La mirada de concentración. La gota de sudor en la frente. La respiración profunda y centrada para controlar los nervios. La sensación de estar ante un momento único, del que depende el mismísimo destino de este país. Así estamos nosotros; supongo que el Loco Abreu estará pasando un momento intenso también.

Tal vez cuando pasen años, cuando ya nos haya tocado vivir nuestra propia cuota de momentos de cuya resolución penda la continuación de cualquier historia, nos preguntaremos qué pasaría por su cabeza en esos instantes. Se le harían eternos, quizás, como a nosotros. Se estaría comiendo las uñas mientras veía a sus compañeros patear penal tras penal, casi todos con éxito, mientras se acerca su turno. Le tendrá miedo al fracaso… o quizás más miedo al éxito. Estará contando, como nosotros, con la casi inequívoca señal del destino que adjuntó a la selección uruguaya con algo que suena como gana.

Por algo está pidiendo para cambiar de lugar, por algo quiere patear al final. Algo está tramando. Eso pensamos todos. Eso se respira desde las imágenes que vemos en la pantalla plana que compramos con un plan especial de esos que te devuelven la plata de las cuotas si Uruguay pasa a semifinales. Nos tenemos fe; no teníamos un mango, pero nos metimos igual porque la tele nos va a salir gratis. Es obvio.

No sabemos dónde se generó el rumor, pero algún viento sudafricano lo trae por HD: el Loco la va a picar. No entendemos nada. Nos miramos entre nosotros sin sacar los ojos de la pantalla. ¿Cómo que la va a picar? No puede ser cierto. A todos nos gustan las historias de hazañas futbolísticas increíbles en las que ganan la viveza criolla, la garra charrúa o alguna excéntrica mezcla de ambas, pero estos son cuartos de final del Mundial. Asunto serio. Nada de locuras, Loco, que después hay que pagar las cuotas de la tele.

El silencio solemne choca contra la tensión expectante del ambiente. Mi cabeza empieza a moverse sola, haciendo gestos de negación lentos y con los ojos bien abiertos. Creo que estoy parada y con la mano derecha solemnemente ubicada sobre el corazón, porque esto tiene más rango de himno que el himno mismo. Esos quince segundos son como tres millones.

Y el Loco no la pica.

El Loco ejecuta un penal de un rigor técnico y una belleza envidiables, con una prolijidad y precisión de esas que pocas veces se logran. Una obra de arte que sin dudas será después analizada desde todos sus ángulos por aficionados del mundo entero por la destreza que implica. Un despliegue de habilidad que jóvenes en entrenamiento tendrán en mente en cada práctica de pateo al arco, un video que habrán visto y estudiado cientos de veces. El tiempo se detiene mientras el arquero ghanés se arroja hacia el ángulo para evitar, casi sin más que el aire que rodea sus dedos, que la pelota ingrese. Un penal magistral. También una buena performance del arquero contrario, pero con un poco de suerte, digamos todo.

Nosotros largamos la respiración que tenemos guardada, entre aliviados de que no se hubiese concretado el rumor y dudosos de qué habría pasado si así hubiera sido. Una vergüenza nacional, pienso. Una atajada fácil, de baby fútbol, y nuestra imagen corrompida ante millones de espectadores. Un papelón mundial incompatible con un equipo de cuatro estrellas en la camiseta. En su lugar, tenemos esa maravillosa muestra deportiva que guardaremos en el recuerdo para siempre, de la que nos enorgulleceremos ante cualquier enemigo deportivo que se nos presente, que hará que repitamos durante años: “Pah, ¿te acordás del penalazo aquel del Loco? Una obra maestra”. Se hablará de esto hasta el día que decida retirarse del deporte, que suponemos que será dentro de un par de años, no más. Acaso sea este el momento cúlmine que lo deje ir dándole cierre a su carrera y salir bien arriba.

Me traigo de nuevo hacia el momento. Hay que ver ahora qué pasa. Hay que seguir con los dedos cruzados esperando que no nos iguale Ghana, porque si Uruguay no gana, encima de todo, tenemos que pagar la tele.