Karen Pastrana forma parte del emblemático grupo de hip hop argentino Actitud María Marta desde el lejano 1999, que en algunas cosas se parece y en otras no tanto a este mundo en que vivimos más de 20 años después. La maestra de ceremonias del cumpleaños número 15 de La Nuestra Fútbol Feminista reivindica desde aquel tiempo los derechos de las mujeres, de las mujeres de los barrios, de las mujeres marrones de los barrios, de las mujeres marrones de los barrios pobres. Entre las continuas barras que salen como pelotazos de su vientre tira “equipo deportivo con marrón” y se da una palmada en la piel parda del brazo antes de volver la vista fiera al público que la rodea. La camiseta de Argentina que lleva puesta en tiempos mundiales flamea a la vez. En sus letras habla de patear los huevos del patriarcado, de derechos, de no derechos, de muerte, de vida y de amor por las pares y los barrios. El marco del recital es una esquina en el medio de la Villa 31, a cuadras de la terminal Retiro, una de las villas más grandes de la querida ciudad vecina: un mural de Néstor, la figura de Evita, las reivindicaciones constantes pegadas en las paredes.
Una serie de casas nuevas de lata para realojar a gente que vive en casas viejas de lata y ticholo es una señal de lo que los gobiernos en realidad hacen por las villas, o dejan de hacer. El agua faltó durante la pandemia, el morfi se sabe que también. De aquello aquella gente todavía está saliendo. Pastrana presenta a las Perraps, a las Superpoderosas, a Violeta Kala y a otras rompedoras de redes que se aguantan haciendo el dos con los coros entre la gente. Como la Capitana y como Juanita, una gurisa de unos ocho años que no sólo quiebra con las breakdancers, sino que también toma la palabra y dice que “la vergüenza es interior”. Tomar la palabra, un gesto religioso. Hay otro montón de pibitas escuchando, batiendo palmas, y otros pibitos, por suerte. Urge curtir a los pendejos de feminismos populares para contrarrestar la crianza machista en la que muchos nacimos.
Hay algo de siembra infalible en esta escuela de la calle. Hay botijas criadxs para resistir, para “pararse en la cancha como en la vida”, o al revés. La cancha es la vida con dos arcos. La vida es un paño verde para habitar; el Diego lo sabe, desde un muro observa los partidos que se suceden, primero ellas, chicas, grandes, gordas, flacas, bellas, luego ellos, paraguas, bolivianos, peruanos, porteños, villeros, machitos viejos que van entendiendo que el fútbol no es exclusivo, que es de todxs o no es fútbol. Karen Pastrana es MC, es rapera, es poeta y es argentina, y en un quiebre de la voz agradece los llantos alrededor y presta el suyo. Toda la Villa calla. Karen retoma: “Aquí estaremos siempre, en la intimidad de los dolores y en la intimidad de los festejos”.
Higui se clava un trago de birra y pega unos saltos con otras pibas mientras Karen Pastrana sigue haciendo de las suyas: cantar, rapear, decir, llevar, llorar. La resistencia estalla en los ojos de lxs pibxs que la rodean, en los ojos de Higui, un emblema villero por quien peleó todo un pueblo, un emblema villero que llevó al pueblo puesto tras las rejas como una camiseta de Messi, o de Elba Selva, por matar a uno y herir a varios tipos que quisieron violarla en manada. Hace unos meses recuperó la libertad, lo consiguieron, y eso se nota en los ojos que lloran, en las bocas que beben y ríen y cantan. Salió de la cana con una pelota abajo del brazo, literalmente. Higui está feliz, la Villa la recibe con los pasillos abiertos. Dicen que a Eva Analía de Jesús le pusieron Higui por su parecido con Higuita. ¿A cuántas les dirán Higui por ella? En La Nuestra Fútbol Feminista hay pasillos para guardarse cuando el mundo te corre. Hay un corazón donde esconderse y otro corazón prestado para salir a pelear de nuevo. Higui va y viene, se presta para una foto, agarra el micro porque Mónica se lo pide y no hace más que arengar, sabe que no hay nada más importante que el hecho de poder estar.
Mónica Santino vuelve a un rinconcito donde cae la sombra.
Una piba se sube a los hombros de otra para colgar de la imagen de Evita Perón hecha en hierro una bandera que dice “Hagamos La Nuestra”. Cerca, una chapa en la que el carbón se enciende y los choris crujen, una heladerita con birras, refrescos y aguas y otra mesa con camisetas del cuadro. Mónica tiene puesto un gorro con el Diego haciendo el gol con la mano para siempre. La diferencia entre Mónica y el alma es que el alma es una sensación y Mónica existe.
El alma de La Nuestra vuelve a un rinconcito donde cae la sombra.
Se come un chori y suspira, el patio está todo regado. Con el abrazo que me da, me reconstruye. Mónica jugó en el albo de Floresta un montón de años y desde ahí tiró paredes. Llegó a la cancha de Güemes de la Villa 31 cuando todavía era de tierra y los varones aún se creían los dueños de la pelota. Hoy La Nuestra alberga a todas las pibitas del barrio y al campeonato de festejo de los 15 se anotaron otros cuadros de la vuelta, como Las Aliaditas, Las Pibas Retiro, Las Únicas, Las Amigas. Todas saben, como dice Mónica, que “el fútbol será feminista o no será”, y también saben que “la diferencia entre el fútbol femenino y el masculino es cultural”.
Costumbres argentinas
El 12 de noviembre se terminó la costumbre. Los 15 años de La Nuestra Fútbol Feminista son el fin de la costumbre y el inicio de una costumbre nueva, “costumbres argentinas de decir no”. Costumbres argentinas de decir sí. No hubo cortejos con rosas peladas, no hubo padre ni vals ni novio con barba nueva, ni quince primaveras, ni agite por los cuadros grandes, ni piñas de borrachos, ni tío en el baño, ni vaso roto, ni traje, ni vestido blanco, ni corbata, ni taco, ni alto, ni zapato que no sea de fútbol. Sí hubo una torta de barrio bien merengosa, unas facturas, unos muffins de quiosco, un bizcochuelo hecho por una madre, otra torta de galletitas, globos con los colores del cuadro, fotos que narran los años, velas apagadas con fuerza y una cumbita villera constante que nos hace cantar canciones de cancha:
La Nuestra
Fútbol Feminista
Me paro en la cancha
Como en la vida
Deportista
Futbolista
Jugamo en el potrero
Bailamo en la Villa
Y otra vez. Hasta abajo. Porque pueden.
Hasta el club, siempre
Hasta el club siempre. ¿Hasta el club siempre? Hasta el club, siempre. ¿Qué es el club? ¿Un pedazo de tierra? ¿Una parroquia donde todos los dioses y todas las diosas entran? ¿Una tribuna de casitas de colores con escaleras de caracol quieto? ¿Un cielo propio? ¿Un rincón para chuponear? ¿Un pañuelo donde llorar que se parece a una bandera? ¿O un quiosco donde atiende un semblante de abuela? ¿Qué es el club? ¿La identidad? ¿La pertenencia? ¿Qué es el club, la idiosincrasia? ¿La causa? ¿O es Juanita haciendo un paro de manos y acomodándose los pantalones que le quedan grandes? ¿O es esa pibita de lentes con la camiseta de Las Amigas que lo observa todo? ¿O ese pibito sorprendido? ¿O ese veterano con la camiseta de Paraguay acostumbrado a esta fiesta de mujeres futboleras? ¿O el vecino agarrado del alambrado mientras las chicas juegan al sol villero? ¿Eso es el club? ¿O el club es la que está cortando la torta? ¿O la primera gurisa que se para a armar la fila? ¿Cuál de todas ellas es el club? ¿Una birra bien fría con una amiga es el club? ¿Hablar de lo que nos pasa es el club? ¿Qué es el club, una esquina en el mundo? ¿Qué es el club, conocerte? ¿Un mordisco de chori es el club? ¿Cuidarte es el club? ¿Aprender a escuchar es el club? ¿Y a gritar? ¿Agradecer es el club?
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