Es una señal de rechazo. Durante las semifinales de la Copa Asiática 2019, hay espectadores del país anfitrión en Abu Dabi que arrojan botellas y zapatos contra el equipo de Catar. Abu Dabi es la capital de Emiratos Árabes Unidos, una rica monarquía petrolera del golfo Pérsico. Emiratos Árabes Unidos es un socio importante de Arabia Saudita. Ambos países resisten la creciente influencia de Catar.

Tres días después de las semifinales, Catar vence a Japón en la final y se proclama por primera vez campeón de Asia. Políticos y funcionarios deportivos de Emiratos Árabes Unidos boicotean la ceremonia de entrega de premios. “El fútbol es un espejo de las tensiones en el golfo”, dice Jassim Matar Kunji, exgolero de la liga profesional de Catar y actualmente periodista del canal de televisión Al Jazeera. “Se rescindieron contratos de patrocinio entre países y se cancelaron las transferencias de jugadores”.

En 2017, un viejo conflicto del golfo llegó a un punto crítico. En aquel momento, Arabia Saudita impuso un bloqueo económico a Catar. Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Egipto hicieron lo mismo, y también suspendieron las relaciones diplomáticas con Doha. Acusaban a Catar de apoyar a grupos terroristas y de estar demasiado cerca de los Hermanos Musulmanes e Irán. Catar dejó de recibir alimentos importados de Arabia Saudita. A la aerolínea estatal Catar Airways ya no se le permitió utilizar el espacio aéreo saudita.

El ejército de Arabia Saudita tiene alrededor de 200.000 soldados, mientras que el de Catar cuenta con 12.000. Para compensar la inferioridad militar, Catar está siguiendo una elaborada estrategia de soft power: con miles de millones en inversiones en cultura, ciencia y fútbol, con grandes eventos, participaciones accionarias en clubes y asociándose como patrocinador con el Paris Saint-Germain y el Bayern de Múnich. La organización de la Copa del Mundo a fines de 2022 es la parte más importante de esta estrategia.

Hasta hace poco más de 50 años, los centros de poder árabes estaban en El Cairo, Bagdad y Damasco. Los pequeños emiratos de la península arábiga, como Kuwait, Baréin y Emiratos Árabes Unidos, carecían aún de relevancia. Catar, el último bajo control británico, tenía una población de sólo 100.000 habitantes cuando obtuvo la independencia, en 1971, y estaba bajo la protección militar de Arabia Saudita. En 1990, Irak, mucho más poderoso, invadió Kuwait, y Estados Unidos tuvo que intervenir para liberarlo. Los Estados más pequeños de la región tomaron conciencia de que serían claramente inferiores ante un ataque comparable.

Tradicionalmente, las decisiones más importantes en Catar las tomaba un puñado de personas, escribe el politólogo Mehran Kamrava en su libro Qatar: Small State, Big Politics (Catar: país pequeño, política grande). Desde hace décadas, el poder es detentado por la dinastía Al Thani, originaria de Arabia Saudita. En 1995, Hamad bin Jalifa Al Thani derrocó a su propio padre en un golpe de Estado sin derramamiento de sangre. En Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos, los gobernantes temían que el poder también les fuera arrebatado.

Por un futuro sin petróleo ni gas

El nuevo emir quería liberar a Catar de las garras de Arabia Saudita e inició una modernización. A mediados de la década del 90, creó el canal de noticias Al Jazeera y abrió la economía a inversores extranjeros. En Doha se establecieron filiales de renombradas universidades de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, tres de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas.

Con estas medidas, Catar se aseguró contactos en Europa y América del Norte, pero el soft power aún no tenía visibilidad global. “Los Estados del golfo quieren desarrollar nuevas ramas de la economía. Es que sus fuentes tradicionales de ingresos, el petróleo y el gas, son finitas”, dice Mahfoud Amara, profesor de Ciencias del Deporte en la Universidad de Catar, en Doha. “El deporte sirve como estrategia para dar a conocer otros sectores, como el turismo, el comercio y el transporte”.

Zona hotelera de Doha, el 13 de setiembre de 2022.

Zona hotelera de Doha, el 13 de setiembre de 2022.

Foto: Alberto Estévez, EFE

La dinastía catarí hizo construir una de las academias deportivas más grandes del mundo, la Aspire Academy, inaugurada en 2005. Decenas de competiciones internacionales ahora se llevan a cabo anualmente en Doha. En diciembre de 2010, la adjudicación de la Copa del Mundo de 2022 fue noticia en todo el planeta. Poco después, Catar adquirió la mayoría del Paris Saint-Germain. Además, Catar Airways se convirtió en el primer patrocinador de la camiseta del Barcelona. Cada vez son más los clubes de élite que poseen campos de entrenamiento en Doha.

Catar ha invertido más de 1.500 millones de euros en el fútbol europeo. En Alemania, Inglaterra y Francia, los manejos financieros reciben críticas; después de todo, el propietario y el patrocinador son difíciles de separar. Pero en el mundo árabe, la influencia catarí está en crecimiento. Eso molesta a Arabia Saudita, país hegemónico desde hace mucho tiempo, dice el experto en economía del deporte Simon Chadwick: “Una agencia quería demostrar lo inadecuado que era Catar para la Copa del Mundo. Luego resultó que la campaña fue financiada por Arabia Saudita”.

Desplazamiento de poder hacia Oriente

En la región del golfo, Catar compite por inversores, turistas y mano de obra calificada, sobre todo con Abu Dabi y Dubái, los pequeños Estados más influyentes de Emiratos Árabes Unidos. Dubái, más grande, apuesta a los centros comerciales, entretenimientos para las familias y grandes eventos, como la Exposición Universal de Dubái. El aeropuerto de Dubái es un punto neurálgico en la región, también gracias al fútbol: la aerolínea estatal Emirates ha sido patrocinadora de las principales ligas europeas desde principios del milenio.

El Emirato de Abu Dabi, más pequeño, hizo lo mismo en 2008 y compró el Manchester City. La aerolínea nacional Etihad, que compite con Emirates y Catar Airways, patrocina la camiseta. El respectivo City Football Group desplegó una red global y adquirió acciones de clubes en Nueva York, Melbourne y Mumbai, así como en Chengdu, en el suroeste de China. Etihad quiere que Chengdu se convierta en un polo de atracción para el este de Asia. Y en Catar, a su vez, el estadio en el que se jugará la final de la Copa del Mundo de 2022 fue construido por empresas chinas. “En la industria del fútbol estamos viendo un gran desplazamiento del poder hacia Oriente”, dice Chadwick.

En el golfo, el fútbol refleja las luchas por el poder económico, las reivindicaciones territoriales y las tensiones religiosas. Durante y después de la Primavera Árabe, Catar tomó partido por los Hermanos Musulmanes en Egipto, por las fuerzas islámicas en Túnez, por los rebeldes contrarios a Gadafi en Libia y por los rebeldes que se oponen a Assad en Siria. También rechazó el apoyo incondicional a la alianza militar saudita en la guerra de Yemen.

Arabia Saudita y sus aliados retiraron por primera vez a sus embajadores de Catar en 2014. Entre otras cosas, Riad exigía el cierre de Al Jazeera y la fundación Catar, dos de las instituciones más importantes para Doha. Catar se defendió. En agosto de 2017 se anunció la transferencia del jugador brasileño Neymar del Barcelona al Paris Saint-Germain por la suma récord de 222 millones de euros. “Una obra maestra de la estrategia”, dice el politólogo Danyel Reiche, editor del libro Sport, Politics and Society in the Middle East (Deporte, política y sociedad en Oriente Medio): “Poco después del inicio del bloqueo, Catar cambió el discurso en los medios. La transferencia fue increíblemente costosa. Pero el mundo entero hablaba únicamente de fútbol y ya no del aislado Catar”.

La espiral de hostilidades probablemente habría continuado, pero luego vino el coronavirus. El precio del petróleo, que ya era bajo, se desplomó, la inversión extranjera se retrajo y el incipiente sector turístico perdió decenas de miles de puestos de trabajo. A principios de enero de 2021, Arabia Saudita puso fin al bloqueo contra Catar después de tres años y medio. “Es una paz frágil”, dice el experto en Oriente Medio Kristian Ulrichsen, quien escribió un libro sobre la crisis del golfo. “Los países del golfo se han dado cuenta de que necesitan trabajar juntos en estos tiempos difíciles”. Riad y Dubái también quieren sacar provecho de la Copa del Mundo de 2022. Si no es con torneos, entonces con centros de entrenamiento, eventos patrocinados y alojando a aficionados. También se discute sobre la posibilidad de que tengan plataformas tecnológicas conjuntas y una estrategia contra los altos índices de diabetes en la región para aliviar el sistema de salud a largo plazo.

Ninguno de los países del golfo Pérsico tiene un gobierno democrático y tampoco hay separación de poderes. El índice de libertad de prensa de 2021 de Reporteros sin Fronteras tiene a Catar en el puesto 128 entre 180 países. Los homosexuales son perseguidos. Los partidos políticos están prohibidos. No hay medios independientes que pongan en entredicho a la monarquía hereditaria. Wenzel Michalski, de Human Rights Watch, critica el hecho de que los clubes de países gobernados democráticamente, como el Bayern de Múnich, estén ayudando, con sus asociaciones, a la política exterior de Catar: “Si los clubes europeos no quieren renunciar a las ganancias, al menos podrían mostrar más interés en los pocos activistas locales críticos. El fútbol debe ser asesorado regularmente por organizaciones de derechos humanos”.

Aficionados del Düsseldorf, durante un partido entre Düsseldorf y Nüremberg, el 15 de octubre en la ciudad de Düsseldorf, Alemania.

Aficionados del Düsseldorf, durante un partido entre Düsseldorf y Nüremberg, el 15 de octubre en la ciudad de Düsseldorf, Alemania.

Foto: Roland Weihrauch, AFP

En Catar es poco probable que se den protestas como las de Argelia y el Líbano en 2019. El emir ha urdido una nutrida red de familiares y amigos en el Estado, muchos de los cuales ocupan varios cargos, algo bastante común en el golfo. La familia gobernante permite que la población, algo más de 250.000 ciudadanos, obtenga su parte de la prosperidad. Gozan de privilegios en educación, atención médica y empleos, y su ingreso per cápita es uno de los más altos del mundo.

Concesiones a círculos conservadores

Durante la fase de desarrollo del Estado catarí, en la década del 70, la dinastía sufrió una resistencia aún mayor. En ese momento, los trabajadores inmigrantes procedían principalmente de Egipto, Palestina y Yemen. Hablaban el mismo idioma que los locales, pero muchos de ellos tenían posturas antimonárquicas. Después de la invasión iraquí a Kuwait en 1990, el gobierno de Catar trató de atraer a trabajadores inmigrantes de Asia meridional, a quienes era más fácil aislar culturalmente. Los trabajadores de India, Bangladesh y Pakistán tenían un kafala, un garante que podía retener sus pasaportes, dificultar su salida e impedirles cambiar de trabajo. Estos trabajadores permitieron el rápido desarrollo de Doha. Muchos de ellos se enfermaron o murieron a causa de las altas temperaturas.

De los aproximadamente 2,8 millones de habitantes, sólo 10% tiene pasaporte catarí. En ningún otro país la proporción de inmigrantes es tan alta. “A algunos empresarios les preocupa que Catar pueda abrirse demasiado como resultado de la Copa del Mundo”, dice el politólogo Mehran Kamrava, de la sede de la Universidad de Georgetown de Doha. Temen que en 2022 los aficionados al fútbol beban alcohol en público y los homosexuales no oculten su sexualidad. En 2018, el emir hizo subir muchísimo el precio de las bebidas alcohólicas aplicándoles impuestos, y en la Universidad de Catar el inglés fue reemplazado por el árabe como idioma principal. Concesiones a los círculos conservadores, porque el soft power en política exterior sólo se puede ejercer con estabilidad en la política interna. Dice Kamrava: “La Copa del Mundo permite a los políticos impulsar más rápidamente reformas que algunos sectores de la economía realmente no quieren”. Estas son reformas que Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos perciben a veces como una provocación.

Desde que se otorgó la organización de la Copa del Mundo a Catar, en 2010, el emirato ha sido objeto de intensas críticas, especialmente en Europa occidental. Ese discurso sólo se debilitó un poco en 2021, cuando Doha ayudó a evacuar a decenas de miles de personas de Afganistán luego de que los talibanes tomaran el poder allí. Y Catar también podría intervenir en caso de posibles cuellos de botella para el gas en Europa. Esta es otra razón por la que el ministro de Economía alemán, Robert Habeck, fundó una asociación energética para reemplazar el gas ruso. De una forma u otra, la Copa del Mundo pondrá definitivamente a Doha en el mapamundi.

Este artículo fue publicado originalmente por Neue Gesellschaft y traducido al español por Carlos Díaz Rocca para Nueva Sociedad.