En este nuevo recorrido fuimos a conocer la flora de un lugar que conjuga distintos ecosistemas: la serranía del este. El viaje se empieza a sentir profundo desde el momento en que la ruta 39, que une San Carlos con Aiguá, muestra en sus dos márgenes ondulaciones continuas, que se tornan relieves más enérgicos y rocosos al acercarnos a nuestro destino, el paraje El León, ubicado en la sierra de Carapé. El atractivo del paisaje serrano es que conjuga una matriz de pradera con laderas de cerros cuyos bosques suelen conectarse con montes ribereños. Para vivenciar estos entornos visitamos el establecimiento Tao Sierras de Aiguá, ubicado a 15 kilómetros del pueblo que le da nombre.

La sierra de Carapé es una cordillera que recorre el departamento de Maldonado y parte de Rocha, y es uno de los ramales de la cuchilla Grande. Esta sierra, además, marca la frontera entre los departamentos de Maldonado y Lavalleja. Es comúnmente conocida por el cerro Catedral, que es el pico más alto de Uruguay, con 513 metros. Más cerca del poblado de Aiguá se encuentra la sierra del León, lugar que habitan Rosa González y Alejandro Civit desde hace unos 13 años.

Llegar a este lugar es mágico: las instalaciones están construidas con rocas y adobe, la vegetación es frondosa, las aves acompañan con su canto el andar y te recibe una pareja que irradia una energía que demuestra la posibilidad real de regenerar. Cuando Rosa y Alejandro compraron esta tierra, en 2008, las personas de la vecindad les contaron que la última vez que se había habitado fue por el año 1900. Cuando ellos llegaron no había camino, pero quedaban partes de construcciones de roca que pudieron aprovechar, como una sección de un salón grande que actualmente utilizan para realizar actividades grupales y alguna pared de la cocina y de la construcción que hoy es su casa. Además, está casi completo un corral de rocas que los moradores previos utilizaban para el manejo de animales.

Alejandro nos cuenta: “Al principio llegábamos en auto a la entrada de abajo con un balde de maíz para encontrar al caballo. Lo agarrábamos y lo llevábamos a un lugar donde teníamos las cosas y una rastra de madera con la que poníamos los bolsos y subíamos; hacíamos un campamento al lado de las taperas para empezar la construcción. Nos quedábamos hasta que se acabara la comida construyendo y luego bajábamos al pueblo, donde teníamos una casita alquilada. Y así íbamos y veníamos durante un año, hasta que cerramos el primer techo y nos vinimos a quedar acá”. Estuvieron viviendo un tiempo en lo que hoy es una cocina y luego fueron realizando otras construcciones. Al día de hoy incluso tienen dos casas más, que alquilan a quienes quieran visitar esta zona y a quienes se sumen a las actividades de senderismo y recreación que realizan con frecuencia.

Con más de una decena de años viviendo en este lugar, su conocimiento del espacio que habitan es ideal para adentrarnos en la flora de la serranía del este. Al preguntarles acerca de las especies típicas de esta región, una de las que mencionan primero es el Azara uruguayensis, también conocido como palo vainilla, que tuvimos la suerte de reconocer a lo largo de nuestro recorrido. Esta especie se encuentra en el sur de Brasil, en Argentina y en Uruguay, donde es típica su presencia en cerros y sierras del norte y el este. Es un arbusto que puede crecer hasta dos o tres metros de altura. Tiene hojas simples, alternas y más oscuras en el haz que en el envés. Nos cuentan que es una especie óptima para el ornamento, ya que es muy aromática cuando florece, “queda toda amarilla en flor y tiene olor a miel y caramelo”.

Azara uruguayensis

Nombre popular: palo vainilla, socara.
Porte: arbusto de dos a tres metros de altura.
Hojas: simples, alternas, enteras o con algunos dientes.
Follaje: persistente.
Flores: amarillas, pequeñas, apétalas y muy fragantes.
Fruto: baya globosa rojiza.
Usos: ornamental.

El establecimiento y sus mayores atractivos están en dos de las 30 hectáreas que componen hoy Tao Sierras de Aiguá. Iniciamos nuestro recorrido por la chacra, que está bien cerca de las casas, casi donde empieza la ladera del cerro. Uno de los desafíos de vivir en la sierra es que hay sólo 50 o 60 centímetros de tierra para plantar y luego es piedra. Alejandro nos cuenta: “Cuando llegamos nosotros esta zona era como un bañado, la tierra estaba supercompactada, chapoteabas adentro del agua. Toda esta zona tiene una vertiente de agua que arranca arriba del cerro y la recorre, entonces fuimos haciendo unas curvas de nivel para que el agua que baja del cerro vaya haciendo zigzag antes de irse, y en cada curva de nivel hicimos una línea de árboles. De a poco fuimos convirtiendo esas curvas de nivel en terrazas, entonces los árboles aprovechan el agua de la zanja y a la vez generás un espacio para que las raíces no se pasen todo el invierno bajo el agua, porque si no se pudren”. Antes de plantar es importante generar las condiciones, explica Alejandro, lograr la oxigenación y la humedad propicias en el suelo. En este momento están preparando la tierra para el verano, con la idea de plantar arvejas, habas, cebolla, hojas verdes, maíz, zapallo y otros cultivos de época. Nos cuentan que la sierra es un ambiente difícil para la vegetación extranjera. Ellos notan con claridad que la flora nativa está mucho más adaptada, tanto al clima, porque toleran mejor las secas, como a la influencia de algunos animales.

Justamente, otro desafío de la vida en la naturaleza es la convivencia con los otros seres. Rosa y Alejandro buscan cuidar a los animales silvestres que hay en el predio y a la vez plantar para su autoconsumo. Con el tiempo han probado distintos tipos de cercos en esta zona, pero no es suficiente: los pájaros se comen los cultivos si no tienen malla sombra, los frutos de algunos árboles atraen a las pavas de monte, el tatú y el zorrillo dan vuelta la tierra y el guazubirá se come los frutales (parece que es bastante fanático de los cítricos).

Alejandro nos cuenta: “El tema del bicherío acá es determinante. Son los que vivían acá antes que nosotros, entonces cómo hacer para crear un sistema en el que podamos producir sin alterar tanto el ecosistema que estamos habitando es el desafío que año a año venimos aprendiendo. Hay que observar mucho. Si tenés perros cambia la dinámica totalmente, también los gatos: sin gatos no hay ratones, pero hay pajaritos que tampoco están más. Nosotros tenemos dos gatos, porque también si tenés mucho ratón estos traen yaras y cruceras, entonces hay que tener un equilibrio delicado. Es imposible que no haya impacto, el desafío es cómo hacer para que ese impacto tenga un límite, que no sea inconsciente”. También tienen una perra llamada Panda, que es de lo más compañera y vive en los alrededores de la casa. La idea es que ella les ponga límites a algunos de los animales que intentan acercarse a la huerta y que no se vaya a campo abierto cuando hay visitantes conociendo el área para no afectar a otros animales silvestres, como el tatú.

Rosa nos dice que la vida en la sierra “tiene mucho de observación y experiencia”. “En la práctica vas encontrando bases para decir ‘de esta forma es menor el esfuerzo y mayor el beneficio’, que sea el menor esfuerzo para vos y que no tenga un impacto mayor en el ecosistema. Es una cuestión de energía, de equiparar y experimentar”, agrega. Nos cuentan que el nombre del establecimiento, Tao, tiene que ver con el proceso. Según expresa Alejandro, “no hay ningún lugar al que llegar, está todo el tiempo el proceso, todo el tiempo está cambiando, nunca está terminado y nunca se va a terminar; es seguir caminando, cada año una experiencia”.

Esta experiencia les ha permitido conocer el entorno que habitan y relacionarse con él. Y ese conocimiento sigue nutriendo nuestra recorrida. Nos cuentan que otra de las especies típicas de esta región, la espina amarilla, es excelente para teñir. La Berberis laurina es un arbusto espinoso de hasta 2,5 metros de altura que prefiere establecerse en los límites del monte y bañados, en lugares soleados. Allí fue que la encontramos, justamente saliendo de un monte bien cercano a una cañada. Por su hermosa floración amarilla y fructificación, además de por su habilidad para sobrevivir en condiciones secas, es una buena especie para ornamentación. En invierno presenta algunas hojas rojizas, que junto con sus ramas de color claro generan un contraste con el resto de las hojas, que son de un verde más oscuro. Además, las espinas rígidas de sus ramas le suman un atributo para utilizarla en cercos. Por otra parte, la espina amarilla tiene propiedades para tratar infecciones del aparato urinario, problemas en el hígado, dispepsia, quemaduras leves y reumatismo. Esta especie, del género Berberis, se caracteriza por tener berberina, que es bacteriostática y bactericida, fungicida, antiviral y antiprotozoaria. Además, la espina amarilla se usa para teñir de amarillo: se hierven las raíces durante un par de horas, se les agrega lana mordentada previamente con alumbre y luego se dejar hervir durante una hora a fuego lento.

Berberis laurina

Nombre popular: espina amarilla.
Porte: arbusto espinoso de hasta 2,5 m de altura.
Hojas: simples, alternas, enteras o con dientes espinicentes.
Follaje: persistente o semipersistente.
Flores: amarillo claro, en racimos colgantes.
Fruto: baya oblonga de azul a negruzca.
Usos: ornamental, para teñir.

Otro espacio hermoso que conocimos en el recorrido fue uno de los bosques más antiguos que hay en esta tierra. Nos encontramos con árboles de gran porte, bastante pegados entre sí, con copas altas que buscan el sol y un manto por lo bajo de ramas y hojas caídas, que sirven para la nutrición del suelo. Si bien este bosque no es primario, tiene buena cantidad de árboles antiguos y muestra el tipo de bosque que existiría con más frecuencia si las tierras no estuvieran utilizadas para la ganadería. No es un bosque achaparrado, espinoso, que complica el andar; este es más bien un bosque de galería, donde el techo de la bóveda es alto. Vemos ejemplares de chalchal, coronilla, curupí, aruera, canelón y envira, entre otros.

Nos sorprende no divisar especies invasoras en este bosque. Alejandro nos explica que cuando no hay nichos libres las invasoras no entran. Menciona que en el campo de al lado, donde hay ganado, está lleno de ligustro, pero en Tao le cuesta entrar. “Donde va la invasora hay un ecosistema debilitado en el que esta puede ocupar un espacio que tendrían que estar ocupando las nativas”, nos dice. “Es interesante entender que la invasora no es invasora de por sí, sino que tienen que estar todas las condiciones dadas para que la invasión suceda: el espacio, la combinación con el pastoreo, que la vaca no se la come, entonces prospera más esa especie que otra. Acá no tiene luz el ligustro, entonces quedaría chiquito y le costaría, no podría fructificar. Madreselva y zarzamora tampoco se ven. Del otro lado de la sierra está lleno. También incide el ecosistema, que de este lado de la sierra es más seco y del otro es más húmedo, porque tiene más influencia marítima. De este lado hay más helada, menos humedad, entonces en un período del año sólo sobreviven las especies que aguantan o que tienen un nicho”, explica. Sobre la afectación del ganado, nos cuentan que desde que ellos llegaron no hay ganado en estas tierras, entonces han podido observar que donde había pasturas ahora hay chircas, y luego empiezan a surgir árboles de aruera o carobas, por ejemplo, que son los iniciadores de un futuro bosque. “Es como si fuera la memoria de la tierra, naturalmente en todos los lugares que eran pastura empieza a haber un pequeño bosquecito con árboles pequeñitos que en 20 o 30 años ya van a ser árboles con porte”.

Una especie que crece en este hábitat y se desarrolla con fuerza es la yerba mate. Fuimos al monte a buscar uno de los ejemplares más añejos que hay en Tao. La Ilex paraguariensis en Uruguay se encuentra principalmente en Treinta y Tres, Tacuarembó y Maldonado. Es un árbol típico de quebrada y en las sierras de Carapé se lo puede encontrar en su estado natural. Para conocer más de esta especie invitamos a nuestro recorrido a Mauricio Silvera, vecino de Aiguá y parte del equipo del vivero Iporá, organización que trabaja en la restauración de ambientes y en la educación a través de sus actividades de senderismo y talleres de reconocimiento de flora. Sobre la yerba mate Mauricio cuenta: “Nosotros le llamamos la vedete del monte, porque es una especie superpretenciosa de suelo y de luz. El común denominador es la humedad ambiente, el suelo con buen aporte mineral, no tanto humus, sino alimento de rocas, por eso se da en las sierras”.

Ya yerba mate llega a nuestro país desde la mata atlántica de Brasil, su ubicación acá es bastante austral. Tiene un follaje persistente, sus flores son blanco-amarillentas y se las puede ver en primavera. Su fructificación es en verano, con drupas globosas moradas, que según nos cuenta Mauricio son elegidas por la pava de monte, las palomas, la torcaza, el surucuá, y en zonas del norte por el tucán. Sobre el reconocimiento de esta especie dice Mauricio: “La hoja es confundible con el tarumán y con el azara cuando es joven; es una hoja dentada que no tiene espina ni es puntiaguda, es como un diente redondeado. La clave es mirar el suelo, porque cuando se oxida la hoja es de color negro, sobre todo cuando el dosel es alto. Entonces, si hay hojas negras caídas es una pista de que es yerba mate. La otra alternativa, que no recomiendo, sería mirar la corteza, que se oxida y se ve como un corcho, porosa. Igual la yerba tiene un montón de subespecies, en Uruguay hay un montón de genéticas distintas: cambian el tamaño de la hoja, los colores de la base de las hojas; unas son más redondas, otras más puntiagudas, unas de hojas más chicas y otras gigantes. A veces en un mismo monte vas viendo las diferencias”.

Ilex paraguariensis

Nombre popular: yerba mate.
Porte: árbol de hasta 18 m de altura.
Hojas: simples, alternas, de un verde lustroso, con un margen dentado en la mitad superior.
Follaje: persistente.
Flores: blancas, pequeñas, axilares en inflorescencias de hasta cinco flores.
Fruto: drupa de rojiza a parduzca en la madurez.
Usos: comestible, medicinal.

Desde el vivero Iporá crearon el programa Más Yerba, que apuesta a la producción de yerba mate nacional de forma cooperativa para fomentar la conservación de la especie. Mauricio comenta: “Empezamos a implicar a gente y predios y ahora es una red en la que con la mayoría buscamos plantar, compartimos una secada con la gente, mostramos la cultura, entonces se conoce algo tan nuestro y tan lejano. Se busca un poco rescatar la cultura y otro poco la producción”. En su propuesta muestran la preparación de la yerba y comparten el conocimiento que fueron encontrando a través de su investigación. Los pueblos guaraníes realizaban la cosecha de día, la secaban durante la tarde, se la ahumaba durante la noche con maderas específicas, y luego se picaba y guardaba durante meses para después tomarla. En guaraní se la conocía como Caá, y Caá-Yarîi sería la diosa protectora de esta especie. En el libro Leyendas misioneras, de Aníbal Cambas, se relata la siguiente historia:

Una tribu se había detenido en las laderas de una sierra y cuando siguió su marcha un indio mayor tuvo que quedarse agobiado por el peso de los años, se quedó refugiado en la selva con su hija, Yarîi. Un día, un extraño personaje llegó a la humilde vivienda y fue recibido con alimentos que prepararon en el fuego para él. Al ver estas demostraciones de hospitalidad, el visitante, un enviado de Tupá (dios del bien), recompensó a los moradores proporcionándoles el medio para ofrecer siempre un agasajo a sus huéspedes: hizo brotar una nueva planta, nombrando a Yarîi diosa protectora, y a su padre, custodio. Les enseñó a sapecar sus ramas al fuego y a preparar la amarga infusión que luego sería una delicia para los visitantes.

Junto con la yerba mate, encontramos otra especie típica de esta área, el tembetarí. Denominado Zanthoxylum fagara, nos sorprendió por su tronco con aguijones. Es un árbol que puede medir hasta 12 metros de altura, que tiene buena madera para carpintería. Es común encontrarlo en montes ribereños, serranos y de quebrada. Sus hojas tienen aceites esenciales que se utilizan como antimicrobianos. Otro de sus usos medicinales es para el reuma y la artrosis: se usa su corteza seca pulverizada mezclada con aceite o en alcohol. Mauricio nos cuenta que hay dos tipos de tembetarí, el mencionado anteriormente y el Zanthoxylum rhoifolium. El fagara tiene hojas más chicas que el rhoifolium y no es tan común que tenga espinas. Ambos pertenecen a la familia de las rutáceas, como los cítricos.

Zanthoxylum fagara

Nombre popular: tembetarí.
Porte: árbol de hasta 12 m de altura.
Hojas: compuestas, alternas, con número impar de folíolos y raquis levemente alado.
Follaje: persistente.
Flores: amarillas, pequeñas, axilares en inflorescencias.
Fruto: legumbre color de castaño oscuro a negro.
Usos: buena madera para carpintería, medicinal, ornamental.

Al terminar el recorrido por la chacra, el bosque serrano y el monte de quebrada, nos acercamos a las instalaciones para hacer un reconocimiento de otras plantas más rastreras. Mientras charlábamos, al caer la tarde, nos sorprendió el canto de una bandada de pájaros pecho amarillo que llegaron todos juntos, cantando sin parar, con un volumen alto y una intensidad fuerte, como diciendo “aquí llegamos”. Luego todos hicieron silencio, ya no estaban en nuestro campo visual; sólo uno de ellos se acercó y siguió cantando desde la copa de un árbol, de forma más pausada. Alejandro nos dijo que ese era el centinela y estaba cuidando mientras el resto de la bandada comía en la chacra. Nos reímos en complicidad de la inteligencia de estos seres, que todas las tardes pasan a comer un aperitivo para después seguir su viaje a los pajonales del tajamar, cerca de las casas, donde hacen sus nidos y crían a sus pichones.

Conmovidas por la conexión con la naturaleza y la interrelación que se empieza a generar con el espacio, no podíamos irnos de este lugar sin subir al cerro que se encuentra detrás de las instalaciones de Tao, a unos 300 metros sobre el nivel del mar. Desde allí arriba se obtiene una visión panorámica hermosa de toda la zona. Se pueden divisar hacia el norte las grutas de Salamanca y hacia el oeste, el valle de Aiguá. Subimos avanzada la mañana, con la compañía de un sol intenso y un cielo casi plenamente despejado, con unas pocas nubes que pintaban el paisaje como con trazos de acuarelas. A medida que subimos, fuimos haciendo distintas paradas para apreciar, poco a poco, la profundidad del entorno, de un Uruguay levemente ondulado. Cuanta más altura logramos, más cantidad de capas de sierras en la lejanía logramos divisar. Este es un paisaje típico de serranía y único a la vez, ya que tiene una textura propia conjugada con cimas rocosas y una buena cantidad de montes esparcidos por las praderas.

La zona geológica de Aiguá y las sierras de Carapé está formada de rocas de distintas edades y composiciones. Las más antiguas están al oeste, en el área de Villa Serrana, mientras que alrededor de Aiguá se encuentran rocas graníticas de más de 550 millones de años de antigüedad y más al norte, en la zona de las grutas de Salamanca, son rocas volcánicas. Surgen a varios kilómetros de profundidad, durante la colisión del terreno. Un artículo de la geóloga Jacqueline Puratich indica:

Hace aproximadamente 600 millones de años, se encontraron dos masas continentales; el cratón Río de la Plata (equivalente a lo que hoy es el Este de América del Sur) y los cratones Congo y Kalahari (Oeste de África). También lo que hoy es Antártica y Australia estaban pegados, formando el supercontinente Gondwana. En los lugares de colisión se forman cordilleras (como por ejemplo los Andes o los Himalayas), en nuestro caso, se formó el Cinturón Dom Feliciano, que va desde el Río de la Plata hasta Florianópolis. [...] Podemos decir que las sierras que vemos hoy en día son las raíces de una cordillera muy antigua, las rocas que estaban por encima se erodaron producto del viento, agua, ríos, temperatura, etcétera. A lo largo de millones de años fueron transportadas a las tierras bajas y al mar, pero como el granito posee gran cantidad de cuarzo, es muy resistente a la erosión y constituyen hoy una serranía que sobresale en el paisaje.

Mientras caminábamos por el cerro, vimos que muchas de estas rocas están cubiertas por la yerba de la piedra, de nombre científico Usnea densirostra Taylor. Este liquen es un organismo capaz de vivir en ecosistemas secos. Se distribuye en el sur de Brasil, el centro de Argentina y Uruguay. Es típica de ambientes serranos y cerros ubicados en las proximidades del océano. También es usual verla pegada a los piques de los alambrados. Se dice que fue colectada por primera vez en Uruguay en el cerro de Montevideo en 1882 por Charles Darwin. Es muy utilizada en la medicina tradicional y natural como antibiótico, antimicótico, antiviral y antioxidante.

Usnea densirostra Taylor

Nombre popular: yerba de la piedra, barba de la piedra.
Estructura general: liquen compacto y rígido de hasta 6 cm de altura.
Estructura central: fruticuloso, con forma de arbusto.
Estructura de fijación: se fijan al sustrato únicamente por un punto llamado disco de fijación.
Estructura reproductiva: apotecios en forma de disco (discoidal aplanado) ubicados en el extremo de las lacinias (ramificaciones).
Usos: medicinal, bioindicadores.

Llegando al borde de la cima logramos apreciar con claridad una profunda quebrada acompañada de una cañada que más tarde visitaríamos. Al estar en la parte más alta y sentir la fuerza del viento, notamos los diferentes ecosistemas que se generan en una y otra ladera de la sierra. Esta diversidad de paisajes en las sierras genera distintos microclimas. Nos explica Alejandro que en esta zona entra vegetación de la mata atlántica brasileña, como la yerba mate, el tembetarí y los helechos, “van llegando los que se van adaptando al frío y encuentran nichos donde hay cierta calidez o no tanta helada”. Por otra parte están las zonas más secas de la sierra, donde no hay tanta agua y el suelo es más pedregoso, entonces son más propicias para la vegetación que entra desde el Chaco argentino, como los carobas y las arueras, plantas que hacen de pioneras en el bosque. Y, por otra parte, también llega algo de vegetación psamófila, como la espina de la cruz, porque el establecimiento se encuentra a apenas algo más de 50 kilómetros de la costa. En la cima de este cerro notamos que la aruera, la envira y el molle son más petisos que los que vimos abajo, que tenían mayor porte. Las condiciones son más áridas, hay menor cantidad de agua, mayor exposición al viento, y la tierra está acompañada de gran cantidad de rocas.

Luego de este recorrido por la sierra, compartimos un almuerzo con Alejandro, Rosa y su hijo Tomás. Hablamos de nuestras historias, curioseamos un poco más sobre la vida en la naturaleza y sentimos la calma de comer al amparo del sol, rodeados de estas hermosas construcciones vivas y de flora nativa. En este entorno de camaradería y disfrute, Rosa nos cuenta que su habitar en la sierra no se trata solamente de plantar y cosechar: “Tenemos una experiencia social, porque recibimos a gente, compartimos el lugar y nuestra forma de vida. Siempre quisimos que llegara gente, por eso construimos el salón grande, y ahora también recibimos a personas que vienen por el día a conocer el lugar y lo que nosotros hacemos. Creo que todos tenemos distintas estéticas de existencia, una forma de estar parados, distintos colores que mostrás de cómo componés la forma de vivir. No vinimos a estar solos en las sierras, sino más bien la idea era abrir este espacio para compartir nuestra forma y también recibir de las personas que llegan, estar abiertos al intercambio; eso es lo que te nutre, el intercambio con los demás”.

Además del intercambio con visitantes, Rosa y Alejandro son parte de una red de vecinos de la zona de Aiguá. Quienes participan en esta red se juntan una vez por mes a hacer una actividad colectiva y se van turnando los espacios. Rosa nos dice que “a veces puede ser plantar y otras construir, a veces toca en el pueblo y a veces en las sierras. En dos o tres horas hacés mucho avance, porque es un trabajo colectivo que además se vive como algo festivo, es muy lindo”. Según el último censo, Aiguá tiene unos 3.000 habitantes, que se vienen adaptando a las nuevas personas que han llegado a morar en el área urbana y sus alrededores. Rosa nos cuenta que en los últimos años se ha sumado mucha gente joven, de entre 20 y 40 años, de Maldonado, Montevideo, y también personas que llegan del exterior. ¿Y qué es lo diferente de este lugar? Según Rosa, parte del atractivo es que “no hay eucaliptus, no hay plantaciones de soja; más allá de alguna explotación ganadera, se mantiene mucho la impronta de sierras. No está tan poblado y el pueblo es muy lindo y está bien cuidado. Además, la gente es amable, llegás a Aiguá y te sentís cómodo”.

Y así nos sentimos nosotras durante toda la estadía, cómodas y en un profundo contacto con la naturaleza y con los seres que la habitamos. Disfrutamos la última tarde en la hermosa cañada de Tao: agua pura y cristalina, proveniente de la cuenca del río Cebollatí, con pozos bastante grandes que invitaban a un baño. Mientras reconocíamos en los márgenes de la vertiente algunos ejemplares de flora nativa, como el sarandí, la chirca, la calaguala y los guayabos colorados del sendero de llegada, repasamos también la importancia que tiene la observación en la vida en la naturaleza. La observación de todo el ecosistema con el que se comparte el espacio y la observación interna, como habitantes de este planeta. El desafío está planteado y tiene que ver con lograr que el impacto en el ecosistema tenga límites, sea realmente consciente y permita lograr un equilibrio.