Llegaron al mundo el mismo día, el 16 de marzo de 1983, en el Hospital Departamental José O. Percovich de Treinta y Tres. Muchos las conocieron como “las trillizas de Wilson Elso”, ya que una de ellas fue adoptada por el exintendente Wilson Elso Goñi. Se llaman María Noel Vergara Barrios, Paola Elso Vergara y Virginia Narancio Ferrés.
Fueron bebés prematuras y nacieron por cesárea; la más grande pesó un kilo con doscientos gramos y la más chica, menos de un kilo. La noticia del nacimiento de trillizas y de que necesitaban apoyo porque sus padres tenían problemas económicos y de salud circuló rápido por la ciudad. Estuvieron en una incubadora por varias semanas. Entre las personas que se acercaron a colaborar al hospital hubo tres mujeres que iban prácticamente todos los días: Nelma Vergara, su madre Elica Barrios y Cristina Ferrés.
Tras el alta médica, las niñas fueron a la casa de su familia biológica, con algunos retornos al hospital por problemas de salud. Al tiempo, comenzó a manejarse la posibilidad de que fueran adoptadas, lo que ocurrió al noveno mes. Nelma Vergara fue la primera en hablar de adoptar y entonces su esposo, Wilson Elso Goñi, manejó la posibilidad de adoptar a las tres. Sin embargo, Elica Barrios, Cristina Ferrés y sus parejas también estaban dispuestas a adoptar. Eran familias muy cercanas y de común acuerdo iniciaron los trámites legales para que cada matrimonio se hiciera cargo de una de las niñas.
—Para nosotras todo es normal, aunque capaz que la gente no lo ve así de afuera. No hay nada diferente para nosotras, salvo personas que nos confunden y que tenemos diferentes apellidos. Capaz que eso marea. Pero nunca dejamos de tener contacto —dice Paola Elso.
Paola y Noel quedaron en la misma rama familiar —de hecho, legalmente la primera es sobrina de la segunda— y Virginia fue adoptada por otra familia. El vínculo entre ellas fue incentivado.
—Siempre que estábamos juntas éramos hermanas, no éramos tres conocidas que parecía que se juntaban. Teníamos una vida paralela que se unificaba sin problema ninguno —cuenta Paola.
Noel recuerda que la casa de Paola estaba al frente de la de ella y que hicieron la escuela y el liceo juntas. “Siempre estuvimos las tres en contacto. Es raro, porque por un lado no somos hermanas, pero vivimos una relación de hermanas”.
—Recién al tener una vida hecha cada una nos pasa de tener que explicar. Por ejemplo, en Montevideo había gente de afuera de esta historia que no entendía nada. Mientras vivimos la infancia fue muy poco lo que tuvimos que explicar porque se dio todo muy natural, incluso habiendo una que es hija de la abuela de la otra, lo que sí mucha gente aún no entiende —dice Virginia sonriendo.
Lo otro que también les ocurrió es que mantuvieron contacto con su familia biológica, en especial con su padre, a quien se encontraban a menudo en las calles de la ciudad y las iba a visitar a sus casas o a la escuela.
—Treinta y Tres no es Montevideo: nunca perdimos contacto con la familia biológica. No eran padres, pero siempre que querían nos iban a ver. No tengo claro cuándo fue el clic de asumir quiénes eran esas personas que nos venían a visitar, más que nada nuestro padre biológico; la madre se mantuvo mucho más al margen, un tiempo se fue a vivir en campaña y entonces la relación fue distante —comenta Paola.
Virginia agrega que “al ser en el interior, no fue visto como algo anormal en el pueblo, no hubo un clic para nosotras ni para nuestros compañeritos de clase. Siempre fuimos las tres hermanas, pero cada una con su familia y a la vez iba nuestro padre biológico a saludarnos; en el cumpleaños de 15 nuestro él estuvo, a nadie le pareció raro y no tuvimos que explicar nada”.
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Si bien desde los nueve meses vivieron con sus respectivas familias adoptivas, los trámites para legalizar la situación llevaron años. Paola menciona que el primer año de escuela lo iniciaron aún compartiendo sus apellidos biológicos: “Para la ley en ese momento era legitimación adoptiva y no adopción, ahora es diferente. Hubo una separación legal de las tres”.
Los padres de Noel eran adultos mayores cuando la adoptaron: la madre tenía 60 años y el padre, 70. “Tuve una muy buena relación con ellos, lo que ocurre es que, a diferencia de los de mis hermanas, mis padres ya eran viejos. Era imposible llevarse mal porque eran tipo abuelos. Lástima que los perdí antes”, cuenta hoy. Además de sus hermanas gemelas, Noel tiene otros ocho hermanos —la mayor tiene 80 años— que son hijos de Elica Barrios y, por ende, también tíos de Paola, que fue adoptada por Wilson Elso y Nelma Vergara, hija de Elica.
Como el padre de Paola fue durante años el principal referente político local, cuando iban juntas las solían asociar con él, e incluso personas que no conocen su historia les han comentado en diferentes ocasiones que son parecidas a sus padres adoptivos.
A los 11 años, Virginia fue la primera en irse de Treinta y Tres, cuando junto a su familia se mudó a Montevideo. “Ese fue el primer distanciamiento entre nosotras, porque empecé a hacer otros vínculos en Montevideo y agarré el ritmo de la capital, por lo que nos veíamos menos”, cuenta hoy.
Pero su padre era el propietario de una estancia en Treinta y Tres y casi todos los fines de semana volvía al departamento, recuerda. “Cada vez que iba pasaba por la casa de ellas y era como si nos hubiéramos visto ayer. No era como ahora que tenés una conversación continua porque hay herramientas como WhatsApp; en aquel momento la larga distancia por teléfono era carísima y, sin embargo, nos veíamos cada tanto y parecía que el tiempo separadas no había pasado”.
En su entorno más cercano, llamaba la atención que, en varias ocasiones, una de las hermanas sentía síntomas que correspondían a algo que le pasaba a otra. Así, por ejemplo, un día Virginia, que ya vivía en Montevideo, sintió un dolor en el vientre tan fuerte que la llevaron al médico, pero no le encontraron nada; sin embargo, pocas horas después, Paola fue internada y operada de apendicitis. Otro día, ambas terminaron con un ojo tapado, estando en diferentes departamentos. Cuando Noel estuvo embarazada, Paola tuvo los síntomas antes. Ellas, en general, prefieren considerar que esto fue casualidad y no darle mucha importancia.
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Las argentinas María Emilia, María Eugenia y María Laura Fernández Rousse, conocidas como Las Trillizas de Oro, tuvieron mucha presencia mediática en la televisión rioplatense durante las últimas décadas del siglo pasado. A las trillizas de Treinta y Tres no les molestaba la comparación, porque eran “bastante personajes y choluleras”. Como no se sabía de otras trillizas gemelas en Uruguay, participaron como invitadas en algunos programas de televisión.
Durante sus vidas, trataron con otras personas adoptadas y varias veces tuvieron una sensación de extrañeza ante situaciones tan similares y, a la vez, tan distintas a las de ellas. Entendieron que había diferencias en cuanto a la búsqueda de las familias biológicas.
—El padre de uno de mis hijos es adoptado, no conoce su origen y para mí es rarísimo que alguien pueda no saber de dónde viene. Incluso cuando recién nos conocimos, él estaba asombrado de la naturalidad de nosotras, que sabíamos todo, y le dieron ganas de buscar su origen. Yo no podría no saber de dónde vengo —dice Paola.
Noel tiene una amiga que supo de adulta que era adoptada “y la pasó feo, se enteró porque la buscó la otra familia y fue complicado. Pienso que está bueno conocer la familia biológica para saber nuestra identidad”.
Virginia conoció varios casos de personas adoptadas y dice que tiene tan naturalizada su crianza que olvida que ella también lo es. “En la escuela había un compañero adoptado, la madre era mi profesora de plástica y yo a veces lo miraba extraño porque era adoptado”, dice sonriendo.
—Cuando veo a alguien adoptado no lo relaciono conmigo, veo que a veces se complican con los antecedentes y me pregunto para qué, capaz que porque mi caso fue diferente. Noel y Paola estaban en la misma familia y por suerte las tengo a ellas dos, pero no me nace de unirme al qué pasó antes. Mis recuerdos son mi familia, tengo a mi madre, mi padre, otra hermana mayor y a ellas dos. Es raro, pero es así y no le busco otra vuelta. A las otras personas las saludaba con naturalidad, charlábamos con él —cuenta Virginia en referencia a su padre biológico.
Las tres hermanas tienen hijos: Paola, dos niños de 13 y dos años; Noel, un niño de 11 y una niña de ocho, y Virginia, un niño de seis, otro de cuatro y una niña de un año. Noel dice que sus hijos “nacieron sabiendo” que ellas tres son hermanas biológicas y que entre ellos se consideran primos, más allá de tener diferentes apellidos. Virginia dice que los suyos ahora se están planteando por qué hay dos tías iguales que a la vez no son hijas de sus abuelos: “Voy a tener que explicarles”.
—Desde que mi hijo mayor era bebé, cada vez que se mencionaba algo de mis hermanas biológicas o de las otras que tengo, yo le hacía una breve explicación, entonces ya se fue criando consciente del tema. Una vez sola me preguntó algo, que fue si mi madre biológica había muerto, demás todo muy natural, como nosotras —explica Paola.
Sin porcentajes
La tendencia natural es de un parto de trillizos cada 10.000 nacimientos. En Uruguay, un país poco poblado y de natalidad muy baja, son tan escasos los casos anuales de trillizos que pueden describirse por sus números absolutos, más que por su porcentaje sobre el total de nacimientos. En la última década los niños nacidos de partos de trillizos han sido entre 20 y 40 por año, según el demógrafo Ignacio Pardo.
La tendencia natural en relación con los nacimientos múltiples, incluyendo los de dos, tres o más bebés, es de uno cada 250 nacimientos, agregó el especialista. En la práctica, por razones como la mayor frecuencia de tratamientos de fertilización asistida, esa cifra es un poco más alta. Por ese motivo, en el Uruguay de la última década el porcentaje de bebés que nacen de embarazos múltiples ha crecido hasta ubicarse entre 2,5% y 2,9% de los nacimientos anuales.
El presidente del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, Pablo Abdala, dijo que el criterio general es que los hermanos estén juntos, salvo alguna circunstancia en que equipos técnicos entiendan que es mejor separarlos: “Cuando ingresan al sistema de protección son derivados a una misma residencia o a una misma familia amiga”.
El jerarca explica que “es saludable, si no hay nada que lo desaconseje, que los hermanos estén juntos. Tanto es así que cuando se trata de hermanos que fueron abandonados, perdieron a los padres o estos no están en condiciones de hacerse cargo y la Justicia los declara en adoptabilidad, no se sigue el listado de prelación del Registro Único de Adoptantes y se privilegia a la familia que manifiesta estar dispuesta a hacerse cargo de los hermanos”.
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Cuando terminaron el liceo, las tres volvieron a vivir un tiempo en la misma ciudad, pero ahora en Montevideo y en casas distintas. Luego tomaron diferentes rumbos. Virginia vive en Melo desde hace cuatro años, Paola, en José Pedro Varela (departamento de Lavalleja) desde abril de 2020 y Noel, en la ciudad de Treinta y Tres desde 2004.
Conversan con sus teléfonos, bromean y ríen seguido, pero también comparten los asuntos difíciles que a veces les toca afrontar: “En la diaria ahora estamos más unidas que antes. Tenemos un grupo de WhatsApp y hablamos continuamente. Durante el día sabemos lo que está haciendo cada una”.
Horas después de terminada la última conversación con ellas, me llega un mensaje:
Vos podés o no publicarlo, pero queríamos expresar el agradecimiento a las tres familias que nos acogieron como si fuéramos de sangre. Eligieron darnos una mejor vida a las tres y, asimismo, asegurarse de que mantuviéramos el vínculo y creciéramos juntas con total normalidad. Lo hicieron por generosidad y amor, ya que tenían sus hijos y su vida resuelta. En un mundo que tiende cada vez más a la frivolidad y tanto que se aclama empatía, es bueno también ser agradecido y reconocer.