—Por último, en materia del acondicionamiento del hogar, debe contestarme cuántos televisores tiene.

—Dos.

—¿Cuántos de ellos son smart?

—Los dos.

—¿La casa cuenta con lavarropas?

—Sí, uno.

—Muy bien. ¿Cuántos ejemplares hay en su hogar de la Guía del Ocio de la primera quincena de octubre de 1995?

—¿Disculpe?

—Ejemplares de la Guía del Ocio de la primera quincena de octubre de 1995.

—¿Aquella revista que traía la lista de espectáculos?

—Esa misma.

—No, ninguno. Ni de esa fecha ni de otra.

—¿Computadora?

—Una.

—¿Lavavajillas?

—No tengo.

—Perfecto. Muchas gracias por estos minutos. Los resultados del Censo Nacional estarán disponibles en las próximas semanas.

—¡Espere! No se vaya.

—¿Qué pasa?

—Tengo una duda.

—Sí, un televisor semismart cuenta como televisor smart.

—No, me refiero a la pregunta de la Guía del Ocio de la primera quincena de octubre de 1995.

—Si está dudando si la tiene y quiere ir a revisar, le pido que se apure. Todavía me queda censar a toda la cuadra siguiente.

—Sé perfectamente que no la tengo.

—¿Entonces?

—¿Fue usted? ¿Usted incluyó esa pregunta para verme la cara cuando la dijera?

—No lo dirá en serio. Mire el formulario, aquí está la pregunta impresa junto a todas las demás.

—“Cuántos ejemplares hay en su hogar de la Guía del Ocio de la primera quincena de octubre de 1995”. Tiene razón. Pero ¿qué objetivo tiene?

—Acá yo soy quien hace las preguntas. Literalmente. Me llamaron para esto y fui a un cursillo muy corto en el que se limitaron a explicarnos qué hacer si no nos atienden la puerta o si no quieren contestar.

—Pero alguien pensó esa pregunta. Alguien la redactó y la introdujo en el temario. Seguro la información será utilizada para algo. ¡No se me ocurre para qué!

—En algunos casos entiendo que la tenencia de ciertos objetos ayuda a establecer la clase social de la vivienda, ya que las personas pueden mentir o calcular mal los ingresos totales, pero no suelen inventar el número de televisores smart que poseen.

—Eso lo entiendo perfectamente, pero un ejemplar de la Guía del Ocio... ¡Uno en particular! El de la primera quincena de octubre de 1995.

—Podría ser una forma de determinar el poder adquisitivo de esa vivienda en aquellos años. Si iban a espectáculos con tanta asiduidad que necesitaban una publicación para organizar su agenda. Eso, comparado con el poder adquisitivo actual, daría un pantallazo de la evolución del país en materia económica.

—¡Pero nadie guardaba las Guías del Ocio! Estaban impresas en papel de diario. Cumplían con su objetivo y luego eran desechadas. No puede ser por eso.

—Bueno, de verdad tengo que irme.

—Salvo que algún integrante del Instituto de Estadística o algún político con cuña tenga una colección casi completa de la Guía del Ocio. Que solamente le falte el ejemplar de la primera quincena de octubre de 1995.

—¿Alguien con una obsesión tan grande que lo lleve a incluir ese dato en el Censo Nacional?

—Piense que esta persona ya lo intentó todo. Fue a las ferias vecinales, o mandó a sus asesores a que las recorrieran. Buscó en Mercado Libre, preguntó en foros, pero ese ejemplar le seguía siendo esquivo. Ahora imagine que esa persona encuentra la forma de revisar, figurativamente hablando, los hogares de todos y cada uno de los uruguayos.

—Dicho así, empiezo a creerle.

—¿Alguno de sus encuestados respondió que sí a esa pregunta?

—Cómo olvidarlo. Llevaba más de la mitad del día preguntando y estaba convencido de que nadie diría que sí, hasta que una señora mayor contó que tenía varias pilas de revistas viejas. Su marido había muerto hacía poco y era algo acumulador. Trajo una caja con Guías del Ocio y la revisamos. ¿Puede creer que apareció el maldito ejemplar?

—Por la descripción, debe ser la viuda de la esquina, en la casa blanca con el arbusto.

—Esa misma.

—Perfecto. Ahora solamente tendré que empezar a montar guardia durante las noches.

—¿Qué dice?

—Es la única forma de encontrar al responsable de la pregunta. ¿No lo entiende?

—Sinceramente, no.

—Esta persona no se va a arriesgar a tocar timbre y negociar la venta del ejemplar. Para mañana, todo el país va a estar hablando de la Guía del Ocio de la primera quincena de octubre de 1995. Esa vieja va a pedir una fortuna por ella.

—¿Usted cree que van a entrar a robarla?

—¡Por supuesto! El interesado o la interesada tiene todos los datos de la señora. Ahí mismo, en su carpeta. Sabe que está jubilada, por lo que no tiene un horario fijo de salida durante el día.

—También tiene un televisor smart.

—A nadie le interesa el televisor smart.

—Y solamente a usted le interesa la Guía del Ocio.

—No. A eso voy. Me interesa a mí y a alguien con el poder político como para obligar a que cientos de personas lo pregunten puerta a puerta. Hay un claro abuso de poder y necesito evidencia para poder hacer la denuncia. Una foto o un video del asaltante sería perfecto.

—Debería irme...

—O podría robar la revista antes y arruinar el plan. Siempre y cuando no haya otras revistas repartidas en el resto del territorio nacional. Si usted encontró una en tan pocas cuadras, las posibilidades de que haya más son altísimas. A menos que... ¡Ya lo tengo!

—¿Qué tiene?

—La persona detrás de todo esto no quiere un ejemplar: los quiere todos. Podría ser por fetichismo, pero me inclino a pensar que es para hacerlos desaparecer. Esa edición en especial debe contener información que, si saliera a la luz, podría arruinar su carrera. Como un texto vergonzoso en los avisos personales o un espectáculo polémico, enfrentado a los valores que pregona en la actualidad. ¡Eso significa que va a robar todas las Guías del Ocio de la primera quincena de octubre de 1995!

—Pero llevaría mucho tiempo.

—Tendrá que tercerizar. Con seguridad, las personas que entren a la casa de la vecina sean unos pobres diablos, contratados por algún mando intermedio. Con suerte podré obtener información sobre alguno de ellos, para que la policía lo interrogue y vaya subiendo en la cadena de mando hasta dar con la persona que firma los cheques. No literalmente, porque estas cosas siempre se arreglan con dinero en efectivo.

—Le deseo mucha suerte con eso.

—No es una cuestión de suerte: ya se ha convertido en una cruzada. Dedicaré el resto de mi vida a descubrir al responsable de esta pregunta.

***

En estadística se conoce como “pregunta alarma” o “pregunta despertador” a aquella que se introduce para evitar que la charla se automatice y que el encuestado responda sin pensar. Suele ser una pregunta absurda, pero que posibilita una respuesta sincera. En el último censo, por ejemplo, se consultó sobre un número al azar de la Guía del Ocio.