Nico A.: Pancho, ¿cómo andás, tanto tiempo? No vas a poder creer lo que te voy a contar. Desde ya me disculpo porque este audio va a ser largo, te va a llevar como tres minutos. Es que, antes que nada, te tengo que poner en contexto. Viste que hace un par de meses estoy trabajando en el club del barrio, ¿no? Bueno, recién entradito y todo, me pusieron a organizar el evento de Halloween de este año. Ningún problema, dije yo; después de haber armado desde fiestas de oficina hasta eventos multitudinarios con oradores aspiracionales, esto no me iba a complicar la vida. La cuestión es que mientras estaba preparando todo, vino la Comisión Directiva a decirme que este año era necesario contemplar algunos requerimientos de los socios que venían presionando hacía tiempo. Concretamente, tenemos un grupo de autoproclamados patriotas a los que no les gusta mucho todo esto de los festejos foráneos. Bueno, un desafío, pensé. Yo estaba en los tres meses de prueba y no me iba a poner quejoso, menos sabiendo cómo está la cosa, ¿no? Así que me puse las pilas.

Al principio me costó tratar de compilar los dos conceptos, pero por allá salió. A la Comisión le encantó. El plan era básicamente dividir el evento en dos: Dulce o Truco para los niños, Dulce y Truco para los adultos. Para los gurises, un recorrido por distintos puntos del predio en los que podían hacer el clásico (pero poco patriota) reclamo de dulce o truco y recibir caramelos. Incluso planifiqué un punto en el que no hubiera caramelos, así podían aplicar la parte del truco; coordiné con los animadores el tipo de travesuras aceptables y organizamos todo. Hasta ahí todo muy Halloween, ya sé. La mejor parte era el evento para los adultos, Dulce y Truco. Preparamos el salón de fiestas con decenas de mesas y armamos tremendo campeonato de truco. ¿Lo dulce? Canilla libre de vino rosado. Te digo que la Comisión se volvió loca y los socios quedaron fascinados.

Mandamos la invitación y no quedó familia sin anotarse. Debo decir que la decoración quedó un poco rara; eso de conjugar los dos mundos terminó con aberraciones estéticas, como calabazas con escarapelas y telarañas enredadas en espuelas, pero a nadie le molestó. Ah, Pancho, no sabés cómo estaba yo. Iban llegando las familias y yo mandaba a los botijas para un lado, con los animadores, y a los adultos para el salón de fiestas. Hasta hubo un par de adolescentes que se vistieron de adultos con la excusa del disfraz, a ver si lograban manotear algo del vino, pero enseguida les di captura y los mandé para el otro lado. Empezamos con las actividades y fue todo una maravilla. Nunca vi al Club con tanta gente, y todos felices. Entre la canilla libre de rosado dulce, el calor de la competencia y la tranquilidad de que los botijas estaban divirtiéndose, la cosa estaba divina.

El parrillero sacaba chorizos como loco y fue la noche de mayor recaudación en mucho tiempo. A los niños les encantó la mezcla de Halloween con búsqueda del tesoro; se los veía corretear felices con sus sombreros de gaucho llenos de golosinas y las caras medio pintadas y medio manchadas de chocolate. Una cosa de locos, te digo. Yo me sentía allá arriba, como en mis mejores épocas de gloria laboral. Hasta que de repente todo cambió. La catarata irrestricta de azúcar se apoderó de los niños a la misma vez que la catarata irrestricta de vino se apoderó de los adultos. No sé en qué momento fue el quiebre, Pancho, pero aquello parecía el apocalipsis.

Cuando quise acordar, una horda de niños había invadido el salón de fiestas. Algunos tiraban huevos. Otros se treparon arriba de las mesas. Los adultos que estaban más compenetrados con el campeonato agarraron las cartas, rompieron la cerradura de la puerta de la oficina de la Directiva y siguieron jugando. Vi a padres e hijos vomitando juntos: unos vino, otros caramelos. Había chiquilines tratando de patinar arriba de chorizos cortados al medio y adultos apostando a ver qué gurí llegaba más lejos. No te quiero mentir, pero estoy casi seguro de que por algún lado vi fuego. Los adolescentes filmaban todo y se reían de mí. Me vine abajo. Me había hecho el crack y me explotó todo en la cara. Me metí adentro del hueco de la estufa a leña y me tapé los oídos mientras esperaba que todo terminara y pensaba en actualizar mi currículum de vuelta. Ay, esperá que estoy subiéndome al bondi, en unos minutos te sigo el audio.

Pancho R.: ¡Nooo, loco, después de todo este tiempo me tirás esta anécdota de la nada y me dejás así con la intriga! ¿Qué pasó entonces? ¿Andás buscando laburo? Te salgo de referencia.

Nico A.: Ahí me bajé. No, Pancho, te quería invitar a que te vengas a trabajar conmigo. Ahora en el Club me encomendaron organizar el evento de Navidad.