Yendo desde Montevideo por la ruta 5, pasamos la ciudad de Tacuarembó y en el kilómetro 407 tomamos un camino de tosca que nos lleva a bajar la velocidad. Este nuevo ritmo nos permite empezar a conectar con toda la belleza del entorno rural. Asombradas por algunos paredones de rocas en medio de las ondulaciones del paisaje, vistas amplias en la lejanía, sectores más apretados rodeados de vegetación autóctona y zonas tomadas por la forestación, paramos a ver un ombú que se destaca a lo lejos por su porte. Apreciar una de las típicas imágenes representativas del campo uruguayo nos tomó un rato, cautivadas por esa presencia robusta y añeja que trae el ombú.
Otra de las sorpresas durante este trecho fue cruzarnos con las vías del tren que hoy día realiza el trayecto Rivera-Tacuarembó. Lo curioso del recorrido es que pasa por el único túnel ferroviario de Uruguay, denominado Bañado de Rocha, ubicado en Tacuarembó. El túnel se inauguró en 1892, diseñado como una gran obra de ingeniería de la época para poder traspasar la cuchilla rocosa por donde pasaba el tren. Fue declarado monumento histórico nacional y hoy constituye un atractivo histórico y cultural que es visitado por turistas que deciden añadir un paseo más a su visita a la Cuchilla de Laureles, y también es vía de transporte de jóvenes y maestras de la zona (aunque la frecuencia no lo hace rutinario, ya que tiene salidas sólo los lunes y los viernes).
Llegamos a una portera coronada por un cartel que dice Posada de Campo, donde nos recibe Serrana Rodríguez Sotto. Con la naturalidad de una mujer de campo y el porte de alguien que sabe el tesoro que guardan sus tierras, Serrana fue la guía de nuestra recorrida por el Sendero de los Higuerones, paseo característico del establecimiento Bichadero. Esta estancia es de la familia Fros y hoy está a cargo de Darío, el compañero de Serrana. Se conocen desde niños, caminan juntos como pareja desde hace 30 años y hoy son parte de una familia rural que incluye a tres hijas.
El nombre del establecimiento fue elegido por los Fros como forma de recordar las zonas con altura en que los indígenas realizaban construcciones de piedra, “vichaderos”, para observar y controlar el entorno desde la cima de los cerros. También se dice que su uso podría estar asociado a eventos rituales.
Darío Fros tiene 54 años y desde pequeño vive en el establecimiento Bichadero. Es la sexta generación de los Fros que habita la Cuchilla de Laureles; todos son descendientes de Guillermo Alberto Fros, quien llegó en 1854 desde Brasil, oriundo de la isla portuguesa de Madeira.
La Cuchilla de Laureles lleva su nombre en honor a esa planta; el área es rica en variedades de esa especie que cautiva el paisaje. Darío nos menciona cuatro que se destacan en la zona: Ocotea acutifolia, conocida como laurel negro, Nectandra megapotamica, popularmente llamada laurel amarillo, Ocotea pulchella, llamada laurel blanco, y Ocotea puberula, que no tiene una identificación con un color puntual. La familia Lauraceae tiene una distribución geográfica amplia en todo el mundo, es típica de territorios tropicales y subtropicales, y se destaca su presencia en Brasil y Asia. En Sudamérica está presente en Argentina, Paraguay, bosques húmedos de Chile y Uruguay.
Ocotea acutifolia
Nombre popular: Laurel negro.
Porte: Árbol dioico de hasta 10 o 12 m de altura.
Hojas: Simples, alternas, de 5 a 9 cm de largo.
Follaje: Persistente.
Flores: Panículas, de 3 a 8 cm.
Fruto: Drupa ovoide de 1,5 cm de largo.
Usos: Madera de buena calidad.
Nectandra megapotamica y Ocotea acutifolia son variedades parecidas. Se distinguen por la corteza y por su ubicación, nos explica Darío: la primera está típicamente dentro de la quebrada y la segunda, en lugares más abiertos y montes ribereños. Ocotea acutifolia, el laurel negro, como lo llaman en estas tierras, es el más común en todo el territorio, fácil de encontrar en bordes de monte, claros de quebrada y montes ribereños no inundables. Las otras especies suelen ubicarse dentro de la quebrada, en la parte baja y en la ladera. Darío nos cuenta que en su familia usaban mucho la Ocotea acutifolia por su madera: se empleaba en piques y postes por su larga duración en suelos firmes, afirma. “Algún poste de la época de mis abuelos todavía puede quedar”, nos dice. También era usual ver la madera de la Nectandra megapotamica en muebles rústicos e incluso en marcos de puerta.
La familia Fros es originalmente ganadera, y este oficio se ha transmitido de generación en generación. Desde los seis años, Darío iba con su padre y su abuelo a arrear ganado al medio del campo. Aprendió desde pequeño a enlazar terneros para curarlos o castrarlos, entre otras tareas vinculadas a la ganadería. Esas son parte de las enseñanzas que Darío ha pasado también a sus hijas: Alicia, que estudia una licenciatura en Turismo, Marcela, que se dedica a la ganadería, y Clara, que cursa sexto del liceo.
Al igual que en la mayoría de las familias de la zona, la principal actividad de los Fros era la ganadería, pero a partir del año 2003, con la necesidad de convertir la crisis en oportunidad, empezaron a desarrollar turismo de naturaleza. Al día de hoy, ambas actividades equilibran su rutina, disfrute e ingresos. Durante la crisis de 2002 la situación se vio complicada para la familia, pero pudieron reinventarse aprovechando asesoramientos técnicos del Centro Latinoamericano de Economía Humana, el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) y el Fondo Mundial del Medio Ambiente, además de un impulso propio de perseverancia que los caracteriza. Serrana nos cuenta: “Nosotros hacemos ganadería, pero no es suficiente porque los suelos no son buenos, el índice de productividad Coneat es muy bajo, con un promedio de 40, cuando en Colonia o San José puede ser de 200, entonces se abrió la posibilidad de trabajar en lo tuyo de otra forma. En todas las cosas malas hay cosas buenas”.
El establecimiento Bichadero ofrece la posibilidad de hacer senderismo, avistamiento de aves, cabalgatas, contactar con la tradición culinaria tradicional y, sobre todo, invita a compartir el espacio y las actividades con ellos, una familia rural con el corazón abierto a intercambiar conocimiento, experiencias, delicias autóctonas y cantos folclóricos. Su forma de expandir sabiduría es un gran valor agregado para poder conectar con la flora y la fauna autóctonas. Con este mismo espíritu es que Serrana nos acompañó a recorrer la principal propuesta del establecimiento, que puede realizarse en dos o cuatro kilómetros de caminata, pasando por la Quebrada de los Higuerones, el “cañoncito”, la Quebrada de los Helechos y la Cascada de la Cueva.
La preparación para la caminata fue práctica: botella de agua, bolsa para posibles residuos y polainas, porque estábamos en época de serpientes. Iniciamos el recorrido en un llano en altura. La casa, que todavía conserva el techo original y parte de los pisos construidos por el abuelo de Darío en 1939, está ubicada a 300 metros sobre el nivel del mar; eso se percibe al mirar el horizonte y ver rondar un montón de sierras. Serrana nos señala a lo lejos las cuchillas que se pueden recorrer: la Cuchilla de Laureles, la Cuchilla de la Venta Quemada y la Cuchilla de las Tres Cruces.
A paso firme, vamos caminando por una sección despejada, con pastizales altos y algunas secciones con rocas en el suelo. De a poco, empezamos a bajar, rodeadas de árboles de aruera, molles cenicientos y Francisco Álvarez, entre una amplia variedad de flora nativa. El calor disminuye en la contención del monte de quebrada que nos abraza. Al terminar la ladera llegamos a una zona donde el sonido de una vertiente cambió el ritmo de nuestro andar y decidimos sentarnos a tomar agua. Pura, fresca y transparente. Tomar agua con las manos nos trasladó a una época que seguramente exista en el inconsciente colectivo de quién sabe cuánto tiempo más. Serrana nos relata: “La suerte que tenemos es que, como los suelos son tan duros, no hay agricultura para arriba, entonces el agua no está contaminada, porque el glifosato hoy día está hasta en la sopa”. Conversamos sobre lo naturalizado que está su uso y lo importante que es revertirlo con urgencia.
Esta agua es especial también porque las vertientes llegan de la zona de recarga del acuífero Guaraní, una de las reservas subterráneas de agua dulce más relevantes en el mundo. Tiene un área que supera el millón de kilómetros cuadrados en una superficie cubierta de derrames basálticos, de los cuales cerca de 5% se encuentra en nuestro país, en los departamentos de Artigas, Paysandú, Rivera, Salto y Tacuarembó. Partes del acuífero son aflorantes, donde sale y entra el agua, y el resto está cubierto de formaciones sedimentarias, zonas de recarga cuya conservación es importantísima.
Mientras conectamos con el poder ancestral del agua, envueltas de paredones de piedras, quedamos cautivadas por la bromelia Dyckia pampeana, comúnmente conocida como mancaburro amarillo. Es una planta terrestre, con flores de 32 a 83 centímetros de altura. En general se ubica en las cornisas rocosas, en lugares donde hay muy poco suelo. Su zona preferida en el establecimiento Bichadero es entre la pared de piedra y el monte, en la caída. Se alimenta del suelo y aprovecha la forma de sus hojas para acumular agua.
Dyckia pampeana
Nombre popular: Mancaburro amarillo.
Porte: Bromelia en forma de roseta.
Hojas: Entre 21 y 64 en total, las de adentro son erectas y las de afuera, curvadas hacia atrás.
Follaje: Perenne.
Flores: Pedúnculo de entre 32 y 83 cm.
Fruto: Cápsula ovoide.
Usos: Ornamental.
Continuamos el recorrido hundiéndonos cada vez más en el cañón, camino a encontrar la Cascada de la Cueva, y paso a paso los árboles varían en tamaño y colores. Entre ellos se destaca el higuerón, por el cual lleva el nombre este sendero. El camino va haciendo curvas y en los lugares donde hay que subir o bajar algunas rocas pronunciadas hay barandas y pequeños escalones diseñados por Darío de forma sustentable, para no invadir el desarrollo natural de la vegetación. En un segundo plano de árboles, notamos un antiguo guaviyú, Myrcianthes pungens, que se estima que tiene entre 200 y 300 años. Esta especie está presente en zonas subtropicales de América del Sur, en áreas de Argentina, Paraguay, Brasil, Bolivia y el norte de nuestro país.
Es usual ver a los guaviyús descamándose, y esto hace que normalmente pueda identificarse su tronco como “manchado”. Por la forma de su copa, esta variedad es muy atractiva para los coatíes, una de las especies de nuestra fauna autóctona muy comunes de ver en esta zona. Se trata de un lugar cómodo para hacer su nido de descanso y aprovechan también para alimentarse. Los frutos del guaviyú son dulces y sabrosos, redondeados y de tonalidad violácea, con una pelusa casi imperceptible en su cáscara. A esta pelusa se debe su nombre común, que se dice que fue adjudicado por los guaraníes: guaviyú o yvá viyú, que en su lenguaje quiere decir “fruto con vello”.
Serrana nos cuenta que para cosechar los frutos, que ellos utilizan en mermeladas y jugos, ponen una malla sombra, trepan y golpean las ramas suavemente para que estos caigan. También nos cuenta que allí notan una gran diferencia de porte entre los guaviyús del bosque de quebrada, que, al estar en un lugar profundo, se estiran más, y los del bosque ribereño.
Myrcianthes pungens
Nombre popular: Guaviyú, yvá viyú.
Porte: Árbol de hasta 12 m de altura.
Hojas: Simples y opuestas, de 4 a 7 cm.
Follaje: Perenne.
Flores: Pequeñas, blanquecinas, abundantes y aromáticas, de 1,5 a 2 cm. Florece de setiembre a octubre.
Fruto: Baya globosa, oscuro en la madurez, de 2 cm de diámetro. Fructifica de noviembre a enero.
Usos: Fruto comestible.
Seguimos el recorrido sin dejar de sorprendernos por zonas de monte con árboles de hasta 30 metros. De este sendero se desprende otro que utilizaban las hijas de los Fros para ir a la escuela a caballo, de unos cuatro kilómetros principalmente de monte y un tanto de llanuras. Ese es el mismo sendero que también usaba Darío en su infancia para ir a estudiar. Tras pasar una zona de helechos coronada por un plumerillo florecido, llegamos a la preciada cascada. Rodeadas de altos paredones de roca e intensa vegetación, compartimos un momento contemplando la inmensa biodiversidad que convive en este rincón del sendero. A unos tres metros de altura, nos llama la atención lo que parecería ser una “bolsa” opaca que cuelga de una rama. Serrana nos cuenta que ese es el nido del boyero, una de las aves que comúnmente se avistan en esta región. La particularidad de este nido es que tiene forma de gota colgante y está construido con fibras naturales por la hembra, en general en ramas de mediana altura; es una obra de artesanía fina que les lleva aproximadamente una semana de elaboración.
Esa es sólo una de las tantas aves que se puede ver en el establecimiento Bichadero, lugar que oficia de escuela para muchos biólogos, ingenieros agrónomos y estudiantes. Es el caso de Pedro Rivero, a quien pudimos conocer durante nuestra estadía. Realizó su tesina de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República acerca de los ensambles de aves en la Cuchilla de Laureles. Durante un año, gracias al apoyo de la familia Fros, tuvo la oportunidad de estudiar y registrar 175 especies de aves en ambientes de bosque de quebrada, pradera y humedales, entre las que hay especies amenazadas en el territorio uruguayo, prioritarias para la conservación.
La biodiversidad realmente se hace notar entre la flora y la fauna que conviven en esta región. La Cuchilla de Laureles es parte de la denominada Quebradas del Norte o Cuesta Basáltica, delimitada por 62.500 hectáreas situadas desde el norte de Tacuarembó hasta el noroeste de Rivera. Esta zona se distingue por su unidad en biodiversidad, geología y geografía, y además posee una impronta similar en el aspecto sociocultural. Es un corredor biológico muy influenciado por la vegetación subtropical del sur de Brasil. Este paisaje incluye valles escarpados, colinas arenosas, cerros aislados con terminaciones cónicas o chatas, variadas cascadas, paredones de piedra e intensas laderas coronadas por vertientes de agua, que dan a esta área una particular biodiversidad. Se dice que hay al menos 8.000 hectáreas de bosques y montes nativos.
El establecimiento Bichadero es un ejemplo de esto. Se compone de 430 hectáreas, de las cuales 52 son tratadas como reserva natural, excluidas de la producción ganadera y el pastoreo. Serrana nos cuenta que la regeneración que han visto en los últimos nueve años ha sido importante: “Ahora se ven árboles grandes, de dos o tres metros, que es un gran impacto visual. Algún pino sale cada tanto, porque vuelan por el viento de las forestales en territorios vecinos. Cuando lo ves, ya tienen un metro y los talamos”. También tienen cuidado y respeto por los animales: “Cada uno en su lugar hace su parte”.
La particularidad única de este territorio, junto con las similitudes socioculturales, hicieron que en 2003 dos agrupaciones sin fines de lucro, el Grupo de Desarrollo Quebradas del Laureles y la Asociación Rural de Productores de Laureles, presentaran una propuesta de ingreso de este territorio al SNAP como paisaje protegido, la misma tipología que tiene hoy el Valle del Lunarejo, que pertenece al SNAP desde 2009. Esta solicitud fue estudiada varios años, hasta que llegó a una audiencia pública en 2010, una instancia de intercambio entre las personas involucradas en la decisión (productoras y productores, vecinas y vecinos, autoridades locales y nacionales), pero no hubo unanimidad para avanzar con esa categorización.
Continuamos el recorrido, caminando entre distintos tonos de verde resaltados por las sombras y las luces que generan los rayos de sol que atraviesan las hojas, y nos encontramos con un Cupania vernalis, comúnmente conocido como camboatá o cambuatá. Este árbol está presente bien adentro de la quebrada y en bosques ribereños. Crece a la sombra de árboles de mayor altura y amplias copas. Su corteza es rica en taninos y se emplea para producir carbón, y su madera es muy buena para carpintería. Se dice que en medicina natural se utiliza para mejorar la digestión y tratar la acidez, problemas de hígado y dolores reumáticos. La familia Fros nos cuenta que en el pasado se usaba mucho para elaborar los tirantes de los ranchos y las varas de las carretas.
Cupania vernalis
Nombre popular: Camboatá, cambuatá.
Porte: Árbol de 7 a 9 m de altura.
Hojas: Pinnadas, alternas, de 20 a 40 cm de largo.
Follaje: Persistente.
Flores: Pequeñas, en panículos de 10 a 20 cm de largo. Blanquecinas. Florece en verano y otoño.
Fruto: Cápsula rugosa esférica, de 1 a 1,5 cm de diámetro. Fructifica en octubre-diciembre.
Usos: Su madera es apta para carpintería y produce buen carbón.
No nos sorprendió encontrarnos con ejemplares de Chusquea ramosissima, conocida como caña Tacuarembó, Tacuarembó roquy o tacuarilla, de la familia de las gramíneas y la subfamilia bambú, con presencia frecuente en Paraguay, Argentina y Uruguay. El nombre Tacuarembó, que identifica a esta caña, al importante río, a la capital departamental y a la ciudad de Tacuarembó, deriva de tacuaremboty, término guaraní que refiere a “lugar de tacuarales o cañaverales”. Su origen se remonta a fines del siglo XVII, cuando troperos llegaron a esa zona. La Chusquea ramosissima es muy frecuente en las quebradas. Según una investigación de Héctor A. Keller, su origen mítico la reconoce como “el cuchillo del escarabajo” en la comunidad guaraní, asociando a la caña con su uso como herramienta punzante.
Chusquea ramosissima
Nombre popular: Caña Tacuarembó.
Porte: Bambú monocárpico de 4 a 10 m.
Hojas: Lanceoladas, de 10 a 15 cm de largo.
Follaje: Perenne.
Flores: Inflorescencia en panícula abierta de 3 cm de largo.
Fruto: Seco, con una sola semilla.
Usos: Construcción.
Al recorrer esta quebrada, con sus laderas, su cañón y su cascada, se siente un halo de historia y una energía que invita a la contemplación. Como dice Serrana: “Hay que reconocer que el fondo de casa es precioso”. En este lugar conviven la fauna y la flora de forma armoniosa con la familia Fros y quienes pasen por aquí a disfrutar y conectar con la inmensidad nativa. Como indica Darío, parte del mundo está mirando “lo de afuera”, se apuesta a la forestación y al monocultivo, en lugar de valorar lo propio: “El objetivo es aprovechar lo que tenemos, la asociación de la quebrada y el acuífero Guaraní en esta zona es muy importante, entonces nos lleva a conservar el medioambiente de estos lugares y el agua que está debajo. Además, es un recurso económico importante hoy día en los aspectos paisajístico y botánico, y también para el alma; salir a estos lugares a distraerse, a perder el contacto con el mundo habitual y bajar a tierra, aprender a disfrutar lo que tenemos, el silencio y todo lo lindo que hay en estos lugares”.