En los años 60 y 70, la iglesia valdense de Colonia fue un espacio en el que se reflejó el debate político y social que marcaba esa época. Juan Javier Pioli, docente de Historia y licenciado en Teología, investigó cómo se procesaron esas tensiones dentro de la comunidad religiosa, que tenía sus propios medios de prensa, y recopiló las historias personales atravesadas por aquellos debates.

Colonia tiene una historia de migrantes y colectividades que fue fundacional en el siglo XIX. Pero a ese pasado lo sigue otro más reciente, que marca las trayectorias familiares y comunitarias, los silencios y las ausencias.

En el caso de los valdenses —una iglesia protestante con raíces en el medioevo europeo que llegó a América hace más de un siglo y medio—, los años 60 y 70 marcaron un quiebre. En muchos casos, en el plano personal, pero en especial en la percepción de lo comunitario.

Como muchas otras instituciones, la iglesia valdense fue permeable al clima que se vivía en el país. Fue un espacio de discusión donde lo que ocurría en la política y la sociedad dialogaba con la reflexión teológica y con una lectura bíblica que intentaba actualizarse. Por eso no sorprendía que jóvenes valdenses organizaran campamentos y espacios de discusión o publicaran columnas de opinión en las que se hablaba sobre la guerra de Vietnam, el pensamiento de Martin Luther King, la Revolución cubana o el Mayo francés.

Para desconsuelo de quienes esperaban de las iglesias un discurso espiritualizante y desencarnado, en la segunda mitad de los 60 muchos jóvenes valdenses se mostraban ávidos por interpretar el presente desde la fe. En esta dinámica, la Biblia era un instrumento que no daba opacidad a la actualidad; al contrario, la espejaba y la convertía en tema de discusión. Ese interés ha quedado bien documentado, y aún existen muchos ejemplares de publicaciones como Renacimiento —un mensuario de la Federación Juvenil Valdense— o Mensajero Valdense —publicación quincenal de esa iglesia—.

Una integrante del equipo redactor de Renacimiento fue Mirta, que por entonces era maestra en Rosario.

Eran tiempos de mucha rapidez, querías comprometerte. [...] Sentías que a la iglesia había que sacudirla. La iglesia estaba muy enquistada en su comunidad, en lo familiar, en las rutinas propias de la liturgia. Pero había un mundo que iba más allá de la colonia [...] Estaba la conflictividad sindical, la conflictividad de la marginalización. Ahí estaba todo eso tan fermental, que te movía...1

En varias entrevistas realizadas para reconstruir esa parte de la historia, los protagonistas mostraron una percepción de la vida comunitaria y familiar de aquella época como algo regido por una moralidad poco auténtica, una fachada, un “aparecer” muy distinto del ser cotidiano. Esta contradicción interna no tenía que ver con aspectos político-partidarios, sino más bien con la vida familiar, el ejercicio de la sexualidad, la elección de pareja, el compromiso social, la vocación. Esta percepción de la hipocresía del mundo adulto no tardó en trasladarse a los espacios comunitarios de la iglesia, y puso en evidencia una ruptura generacional muy característica de los años 60. Al respecto, Mabel —que es oriunda de San Pedro, pero en aquel entonces ya vivía en Montevideo— cuenta:

Me parecía que Jesús venía a poner los puntos sobre las íes: dónde había que poner el énfasis, el valor en una sociedad hipócrita. Yo veía muy hipócrita a la sociedad, incluso a mi familia, y cuando era chica veía que la gente se fijaba mucho en las apariencias. Había que mostrar una cosa, aunque por dentro hicieras otra. Y esa hipocresía a mí me molestaba de una manera horrible, y discutía con mis padres y con mis tías.2

Aparentemente, la iglesia valdense registraba en los años 60 una serie de cambios y reivindicaciones que acompasaba lo que ocurría en el resto de la sociedad, con una presencia de jóvenes —en especial en ciudades como Montevideo, Juan Lacaze, Rosario o Paysandú— que reclamaban de sus comunidades un mayor compromiso social, pero también una moralidad más auténtica. Según Mabel, esa época fue la de “una juventud que pateaba contra las estructuras duras y estrictas de cosas que se debían hacer porque los grandes te lo decían”. Más que mera rebeldía, se trataba de una toma de responsabilidad: “Los jóvenes queríamos también participación y decisión”.

En un tiempo de incertidumbre y creciente conflictividad en la región, es significativo que publicaciones religiosas como Renacimiento o Mensajero asignaran tanto espacio y protagonismo a las y los jóvenes. En “Jóvenes preocupados” —un artículo de Mensajero de 1967— se hacía referencia a un encuentro ecuménico organizado en Paysandú, dedicado al análisis de la realidad del país. En ese encuentro se discutió sobre los problemas del subdesarrollo, la desocupación masiva, la retracción de la industria, la permanencia del latifundio y los cinturones de miseria en las ciudades. Frente a ese panorama desalentador, la conclusión apelaba al compromiso:

No puede, sin embargo, la juventud cristiana abandonar toda esperanza. Porque mucho o todo del futuro dependerá de la actitud que todos y cada uno tomemos frente a la realidad. La hora requiere que pensemos profundamente, pero también requiere acción decidida y perseverante.3

Durante los 60, en las iglesias valdenses el principal motor de discusión de problemáticas de actualidad y del surgimiento de una conciencia social estaba en los grupos de jóvenes, fundamentalmente en las comunidades urbanas. Sin embargo, esta actitud no fue patrimonio exclusivo de una generación, sino que estuvo acompañada por muchos pastores y por algunos sectores de los cuadros dirigentes de las iglesias. En ese entonces las iglesias valdenses vivían un tiempo de efervescencia: se buscaba construir un pensamiento teológico propio, en diálogo con las problemáticas de su tiempo.

Acusaciones y rupturas

Luego de 1968, el siguiente fue un tiempo particularmente complejo, marcado por la crisis económica, la tensión social y el fantasma de la Guerra Fría. Al interior de las comunidades valdenses, muchos vínculos se fueron tensando, y lo que inicialmente había sido una rica experiencia de debate y contraste de ideas con el tiempo fue generando rispideces. En este punto, el calor de los 70 hizo brasa y la tensión política caldeó el ambiente.

Por un lado, Renacimiento y Mensajero comenzaron a convertirse en objeto de críticas y cuestionamientos por parte de sectores moderados o conservadores, que veían en estas publicaciones “ideas extrañas e inseguras”. En especial, había comenzado a surgir cierto rechazo hacia algunos autores a los que se identificaba como “de izquierda” o —más vagamente— como portadores de “ideas de afuera”. Quienes llegaban a explicitar su descontento con estas publicaciones solían identificar como responsables de ellas a jóvenes y a pastores, pero también comenzaba a insinuarse una suerte de desconfianza respecto de la reflexión que provenía del medio urbano, donde las reivindicaciones sindicales y estudiantiles y el diálogo ecuménico eran mucho más fluidos.

Así, en noviembre de 1968 la carta de una lectora publicada en Mensajero puede leerse como uno de los primeros signos de ese malestar, que se irá multiplicando en los siguientes años:

El Órgano Oficial de nuestra Iglesia había sido siempre un amigo que dos veces al mes nos visitaba trayéndonos mensajes que nos ayudaban en nuestro diario vivir [...]

Hoy sucede lo contrario; lo primero que vemos es, sí, un pasaje bíblico, pero a su costado, o debajo un artículo que queriéndolo hacer relacionado con el pasaje de al lado es bochornoso [...]

¿Qué es lo que pasa? ¿Es que nuestra Iglesia toda, que nuestros pastores han sido absorbidos por ideas extrañas e inseguras?...

¿Qué construyen los jóvenes de hoy para los desamparados? DESTRUCCIÓN - ODIO - VIOLENCIA - DISCONFORMIDAD. Comprendo que para los que viven en Montevideo y tienen que ver y oír tantas cosas, será muy difícil, pero para el cristiano nunca ha sido fácil, y menos cuando se quiere confiar en nuestras propias fuerzas, o dejarnos guiar por ideas de “afuera”.4

Para la autora de esta carta, algunos jóvenes y pastores eran un elemento rupturista, conflictivo. La carta se publicó pocas semanas después de un “correo de lectores” en el que un joven de Montevideo denunciaba los abusos policiales cometidos en las refriegas de agosto de 1968. Como médico de guardia en el Hospital de Clínicas, escribía sensibilizado por la gravedad de los heridos de bala y las secuelas que había dejado en un muchacho el estallido de una granada “disparada por la policía” durante el allanamiento de la Universidad de la República. Reclamaba en Mensajero que la iglesia se pronunciara al respecto:

¿No habrá llegado la hora aquí y ahora de que nuestra Iglesia haga oír su voz? ¿No será misión de la Iglesia toda la denuncia y la pública reprobación de este proceder indigno de las autoridades? ¿Qué esperamos? [...] El “orden social” se está rajando de arriba abajo. En vez de ver soluciones vemos cada vez mayor miseria. En vez de diálogo, garrote, balas y granadas contra los que piden justicia. Creo, señor director, que ya llegó la hora de que nuestra Iglesia Valdense se defina, que pase del silencio cómplice al testimonio, aún a costa del escándalo.5

Aunque no haya una referencia explícita, parece existir una relación entre ambas cartas. En una, un médico joven de Montevideo exige a su iglesia un posicionamiento en contra de los abusos policiales. En la siguiente, una señora escribe para reprender a los jóvenes por promover el odio y la violencia, refiriéndose vagamente a “los que viven en Montevideo” y presencian situaciones complejas.

En Mensajero, el espacio dedicado al correo de los lectores es una veta inagotable que nos permite acercarnos a elementos más informales y espontáneos, en los que se expresaba la visión de otros actores. Entre valdenses, la “horizontalización” de las jerarquías hacía posible que una persona sin formación académica pudiese responder una columna de opinión escrita por un pastor, o que una madre de familia reaccionara con decisión a la opinión de un médico. De cierta forma, el sentido de igualdad permitía un diálogo más rico, pero también más efervescente.

En Mensajero, las cartas de los lectores eran frecuentemente respondidas por el director o retomadas por otro lector, y uno podría seguir el hilo de la conversación por meses. En algunos casos, esas conversaciones se convirtieron en debates encendidos. Un ejemplo de ello puede verse en un correo que llevaba la siguiente introducción:

Señor Director de Mensajero Valdense.
De mi estima mayor:
Bueno en principio quiero comunicarle que leo siempre Mensajero Valdense. Que a mi juicio debería llamarse así: Mensajero Socialista Valdense.
6

Este es el punto en el que se sobrepasa el tono preocupado de otras cartas y se inicia un alud de acusaciones que continuará por varios años. En esa carta, el autor critica a Mensajero “por la inclinación socialista de sus directores y redactores”, que escriben artículos “en defensa del anarquismo, que así lo llamo yo al Socialismo-Comunista”.

Ahora bien, ¿qué fue lo que llevó a este alejamiento, a este cambio discursivo por el cual el “otro” dejaba de ser un compañero de reflexión y se convertía en oponente sobre el que podían depositarse acusaciones propias de la retórica de la Guerra Fría? Según Mario —oriundo de la localidad Colonia Cosmopolita, entonces médico en Montevideo—, quienes en los años 60 dirigían Renacimiento lo hacían con pasión y una fuerte convicción, a veces algo intransigente:

[...] no teníamos mucha objetividad en nuestras opiniones, y la confrontación a través de Renacimiento y del Mensajero Valdense con el resto de la feligresía era muy violenta. Había artículos en Renacimiento y en Mensajero, de nuestra posición, que eran muy violentamente planteados y respondidos de la otra parte de la Iglesia Valdense muy conservadora, que nos daba a nosotros sin lástima.7

David, quien fuera pastor durante varios años en Colonia del Sacramento, también recuerda ese período como un tiempo complejo. Sobre el proceso de polarización vivido a fines de los 60, se acuerda de la postura de otros jóvenes, que reaccionaban contra la línea de los que entonces llevaban la redacción de Renacimiento:

[...] escribían duramente contra “los que predicaban la ideología”, y contra los que “escribían el marxismo”, y contra los que “mezclaban la política con la fe y la fe con la política”.8

Algo similar decía Mireille, oriunda de Colonia Valdense. Ella vivió este período entre Montevideo y Ginebra y se refería a Mensajero y Renacimiento como dos publicaciones “de una virulencia tal que a veces se hacía difícil reconocer allí a la gente que firmaba esos textos, muchos de ellos mis muy queridos amigos”.9

Esta dinámica, caldeada más adelante por un duro debate en relación con la Juventud Uruguaya de Pie, pondría en evidencia un deterioro en las relaciones, una pérdida en la profundidad de la discusión y un avanzado proceso de polarización. El análisis de este fenómeno registrado a la interna de la iglesia valdense permite ilustrar en pequeña escala la situación que vivía el país.

Uno de los aspectos que se destacan de este fenómeno es que, en muchos de estos enfrentamientos, quien se construía como oponente era una persona con la que se compartía una misma fe, o a veces incluso vínculos familiares e historias de vida. Lo sorprendente de esta época fue, precisamente, la manera en que el contexto social y político, afectado por la dinámica de la Guerra Fría y anticipando el advenimiento de los gobiernos dictatoriales, creaba fisuras al interior de muchas organizaciones que hasta entonces habían parecido sólidas.

Cuando, en 1973, el golpe de Estado trastornó la vida del país, la iglesia valdense se encontraba agotada por esta dinámica de rupturas, acusaciones y alejamientos. Renacimiento había modificado significativamente su línea editorial y Mensajero mantenía un perfil crítico, hasta que en 1974 la dictadura dispuso su clausura.

De esta época hay numerosos testimonios de exilios, “insilios” y prisiones. También hay testimonios de valdenses que comprendieron la gravedad del momento e intentaron iniciar un lento camino de reconciliación.

Juan Javier Pioli es docente de Historia formado en el Instituto de Profesores Artigas y licenciado en Teología en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos de Buenos Aires, con una tesis de grado en el Departamento de Historia de la Iglesia.


  1. Entrevista realizada el 21/5/2014, en el marco de la investigación “Los bichos políticos: debates, rupturas y reconciliaciones en la Iglesia Valdense en Uruguay frente al avance del Estado autoritario. 1967-1974” (tesis de licenciatura del autor, Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos, 2014). 

  2. Entrevista realizada el 9/4/2014. 

  3. “Jóvenes preocupados”, Mensajero Valdense 1.148, del 12/10/1967, p. 2. 

  4. Carta de Flory Benech datada en Lascano, 1/10/1968. Publicada en la sección “Escriben los lectores”, en Mensajero Valdense 1.172, del 15/11/1968, p. 3. 

  5. Carta de Fernando Dalmas datada en Montevideo, 10/8/1968. Publicada en la sección “Escriben los lectores”, en Mensajero Valdense 1.168, del 30/8/1968, p. 4. 

  6. Carta firmada por Willy Janavel datada en Cardona, 21/8/1968. Publicada en Mensajero Valdense 1.169, del 16/9/1968, pp. 1 y 4. 

  7. Entrevista realizada el 4/4/2014. 

  8. Entrevista realizada el 10/5/2014. 

  9. Entrevista realizada el 29/2/2012.