“Cuando yo empecé con las plantas medicinales, quería saber el porqué, que no se convirtiera en ‘me lo dijo Fulana’, ‘me lo dijo Mengana’”, sino el porqué, dice Marión Aguilera. Su interés por las plantas se inició en su casa y la de sus abuelos, en Sayago. Su padre, Santiago Aguilera, de profesión albañil, fue quien le enseñó sobre horticultura. Relata que con él aprendió a cultivar zapallos y tomates, entre otros vegetales, y se fue acercando a ese mundo de una manera natural, como si fuera un juego.
“Recuerdo que éramos una familia muy humilde, que no teníamos dinero, y venía el Día de Reyes. Con mi hermana, a la que yo le llevaba dos años, casi tres, esperábamos siempre un regalo, y el regalo fue que mi papá se pasó toda la noche en casa haciendo un cerco de tres por tres y nos regaló una huerta a cada una. La huerta de Marión y la huerta de Babi. Ese es el más lindo recuerdo que tengo, y a las dos nos volvió incondicionales de las plantas”, recuerda sobre aquella etapa.
Además, las abuelas dejaron una huella importante en su gusto por las plantas y una curiosidad especial por las de valor medicinal.
Su abuela Dominga, nacida en la costa del Tala, en Canelones, siempre tenía flores, “unas rosas que plantaba de gajo, con un perfume delicioso”. También adornaba con alverjillas el tejido de su jardín, costumbre heredada y conservada por Marión. Una de las primeras vivencias con remedios naturales caseros proviene de Dominguita.
De niña yo me enfermaba mucho de la garganta y el doctor había dicho que había que sacar las amígdalas, y la abuela le dijo a mi mamá: “No no no, dejá que a Marioncita la curo yo”, y me trajo yerba de la piedra, que es un liquen. Lo hervía y me hacía hacer gárgaras. Después de un tiempo no me molestaron más. Hasta el día de hoy, que soy vieja, tengo las amígdalas.
Por otra parte, la abuela María Colomba, de origen italiano, tenía en Sayago “un terreno hermoso, grande, al que se entraba por una hilera de limoneros”. Apelando a su buena memoria, Marión describe la variedad de especies presentes en aquella quinta.
Había un portón de tejido y al costado izquierdo ya empezaban las hileras de viña, que llegaban hasta la casa. Del otro lado, había rosas y lilas. Había tomillo, orégano, que mi abuela y mi abuelo vendían en el bar Adipe de Sayago, en la calle Olazábal. Tenían de todo: membrillos, higueras, durazneros, perales... Era un espectáculo.
Respecto de las plantas medicinales, deja entrever que las habilidades fueron femeninas: “Mi abuela plantaba toronjil, y había una planta muy linda de cedrón. Había paico, salvia, menta, tomillo”. Entre risas, dice que cuando la abuela se ponía nerviosa recurría a las floras de azahar y preparaba un té al que le agregaba hojitas de melisa.
María, sin conocimientos formales de botánica, pero con gran sabiduría popular, le enseñó la importancia del mercurio.
Me acuerdo de una vez que tenía varios granitos en las piernas y me rascaba y me rascaba... Como ellos tenían viña, la abuela me dijo: “Andá a la fila de las gramíneas y traeme mercurio”. Yo, con siete u ocho años, ya sabía lo que era. Entonces fui a buscar esa planta rastrera con hojitas acorazonadas. Ella las lavó bien y las golpeó en un mortero. Me las puso sobre los granitos y se me fueron todos. ¡Santo remedio!
También señala haber sufrido una tos persistente para la que Dominga preparaba un jarabe de guaco muy eficaz. “Me dio tanto guaco que no lo puedo ni ver”. En caso de diarreas, María le daba yema de membrillo, que, “¡claro, es astringente!”.
Al consultarla sobre algún remedio casero familiar que siga utilizando, detalla la siguiente preparación: “Se pone una cucharadita de borrasca y otra de tilo en una taza. Agregás agua casi hirviendo y dejás que eso se infusione. Después lo colás y tratás de mantener eso caliente, porque le vas a poner una barrita de manteca de cacao a ese té, y te lo tomás. Es una receta de mi abuela que conservo. Nada mejor para una tos intensa”.
Una vida dedicada al Jardín Botánico
Cuando hablamos del Jardín Botánico le brillan los ojos y considera que se trata de un “lugar único, muy especial”. En 45 años de entrega al trabajo y la disciplina, destaca haber enseñado tanto como aprendido.
Como muchos sucesos en la vida de Marion, su ingreso al Botánico oscila entre lo casual y lo causal. Tenía un cargo administrativo en la Dirección de Paseos Públicos de la Intendencia de Montevideo, ubicada en Lucas Obes y 19 de Abril, en el Prado.
Me preparé para trabajar en oficina, con números, con cuentas, con máquina. Era una dactilógrafa muy buena.
Por esas cosas del destino, un compañero de trabajo que conocía su interés por las plantas le avisó de un curso en el Jardín Botánico, ubicado justo a una cuadra de su empleo. Marión no lo dudó: habló con su jefe, a quien le propuso reponer las horas, se inscribió e hizo estudios de jardinería con el profesor Atilio Lombardo1 en 1960.
Si tuve suerte en mi vida fue en el trabajo, porque trabajé con Atilio Lombardo, que fue el director del Jardín Botánico. Un sabio como no conocí otro. Los pequeños secretos que tienen las plantas él me los enseñó.
Lombardo pidió el pasaje de Marión desde la Dirección de Paseos al Jardín, pero le fue negado. Posteriormente, en el Botánico se abriría un llamado a concurso para cargos técnicos, en el que ella participó y obtuvo el puesto. En 1971 comenzó a trabajar allí.
Yo empecé aprendiendo sobre los árboles, seguí con los arbustos, las plantas menores. Después me puse con las flores, con los bulbos; me metí con las crasas y también con las plantas aromáticas. Sin querer, lo hice bien, porque entre las plantas medicinales hay árboles, arbustos, plantas menores, plantas crasas o tunas, flores...
Poco a poco, Marión fue adentrándose en un terreno que años más tarde sería su especialidad y en el que fue referencia.
Sobre su larga estancia en el Jardín Botánico destaca la compañía de técnicos, ingenieros agrónomos, guías, educadores, etcétera, en el ejercicio de múltiples tareas, desde las más cotidianas y ajenas a la botánica, como la limpieza del piso, hasta las más especializadas, como el reconocimiento y el intercambio de especies con otros países.
El códex para pedir plantas lo había hecho a mano Atilio Lombardo con un hibisco que es nuestro, Hibiscus cisplatensis. Llamábamos a todas partes del mundo [para solicitar e incorporar especies faltantes en el Botánico] y ellos a su vez nos pedían alguna planta a nosotros.
Marión menciona con orgullo el aclimatamiento de numerosas plantas que adornan plazas y calles de Montevideo, como la Avenida del Libertador. También su participación en la creación y la continuidad del Curso de Flora Indígena, inaugurado en 1984, cuyo objetivo estuvo vinculado a la divulgación, poco habitual, de especies locales y regionales. Por último, describe sus itinerarios por el interior del país, donde brindó charlas sobre plantas medicinales, entre otras, y llevó adelante experiencias de campo ligadas al reconocimiento y la identificación. Sobre este último punto, comparte algunas anécdotas que dejan ver su inquietud por la investigación y su honestidad intelectual a la hora de enfrentar nuevos desafíos de conocimiento. De una visita a la Gruta de los Helechos de Tacuarembó, recuerda la siguiente vivencia:
Fuimos como 60 personas. Yo no había llevado libro ninguno ni nada, y en un momento se amontonaron todos y yo digo: “¡Pero a esta planta nunca la vi!”. Dije para mí misma: “SOS, Atilio Lombardo”. La miro y pienso: “Voy a llevarme una muestra. Me parece que es Symplocos uniflora, azarero de monte”. Cuando volví a mi casa, tenía como un ataque, quería encontrar enseguida un libro. Voy y era. Nunca había visto la planta [en el terreno]. Yo le pedí ayuda y él me ayudó.
El reconocimiento de Marión hacia su gran profesor y compañero es inmenso. Sostiene que su saber lo debe a la generosidad de ese hombre, pero muchas y muchos creemos que el mérito es propio. Incluso, detalla una historia de sueño y ensueño a través de la cual podemos leer la seguridad en su experticia.
Parte de sus fortalezas en el Jardín Botánico se vincularon con el apoyo en la identificación y la clasificación de especies. “Mis compañeros de trabajo venían, me traían plantas y me decían: “Marión, cuando tengas tiempo, ¿podrás...?”, y yo les buscaba la planta que era.
Según Marión, luego de la muerte de Lombardo, en 1984, empezaron a acumularse numerosos vegetales para catalogar, y recuerda haber pensado: “No sé más nada, yo no voy a poder con esto”. Pero tuvo una revelación, un sueño que marcó para ella “un antes y un después”, que la hizo caer en la cuenta de que los saberes se llevan dentro y cobran vuelo propio.
Es increíble, ¡soñé con él [Atilio Lombardo]! A él le gustaba pescar... Yo soñé que agarraba el jarrón que está en el Jardín Botánico, que es obra de José Zorrilla de San Martín. Solamente en sueños lo podía agarrar, porque es enorme, y estaba lleno de yuyos. Yo iba con eso a orillas del agua donde él estaba pescando y entonces me decía: “¿Y?”. Y yo le respondía: “Es que no sé nada, Lombardo”. “Sáquelas”, me decía. Yo sacaba las plantas de a una y é. me decía: “¿Esta cómo se llama?”, y yo le decía el nombre. Quedaban un montón y yo tenía que dar una excusa, porque ¿a qué había ido si yo las sabía? “Sabe que vine porque a su señora le duele mucho la pierna”, le decía yo, y él me hacía un gesto con la mano.
Al otro día, cuando fui al Jardín Botánico, llamé a la esposa de Lombardo para preguntarle cómo estaba y lo primero que me dijo fue que le dolían las piernas. Lo que yo le había dicho en el sueño. Desde ese día no tuve nunca más dudas sobre las plantas. No importa que me traigan una que no sé; la voy a buscar y voy a encontrar cuál es. Es decir, él me dio la seguridad y también los conocimientos para buscarlas.
Las fantásticas plantas que curan
Cuando conversamos sobre medicina popular, Marión dice: “A mí me interesaban todas las plantas, pero, claro, me parecía fantástico que algunas pudieran curar”.
En su relato, siempre didáctico, sostiene que “la medicina por las plantas es la más antigua que existe, porque primero fueron ellas y después vinieron los médicos”. Rechaza “el celo” o la absurda rivalidad entre los saberes “naturistas, alopáticos y científicos”. Destaca que 35% de los fármacos del mundo “son sacados de las plantas y el resto son copias de sus principios activos”. En esa misma línea, reflexiona sobre las bondades vegetales: “¡Pobres de nosotros si no las tuviéramos! No solamente nos dan alimentos, sino que purifican el aire, nos dan belleza y nos dan alivio”.
Al preguntarle acerca de las razones por las que, según su experiencia, se acude a las plantas medicinales, plantea desde situaciones como el cansancio y la desconfianza, porque “hay personas que están llenas de remedios que no les hacen nada”, hasta ciertos aspectos económicos que marcan la diferencia. “A mi herboristería viene gente mayor que me dice: ‘Yo tengo sociedad [médica], pero vengo acá porque no me alcanza para comprar todos los medicamentos’”.
En esa línea, Marion se posiciona ideológicamente.
Hace una cantidad de años, más de 40, la Organización Mundial de la Salud les dio un espaldarazo a las plantas medicinales y las llama medicina alternativa. ¿Por qué? Porque dos tercios de la población mundial son pobres y tienen que buscar un medio para curarse. Las plantas son más accesibles [que los fármacos]. Entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Te vas a comprar un remedio que cuesta 2.000 o 3.000 pesos o un yuyito que te cuesta menos de 100?
Yo no quiero ser impertinente; por supuesto que cuando hablo de plantas medicinales no le estoy diciendo a la gente que se olvide de los médicos. Muy por el contrario, tienen que estar, pero también tienen que saber que hay algunas cosas que son mejores que lo que ellos mandan.
Comunicar y heredar saberes
En los 45 años en los que Marión trabajó en el Jardín Botánico, desarrolló una intensa labor en el campo de la divulgación científica. Recuerda que “desde el principio” llevó adelante charlas y visitas guiadas para niñas y niños, tanto en el parque como en las escuelas.
A propósito, trae a colación un juego que realizaba con escolares, en el que los desafiaba: “Si ustedes me dicen una sola comidita que haya hecho su mamá en que no intervenga para nada un vegetal, entonces les doy un premio”. Luego del debate y el alboroto, revelaba que, de forma directa o indirecta, “no hay ninguna comida que no tenga, en secreto, la planta”. Ellas siempre están presentes, incluso “escondidas” en el pasto que comió una vaca y luego fue churrasco en un almuerzo.
Marión menciona haber recorrido el país entero ofreciendo charlas sobre botánica y plantas medicinales. Al preguntarle el porqué de esta labor, responde: “¿Para qué quiero el conocimiento? ¿Para guardarlo yo sola? No, es mejor transmitirlo”.
En este sentido, Marión ha hecho una tarea loable. Ha sido la gran divulgadora de las plantas medicinales, sus usos y propiedades. Con explicaciones claras, sencillas y precisas, ha enseñado el porqué y el para qué de los principios activos de numerosas especies. Consultada sobre sus comienzos en este campo de acción, como en muchas historias de Marión, aparecen las causas y los azares.
Realmente meterme con las plantas medicinales y que la gente me conociera por eso se debió a una casualidad. Yo daba clases en la Escuela de Jardinería, 25 años atrás; los muchachos querían viajar y me pidieron si no podía dar unas charlas para recaudar fondos.
La instancia fue un éxito, el boca a boca hizo de las suyas y, con el tiempo, las actividades de difusión se volvieron constantes en distintos medios de comunicación.
Un día que estaba en el Jardín Botánico, una persona que no había ido a las charlas, pero a la que otra le había contado, me dice: “Marión, ¿no querés dar un cursito? Mi idea es armarlo en un hotel y, por supuesto, te lo voy a pagar”, cosa que a mí me venía muy bien. Era para terapeutas florales. Había como 70 personas. Di la charla y salió bárbara.
Más tarde, cuenta que con la misma señora fue a la radio Sarandí.
Allí estaba Enrique Mrak, un hombre encantador que me trató como nadie lo había hecho. Tenía un programa [Sin vergüenzas] y hablé de las plantas medicinales para promocionar un curso. A él le gustó tanto que al poco tiempo me llamó para ir a dar una charlita y entonces se hizo habitual que tuviera un espacio en la radio.
Para rematar la historia, agrega que “se hizo común” que la invitaran a participar en espacios y canales televisivos. Según Marión, “todo fue así, fue casualidad, pero se dio”. Pero su conocimiento, calidez y capacidad comunicativa son los responsables de la hazaña.
Luego de jubilarse, en 2006, Marión abrió una herboristería en pleno centro de Montevideo. A propósito, relata: “Fue un poco porque yo me iba a desvincular del Jardín Botánico y fueron muchos años. [...] Más que nada, para seguir en contacto con las plantas”. Desde este espacio continuó sembrando y difundiendo los aprendizajes de las hierbas que curan.
Además, conoce bien las plantas que envenenan y matan. Por años fue asesora en el Hospital de Clínicas, dependiente de la Facultad de Medicina de la Universidad de la Republica. Al consultarla sobre esta tarea, explica:
Cuando hay una persona que se intoxica [por ingestión de determinados vegetales], la planta viene a mí y les digo de qué especie se trata, intento buscar algo de material para que el médico actúe. Y eso te ayuda a aprender, porque tenés que buscar. Hace unos años, desgraciadamente, me llegó una muestra de Amanita phalloides, un hongo que es mortal [...]. Después de que lo digeriste, no hay arreglo, porque deja de funcionar el riñón y te mata. Entonces, hay cosas en las que podés ayudar y otras en que no.
En el campo y en el museo
Lo sagrado y lo profano2 se entremezclan fácilmente en la medicina popular, desarrollada en diferentes espacios y tiempos y en diversas culturas del mundo. Las plantas que curan, como otros elementos de la naturaleza, pueden asociarse a mitos3 que explican su historia y sentido actual (práctico o religioso). En ocasiones, para aproximarse a las especies vegetales los seres humanos establecen creencias y fundamentaciones de distinta índole, más o menos racionales y espirituales. Suelen acompañarse de prácticas o ritos que oscilan en distintos campos: empírico-inductivo, científico-deductivo, animista-chamanista, cristiano-pagano, entre otros. En el despliegue de evidencias, fe y acciones curativas tiene lugar la eficacia real y la eficacia simbólica4 de las plantas.
En nuestro territorio los vegetales más antiguos, algunos con propiedades medicinales no necesariamente asociadas a contextos de finalidad curativa, se registran en distintos sitios arqueológicos desde tiempos prehistóricos. En el este de lo que hoy es Uruguay aparecen entre los constructores de cerritos, cerca de 4.000 años antes del presente. Estudios paleobotánicos con fuentes de información triangulada en la zona relevan casi 70 hierbas de carácter terapéutico.5
Históricamente, son numerosas las referencias entre grupos indígenas, como los guaraníes y, con menor frecuencia, los charrúas.
Marión alude al chal-chal (Allophylus edulis), nombrado por los guaraníes picazu rembiú, que significa “alimento de las palomas”. Indica que esta etnia lo usó como bebida en contextos rituales. Se dejaba fermentar el fruto y se preparaba una chicha con fines de purificación.
Sostiene que las evidencias para los charrúas son más difíciles de hallar, porque “no soltaban prenda” acerca de sus prácticas y costumbres. Sin embargo, trae a colación el uso medicinal de un género de plantas conocido como Eupatorium subhastatum.
Un día los españoles hirieron suavemente a un charrúa y después dejaron que se escapara para ver qué hacía, con qué se curaba. El indígena se puso un Eupatorium sobre la herida. Desde ese momento, la planta es conocida como “yerba del charrúa”.
Con motivo de este artículo, señalamos algunos apuntes de Marión sobre usos tradicionales de ejemplares nativos seleccionados y exhibidos en el Museo Histórico Nacional en el marco de la muestra temporal Entre la vida y la muerte. Salud y enfermedad en el Uruguay de entresiglos (2020-2021).
En sus descripciones al respecto aporta datos científicos, fuentes bibliográficas e históricas, narraciones o construcciones orales locales, saberes y prácticas en distintos puntos del territorio, junto con leyendas e historias personales que, según ella, están “a la orden del día”.
Con relación a la marcela (Achyrocline satureioides), menciona cualidades regenerativas y algunos aspectos simbólicos relacionados con el momento de su cosecha, en otoño, particularmente en Pascua.
Es una planta formidable, que recupera neuronas. ¿Qué planta recupera neuronas? Ninguna. Bueno, esta sí, y está siendo estudiada en Harvard. [...] Tiene una historia muy linda. La planta se cosecha en la Semana Santa. Entonces, en muchos lugares, entre ellos Treinta y Tres, tienen la costumbre de que el viernes santo salen las señoras mayores, como yo, con un bastón, y en la punta del bastón tienen un clavo. ¿Por qué? Porque tú sabés que Treinta y Tres es muy rico en víboras. Entonces, van ellas y si ven una víbora, se van a defender con ese clavo. Pero a la vuelta, ¿qué van a traer? Ramos de marcela. Es decir, míticamente matan lo malo, traen lo bueno.
Respecto al llantén (Plantago major), menciona que existen ocho variedades en Uruguay, algunas locales y otras foráneas. Entre risas cuenta que “en épocas de humedad hay por todos lados”, hasta “en las veredas nace”. Alude a su función antibiótica, porque “contiene kanamicina”. Afirma que es capaz de curar úlceras gástricas si se toma de forma sostenida durante varios meses con una dieta saludable. “Hay que tomar congorosa, por un lado, que te inhibe la producción de ácido clorhídrico, y, por otro lado, el antibiótico del Plantago major o llantén”.
En casos de conjuntivitis también lo recomienda: “No hay nada mejor que lavarse con llantén; al otro día [la afección] ya no está”.
De la caléndula (Calendula officinalis) destaca sus cualidades para la curación de heridas. A propósito, describe su experiencia en el tratamiento de várices abiertas.
“Deme diez días, señora; en diez días usted hace lo que yo le digo y no va a estar curada, pero va a empezar a ver los resultados. Tiene que hacer exactamente lo que yo le digo. Primero, nada de taparse la herida; sáquese las vendas y al aire libre. Tiene que echarse sobre la herida agua con jabón y luego agua limpia. Después pone hierba caléndula en un frasquito aspersor y se moja varias veces al día”. ¡Es increíble cómo agujeros enormes van cerrándose hasta mejorarse! Por algo [a esta planta también] la llaman “maravilla”.
De la carqueja (Baccharis trimera), en una entrevista en prensa señala que se trata de un estimulante sexual, que favorece la circulación sanguínea y reduce la impotencia. La compara con el Viagra e indica que la hierba y el fármaco actúan de igual modo.
Provoca un efecto estimulante; dado que en una relación sexual se necesita que el cuerpo cavernoso se llene de sangre, eso permite la erección y la realización del acto sexual.
En cuanto a las mujeres, yo pienso que, al tomarla y mejorar la circulación, también van a estar más aptas. [...] La dosis de carqueja recomendada en tratamientos para la impotencia sexual es de tres tazas diarias y se toma como infusión. Eso quiere decir que se pone agua hirviendo sobre las hojas y se bebe el líquido en forma de té. En los casos en que es muy dura se hace una cocción.6
Acerca del laurel (Laurus nobilis), el romero (Salvia rosmarinus) y otras plantas para sazonar, revela la siguiente información:
No hay un solo condimento que no sea medicinal. Ajo, cebolla, apio, perejil, salvia, melisa, ruda; todas las plantas que son para comer, todas son medicinales.
Por ejemplo, el jugo de la papa te puede curar divertículos. [...] Si tú lo tomás en ayunas durante un par de meses, los divertículos se mejoran notablemente y [en caso de diarreas infecciosas] no tenés necesidad de tomar antibióticos.
También el tomate es excelente para los hombres que tienen problemas prostáticos. El licopeno [jugo antioxidante de la planta] actúa sobre la glándula [y alivia].
La ruda (Ruta graveolens) es útil para casos de glaucoma, por su carácter calmante y reforzador de los vasos circulatorios de los ojos. Flores y hojas se preparan a través de decocción y con su resultado se aconseja hacer un baño o lavado de ojos. En cuanto a las prácticas simbólicas, tiene una función guardiana y da su vida en los casos en que haga falta:
La ruda es una planta talismán. Es muy común que esté plantada a la izquierda de la casa, sobre todo de los barrios, no en el centro, y antiguamente más. Dicen que es para protegerla, y cuando se seca se lo atribuyen a la envidia; en defensa, la planta se muere.
Para cerrar, en la entrevista aparece un asunto ligado al terreno de las creencias y sus resultados empíricos. Marión relata una situación bastante frecuente en los análisis antropológicos del curanderismo y la medicina popular. Es un caso en el que la convicción del doliente tiene repercusiones favorables en la cura de la enfermedad, lo que revela esa delgada línea que une y separa las terapias medicinales orgánicas-fisiológicas y psicológicas.
Es muy importante lo que tú creés. [...] Una vez, estaba trabajando con el profesor Atilio Lombardo y apareció un muchacho que trabajaba en el parque y le dijo: “Ay, profesor, no duermo, estoy desesperado”. Entonces, Lombardo le dice: “Amigo, vaya hasta el viverito, que en el portón hay una enredadera; saque una hoja, la corta en pedacitos, la pone en una taza, le echa agua hirviendo y se la toma de noche”. ¿Qué le estaba recomendando? La planta del mburucuyá, que tiene dos alcaloides: harmol y harmina. Es fantástica para dormir y tranquilizarse.
A tiempo, el muchacho pasa por ahí, Lombardo lo llama y el chiquilín le dice: “¡Profesor, no sé cómo agradecerle! ¡Qué maravilla esa planta! Duermo toda la noche”. Lombardo ya había visto que la planta del mburucuyá que él había indicado no estaba (se ve que la habían arrancado), pero quería asegurarse o saber qué planta había agarrado el muchacho. [...] Resulta que estaba tomando una planta distinta, que se llama ipomea y no tiene valor medicinal, pero él dormía. ¿Por qué? Porque actuó como placebo.
La creencia funcionó y el resultado fue eficaz, tanto en el plano orgánico como en el simbólico.
El patrimonio de las plantas
En distintas entrevistas y a lo largo del tiempo, Marión insiste en el valor de nuestro patrimonio vegetal. “Nuestro acervo cultural no está solamente en cosas; también está en los árboles. Hay árboles únicos, que no se repiten ni se van a repetir”.
Para ella es fundamental conservar esta flora de carácter singular, un bien público que nos pertenece e identifica como sociedad.
A mí me traían una planta y, si no estaba en el Jardín, yo la dejaba ahí. No tenía sentido que me la llevara si [en el Botánico] la puede disfrutar todo el país. [...] Las plantas son de todos. Lo más interesante es mostrarle a la gente y decirle: “¿Ves esta planta? De acá sale el papel de arroz. ¿Ves esta otra? Con ella pescaban los indígenas”. Eso es importante y es cultural. Por eso digo que son patrimonio de los uruguayos; nos pertenecen y no debemos dejar que se pierdan.
Una versión de este artículo formó parte del catálogo de exposición “Entre la vida y la muerte. Salud y enfermedad en el Uruguay de entre siglos”, editado por el Museo Histórico Nacional (DNC-MEC) en Montevideo, 2021.
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Atilio Lombardo Nolle (Montevideo, 1902-1984) fue profesor, horticultor y un destacado botánico en el campo de la taxonomía vegetal (rama disciplinar relativa a la identificación y la clasificación de especies). Mayormente fue autodidacta y a los 17 años, en 1919, se graduó de la Escuela Municipal de Jardinería de Montevideo. Sin título universitario y con una prolífica trayectoria de investigador, fue profesor emérito de la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República, adjunto grado 3 en la Cátedra de Botánica y profesor agregado grado 4 en la Cátedra de Dendrología. Desde 1941 hasta 1973 se desempeñó como director del Museo y Jardín Botánico de la ciudad capital. ↩
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Eliade, Mircea (1998): Lo sagrado y lo profano. Paidós. ↩
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Eliade, Mircea (2001). El mito del eterno retorno. Alianza. ↩
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Lévi-Strauss, Claude (1980). “La eficacia simbólica”, en Antropología estructural. Eudeba. ↩
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Del Puerto, Laura (2011). “Ponderación de recursos vegetales silvestres del este del Uruguay. Rescatando el conocimiento indígena tradicional”, en Trama 3. Asociación Uruguaya de Antropología Social y Cultural. ↩
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“El Viagra criollo” (LaRed21, 16 de octubre de 2001). ↩