Una brisa nos acompaña en una tarde soleada en Montevideo, de esas tardes en las que algunas personas están de camisa, otras de buzo y algunas ya de campera, adaptándonos a las sensaciones que trae el cambio de estación. Así, vemos a la gente disfrutar una de las primeras tardes otoñales en el entorno del parque Batlle, rodeada de árboles y pasto prolijamente cortado, en ese intento de conexión con la naturaleza que se suele buscar en estas áreas verdes que da la ciudad.

El parque Batlle, previamente conocido como Parque de los Aliados, a inicios del siglo XX era una zona rural conocida como “campo de los chivos” por su vasta pradera rica en herbáceas para estos animales que llevaban a pastar allí. El predio era de Gabriel Antonio Pereira, quien al fallecer, en 1906, dejó en testamento parte de sus bienes al municipio. Con unas 11 hectáreas donadas por Pereira, más expropiaciones y adquisiciones de otras 38 hectáreas linderas, se planificó construir lo que en aquel momento se denominaba el Gran Parque Central o parque Pereira. En 1911 se inicia el proyecto de construcción y las plantaciones de la mano del paisajista y arquitecto Carlos Thays, con una profunda inspiración en los jardines urbanos franceses del siglo XIX.

Descubrir flora nativa en la capital no es algo del todo sencillo, pero desde hace algunos años es cada vez más posible. El parque Batlle es un escenario muy particular en este sentido, pues está mayoritariamente arbolado con flora exótica, pero tiene una zona puntual con presencia de nativas, que fuimos a conocer con un guía de lujo, el ingeniero agrónomo Andrés González.

Andrés es oriundo de Mercedes. Sus padres se conocieron allí gracias a una transformación en sus vidas: aprovechando la oportunidad laboral de la represa de Palmar, su padre se sumó a la plantilla de trabajo y su madre fue a desarrollar su labor en una casa de brasileños. Se conocieron gracias a sus nuevos oficios y formaron una familia que trajo al mundo a Andrés y a su hermana.

Guettarda uruguensis

Nombre popular: Jazmín del Uruguay, palo cruz.
Porte: Arbustivo, alcanza entre 3 y 5 m de altura.
Hojas: Simples, opuestas, con pelos.
Follaje: Persistente o semipersistente.
Flores: Inflorescencias muy perfumadas.
Fruto: Drupa negra aterciopelada.
Usos: Ornamental, madera para artesanías, medicinal.

Andrés cursó sus años iniciales de educación en Palmar, un pueblo de unos 400 habitantes rodeado por el río Negro. Su primer contacto con la naturaleza fue el río. En aquel entonces le gustaban la oceanografía y el monte circundante de aquella agua dulce. Cuenta que de pequeño su padre lo llevaba a pescar, pero él no tenía mucha paciencia, entonces jugaba a tirar piedritas al agua, lo que terminaba con su padre correteándolo para que fuera a jugar al monte, lejos de su pesca, cerca de árboles y flores, donde curioseaba todo lo que la naturaleza tenía para mostrarle y hoy viene a enseñarnos.

Andrés nos comenta que la zona del parque Batlle anteriormente “era parte de una continuidad con lo que es el barrio Punta Gorda, entre pradera rocosa y serrana, donde se encontraban más que nada arbustos y chircas”. Hoy, el parque Batlle es un espacio de recreación, donde convive variada cantidad de flora exótica con un pequeño espacio dedicado a especies nativas. Esta vegetación autóctona forma parte de la obra La carreta, del escultor uruguayo José Belloni, inaugurada en 1934. La pieza está formada por una carreta, tres yuntas de bueyes tirando, un gaucho a caballo dirigiendo y dos bueyes en la parte posterior. El interés del autor por el emplazamiento de sus obras era importante: ubicada sobre una superficie de pasto alta, continúa a una pequeña piscina que simula un estanque y fue concebida con la intención de ser acompañada de un ambiente de flora nativa para que la representación fuera fiel a la realidad y la pieza pudiera tener un diálogo con su entorno.

Esta obra es un homenaje al típico medio de transporte de carga del pasado, que era utilizado por personas de campo previo a la llegada de otros medios de transporte. El propio Belloni relata en un antiguo periódico que en los años 1927 y 1928 pasaba una temporada en un campo en la zona de Sarandí del Yi y durante las tardes, un hombre llegaba a la estancia en su carreta de bueyes y pasaba la noche allí, acompañado de su silencio y seriedad. Cuenta Belloni que un día le preguntó en qué ocupaba la carreta y el parco hombre contestó simplemente: “Hago changas”. Con esa inspiración, Belloni comenzó a idear esta obra, que inicialmente denominó La vanguardia del progreso.

Dice el inicio del poema “Los caminos”, del escritor y poeta Emilio Frugoni:

Los caminos de mi patria los hicieron las carretas.
En las altas ruedas iban enredados los caminos,
y tras ellas se quedaban estirados entre el pasto
como cicatrices grises, por los años y los siglos.
De los ejes descendían a posarse sobre el suelo
con monótono quejido,
que era la voz lastimera de la distancia y del viaje
lanzada a los cuatro vientos, sin destino...

Dichondra microcalyx (Hallier f.) Fabris

Nombre popular: Oreja de ratón.
Porte: Hierba rastrera.
Hojas: Simples, alternas, con forma de oreja o riñón.
Follaje: Perenne.
Flores: Aisladas, blancas.
Fruto: Cápsula biglobosa con dos semillas.
Usos: Ornamental como cubresuelos, medicinal, cicatrizante, astringente, vulnerario, digestivo (hojas y tallo).

Iniciamos nuestro recorrido con Andrés bordeando el monumento La carreta, cuando nos sorprendió el rápido aleteo de un colibrí. Pasó decidido hacia el jazmín del Uruguay, también conocido como palo cruz, porque sus ramas se presentan opuestas, simulando esa forma, cuyo aroma es muy atractivo. Andrés cuenta que esta especie, de nombre científico Guettarda uruguensis, se diferencia de la mayoría de los jazmines exóticos por su naturaleza arbustiva. Los jazmines europeos y norteamericanos son trepadores, mientras que el nuestro se presenta como un arbusto, al igual que el jazmín del cabo, que es asiático. Por su apariencia arbustiva se utiliza en jardinería como una buena opción en la ornamentación y es un aliado para el desarrollo de cercas. Pertenece a la familia rubiácea, al igual que el café.

El conocimiento de Andrés es cautivante y nos agrega un nuevo aprendizaje: las flores del jazmín del Uruguay son infundibuliformes, lo que quiere decir que tienen el tubo bien angosto desde la base hasta casi el ápice, donde se ensancha abruptamente. Tienen cuatro pétalos y generalmente la longitud del estigma varía, en algunas flores es bien largo y en otras no, lo que favorece la polinización. Esto explica el rápido volar del picaflor que nos dirigió al encuentro de ese bello arbusto, que florece en primavera y verano y fructifica a fin del verano y en otoño. Andrés indica que sus frutos generalmente no se comen, pero nos atrevemos a probarlos: tienen poco sabor y algo de dulzor.

Y así, en versos, surge un homenaje al jazmín, en palabras del músico uruguayo Washington Benavides:

Dijo el muchacho a la moza:
desde el comienzo te vi;
en el sueño, en la vigilia,
como un jazmín del país.

Perfume de la alta noche,
pequeña flor constelada,
en el patio con aljibe
y en mi corazón, guardada.

La primera inspiración de Andrés surgió en quinto año de liceo, momento en el que empezó a viajar diariamente unos 70 kilómetros a la ciudad de Mercedes para ir a estudiar. Iba en un ómnibus contratado por UTE para las familias de las personas funcionarias de la represa de Palmar. En ese entonces, su profesora de Biología todas las semanas les pedía a los alumnos y las alumnas llevar insectos y plantas según la temática de estudio, lo que fomentaba su inmersión en la naturaleza. De hecho, su curiosidad lo llevó a encontrar una especie microscópica pariente de la medusa, llamada hidra, que se adhiere a plantas acuáticas y palitos, que hacía mucho tiempo estaban buscando para investigar.

Los desafíos siguieron también en sexto año de Agronomía, cuando en la materia Botánica una profesora propuso a sus estudiantes como proyecto anual armar un herbario de 100 especies, mitad exóticas y mitad nativas. Andrés cuenta que con las exóticas fue fácil, pero con las nativas hubo más dificultades porque no tenía un amplio acceso a bibliografía ni a internet. Por lo tanto, empezó a salir al monte a recolectar todo lo que podía, se contactó con el servicio de identificación del Jardín Botánico de Montevideo y envió en una caja de zapatos su herbario para que lo ayudaran con la clasificación. La respuesta no llegó, pero para fin de año Andrés logró recolectar unas casi 700 plantas, junto con la información que pudo ir agregando. Expresa con satisfacción: “Ahí fue que la botánica realmente despertó en mí”.

Colletia paradoxa

Nombre popular: Espina de la cruz.
Porte: Arbusto de hasta 4 m de altura.
Hojas: Muy pequeñas, escasas y caedizas.
Follaje: Rígido, terminadas en una espina aguda.
Flores: Abundantes y perfumadas.
Fruto: Capsular verdoso.
Usos: Ornamental, como cerco vivo y medicinal como febrífugo.

Mientras escuchamos la historia de vida de Andrés, bajo la sombra del jazmín del país divisamos la hierba rastrera denominada comúnmente oreja de ratón. La Dichondra microcalyx se encuentra en todo tipo de formaciones vegetales, en paradera y bajo bosque. Tiene la peculiaridad de ser una herbácea con gran gusto por la sombra. Andrés la describe en detalle: tiene los tallos bien rastreros y radicantes, y las hojas son simples alternas, con forma de riñón y bicolores, ya que el envés es de otro color. La flor es como una estrella chiquita, más pequeña que las hojas.

La precisión de Andrés a la hora de compartir información proviene de sus inicios como estudiante universitario. Al poco tiempo de iniciar la Facultad de Agronomía, empezó a colaborar como asistente en las clases de Botánica, y en entonces sus compañeras y compañeros le decían “el botánico”. Cuenta que “lo bueno de entrar en Botánica fue que en Agronomía está uno de los herbarios más grandes del país, junto con el del Jardín Botánico y el del Museo de Historia Natural”. Al poco tiempo, Andrés había revisado 50.000 de las 90.000 plantas que había en el herbario. “Aprendí a conocer primero la flora nativa de Uruguay seca y muerta en un herbario antes que en el campo”, afirma con una sonrisa. En 2010 lo invitaron a hacer una de sus primeras recorridas de campo y él mismo se sorprendió de poder reconocer fácilmente lo que había aprendido. En el herbario hay más nativas que exóticas, porque uno de los objetivos de estos trabajos es lograr un registro de las plantas que crecen en el país. Es la fuente de datos más relevante y acerca un recorrido histórico de colectas de otros tiempos.

A sus 32 años, Andrés ya describió tres nuevas especies nativas: Oxypetalum marchesi, nombrada en homenaje al reconocido botánico uruguayo Eduardo Marchesi, quien fue uno de los colectores de esta especie; Cypella aurinegra, en honor al cuadro de fútbol de sus pasiones, y Oxypetalum brussae, en conmemoración a su tutor de tesis, el ingeniero agrónomo Carlos Brussa.

Andrés explica que descubrir y publicar una nueva especie consta de distintas etapas. Primero es necesario un profundo trabajo de observación de campo, para luego descubrir a qué género pertenece y, si no es posible, hacer una extracción de ADN para identificarlo con claridad. El proceso sigue con una verificación para constatar que no se parezca a ningún ejemplar similar de la región. La siguiente fase es una descripción exhaustiva de todas las partes de la planta: desde tallos, hojas, pétalos y estructuras reproductivas hasta los bulbos. Se realiza la etimología del nombre, la definición del hábitat donde crece, el estado de conservación, y con toda esa información se inscribe la especie y se publica en una revista botánica científica arbitrada, cuando comienza un proceso en que autores de otras partes del mundo hacen una revisión que puede llevar años.

Cuando le preguntamos qué siente con estos logros tan relevantes para el sector y para el país, responde: “Me genera alegría, sobre todo porque somos un país chiquitito, donde tendremos unas 3.200 especies entre nativas y asilvestradas, entonces siento alegría de que siendo tan chiquitos todavía tengamos especies por descubrir”. 90% de estas plantas son nativas propiamente, el restante 10% puede haber ingresado al país con algún animal, como el ganado, por ejemplo, y con el tiempo estas especies se han adaptado al territorio y crecen como si fueran nativas de este ecosistema. Andrés afirma que “todavía tenemos un alto porcentaje de vegetación natural”. Indica que en número de especies estamos al nivel de Buenos Aires y un poco más abajo que Entre Ríos.

Si bien la brisa de esa tarde hacía bailar las ramas de la mayoría de los árboles, había uno que estaba bastante sereno. Comúnmente conocido como espina de la cruz, el arbusto Colletia paradoxa se mantenía firme, con sus tallos triangulares aplanados terminados en espina aguda, que por su disposición forma una cruz en cada tramo. Tiene hojas muy pequeñas, que se caen rápidamente, por lo cual sus tallos hacen el trabajo fotosintético. Como es usual, se presenta muy ramificado y tuvimos la gracia de verlo en flor. Blancas, pequeñas y muy perfumadas, las flores tienen forma de urna. Florece desde finales de verano hasta principios de otoño. La rigidez de esas puntas pinchudas en cruz se complementa con la delicadeza de sus pequeñas flores aromáticas, lo que genera un hermoso equilibrio de polaridades. Sus flores son muy elegidas por las abejas y es una especie fijadora de nitrógeno, lo que la hace muy valiosa para su ecosistema. Al ser un arbusto espinoso y bastante rígido, muchas veces es elegido para generar cercos protectores.

Myrceugenia glaucescens

Nombre popular: Murta.
Porte: Árbol de 3 a 6 m de altura.
Hojas: Simples, opuestas, enteras.
Follaje: Persistente, gran diámetro de copa.
Flores: Blancas perfumadas.
Fruto: Baya elipsoide, amarilla, roja o negra de acuerdo a la madurez.
Usos: Ornamental, medicinalmente sus hojas se usan para problemas respiratorios y digestivos, buena madera para leña.

El predio detrás de La carreta incluye ejemplares de canelón, espinillo, cola de zorro y mataojo, una variedad interesante para hacer reconocimiento de flora en la ciudad. Decidimos seguir nuestra conversación bajo la altanería de una murta. De nombre científico Myrceugenia glaucescens, esta especie es de la familia mirtácea, como la pitanga y el arrayán. Nativa del sur de Brasil, el noreste de Argentina y Uruguay, la murta crece en lugares húmedos, como orillas de montes ribereños y bañados, hasta en zonas abiertas, como sierras y cerros. Es un árbol que puede ir hasta los seis metros de altura, tiene una amplia copa y su ramificación empieza desde la base.

Andrés nos muestra que sus hojas son de un verde más oscuro en el haz y más blanquecinas en el envés. Además, nos invita a frotar suavemente las hojas para sentir el leve aroma alcanforado que tienen. Su floración es blanca y sus frutos son carnosos, elegidos por mariposas y aves. La madera de la murta se puede utilizar como leña y en general es un árbol con buena presencia ornamental.

Andrés hoy se desarrolla profesionalmente como técnico en la Dirección General Forestal del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, da cursos de reconocimiento de flora nativa en campo y además continúa con sus investigaciones en esta área. Previamente trabajó en diversas organizaciones que lo vincularon a la flora desde el abordaje de distintos ecosistemas. Pasó por una empresa forestal y un proyecto alemán que junto con el Museo de Historia Natural proponían estudiar la afectación de distintos tipos de cultivos a la biodiversidad. También coordinó otro proyecto alemán, en conjunto con la Dirección General Forestal, en el que realizaron una estrategia nacional de bosque nativo. Fue parte de la toma de datos de campo del Inventario Forestal Nacional, donde pudo recorrer gran parte de Uruguay haciendo reconocimiento e investigación, y ha colaborado en el Centro de Germoplasma y Vivero Nacional Doctor Alejandro Gallinal.

Fue en el desarrollo de esta última gestión cuando conocimos personalmente a Andrés, en una colecta de semillas en la que coincidimos el año pasado en el norte del país. Anualmente, desde el vivero nacional hacen una recolección de semillas porque el objetivo es potenciar el desarrollo de la flora nativa. Andrés nos cuenta que anteriormente 80% de los árboles nativos se producían allí, pero ahora la oferta es mayor y hay otros emprendimientos abocados a esta meta. Afirma: “Estamos tratando de producir cada vez más nativas para que la gente se interese más en plantarlas. ¿Qué tiene de difícil la nativa? Lo primero es que se conocen poco, salvo el ibirapitá, el lapacho o el timbó, por ejemplo. Después sucede que como no se han probado mucho en el ornato público, muchas de ellas no sabemos cómo van a evolucionar, cómo va a ser el tema de las raíces o cómo va a ser el comportamiento rodeado de cemento a altas temperaturas, o incluso el tema de los patógenos, pero si no lo probamos tampoco vamos a saber”. Andrés indica que muchas de nuestras especies nativas tienen raíces muy grandes, por ejemplo, los lapachos, que se plantaron en Bulevar Artigas porque hay espacio para que puedan crecer bien. Otro gran problema es el cableado aéreo: muchas veces la copa de los árboles llega a tocarlos y esto puede terminar en podas mal gestionadas que le causan daño a la especie. Nos cuenta como ejemplo exitoso que en algunas zonas se ha probado el tarumán y ha funcionado bien. Es un árbol con una sombra maravillosa y un perfume muy característico.

Más adelante en nuestro recorrido pudimos encontrar uno de estos ejemplares, también conocido como espina de bañado, con su copa fructificada. La especie Citharexylum montevidense se caracteriza por tener hojas simples, opuestas, y dos espinas por nudo. El tarumán es un árbol de porte mediano a grande, de tronco recto con una amplia copa. Sus flores son pequeñas y llaman la atención por su delicado perfume. Andrés cuenta que sus frutos carnosos lo hacen el árbol elegido por varios animales, especialmente la pava de monte. Por su belleza cuando está fructificado, su porte y su floración perfumada tiene gran valor ornamental. El escritor y naturalista Guillermo Enrique Hudson en su obra autobiográfica cuenta sus vivencias en la pampa Argentina y relata cómo se destaca el tarumán sobre un montón de ombúes:

Además entre los famosos veinticinco ombúes, crecía allí otro árbol de diferente especie, que se levantaba cerca de la casa, siendo conocido por el vecindario con la denominación de ‘El Árbol’, habiéndose dado tan pomposo título, porque resultaba ser el único de su clase en aquella parte del país. Afirmaban nuestros vecinos criollos su condición de solo en su especie en el mundo. Era un viejo árbol, grande y lindo, de corteza blanca, largas y suaves espinas del mismo color, y permanente follaje de color verde obscuro. Florecía en noviembre y se cubría entonces en borlas de diminutas flores como cera color paja pálido y de maravillosa fragancia, que las suaves brisas del verano llevaban en sus alas a muchas leguas, enterando su aroma a los vecinos de que la estación florida había llegado al ‘árbol’ que tanto admiraban, haciéndolos venir a nuestra casa a pedir una rama para llevársela y con ella perfumar sus humildes viviendas.

La regeneración como paradigma nos genera ilusión. Conversar sobre estos temas no sólo invita a la reflexión, sino que pone sobre la mesa la importancia de recuperar lo propio. Andrés afirma: “Mi visión es que hay que probar todavía muchas especies nativas. Por ejemplo, en Paysandú y Salto se ha cultivado en veredas sangre de drago, Croton urucurana, y anda perfecto, da una sombra linda, tiene lindos colores. En Montevideo se está plantando mucho lapacho, por ejemplo”. Conversamos sobre la necesidad de introducir la flora nativa en la ciudad, no sólo como forma de revalorar la biodiversidad propia de la región, sino también como una alternativa para descolonizarnos y regenerar el capital cultural y social que tenemos como comunidad. Andrés dice que “hay gente que creía que los pinos de la costa eran nativos y también los jacarandás”.

Según datos del último censo de arbolado realizado por la Intendencia de Montevideo entre 2005 y 2008, en aquel entonces en la ciudad había más de 211.478 árboles plantados en veredas y 85.000 árboles en espacios verdes y plazas. Consultamos sobre este tema al ingeniero agrónomo Robert Rodríguez, del Servicio de Áreas Verdes de la intendencia, quien nos indicó que en aquel entonces se estima que 6% del arbolado en veredas era de especies nativas. Según su entender, hoy día esa cantidad quizá llegue a 8%, aunque no están metodológicamente cuantificados.

Rodríguez indica que para entender qué especie se adapta mejor a distintos ambientes es necesario experimentar, poder constatar “la interacción entre el ambiente y la genética, que a veces puede llevar hasta 15 o 20 años”. En ese sentido, cuenta que se han tenido buenas experiencias con el lapacho rosado y el ibirapitá en veredas. Se están plantando en lugar de algunas exóticas. Explica que el lapacho necesita al menos seis a ocho metros y el ibirapitá unos diez, entonces hay que ubicarlos en veredas amplias. Indica que en los parques hay más posibilidades de introducción de nativas porque no hay tantas limitantes.

Andrés, joven prominente en lo que refiere a la flora nativa, esparce sus conocimientos con entusiasmo e invita a seguir profundizando en el tema. En sus palabras: “Se está regenerando poco, pero creo que hoy en día hay una nueva corriente que le ha dado más difusión a lo nativo y es el camino a seguir”.