Ella siempre tiene frío, yo siempre calor. Sin embargo, siempre anda desabrigada. Y se enoja si yo le digo que lleve un abrigo por si refresca. Ella es muy atlética, yo muy sedentaria. Ella siempre está buscando hacer ejercicio y se atreve con deportes que no conoce. Yo no cambio nada por un buen sillón con un libro o una película. Ella pregunta todo lo que no entiende. Si en un restaurante le llevan al vecino un plato apetitoso, se acerca y le pregunta qué ingredientes tiene y a veces hasta consigue una probadita.
Yo no le hablo al taxista más que para darle la dirección y prefiero Uber porque ni eso tengo que decir. Cuando ella era niña se enojaba porque la Biblia decía que Adán y Eva eran los primeros humanos pero sus hijos no tenían problemas para encontrar esposa. Yo no le había prestado atención a ese dato. A mí me gusta arreglarme para cada ocasión, ella anda siempre con la misma ropa. Vestirse la aburre y encontró que unos pantalones anchos y una musculosa le sirven para todas sus actividades. Por arriba se tira un abrigo también grande. Yo pienso mucho lo que me voy a poner cada día y siempre termino con algo que no me convence.
Ella lleva el pelo violeta, yo me lo tiño de castaño porque todavía no me animo a las canas. A ella le gustan la astrología, las hadas y el tarot. Yo creo en la ciencia y todo lo demás me parece una pavada. Es más, me da miedo que le sorban el cerebro. Ella es vegetariana y yo disfruto de un buen asado. A ella no le da pereza acoplar y desacoplar electrodomésticos para elaborar humus, hamburguesas de lentejas o hidratar chía. Para mí un acto culinario que lleve más esfuerzo que descongelar croquetas ya es demasiado.
A ambas nos gusta viajar pero ella prefiere América y yo Europa. Ella prefiere ir a carpa, yo a hotel. Hemos viajado juntas, no obstante, y disfrutamos de museos, conciertos y teatro. Pero a ella no le gustan los shoppings ni las compras. En cualquier ciudad, a mí me gusta vagar y mirar vidrieras, aunque no compre nada. Ella se aburre de muerte con ese plan. Ella es arriesgada y yo miedosa. Hasta hoy disfruta de la montaña rusa, el twister o el barco pirata. Yo me mareo hasta en la calesita. Yo sufría cuando era muy chica para subirse sola, porque no podía acompañarla y ella me miraba con ojitos de decepción. Una vez acepté subirme a un juego que se batía en todos los sentidos mientras proyectaban una película delante. Ella se reía y levantaba los brazos. Yo tenía el estómago revuelto. Cuando ella me vio arrollada y con los ojos apretados en aquel túnel oscuro, me agarró la mano y con carita de preocupación me dijo: yo te cuido, mami.