Álvaro Apagón Albino cierra los ojos y agradece. El Congo, mítica banda del reggae uruguayo, toca los primeros compases de “Te buscaré” y el público ya es una enorme masa homogénea que salta y canta la melodía de la introducción. Es inevitable despegarse del suelo: la alegría se cuela en todos los rincones de forma instantánea. La banda es una máquina de ritmo de engranajes precisos que lo hace vibrar todo. Y de repente la música, la emoción, el éxtasis se personifican: Apagón entra al escenario.
—El reggae tiene mucho de teatralizar, tanto la letra como la música. Y eso viene del africano, el africano canta todo: la tristeza, el dolor, la alegría. Ellos encarnan la música en su vida —dice Apagón al recordar ahora estos momentos.
Álvaro Albino venía del mundo del break-dance y supo integrar el dominio de su cuerpo a los juegos de su voz para lograr una figura escénica inolvidable. La primera vez que escuchó a Bob Marley fue en una AM. “Could you be loved” sonaba en la radio Independencia y la cadencia bailable en seguida lo atrapó. Y cuando pidió que le tradujeran la letra, todo cambió. De ahí en más el mensaje de las canciones de Marley transformó su vida:
—Él supo unir la música con su filosofía de vida y propagó su manera de ver el mundo a la manera rastafari. Eso en mí caló muy hondo en relación con las respuestas internas que yo necesitaba en la búsqueda de mis raíces y espiritualmente en el amor universal. En un país donde no hay mucha información de lo que es el panafricanismo y el rastafari, las canciones son una forma de conectarse con estas raíces. Para mí ser negro significa ser orgulloso de mi identidad y mirar adelante. El racismo es una realidad: hay mucha gente que sufrió por reivindicarse en contra del racismo y esta rebeldía es parte de mostrar lo que estaba escondido. Me interesó ese mensaje, esas letras para su público negro, ese mensaje de unidad.
Albino encontró en las canciones de Bob Marley un camino hacia el autoconocimiento. Junto con El Congo, llevó ese proceso de reconocimiento al plano de la música uruguaya, fusionando el reggae con el candombe. La banda incluyó los tambores montevideanos en la cadencia jamaiquina, de la misma manera que la música jamaicana lleva consigo los tambores ceremoniales del rastafarismo.
“El reggae es un lamento”, recuerda Pedro Alemany, guitarrista de El Congo. Estaba en la plaza Simón Bolívar de Shangrilá y era casi un niño cuando escuchó esta definición por primera vez. Eran los inicios de la década de 1990, aprendía guitarra con el cantautor Gustavo el Príncipe Pena y de regreso a su casa muchas veces se detenía en ese punto del barrio donde siempre había un grupo de curiosos atentos al equipo de música de Jorge el Negro, que pasaba casete tras casete de reggae y generaba fascinación con sus sentencias. “El reggae es un lamento”, repetía.
Pedro Alemany nació en el exilio, en 1982. Su familia se había instalado en Francia luego de migrar forzadamente por la persecución política de la dictadura uruguaya. Era un momento de ebullición política y cultural. En la casa de los Alemany la radio francesa pasaba la música del mítico jamaicano que había muerto hacía unos meses: “Cuentan mis viejos que yo lloraba con Marley, eso siempre fue así. No es ahora o de después que empecé a hacer reggae. Siempre decían eso, que ponían Marley y yo lloraba. Era algo que llamaba la atención”, cuenta. Tal vez a los pocos meses ya intuía que Bob Marley también estaba cantando su historia.
La elasticidad del reggae acompañó de forma natural la carrera artística de Alemany. El niño que sacó sus primeros acordes escuchando “Legalize it”, de Peter Tosh, se transformó en un músico virtuoso y disciplinado que hizo un camino que lo llevó al jazz académico del Berklee College of Music de Buenos Aires, a la producción de hip-hop y de reguetón en estudios de Nueva Jersey y Miami, a giras europeas como guitarrista de La Abuela Coca y a ser parte de la banda y la producción del candombe beat, el folk y el rock de Alberto Wolf y Los Terapeutas. Hablar con Alemany es como abrir una verdadera enciclopedia de la música que gira en torno al reggae.
“Está la música del mundo en el reggae”, agrega Álvaro Apagón Albino. Esta acumulación de significados que une a estos dos músicos en el reggae se repite para millones de personas en todos los continentes. ¿Qué es lo que hace al reggae tan especial? ¿Cuál es el origen de este fenómeno musical que parece unir más cosas que las que podemos escuchar en la superficie de su ritmo?
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Las raíces del reggae
Buscando las primeras formas musicales que guardan algún tipo de relación con la posterior aparición del reggae podemos remontarnos hasta principios del siglo XVIII. Jamaica era una colonia inglesa que exportaba azúcar con base en mano de obra esclava proveniente de todo el continente africano. La historiografía y la tradición oral jamaicana relatan la historia de los maroons (su nombre está conectado con la palabra española “cimarrón”), un grupo de esclavos que se liberaron de la opresión colonial y se refugiaron en las montañas de la isla formando naciones independientes. Estas comunidades lograron perseverar hasta la abolición de la esclavitud, en 1834, y en ellas sobrevivió y se fue transformando parte de la tradición musical africana. Los toques de los instrumentos tradicionales de llamada de los maroons, el abeng (cuerno) y el akete (tambor), aún pueden escucharse en los tambores nyahbinghi de la liturgia rastafari.
La música nyahbinghi es una mezcla del burru, uno de los estilos rítmicos ashanti, proveniente de la región donde actualmente se encuentra Ghana, y los ritmos de los ritos kuminas, traídos a la isla por personas provenientes de la región de la cuenca del río Congo. El ritmo del nyahbinghi se interpreta con tres tambores: el bombo del nyahbinghi, también llamado “tambor trueno” o “latido del corazón” (un bombo de doble lonja que se toca con una gran maza de punta suave), el funde (tambor mediano), que representa las pulsaciones animadas del corazón, y el akete o peta, que puede llevar un pulso constante y también improvisar sobre los otros dos (el tambor más grave también suele improvisar en determinados momentos).
Los tambores nyahbinghi y su ritmo se pueden escuchar claramente en la canción “Rastaman Chant”, del álbum Burnin’ de The Wailers, grabado en 1973. La canción es en realidad un canto nyahbinghi, es decir, una recitación de los salmos o una variación de himnos cristianos, que en este caso fue arreglado por Bob Marley de forma tradicional. Otras canciones inspiradas en los cantos nyahbinghi, aunque no así en sus ritmos, son “Get up, Stand Up”, también del álbum Burnin’, escrita por Marley y Peter Tosh, y la archifamosa canción “Rivers of Babylon”, musicalizada por The Melodians, banda de rocksteady jamaicano, y arreglada en 1978 por Boney M, un grupo de música disco integrado por antillanos asentados en Alemania Oriental.
El calypso y el mento
“El calypso fue, obviamente, lo primero”, contestó Bob Marley cuando le preguntaron en una entrevista sobre el origen del reggae. Ese género musical había surgido a principios del siglo XIX en las islas de Trinidad y Tobago para luego expandirse por el resto de las Antillas. Gros Jean y Congo Barra fueron cantantes de la primera generación de calypso, conocidos como chantuelles. Empezaron imitando la música que se escuchaba en los bailes de máscaras de los amos franceses en las plantaciones de la isla, también sometida por el sistema esclavista. Los dueños de las plantaciones, al descubrir que las letras en patois (mezcla de africano y francés) se burlaban de ellos y reclamaban por mejores condiciones de vida, encarcelaron a estos primeros cantantes, pero no pudieron evitar que el calypso se transformara en el estilo musical más difundido y tocado en las Antillas hasta entrado el siglo XX.
La jamaiquina Louise Bennett-Coverley fue una de las grandes figuras intelectuales y difusoras de la cultura musical de la isla en el siglo XX. Miss Lou, como era conocida, definió el mento como la acción de agregarle letras sobre actualidad a las canciones folclóricas tradicionales de Jamaica. Esta música estaba acompañada por un movimiento de baile llamado yanga, que luego se podría observar en el movimiento de rodillas del baile del reggae.
La fama internacional del calypso llegó cuando el cantante Harry Belafonte, nacido en Estados Unidos y criado en Jamaica, grabó en 1957 (entonces Marley tenía 12 años) “Day-O (The Banana Boat Song)”, un mento basado en una canción de trabajo tradicional del auge de la exportación bananera de la isla, de finales del siglo XIX. Belafonte fue promocionado como el “rey del calypso”, lo que agregó más confusión sobre los límites de los géneros. Cedella Booker, escritora, cantante y madre de Bob Marley, llegó a grabar esta canción en su disco Smilin' Island of Song, en 1992.
Rhythm and blues, el triunfo del contratiempo
Hacia el final de la década de 1940, el furor de las big bands en Estados Unidos estaba cayendo y surgía una nueva forma de organizar las bandas de música en vivo con menos personas en el escenario gracias a la aparición de la guitarra y el bajo eléctricos. Estas formaciones, con menos vientos y los instrumentos de cuerda enchufados, permitieron a los bateristas tocar más fuerte y explorar nuevos ritmos. “Good Rockin' Tonight”, de Roy Brown, es considerada la primera grabación de este nuevo género que se estaba gestando. Pero es la versión de “Good Rockin' Tonight” de Wynonie Harris la que cambia la historia. Harris le agregó a la canción de Brown las palmas en contratiempo tradicionales de la música góspel y el baterista siguió este juego con el redoblante. Este arreglo transformó para siempre la música. La canción fue furor. Escuchar las dos versiones seguidas muestra claramente lo revolucionario del detalle.
Ese cambio será determinante en la creación del one-drop, que es la forma de tocar la batería en el reggae, acentuando también el contratiempo con el redoblante y el bombo. La creación de este estilo está disputada entre varios de los bateristas jamaicanos, incluido Carlton Barrett, baterista de Bob Marley and The Wailers.
La infancia y la adolescencia de Marley coincidieron con la llegada a la isla de esta nueva ola del rhythm and blues en la década de 1950. Jamaica, que se volvería una nación independiente en el año 1963, estaba empobrecida tras décadas del sistema colonial impuesto por el Imperio británico. Es en este escenario que en los barrios de Kingston, su capital, aparece una nueva y pujante industria comercial: los soundsystems. El fenómeno consistía básicamente en camionetas con potentes parlantes, tocadiscos y un selector o DJ que pasaba la música haciendo bailes callejeros en toda la ciudad.
Los soundsystems empezaron pasando la nueva música de moda que llegaba desde las emisoras estadounidense. El rhythm and blues, con su novedosa potencia, sonaba en todos los bailes jamaicanos. El rápido crecimiento de los soundsystems hizo que los DJ devinieran productores discográficos al darse cuenta de que era mucho mejor para el negocio grabar versiones propias de la música norteamericana en vez de tener que estar viajando continuamente a proveerse de discos nuevos. Fue así que Stanley Motta abrió el primer estudio de grabación y discográfica de Jamaica en 1951.
Para hacer estas versiones en primera instancia contrataron músicos de jazz de los cruceros que llegaban continuamente cargados de turistas a la isla. Posteriormente los músicos de los cruceros fueron sustituidos por una nueva generación de músicos jamaicanos.
El Alpha Institute era una escuela de monjas católicas que brindaba educación musical como parte de una misión en un barrio de Kingston. Fueron cuatro alumnos entrenados en esta escuela quienes empezaron a grabar rhythm and blues para los soundsystems y darían un paso más en el desarrollo de la música jamaiquina al transformar la música norteamericana en algo nuevo. Tommy McCook, Johnny Dizzy Moore, Lester Sterling y Don Drummond crearían The Skatalites.
El ska y los chicos malos
Ya siendo una estrella mundial, Bob Marley menciona a Antoine Fats Domino como una de sus influencias. La llevada del piano estilo boogie-woogie como la que aparece en su primer éxito, “The Fat Man”, de 1957, es mostrada por el ícono del reggae como ejemplo para describir el paso del rhythm and blues al ska. El pulso continuo del piano en la mano izquierda de Domino es acompañado por una sucesión de arpegios bluseros al doble de tiempo en la mano derecha.
Cuando el pianista Theophilus Beckford grabó su versión del boogie-woogie al estilo jamaiquino, cambió los juegos rápidos de la mano derecha por acordes simples, enlenteciendo y atresillando el tiempo. Así, le dio al mundo la primera grabación de lo que luego sería llamado ska con su “Easy Snapping”, grabado en 1956 y lanzado en 1959.
El ska se presenta como un ritmo bailable novedoso que llega para quedarse y copa los soundsystems en el comienzo de la década de 1960. Los sesionistas del Studio One serían los que marcarían el estilo. El ska mantiene el tiempo caminante y constante del contrabajo con arreglos jazzísticos de vientos, acompañados por la batería del rhythm and blues y la llevada de la guitarra y el piano marcando aún más el estilo que había intuido Beckford unos años antes.
Este primer auge del estilo musical coincide con la independencia de Jamaica, oficialmente declarada el 6 de agosto de 1962. En el transcurso de esta década, el ska se transforma en un símbolo de la libertad de la nueva república, que lentamente se va sumiendo en la pobreza. Paradójicamente, la situación económica adversa contribuiría a la difusión internacional del ska: el estilo se vuelve popular entre la clase obrera inglesa con la migración de jamaiquinos que llegaban a Reino Unido en busca de una mejor vida.
Es en este contexto que, en 1967, un grupo de jóvenes de Trenchtown, barrio periférico de Kingston que ya empezaba a ser reconocido como un semillero de artistas, entra en el Studio One a grabar en una sesión con los famosos Skatalites. Las caras visibles de The Wailers eran Bunny Wailer, Peter Tosh y Bob Marley, y llevaban elegantes trajes que en aquella época se identificaban con un movimiento llamado rude-boys o chicos malos. Su primera grabación fue el tema “Simmer Down”, que tiene una letra que se dirige justamente a ese grupo de pandillas urbanas que creaban conflictos en los bailes de los soundsystems. Bob Marley empezaba su carrera pidiendo la paz. La canción fue un hit absoluto.
Rocksteady, reggae, revolución
Clement Seymour Sir Coxsone Dodd era un productor musical fuera de serie. Siendo el dueño y el productor musical oficial de Studio One, salía continuamente por los soundsystems de la capital jamaiquina a observar a las personas bailando y las canciones que iban estrenando. No hacía caso a las críticas hechas de palabras, simplemente atendía el movimiento de los cuerpos en el baile para volver al estudio y corregir las grabaciones.
Fue en estas salidas nocturnas que se dio cuenta de que había que crear un ritmo más lento que el ska y con líneas de bajo más pegadizas. Fue así que surgió el rocksteady. Sus grabaciones con el cantante Alton Ellis, considerado el padrino del género, son icónicas. La canción de Ellis “Breaking Up Is So Hard to Do”, de 1974, es un buen ejemplo de lo que quería Coxsone con el rocksteady. En este estilo musical se empieza a incluir el órgano como una parte clave del ritmo, con un estilo llamado bubble-organ, que curiosamente guarda similitudes con los ritmos formantes del antiguo mento.
La producción musical durante la segunda mitad del siglo XX en Jamaica es tan influyente y vasta que es difícil seguir una línea temporal en sus transformaciones. Al mismo tiempo que se gestaba el reggae dentro del rocksteady, los productores habían tenido la genial idea de incluir pistas sin la voz en las caras B de los discos simples para que la gente pudiese cantar con ellos, lo cual obviamente dio paso a improvisaciones y transformaciones que terminarían en la música dancehall de los 80, con su máximo exponente en otro alumno de la escuela de música Alpha Institute: Christian Winston Foster, más conocido como Yellowman. Este género sería la semilla del rap en Estados Unidos y del reguetón en Centroamérica.
En 1970 The Wailers entraron a grabar su primer disco de estudio completo, Soul Rebels, con el productor Lee Perry, y dos piezas clave se integraron a la banda: los hermanos Aston y Carlton Barrett, en bajo y batería, respectivamente. El tempo se volvió más lento, el bajo ganó cuerpo en el sonido y el contratiempo de la guitarra, el piano y los teclados se volvió aún más acentuado y abrupto. El reggae había nacido, esa cadencia que unos años después sería grabada con una claridad abrumadora en la canción “Natural Mystic” del álbum Exodus, de 1977.
Fue en 1973 cuando Marley viajó junto con The Wailers a Londres. Tocó la puerta en Island Records y grabaron su primer disco de proyección internacional, Catch a Fire.
En los siguientes años hasta la muerte de Marley los éxitos mundiales se sucedieron y la prédica rastafari fue ganando terreno en la lírica de las canciones. Robert Nesta Marley se transformaría en una de las voces icónicas del siglo XX. El reggae adquiriría tantos significados como personas estuvieron involucradas en su formación. Su cadencia aún se sigue cargando de historias.
El rastafarismo: mística y revolución
El movimiento rastafari surgió a finales de la década de 1920 y comienzos de la siguiente en la zona del Caribe: Panamá, Costa Rica y los barrios marginales de Kingston, Jamaica. En un contexto en que la reivindicación anticolonialista y antirracista comenzaba a cobrar fuerza desde la búsqueda de las raíces africanas, el movimiento rastafari y el reggae canalizaron las luchas que marcaron la vida de Bob Marley.
El rastafari es un movimiento político-religioso de tipo mesiánico, que se desarrolla como contracultural en Jamaica, cercano a una filosofía de vida, que traspasa las fronteras clásicas entre lo religioso, lo cultural, lo político y lo musical y no se reduce a un conjunto de dogmas o creencias específicas.
Para entender el movimiento rastafari tenemos que comprender dos historias paralelas: lo que sucedió en África y en América durante el siglo XX. En Jamaica, el movimiento recibió la influencia del panafricanismo (la hermandad y unidad de todas las naciones africanas y los africanos en la diáspora), la lucha contra el racismo, el hinduismo, además de tradiciones judeocristianas y de raíz africana.
Para el rastafari es clave el etiopianismo, que es un movimiento religioso que comienza a reivindicar a Etiopía como lugar de todos los africanos (semejante a Sion para los judíos). Para los rastas, la tierra prometida es Etiopía, el hogar o la casa a la que hay que regresar. Esta idea comenzó a ser reivindicada y difundida en la zona de habla inglesa por las iglesias protestantes afrocentradas, forjando una lectura teológica negra y anticolonial.
El uso de los dreadlocks o rastas en el pelo es una práctica que, según el relato de los rastas, viene de los primeros cristianos. Lo que sí es novedoso del rasta es el uso sacramental del ganja, palabra de origen hindú para “marihuana”, que habría brotado de la tumba de Salomón, aunque no todos los rastas utilizan ganja ni llevan dreadlocks. Otras costumbres son dejarse crecer el cabello y las uñas, evitar el consumo de carne y alcohol, prácticas de la alimentación y la higiene que provienen del libro de Levítico, que refleja algunas tradiciones judías.
En 1914, Marcus Garvey fundó la Asociación Universal para la Mejora del Hombre Negro, uno de los movimientos políticos afros más importantes de la época. Garvey, un predicador jamaiquino protestante, periodista, empresario y político, tuvo un papel clave en el movimiento, lo que le valió ser conocido como “el apóstol negro”. Planteaba en su constante prédica el deseo de volver a África, desde la popular frase “África para los africanos”. Garvey es considerado por algunos rastas un nuevo Moisés, e incluso los seguidores del movimiento rasta le adjudicaron una profecía, pronunciada en 1928: “Mirad a África; un rey negro será coronado”, basada en el salmo 68 de la Biblia. Por eso en 1930, cuando es coronado Haile Selassie en Etiopía, los rastas de Jamaica ven el cumplimiento de su predicción que culminaría con su vuelta a “mamá África”, la tierra prometida.
Selassie, de acuerdo a esta tradición, desciende del linaje del rey Salomón, por medio de la reina de Saba. El carácter mesiánico del monarca africano generó mucha controversia. A partir de 1970, Etiopía atravesó grandes problemas sociales y hambrunas durante su reinado. Al mismo tiempo, estableció vínculos internacionales y apoyó a líderes anticolonialistas. En 1974, el monarca fue derrocado por las clases medias universitarias y movimientos armados de izquierda apoyados por la Unión Soviética.
Sobre Etiopía pesa la visión mítica de ser el único lugar que no pudo ser colonizado por el hombre blanco. El movimiento rasta tomará los colores de su bandera: verde, amarillo y rojo, junto al león coronado y una cruz, que conforman su simbología central. El movimiento rasta interpreta que Tafari Makonnen, coronado rey-emperador como Haile Selassie I, es el “Ras Tafari”, es decir, la “Cabeza Creadora” o el “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros”.
Para todos los rastas, Haile Selassie es clave, pero los niveles de sacralización de su figura varían de acuerdo a las diversas tendencias internas del movimiento. Para Bob Marley, al menos durante la década de 1960, Selassie era el rey de la casa de David, autorizado para gobernar sobre la Tierra, pero Cristo seguía siendo la encarnación de Dios en la Tierra.
Etíopes ortodoxos
Robert Nesta Marley tomó el nombre de Berhane Selassie, que significa “la luz de trinidad”, como su nombre de bautismo etíope. Desde un punto de vista histórico Haile Selassie fue el último emperador de Etiopía, mantuvo un régimen absolutista y atravesó la invasión de la Italia de Benito Mussolini, que lo expulsó del país durante la Segunda Guerra Mundial. De vuelta en Etiopía, entre otros hechos relevantes, Selassie recibió en los años 60 a un grupo de líderes rastafaris como agradecimiento por el apoyo que le habían otorgado durante la guerra mundial y en 1966 viajó a Jamaica para establecer la Iglesia Ortodoxa.
Etiopía es un país de religión cristiana ortodoxa mayoritariamente. Con aproximadamente 250 millones de fieles en todo el mundo, los ortodoxos tienen patriarcas como líderes centralizados de sus iglesias. La tradición de la Iglesia Ortodoxa Etíope es la más antigua del cristianismo en África y no debe confundirse con el movimiento rastafari, aunque se conecten en la tradición, el etiopianismo y la figura del propio Selassie. En esta iglesia es en la que Bob se bautizará pocos meses antes de morir, el 4 de noviembre de 1980.
La Iglesia Ortodoxa guarda sus formas litúrgicas desde el siglo IV. Su canon bíblico está conformado por 88 libros, algunos más que los 66 que comparten con católicos y protestantes, y aparte tienen como fuente de tradición el llamado Kebra Nagast (La gloria de los reyes), que explica el establecimiento del trono de David en Etiopía. Asimismo, esta tradición religiosa cuenta con su propio idioma litúrgico, el amhárico, y lugares sagrados, como Lalibela, considerada la Jerusalén de África, construida en el siglo XII y declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco por sus maravillosas 11 iglesias subterráneas talladas en piedra y conectadas por túneles.
El día de San Baltasar
En Uruguay existe la Iglesia Tewahedo desde hace unos nueve años. Denominada Sociedad para el Desarrollo Rastafari Etíope en Uruguay, está conectada con la Iglesia Ortodoxa Etíope a través del sínodo para las Américas que está ubicado en Trinidad y Tobago. Su referente principal, Osvaldo González, es conocido dentro de los hermanos rastafaris como Mane Congo.
—Nos nucleamos con la visión rastafari desde 2007, y en la Casa de la Cultura Afrouruguaya desde 2013 nos juntamos a reflexionar y damos talleres semanales llamados “Ras'Täfäri, Etiopía y etiopianismo” —dice.
Desde el punto de vista religioso, Mane Congo afirma que en la comunidad se observan todos los ayunos de la iglesia ortodoxa etíope. Tienen grupos de oración y comparten una lectura diaria. Los domingos también se reúnen con tambores nyahbinghi y usan las letras de las canciones de la iglesia etíope. Algo que distingue a esta comunidad de otros grupos cristianos es su relectura de la Biblia desde una teología de la liberación negra.
Mane Congo llegó a este camino a través de Bob Marley:
—Me atrajo espiritualmente la traducción de sus canciones. De repente me di cuenta de que estaba cantando partes de la Biblia y el movimiento rastafari como forma de aplicarla, y fue así que llegué a conocer el mensaje de iluminación espiritual.
La tradición etíope se vincula con la cultura afrouruguaya y el cristianismo de diversas maneras. Un relato central es la fecha de la Navidad etíope, que es el 6 de enero. Para Mane Congo, no es casualidad:
—Es el mismo día de san Baltasar, que hace referencia al rey Bazán, uno de los tres reyes magos, que vino de Etiopía a ver a Jesús. Esto nos conecta con la comunidad afrouruguaya directamente.
Paz para un mundo en guerra
En las décadas de 1960 y 1970 hubo una fuerte confrontación política en Jamaica. Las candidaturas democráticas que se mostraban más favorables a las reivindicaciones de los desfavorecidos vieron en el reggae una herramienta política, en tanto música de los ciudadanos pobres. En continuo sincretismo con la narrativa religiosa estándar, los rastas creen que Babilonia es el sistema de los blancos, que confunde y quiere controlar a todos, y que Jah (abreviatura poética de Jehová), a través de su profeta Haile Selassie, liberará a la gente de ascendencia africana. Así lo canta Bob Marley en “Exodus”, de 1997: es “el éxodo del movimiento de la gente de Jah”, que va a abandonar la esclavitud de Babilonia para retornar a la tierra prometida, llena de emancipación y justicia divina, la nueva Sion, en África.
En esa Jamaica atravesada por la polarización política, la corrupción, la violencia cotidiana y la desigualdad, las letras de las músicas de Bob Marley contenían continuas referencias a su marco filosófico, político y religioso, no son inocentes en relación a sus compromisos y opciones vinculadas a valores del movimiento rastafari, y por ello se volvió su principal difusor. El músico, cada vez más chamán y político, enviaba un mensaje comprometido socialmente, al mismo tiempo que trataba de desarrollar su carrera musical desde un lugar neutral en términos partidarios. Creía firmemente que el mensaje rasta predicado a través de su música podía generar la redención del mundo a nivel espiritual, social y político.
El contexto geopolítico de la Guerra Fría atravesaba las disputas en África y Latinoamérica. Jamaica no era ajena a esta realidad, y estaba dividida en dos bandos. Por un lado, estaba el Partido Nacional del Pueblo, del primer ministro Michael Manley, que asumió en 1972 con la consigna “El poder de la gente” y el mensaje de que era tiempo de dejar atrás siglos de colonialismo y esclavismo británicos. Por otro lado estaba el líder opositor conservador Edward Seaga, del Partido Laborista, que acusaba a Marley de agente comunista. De hecho, ambos bandos se acusaban mutuamente de trabajar para la Unión Soviética o Estados Unidos. Hacia mediados de la década empezaron a sucederse los conflictos armados entre ambas facciones. Entonces, Bob cantaba “los rastas no trabajan para la CIA” y millones de niños y jóvenes aprendían a cantar estas letras que, aunque fuesen entonadas como mantras pacifistas, podían ser interpretadas como armas revolucionarias.
Los Wailers (“los que gimen”) se convirtieron en el grupo de apóstoles que acompañó, en un contexto de guerra civil, la prédica pacifista y a favor de los derechos de la gente excluida. La guitarra y la voz de Marley no eran inocuas, por lo que su capacidad de movilización social era deseada por los líderes políticos en disputa. Su casa en la calle Hope número 56 era un lugar no sólo para jugar al fútbol —deporte que amaba—, sino un punto neutral donde líderes rivales se podían encontrar sin violencia.
La vida de Bob Marley está atravesada por el conflicto racial. En el documental ReMastered: Who Shot the Sheriff?, de 2018, dice: “Mi padre es blanco y mi madre es negra, yo no me inclino hacia ninguno de los dos lados, me inclino hacia el lado de Dios”. A la violencia racial y política Bob respondió con la canción “War” (1976), realizada con base en el discurso que Haile Selassie pronunció en 1968 en la ONU. Allí canta que el color de la piel no tiene importancia, con un mensaje repetitivo y fácil de asimilar que se convierte en himnos de agitación social.
Survival, el noveno álbum de Bob Marley, apareció en 1979. Tiene varias canciones de protesta —entre ellas, la gran “So Much Trouble In The World” (“Tantos problemas en el mundo”)— y el disco está dedicado a la causa panafricanista, como indica la portada, que contiene las banderas de las naciones africanas independientes. En este disco de mantras revolucionarios hay un tema dedicado a la liberación de la antigua colonia británica Rodesia, actual Zimbabue.
El 5 de diciembre de 1976, Bob Marley había propuesto realizar un concierto de Navidad como regalo para el pueblo jamaiquino. El primer ministro Manley, debilitado en ese caos, decidió celebrar elecciones el día siguiente, buscando capitalizar el mensaje de Marley. Dos días antes del concierto, Bob, su esposa y otros integrantes recibieron un disparo en su casa. No se sabe quién apretó el gatillo, pero crecieron las especulaciones sobre si fue la CIA o los partidarios de Seaga. 48 horas después del tiroteo, a pesar del pesado ambiente que oprimía a Kingston, Bob decidió cantar durante una hora y media frente a más de 80.000 personas. Al día siguiente, partió en un exilio autoimpuesto a Londres. Desde allí su mensaje tendrá una plataforma internacional que dispersará su palabra por el mundo.
En Jamaica la violencia siguió escalando. En 1977, dos de los principales líderes de las pandillas urbanas fueron puestos en prisión, donde acordaron una tregua y fueron en busca de Bob Marley para que bendijera la reconciliación. En abril de 1978, Marley volvió a Jamaica para el One Love Peace Concert, y consiguió que el primer ministro Michael Manley y el líder de la oposición Edward Seaga se diesen la mano en el escenario. En medio del humo y la multitud, Bob puso su cuerpo para levantar los brazos de los adversarios y realizar un gesto de bendición, cual gran chamán político y religioso que buscaba detener el baño de sangre en su país. Fue entonces invitado para ir a la sede de la ONU, en Nueva York, para recibir la Medalla de la Paz.
En 1977 le habían diagnosticado un cáncer y evitó el tratamiento y las intervenciones quirúrgicas por sus creencias rastafaris. En sus canciones es frecuente encontrar referencias bíblicas o símbolos religiosos, pero al llegar hacia el final de su vida se volvió más explícitamente evangelizador.
En 1980 —en el contexto de su conversión cristiana etíope— cantaba “por siempre amaremos a Jah, sólo un tonto se apoya en su propia ignorancia”. Una de sus últimas frases fue “el dinero no puede comprar la vida” y durante su funeral en Jamaica, con honores de Estado, se combinaron ritos de la Iglesia Ortodoxa Etíope con elementos del movimiento rastafari. Su ataúd reflejaba sus grandes devociones: una guitarra Gibson roja, una Biblia rastafari, una pelota de fútbol, un anillo y una rama de ganja.