Cuando decidió dedicarse a la fotografía, Camilo López-Moreira ya conocía el carnaval como cantor y letrista. Comenzó entonces a llevar la cámara a ensayos y espectáculos para registrar las imágenes de colectivos que impulsan transformaciones en la tradición de la murga.
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Fui criado en una familia numerosa, cuyas filas se engrosaban a diario en eventos en los que vecinas y vecinos se juntaban a festejar y realizar cantarolas en la vereda de casa. Mi padre, Diego López-Moreira, fue murguista durante gran parte de su vida. Demoré, pero seguí sus pasos.
Hace 13 años que habito diferentes manifestaciones del carnaval, desde el Concurso Oficial hasta el Encuentro de Murga Joven, donde aprendí y pasé por todo tipo de roles: cantor, asador popular y hasta letrista. A partir de 2018 comencé mis estudios fotográficos y busqué fusionar mis mundos actuando y cantando con cámara en mano. Así me transformé en “fotógrafo de murgas” enfocando mi trabajo a la cobertura de colectivos que proponen ciertas líneas de cambio dentro de esta tradición.
El carnaval es un espacio de construcción y de manifestación ciudadana, y la murga es un potente vehículo expresivo de la crítica política y social, permeable a revoluciones sociales, con la particularidad de que, muchas veces, también es su lugar de gestación. Es un terreno marcado por la identidad de las personas que lo habitan, que genera una gran variedad no solamente de espectáculos, sino de formas de militarlo.
Dentro de este universo, existen “otras murgas” que proponen cambios estructurales con sus maneras de ver y sentir la tradición. Colectivos integrados de forma paritaria o por una mayoría de mujeres. Sin dueños, con organizaciones horizontales y que tienden puentes con colectivos similares fuera del país. Propuestas que asumen compromisos sociales, que sostienen sus ideales a lo largo de todo el año. Constructoras de espacios, antes habitados por la competencia, que son orientados a diluir la rivalidad con nuevas actividades y nuevos vínculos: que integran a sus parejas, niños, amigos, y redefinen el colectivo como una familia.
El universo de la murga comprende mucho más que 45 minutos arriba de un escenario, mucho más que la elaboración de un espectáculo y su presentación. La fotografía se sumó a este camino hasta desembocar en este proyecto en el que, con la cámara como si fuera una extensión de mi traje, me propongo capturar y compartir esta “otra murga” de la que soy parte.
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