El reloj marca las 23.30. Sabés que en cinco minutos empieza la demencia. Lo preparaste, lo tenés estudiado, lo trabajaste en equipo, lo repasaste veinticinco veces antes de llegar y como cincuenta desde que llegaste, hace una hora. A las 23.35 el conjunto que acaba de actuar en este último carnaval prepandémico (no sabés la que se viene dentro de un mes) va a terminar de sacar su escenografía y ahí vos vas a empezar a gritarles a tus compañeros que en orden, que con calma, que hay sólo quince minutos, que vamo arriba nosotro.
Añorás la época en la que el conjunto era nuevo y entonces lo mandaban actuar a primera hora. Es cierto que te quejabas de que el sol sobre las canteras del Collazo arruinaba el diseño de iluminación en la apertura del telón, pero cuando te toca actuar a primera hora podés entrar al escenario media hora antes, el armado escenográfico es tranquilo, la prensa televisiva que va a trabajar no sale en vivo, entonces nadie corre. Mientras pensás en eso ves que al conjunto que está sacando su escenografía le quedan un par de paneles por desatornillar y ya son las 23.32. Pucha que el tiempo no pasa más.
Sacan un panel y te sumás a ayudar porque querés que se vayan rápido pero aparte porque empatizás con ellos, sabés lo fulero que es desarmar en quince minutos tantas estructuras. Te ponés a cargar y a gritarles a tus compañeros que se corran, que atrás de la línea blanca, que los componentes se vayan, que no estorben. Los componentes siempre son un poco un estorbo. Están ahí, en la suya, nerviosos, nerviosas, sacándose fotos, yendo al baño de atrás del escenario, respirando hondo, fumando las últimas pitadas. No suelen darse cuenta de que están en tu camino. No los juzgás, tienen otra cosa en la cabeza, pero cada tanto los arreás cual ganado para que no entorpezcan la labor técnica.
Antes de salir del club se juntaron. Junto a la puestista en escena repasaron por dónde entran y por dónde salen, fueron parte a parte del espectáculo, se sacaron las dudas. Les recordaste que te van a ver, a vos y al resto del equipo técnico, corriendo de un lado a otro, gritando, resolviendo imprevistos; les dijiste que no se preocupen por ustedes, que fundamentalmente no intenten ayudar, que se valoran las ganas pero que todas esas corridas están milimétricamente estudiadas para poder montar en quince minutos lo que en cualquier lugar del universo occidental se monta en unas seis u ocho horas y con descansos.
23.34. Mirás a tu alrededor mientras el conjunto anterior saca la última estructura. Allá en el fondo ves a tus compañeras de maquillaje salir del contenedor en donde recién terminaron y abrazarse. Acaban de terminar una jornada intensísima, lloran, se ríen, se abrazan. No van a poder ver su laburo porque no tienen asientos asignados para ello. Dos compraron entradas, las otras se van a parar en el costado derecho de la platea baja, junto a las radios. Te vuelve a dar la misma bronca de todos los años que nadie les garantice seis asientos en el palco de la platea alta. Siguen siendo las 23.34. Reconocés a quien lideró la construcción de la escenografía, que es carpintero y vecino del club, y el resto del equipo es de lo más variopinto: los utileros, el hermano de una componente, la mamá de otra, dos que se hicieron medio hinchas porque jugaban al fútbol cinco en la cancha en donde ensayaba el conjunto y siempre se quedaban a ver el ensayo como tercer tiempo; el noviecito (creés, no estás seguro, qué es eso de andar titulando) de otro componente, dos amigos del escenógrafo y una argentina fanática de la murga que estuvo ayudando todo el día en el club y que va a cumplir su sueño de pisar el escenario que siempre vio por YouTube. Ya repasaron antes de salir del club quién va a hacer qué en el montaje. Te miran, los mirás. Te das cuenta de que sentís que los querés mucho, aunque a la mayoría es la primera vez que los ves en tu vida. Pero sentís amor. Lo que mueve todo el desquicie que está por suceder es en gran parte el amor.
23.35 y adentro muchachos grita el de la puerta y vos ya estás adentro porque tu reloj te avisó antes. Te encontrás con los trabajadores del proveedor de servicio técnico. Estuviste con ellos haciendo la prueba técnica de sonido y luces la noche anterior, hasta las 4.30. Después te quedaste hasta las seis cebándoles mate porque tenían un ensayo con otro conjunto y vos igual no te ibas a dormir. Mañana tenés un asado con ellos, los vas a invitar al parrillero que está ahí mismo, atrás del escenario. Todo el mundo técnico los invita a uno. Cuando termine el carnaval se van a encontrar todos y todas en ese lugar, como hace años viene sucediendo, desde que se juntaron para acordar cobrar más o menos lo mismo, establecer un mínimo, establecer una lógica de pago en el universo en el que la gente te paga si quiere. Estás adentro del escenario y ves a los técnicos que viste anoche, les decís qué carita eh, ellos te devuelven la sonrisa cansada, y por casa cómo andamo. Son lo más parecido a tu familia por un mes y medio, los ves todas las noches que vas a programar, que vas a ayudar a un compañero o una compañera con su conjunto, que vas a chusmear cómo va todo porque el Teatro de Verano es un foco gigantesco y vos sos una polilla que se acerca a él constantemente y sin sentido.
Son todos varones, a diferencia del cuerpo técnico del Teatro de Verano, que es mixto. Con ellas y ellos te saludás cortésmente, están siempre cerca y siempre a disposición y siempre tienen buena onda y una tranquilidad que les envidiás y a la vez les agradecés. Hace años son más o menos las mismas personas, te encontrás con alguna nueva que conocés de otras movidas culturales, te pegás un abrazo, qué lindo verte acá, sí, estoy re copada, después hablamos que tengo cosas que hacer, jaja dale, sabelo.
Entran los componentes al escenario y la realidad te devuelve la urgencia como un golpe. 23.40. Los tachos cenitales se están enfocando, la escenografía está a medio montar, a ojo te das cuenta de que el lado derecho está torcido y más atrasado que el izquierdo, le pedís al presunto novio de un componente que vaya y ayude en ese lado, te entiende en seguida y ahí va y vos vas a hacer algo más, pero está la tele justo y tenés que dar un rodeo y te olvidás de qué era. La tele son también compañeros y compañeras que trabajan ahí todas las noches, junto con las radios, te saludás, se conocen, se respetan. Vos tenés que laburar, pero ellas y ellos también y eso se entiende y todo el mundo colabora en que esa demencia funcione. Volvés a mirar alrededor para recordar qué habías olvidado y una de las compañeras del cuerpo técnico del Collazo te avisa que está bajando el varal y era eso lo que no lograbas recordar y le agradecés la clarividencia de estar tranquila y veinte pasos adelante tuyo. Te acordás por asociación libre de cuando se cayó una escenografía atrás del escenario, cuando las vallas no existían y las familias iban a saludar a componentes, técnicas y técnicos ahí atrás. Se cayó la escenografía y fue un peligro y en ese momento pensaste y dijiste que qué horrible, que la falta de protección del cuerpo técnico, que la gente ahí es un peligro. Ahora extrañás cuando no había vallas, pensás mientras corregís un enfoque. Bajó el varal. Ya no sabés qué hora es. Vas a gritar lo que tienen que hacer porque es obvio que alguien debe haberse olvidado, pero escuchás la voz del escenógrafo diciendo lo que ibas a decir y te vas a apagar otro incendio. La sensación es de incendio, de múltiples incendios, de fuegos por todas partes, pensás mientras acarreás a cuatro componentes que están ahí parados y con todo el amor del que disponés les decís que salgan de ahí que tenés que trabajar y que los querés mucho y que mucha mierda hoy pero córranse, gurises, están tirando los focos con los trajes. También te queremos, te dicen y pensás en esa relación insólita del mundo técnico con los conjuntos. Vos apagás incendios por trabajo y por la camiseta, sabés que te ponés esa camiseta y te ponés también las camisetas de otros conjuntos que también te contratan, que las rivalidades entre ellos a vos no te interesan, que con todos hacés procesos de laburo diferentes, pero aun así te fanatizás, porque ves cómo tantísima gente trabajó tanto para poder mostrar el mejor espectáculo posible, porque te acordás de las familias yendo a decorar el club para hacer un festival en el que terminó lloviendo y el conjunto no sacó la plata que necesitaba para pagarte, porque recordás las horas al sol que estuvieron pintando la escenografía porque no podían pagar un realizador, porque las escenografías son ingenio puro y presupuesto cero, porque el amor nuevamente moviendo galaxias. Estás ahí, en ese lugar y en ese momento de desquicie pensando en cómo querés a todo el mundo y escuchás el parapapam pam pam de la cortina musical que suena en la tele, que significa que ya deberías estar en la consola, y te sube una revolución desde el bajo vientre hasta la garganta porque te das cuenta de que no tenés forma de chequear ya si todo está en orden porque tenés que correr atravesando la escalinata llena de abonados en la platea baja y llegar a la consola diciendo permiso y disculpas y no atropellando a nadie y confiando en que tu equipo sabe y ya estás corriendo y viendo cómo una compañera que invitaste para que te asistiera en la mesa ya está en la consola y te hace dedito para arriba y se ríe porque te ve corriendo con cara de descompensación y se reconoce a ella misma en tu desquicie.
Llegás a la consola, algo no funciona, por supuesto, pensás que esa va a ser la anécdota que vas a contar dentro de dos horas, cuando se junten a contarse cómo pasó cada una y cada uno ese ratito en el que estuvieron a distancia. Sabés que hay anécdotas peores por delante: varios carnavales tenés encima como para tener tanta ingenuidad y pensar que lo peor ya pasó.
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Ahora estás en el carnaval 2022. 23.32. A tu alrededor reina una calma que te resulta ajena. Es cierto que hace dos años no estás ahí, pero la ajenidad no radica sólo en distancias temporales. Hay menos gente a tu alrededor, menos objetos. Pasó una pandemia y quedó un protocolo anticovid que para cuidarte, a vos y al resto, así como te cuidaron hace unos años cuando pusieron las vallas, impide la ejecución de escenografías arriba del escenario. En realidad, algo se permite: podés poner algo de escenografía, con unas medidas estandarizadas que un funcionario vendrá a constatar en un ratito porque igual llevaste, por nostalgia. El resto de los conjuntos que han actuado ese día ni llevó. Las pantallas permiten diseñar o usar diseños estandarizados, los viste, algunos te gustaron. No tenés idea de cómo se diseña. Desearías que alguna de las madres o de los hermanos o el presunto novio o la argentina fan supieran de diseño gráfico, pero sólo pudieron ayudarte dando unas puntadas a un traje que se deshilachó antes de subir a escena. Conversaste sobre el tema con todo el mundo: no hay consenso. A muchas personas les gustan las pantallas, te hablan de lo importante de renovar, de cómo mejoran el espectáculo. Vos dudás. No es sólo la nostalgia insólita del desquicie que ya no es: es cómo afecta al resto de los rubros técnicos. Son las luces, que ahora rivalizan con una información lumínica muy potente y hay que hacerlas convivir y funcionar; son los vestuarios, los maquillajes, esos rubros técnicos que concursan y que ahora deben hallar la forma de convivir con esa información nueva. Son desafíos, te dicen, y es cierto, desafiarse es bueno, ayuda a crecer, es algo nuevo, vale la pena conocerlo y hacer la prueba. Pero estás ahí, en soledad, y pensás en esas personas que ya no están, en ese ingenio que ya no existe, en esas fuentes laborales que ahora ya no son precisas, porque el carpintero que hizo la escenografía y las amigas y los amigos que ayudaron no tienen idea de diseño de pantallas, o capaz que no tienen forma de aprender, o ni les interesa. Te acordás de las comisiones vecinales del tablado al lado de tu club de ensayo, que te ayudaron hace unos años cuando ni carpintero había, transmitiendo un saber tradicional al realizar las escenografías del tablado popular del barrio, usando ingenio, papel maché, cartón piedra y pocos pesos. Sabés que hay algo específico en el mundo técnico del carnaval, que es diferente a cualquiera de las otras artes escénicas, que sólo sucede ahí, que sólo se admite ahí esa convivencia entre el saber popular y la coexistencia con profesionales de la escenografía en los conjuntos pudientes. Sabés que las escenografías sólo van al Teatro de Verano, pero sabés que los tablados tienen sus propias escenografías, y que es la gente la que construye sentidos en esos espacios en los que la imaginación es la que habita. Es parte del juego, pensás. Ese patrimonio tangible pero efímero de ser año a año inventivo y resolver algo que ni siquiera se puntúa en el concurso, pero que vale la pena porque conserva lo rústico, conserva lo tosco, conserva el barro, esa cosa que hace que el carnaval siga siendo el carnaval y no un impresionante festival de artes escénicas for export, que también lo es, pero no sólo. No tenés una postura tomada más que saber que te da pena que haya otra exclusión en el carnaval, que esa gente que iba desinteresadamente o por un sueldo módico pero que les significaba una zafra ya no va a pisar el pedregullo, pero te va a ir a abrazar igual al club y a contarte cómo te vio por YouTube. Ah, no, por YouTube no. 23.35 y adentro, muchachos, que tienen quince minutos nomá.