruguayo estaban Lucía Malán, Patricia de León y Natalia Silva, que también hicieron buenos partidos y casi les sacamos otro punto”.
Caballos cercanos
Para Lucía Malán todo empezó cuando tenía diez años con un juego en su computadora XO: Ajedrez y leyendas. En sus gráficos de presentación, las letras pixeladas nos cuentan sin apuro sobre Eglerion (un pueblo pleno de sabiduría y felicidad), su reina Lucero y las fuerzas de la luz, así como de la repentina invasión del ejército del Señor Oscuro, una princesa y la salvación que sólo será posible si el jugador —o la jugadora—, a lo largo de la aventura, es capaz de convertirse en Gran Maestro de ajedrez. “Era como que practicaba jugando, con algo que era muy didáctico. Jugaba en mi casa y también en la escuela, o con mi tía Paola y mi prima Serrana”, recuerda.
En sus planes está estudiar ingeniería civil, pero ahora hizo una pausa. “Es muy linda la nieve, pero todavía no me acostumbro. Acá está helado”, cuenta, entre risas, sobre su novísimo hogar europeo. “El barrio es muy tranquilo y los alemanes son súper estrictos con las reglas, pero tal vez no son tan distantes como los pintan”. A este período de adaptación Lucía le agrega lo mucho que extraña su ciudad natal y la recuerda entre suspiros: “Me encanta Nueva Helvecia. Es un pueblo chiquito donde todos conocen a todos y la gente es muy cálida”. No obstante, no lo pensó mucho cuando tomó la decisión de mudarse: “En el liceo de Nueva Helvecia tenemos clases opcionales de alemán. Nuestra profesora nos contó de esta modalidad Au Pair, cómo funcionaba, y dije ‘ta, me voy’. Quería tomarme un año sabático antes de entrar en la facultad y tenía muchas ganas de viajar. En tres meses hice los papeles y me vine”.
Lucía ganó su campeonato nacional representando a la escuelita de ajedrez Los Orientales. Le gustan mucho las matemáticas, “estar todo el tiempo resolviendo problemas”, las partidas rápidas (“de hecho, últimamente sólo juego partidas rápidas, de tres, cinco minutos”), viajar, conocer gente y aprender nuevos idiomas.
Le cuesta deshacerse de sus caballos: “Me acuerdo de cuando era más chica: a mis rivales les costaba ver esos movimientos raros que tienen y cómo saltan”, y no tiene problemas en reconocer que, por diferentes razones, en este momento no está inmersa en el universo del ajedrez y puede pasar varios días sin pensar en el juego.
Al mismo tiempo, es consciente de que la práctica y el estudio del ajedrez le han servido para adoptar una serie de mecanismos mentales que le son útiles en su vida diaria: “Aprender a reconocer lo más importante y a descartar el resto. Para la resolución de problemas, para la toma de decisiones, eso lo uso todo el tiempo. Lo mismo esto de tener un plan, eso me lo dejó el ajedrez y no se me va a ir más”.
¿Su partida más recordada? “Probablemente fue en el último su-damericano, en Chile, en 2016, donde quedé segunda. En la última ronda, llevábamos dos o tres horas. Miré el tablero, estaba perdida, mi rival tenía 20 minutos y a mí me quedaba uno en el reloj. Dije ‘bueno, esto lo pierdo’. Seguimos jugando, yo trataba de mejorar la posición pero pensando que perdía, y de repente miro el tablero y digo ‘ah, pero con esto puedo ganar’. Y al final gané, contra una peruana muy buena que tenía un lugar en el ranking muchísimo más alto que yo. Nosotros siempre les tuvimos miedo a los peruanos, y esa fue la primera vez que le gané a alguien a quien tenía como por allá arriba. Fue una sensación muy linda. Me acuerdo de que no tenía ni idea de cómo estaba en la tabla de posiciones, y con un amigo nos pusimos a hacer los cálculos hasta que me dice: ‘¡Quedaste segunda!’”.
Lenguaje no verbal
Lo que ocurre fuera pero cerca del tablero también forma parte de los condimentos del ajedrez. ¿Cuánto de la gestualidad del rival puede servir para predecir lo que va a hacer?
“Siempre que pienso la próxima jugada que voy a hacer intento ver la mayoría de jugadas que podría hacer el rival y hago una selección, porque si no me volvería loca. En las primeras 20 jugadas ya sabés más o menos lo que puede pasar. Pero de todos modos, con las mías y las que haría mi rival, voy haciendo árboles de variantes para predecir las jugadas más probables. Hay jugadores más expresivos y otros que no. A mí tampoco me gusta que me miren porque me desconcentro. Es más lo que podés saber de tu rival por su estilo de juego que por lo que puede demostrar corporalmente”, dice Patricia.
Andreína agrega: “A veces te das cuenta de cómo se está sintiendo el otro, no sé si por la expresión de la cara, pero sí por cómo le choca una jugada, eso te puede llegar. En la escuela rusa, por ejemplo, son todos muy cara de póker; a ellos no les vas a sacar nada. En ese sentido, los peruanos son bastante parecidos. Perú es el país de América Latina que está más dedicado al ajedrez juvenil, casi todas las escuelas tienen y le dedican mucho tiempo. En los sudamericanos hay un premio individual pero también uno al mejor país, y siempre lo gana Perú. Son como los rusos, es como que no sienten; jugás contra uno de ellos y decís ‘¿qué le está pasando?’. A mí creo que se me nota, a todos los uruguayos se nos nota algo”.
Los ritos, las cábalas, por un lado, y la búsqueda de un estado de concentración ideal, por otro, también forman parte del folclore ajedrecístico.
“Cuando era chiquita, empezaba un torneo jugando con una lapicera y si ganaba seguía usando la misma. Bueno, creo que ahora lo sigo haciendo, pero no tanto”, admite Patricia, y agrega: “Hay momentos en la partida en que ya estás muy saturada. Es como mirar una computadora por mucho tiempo. Querés mirar para otro lado. En los torneos podés caminar, ir al baño, lavarte la cara. Y eso intento hacerlo un par de veces, para despejar un poco la mente”.
Andreína no tiene cábalas. “Pero en la primera olimpíada que me tocó ir no sabíamos si iba a hacer calor o frío en la sala de juego. Me puse el short debajo del pantalón largo; como me empezó a ir muy bien, me dejé puesto el short todos los días. Para la concentración a veces uso música para despejar la mente”.
Lucía tampoco sigue un rito especial, pero recuerda algún comportamiento similar. “En una olimpíada usé siempre una cadenita. Lo que sí tengo es una rutina de respiración antes de comenzar una partida”.